Los duendes y el principio de autoridad

Es probable, amigo lector, que alguna vez hayan perturbado el sosiego de tu hogar unas esquivas criaturas, los duendes. Desde tiempo inmemorial se han dedicado a incordiar a la gente, golpeando paredes y techos, haciendo ruidos diversos o arrojando piedrecillas. Antiguamente les gustaba jugar a los naipes, trenzar las crines de los caballos… Hoy es más habitual que abran y cierren puertas o trasteen con los interruptores de la luz. En el fondo, se trata de travesuras inofensivas. Es bien sabido que los duendes se llevan bien con los niños, quienes incluso llegan a verlos a veces. Son más habituales en las casas deshabitadas, pues el ruido y la actividad humana les molestan, e incluso pueden ahuyentarlos o acabar con ellos.

Si echamos un vistazo a la Wikipedia, comprobamos que hay muchas criaturas sobrenaturales en distintos países que cabrían dentro de la acepción de duende (poltergeist, leprechaun, goblin, trasgo, gnomo, domovói, elfo…). Algunos son más maliciosos que otros, rozando incluso lo siniestro. Aquí nos ceñiremos al típico duende de la tradición castellana, más molesto que otra cosa.

Muchos han intentado averiguar la naturaleza duendina, mayormente seguidores de las pseudociencias. Si abordamos el tema con un prudente escepticismo, es probable que los actos atribuidos a duendes tengan explicaciones naturales, sin necesidad de recurrir a entes fantásticos. No obstante, echaremos un vistazo a la obra de alguien que se tomó a los duendes muy en serio y escribió un libro sobre ellos. Aparte de lo curioso que resulta, también nos servirá para ilustrar las diferencias entre su forma de tratar el asunto y la actitud científica; sobre todo, en lo concerniente al principio de autoridad.

La obra en cuestión es El ente dilucidado, escrita por Fray Antonio de Fuentelapeña. La primera edición data de 1676 (y hubo una 2ª en 1677; supongo que se vendió…). Yo tengo el libro publicado en 1978 por la Editora Nacional (Madrid). Consta de 1836 párrafos numerados, que ocupan más de 700 páginas. Se ha respetado la ortografía del siglo XVII, con letras que ya no usamos, pero eso no dificulta demasiado su lectura.

El ente dilucidado es considerado una excentricidad dentro de la literatura de nuestro Siglo de Oro. De hecho, el antropólogo Julio Caro Baroja, en su Jardín de flores raras (1993), le dedica un par de páginas, tildándolo de extravagante. De acuerdo, el libro es raro de narices, y en muchas ocasiones provoca una hilaridad no buscada, pero Fray Antonio merece mi respeto. Escribir un texto de tales dimensiones supone un trabajo ímprobo; queda claro que el tema le apasionaba.

Claro, su método de razonar no es científico, sino filosófico. Aristotélico y escolástico, más bien. Fray Antonio da por sentada la existencia de los duendes (a los que también llama trasgos o fantasmas), que se dedican a realizar las travesuras que comentamos al principio. Así lo dictan innumerables testigos a lo largo de los siglos y, por supuesto, muchas Autoridades (sí, con mayúscula). Si ellas lo afirman, tiene que ser verdad: magister dixit. Y ahí está el problema.

En Epistemiología, el principio de autoridad obliga a aceptar cualquier afirmación o teoría que aparezca en los textos considerados ciertos, sin debate científico. Dichos textos no abarcan sólo a las Sagradas Escrituras, sino a muchas obras que nos legó la Antigüedad Clásica: las de Aristóteles, Hipócrates, etc.

El método científico huye como de la peste del principio de autoridad. De acuerdo, los científicos respetamos a nuestros colegas más eminentes, y sus afirmaciones son seriamente consideradas, pero deben basarse en la evidencia, someterse al escrutinio de la comunidad científica, ser refutables… Y si la evidencia o los experimentos están en contra de una teoría, por muy importante que sea la persona que la propone, será desechada o modificada.

