Un asesino innovador

Es difícil no experimentar fascinación morbosa por la vida y obra de los asesinos múltiples, pues nos hacen reflexionar sobre el funcionamiento de la mente humana. ¿Qué puede pasar por la cabeza de alguien capaz de perpetrar semejantes crímenes? En ocasiones, sus motivos se nos antojan extraños, casi alienígenos. Otras veces resultan tan normales (celos, venganzas mezquinas, avaricia…) que no podemos evitar preguntarnos si nosotros, en parecidas circunstancias, actuaríamos igual.

Algunos de ellos, por su atroz perversión, han servido de inspiración a los escritores, llegando a figurar incluso como personajes literarios. Erzsébet Báthory o Gilles de Rais, sin ir más lejos, dan para escribir una legión de novelas. Sin embargo, aquí nos ocuparemos de un asesino prácticamente desconocido, pero muy interesante por el grado de innovación que introdujo en sus homicidios. Su arresto ocurrió en las postrimerías de la I Guerra Mundial, lo que contribuyó a que pasara desapercibido. En aquella época, la sociedad tenía problemas mucho peores de los que ocuparse.

Tuve conocimiento de la existencia de Henri Girard (1875-1921) en el sitio más improbable para toparse con un asesino en serie: el libro Mushrooms, Russia and History (1957), escrito por el matrimonio Wasson. Es un tratado clásico de Etnomicología, con un fuerte (y apabullante a veces) componente filológico, famoso por su estudio del papel de ciertos hongos alucinógenos en las ceremonias religiosas de nativos mexicanos. Y ahí, escondido en un par de páginas del primer volumen de la obra, estaba el señor Girard. Puede verse su foto y una breve ficha de sus actividades en esta página de la Murderpedia. También hay información sobre él en el libro Criminal Poisoning, de J. H. Trestrail, III.

Henri Girard perteneció a una categoría  de asesinos en serie con una larga historia: los envenenadores. Desde tiempo inmemorial, éstos han venido utilizando diversas sustancias para liquidar al prójimo. Lo novedoso de este homicida francés, al que se le describe como un parisino elegante, es que fue un pionero en el empleo de agentes biológicos. Todo un «asesino científico,» desde luego. Concretamente, Girard empleaba cultivos de bacterias patógenas que él mismo preparaba en casa.

El modus operandi era simple: convencía a la víctima para que se hiciera un seguro de vida, con el propio Girard como principal beneficiario. Luego, se las apañaba para administrarle los gérmenes, y tras el fallecimiento cobraba el dinero. Un asesino bastante prosaico: su móvil era económico.

También intentó matar a sus víctimas con setas venenosas. Según el citado libro de los Wasson, Girard decidió usar la mortífera Amanita phalloides, que mata a la gente destruyéndole el hígado (que se lo digan a los emperadores Claudio y Carlos IV…), y dio instrucciones a un viejo vagabundo para que fuera al bosque, recolectara las setas y se las trajera, que ya se ocuparía él de cocinarlas y servirlas. Lo gracioso del caso es que Girard pudo confundir esa especie con otra inofensiva muy parecida, Amanita citrina, con lo cual alguna de sus víctimas se salvó.

Am_phalloides1Am_citrina1Arriba, Amanita phalloides, la seta que ha enviado a más gente a la tumba. Abajo, la inofensiva Amanita citrina, que Girard pudo confundir con la anterior (por suerte para sus víctimas)

En cualquier caso, Girard no tuvo en cuenta un pequeño detalle: las compañías de seguros no eran tontas. Varias muertes similares, con el mismo beneficiario, resultaban sospechosas. Se puso en marcha una investigación, que condujo a su arresto en 1918. Se le pudo acusar de dos asesinatos, pero a saber cuántos perpetró y, sobre todo, cuántos intentó.

Girard no esperó a que la justicia francesa siguiera su curso. Se suicidó a lo grande, con estilo, tal como había vivido: bebiéndose un cultivo de gérmenes que había conseguido colar en la cárcel; probablemente, de fiebres tifoideas.

En fin, amigo internauta, Henri Girard no alcanzará las cotas de monstruosidad de Gilles de Rais, pero creemos que, como mínimo, merece ser recordado.

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