En El ente dilucidado vemos lo que ocurre cuando se aplica el principio de autoridad a rajatabla, en vez del método científico. Ojo: eso no implica que Fray Antonio fuera un ignorante. Todo lo contrario; da la impresión de que había leído mucho y tenía bastante que decir. El problema era casar la realidad con lo que contaban las Autoridades. Si Aristóteles o Plinio afirmaban que los duendes existían, que había gente con cabeza de perro, que ciertos animales atacaban a los adúlteros o que las serpientes nacían de la médula espinal de los cadáveres, pues había que aceptarlo a pies juntillas. Lo divertido (sin pretenderlo el autor) llega cuando trata de explicar todo eso racionalmente.

Confieso que, como biólogo, he disfrutado con el libro de Fray Antonio. Mucho de lo que afirma tiene que ver con la Zoología y la Botánica o, mejor dicho, con lo que se opinaba en la Antigüedad sobre animales y plantas, la Fisiología, la gestación y mil cosas más relacionadas con la Historia Natural. Por desgracia, la lectura llega a hacerse pesada, e incluso irritante, más que nada por la manía de saltar de un tema a otro sin orden ni concierto, simplemente porque le interesa. Por momentos llega a recordar a esos estudiantes con déficit de atención, que se distraen con el vuelo de una mosca. En realidad, los párrafos que tratan estrictamente sobre los duendes no son tantos; de haberse ceñido al tema, el libro habría quedado muchísimo más corto.

Cuando le apetece hablar de algo, se pone a a ello aunque no venga a cuento. Así, llama la atención la cantidad de espacio que dedica a tratar las virtudes del número 7. O que el alma entra en el feto a los 40 días de la concepción en el caso del hombre, y 80 en la mujer (feministas sensibles, absténganse de leer textos antiguos)…

Pero basta de digresiones y volvamos a los duendes. Que existen no lo duda nadie, ya que así lo afirman incontables Autoridades. Además, en el mundo se encuentran cosas mucho más sorprendentes así que ¿por qué no nuestros duendes? Pero dando por sentado que existen, ¿qué son? Tras estudiarlo mucho, Fray Antonio llega a la conclusión de que son animales invisibles. De hecho, algunos animales invisibles existen, según afirman las Autoridades, ¿no?

Si los duendes viven y sienten, lo cual se deduce de su comportamiento, como mínimo tienen que ser animales. Además, son corpóreos (dan golpes, juegan a los naipes…), aunque de naturaleza tan sutil que resultan invisibles al ojo humano (salvo el infantil), igual que otros animales que cita (según las Autoridades).

Sigamos. Los duendes surgen por generación espontánea de los vapores corruptos de los sótanos de las casas, no mediante coito (y lo demuestra). Además, mueren, e indica cómo puede acabarse con ellos (básicamente, haciendo mucho ruido). Asimismo, Fray Antonio concluye que no son hombres, pues a juzgar por sus acciones no parecen demasiado espabilados. De hecho, hay animales más listos que ellos, como se prueba consultando a las Autoridades (y mezclando observaciones reales con otras absolutamente disparatadas). Tampoco son ángeles, pues estos no se dedican a tonterías como tirar piedras o trenzar las crines de los jamelgos. Tampoco son demonios, ya que los duendes no buscan la perdición de los hombres; simplemente son revoltosos. Y menos aún se trata de almas en pena, que las pobres están para otras cosas. Por tanto, son animales.

Aquí, Fray Antonio aprovecha para deleitarnos con sus habituales digresiones, apabullándonos con anécdotas sobre el comportamiento de los animales, e incluso afirma que estos poseen sombras de virtud. La combinación de casos reales con las puras citas fantásticas sobre animales inexistentes es encantadora.

Si los duendes son animales, tendrán que comer. Cómo no, se alimentan de los mismos vapores gruesos que los han generado. En cuanto a beber, puede que lo hagan a escondidas, o que no lo necesiten, o que los mismos vapores les proporcionen la humedad necesaria. Luego discute si duermen, excretan, tienen sangre o no, gozan de sentidos… Es curioso comprobar que Fray Antonio no acepta todo lo que afirman las Autoridades, e incluso llega a aplicar en algunos casos la navaja de Occam, pero eso ocurre en contadas ocasiones. El principio de autoridad campa a sus anchas en El ente dilucidado.

Sigamos. Después de preguntarse si los duendes mueren (por supuesto, ya que son animales), la capacidad de digresión de Fray Antonio alcanza proporciones épicas. Se pone a hablar de los sentidos animales, de las plantas e incluso de las aguas, de las formas intermedias entre animales y vegetales, si hay alimentos que prolongan la vida, si es peor el hambre que la sed, cómo es la digestión, cuáles son las causas de muerte, cómo una cítara excita a otra, si los cadáveres sangran a la vista de su asesino… Sigue brincando de un tema a otro sin orden ni concierto, mezclando datos correctos con disparates, pero ya se sabe: magister dixit.

Por fin, acercándonos al final, discute las causas de los duendes desde un punto de vista aristotélico (causa material, formal, eficiente y final). Y puestos ya, da una definición final de duende: animal invisible, o casi invisible, trasteador. Así lo distingue de los animales invisibles que no trastean, o de los que trastean y no son invisibles. 🙂

Si hemos sobrevivido hasta aquí, nos quedan los párrafos finales, en los que Fray Antonio se ocupa de resolver algunas dudas, mayormente sobre temas que nada tienen que ver con duendes. La parte en que considera al cuerpo del hombre como un microcosmos, y lo compara con el macrocosmos, es hilarante. Por cierto, como cualquier persona culta, sabía que la Tierra es redonda. Que tomen nota los terraplanistas…

Siguen páginas muy curiosas sobre la generación espontánea de duendes y otros bichos, e incluso si el cuerpo humano puede producir fuego. Y luego discute si los duendes pueden volar, ya que a veces parecen golpear el suelo e inmediatamente después el techo. Esta, para mí, es una de las partes más curiosas del libro, porque Fray Antonio demuestra ciertos conocimientos científicos, sobre todo en lo que respecta al principio de Arquímedes y los conceptos de peso y densidad. Por lo que aquí nos interesa, si nosotros podemos nadar en el agua, en la cual pesamos poco, algo similar les ocurre a los duendes en el aire. Podría decirse que pueden impulsarse y nadar en él, para poder así aporrear los techos.

Y por acabar con cuestiones físicas, Fray Antonio habla de la posibilidad de construir una ciudad submarina, aunque lo ve poco viable. Finalmente trata sobre el tema de si puede el hombre volar. Incluso propone la construcción de una máquina voladora que no tendría nada que envidiar a las de Da Vinci. Pero a diferencia de este, da muestra de buen juicio e indica que no funcionaría, si tenemos en cuenta la tecnología de la época. Las alas tendrían que ser desmesuradas para aguantar el peso humano, y por medios mecánicos, a fuerza de músculos, no se podría ejercer el empuje necesario para levantar el vuelo.

No seré yo quien se burle de El ente dilucidado. De acuerdo, en el fondo es un despropósito, pero nos permite viajar a otra época. Una época de gente erudita, como Fray Antonio, pero con un modo de pensar completamente ajeno a la Ciencia moderna, inadecuado para desentrañar los misterios de la naturaleza. Un mundo condenado a la extinción.

Recordemos que el libro apareció en 1676. Unos años antes, en 1668, Francesco Redi había publicado Esperienze intorno alla generazione degl’insetti, donde dio un golpe mortal a la teoría de la generación espontánea, demostrando que las moscas no surgían de la carne podrida, sino de los huevos de otras moscas. Las Autoridades estaban equivocadas. Poco después (1687), Isaac Newton publicaría sus Principia Mathematica, y nuestra visión del mundo cambiaría por completo y para siempre.

Fray Antonio vivía en un universo mental que agonizaba, pero aún no se había dado cuenta. En fin, nos quedaremos con su interés por los duendes. Yo creo que al final les tomó cariño. De hecho, parece que quiere reivindicarlos, acabar con su mala fama, e incluso piensa que en el fondo son buenos, porque cuidan de las casas. Puede ser. Yo agradecería que el que tengo en la mía deje de dar portazos, encender de vez en cuando la luz y hacer que el perro se quede mirando fijamente a lugares donde no hay nada. Y que pare de cambiar de sitio los libros en la biblioteca. Y eso de que el ruido fuerte acaba con ellos es mentira. El heavy metal no les afecta. Al mío le gusta Sabaton. 🙂

El santo y los astrólogos

Voy a contar una anécdota que me sucedió hace años. Desde niño me ha gustado observar el firmamento para reconocer constelaciones, identificar planetas… Antes de comprar un telescopio, es preferible iniciarse en la Astronomía con unos prismáticos 7×50 o 10×50. Así, un buen día fui a preguntar precios en tiendas de material óptico. En una de ellas, cuando le expliqué al dependiente qué tipo de prismáticos quería y lo que pretendía hacer con ellos, me dijo: «Ah, ¿le interesa a usted la Astrología. Yo, por cortesía, no lo corregí, aunque le dejé caer: «Sí, soy aficionado a la Astronomía». Acabé comprándolos en otro sitio (por el precio, no por el comentario). 🙂

Salvo que se indique otra cosa, las ilustraciones (libres de derechos) son de pixabay.com

Astronomía, Astrología… No es lo mismo. Cito de la Wikipedia:

La astronomía (del latín astronomĭa, y este del griego ἀστρονομία) es la ciencia que se ocupa del estudio de los cuerpos celestes del universo, incluidos los planetas y sus satélites, los cometas y meteoroides, las estrellas y la materia interestelar, los sistemas de materia oscura, gas y polvo llamados galaxias y los cúmulos de galaxias; por lo que estudia sus movimientos y los fenómenos ligados a ellos.

La astrología, en su acepción más amplia, es un conjunto de tradiciones y creencias que sostienen que es posible reconocer o construir un significado de los eventos celestes y de las constelaciones, basándose en la interpretación de su correlación con los sucesos terrenales; este paralelismo es usado como método de adivinación.

La diferencia salta a la vista. La Astronomía es una ciencia. Sus afirmaciones y teorías están sometidas al método científico, sobre el cual ya hemos hablado en otras entradas. En cambio, la Astrología es una pseudociencia que para adivinar el futuro recurre a los astros.

Mucha gente piensa que al inicio de la civilización, e incluso antes, Astrología y Astronomía eran la misma cosa (o, al menos, caminaban juntas), y que no se separaron hasta tiempos recientes. Es cierto que después de la revolución científica de Galileo, Kepler y Newton la Astronomía no ha dejado de progresar y asombrarnos. La Astrología, en cambio, siguió a lo suyo, haciendo horóscopos y tratando de leer el futuro. Sin embargo, desde la Antigüedad los sabios tuvieron claro que Astronomía y Astrología eran cosas bien distintas. La Astronomía era considerada algo útil y serio, mientras que la Astrología, a pesar de su popularidad, olía mal, por así decirlo.

Comprobémoslo, haciendo un poco de historia. Retrocedamos hasta la segunda mitad del siglo VI, en la España visigoda. Concretamente, en la ciudad de Cartagena (donde nací, dicho sea de paso, aunque bastantes siglos más tarde). 🙂

Allí residía el duque Severiano, cuyos hijos acabaron convirtiéndose en santos de las iglesias católica y ortodoxa: Leandro, Fulgencio, Florentina e Isidoro (los famosos cuatro santos cartageneros). A la familia le tocó vivir en tiempos convulsos, y tuvo que huir a Sevilla (Hispalis, en aquella época) por motivos políticos. Es conocida la tendencia de los visigodos a pelearse entre ellos y, por si faltaba algo, los bizantinos también andaban entrometiéndose, ocupando buena parte del sur peninsular. En el norte, cántabros, astures y vascones se dedicaban a incordiar, por no mencionar a los suevos en Galicia y norte de Portugal.

Isidor von SevillaSan Isidoro de Sevilla (fuente: es.wikipedia.org)

En aquella época turbulenta e insegura creció Isidoro (556-636), el menor de los hermanos. Unos afirman que nació en Cartagena, mientras que otros creen que vino al mundo una vez que su familia se instaló en Sevilla. Fue un hombre inteligente y estudioso, con una insaciable sed de conocimientos, que dominaba los idiomas griego y hebreo. Llegó a ser arzobispo de Sevilla, sucediendo a su hermano Leandro, y trabajó muy activamente en la conversión al catolicismo de los arrianos visigodos.

Como hemos comentado, le tocó vivir en tiempos difíciles. Él, como tantas personas cultas, tenía la sensación de asistir al derrumbe y pérdida del saber atesorado durante el añorado Imperio Romano. Las clases dominantes eran mayormente analfabetas y muy violentas, y los enemigos acechaban por doquier. Pero a diferencia de otros, Isidoro no se resignó a ver desaparecer lo que amaba, sino que consagró su vida al admirable propósito de conservarlo.

Etymologiae Vitr-14-3 f26vPágina de las Etimologías (Códice toledano; fuente: es.wikipedia.org)

Muchas son las obras que escribió durante su larga vida, y entre ellas abundan las enciclopedias. Ahí trató de recopilar todo el saber clásico, para que no se perdiera. Las más famosas son las Etimologías, que aparecieron en torno al año 630. Se trata de veinte libros en los que se ocupa de todo lo divino y lo humano, desde las jerarquías angélicas hasta los tipos de barcos. Su lectura resulta algo árida, pues las enciclopedias no se caracterizan precisamente por su brillantez literaria. No obstante, en las Etimologías hay un auténtico tesoro de información. No nos podemos hacer idea cabal de la importancia que supusieron en su momento y en los siglos posteriores. Se trataba de la obra de referencia para cualquier estudioso, un faro en la oscuridad.

Como biólogo, las Etimologías me interesaban por lo que enseñan sobre el conocimiento que en la Antigüedad tenían sobre animales y plantas. Y puestos ya, decidí leerme la obra entera. En concreto, he usado la edición bilingüe de las Etimologías en español y latín publicada en 2004 por la Biblioteca de Autores Cristianos. Todas las citas que se incluyen a continuación proceden de ella.

Puede que en el futuro redacte alguna entrada sobre los aspectos zoológicos y botánicos de las Etimologías. En la presente, en cambio, me ocuparé de las estrellas, pues Isidoro dedica bastantes páginas a hablarnos sobre ellas, los astrólogos y los astrónomos. Y para él, no son lo mismo. Ni de lejos. Consideremos sus palabras que, gracias a la magia de la escritura, nos llegan nítidas a través de un abismo de casi mil cuatrocientos años.

«Acerca de la astronomía» aparece en el libro III a partir del capítulo 24, donde encontramos esta definición:

«Astronomía» significa «ley de los astros», y estudia, hasta donde le es dado a la razón, el curso de los astros y las figuras y relaciones que las estrellas mantienen entre sí y con la tierra.

Aunque lo que le interesa es la Astronomía, Isidoro también dedica unas palabras a la Astrología. Así, en el cap. 25 tenemos:

Los primeros que abordaron el estudio de la astronomía fueron los egipcios. Por su parte, los iniciadores de la astrología o del influjo de los astros en los hombres fueron los caldeos. El historiador Josefo asegura que Abrahán fue quien transmitió la astrología a los egipcios. Los griegos afirman que el iniciador de la astrología fue Atlante, y por ello se dice que estuvo sosteniendo el cielo. Pero quienquiera que fuera el inventor, lo cierto es que el hombre, empujado por su afán investigador y por el movimiento del cielo manifestado en los cambios temporales, en el curso inalterable y definido de los astros y en la duración fija de sus intervalos, comenzó a establecer ciertas medidas y números, y al ordenarlas mediante análisis y distinciones, descubrió la astrología.

En el cap. 26 habla de los maestros de la Astronomía y destaca a Ptolomeo, rey de Alejandría, que estableció las leyes por las que es posible determinar el curso de los astros. A continuación, en el cap. 27 nos habla de la diferencia entre Astronomía y Astrología:

En algo se diferencian la astronomía y la astrología. El contenido de la astronomía es el movimiento circular del cielo; el orto, la puesta y el movimiento de los astros; así como la razón de los nombres que éstos tienen. La astrología es, en parte, natural y, en parte, supersticiosa. Es natural en cuanto que sigue el curso del sol y de la luna, y la posición que, en épocas determinadas, presentan las estrellas. Pero es supersticiosa desde el momento en que los astrólogos tratan de encontrar augurios en las estrellas y descubrir qué es lo que los doce signos del zodíaco disponen para el alma o para los miembros del cuerpo, o cuando se afanan en predecir, por el curso de los astros, cómo va a ser el nacimiento y el carácter del hombre.

En los capítulos siguientes Isidoro trata sobre teoría astronómica, la esfera celeste, sus partes, los nombres de estrellas y planetas, el zodiaco, etc. Todo ello muy interesante, pero se escapa del propósito de esta entrada.

Según los sabios antiguos, los astrónomos se ocupaban de identificar los astros y estudiar sus movimientos. Esto era muy importante para unas sociedades que dependían de la Agricultura, pues había que determinar con precisión el momento de la siembra, la cosecha… Los astrólogos, aunque también estudiaban el sol y su posición entre las estrellas, lo hacían para buscar augurios. O sea, para actuar como adivinos. Isidoro lo deja aún más claro en el último capítulo del libro III. En 71, 37:

Pero sean cuales fueren las supersticiones que sobre ellas han forjado los hombres, lo cierto es que son cuerpos celestes que Dios creó en el principio del mundo y los organizó para que, teniendo en cuenta los ciclos establecidos, se pudieran determinar los tiempos.

Nótese la mentalidad antigua. El mundo había sido creado para que lo habitáramos; por tanto, la Naturaleza estaba a nuestro servicio. En concreto, los astros fueron puestos ahí para que aprendiéramos a medir el tiempo. O para admirar su belleza y dar gracias a Dios por crear algo tan magnífico. Y punto. El problema era que los astrólogos se pasaron de frenada, por así decirlo, y pretendían extraer del estudio del cielo algo inadecuado. Veamos lo que dice en 71, 38-39:

La observación de estos signos, la confección de horóscopos y otras supersticiones que están vinculadas al conocimiento de los astros (es decir, a la predicción de los hados), son, sin ningún género de dudas, contrarios a nuestra fe, y de tal manera han de ignorarlas los cristianos, que no deben aparecer ni escritas. Hubo quienes, atraídos por la belleza y el esplendor de los astros, cayeron ciegos de inteligencia en una falsa apreciación de las estrellas, hasta el punto de que intentaron poder predecir los acontecimientos futuros por medio de falsos cálculos, que reciben el nombre de astrología. Estas creencias no las condenaron solamente los doctores de la religión cristiana, sino también, entre los gentiles, Platón, Aristóteles y otros muchos, quienes, coincidiendo en su opinión, se vieron empujados por la verdad, llegando a afirmar que de tales creencias no puede emanar más que el confusionismo.

Más claro, imposible. El cielo es tan majestuoso, tan bello, y parece funcionar como una máquina perfecta, que los astrólogos pensaron que podía servir para adivinar el futuro. En cambio Isidoro, un sabio prudente, nos dice que si bien los astros nos permiten medir el tiempo, atribuirles otros poderes es una presunción infundada. Están para lo que están, y listo. Lo demás es ilusión, fantasía. Y, como muy bien indica, esta censura hacia la Astrología no es sólo cosa de cristianos. Los sabios gentiles pensaban lo mismo.

Pero hay algo más, de vital importancia, que provoca el rechazo de Isidoro hacia los astrólogos. En 71, 40:

Pues, si el género humano estuviera, por necesidad de su nacimiento, orientado obligatoriamente hacia determinadas acciones, ¿por qué los buenos van a ser merecedores de alabanza y los malos han de sufrir el castigo de las leyes? Aunque no estuvieron iluminados por la verdadera sabiduría, en favor de la verdad se sintieron obligados a combatir aquellos errores.

En efecto, los supuestos de la Astrología se oponen al libre albedrío humano. Los sabios, tanto cristianos como gentiles, creían que somos responsables de nuestros actos. Si metemos la pata o somos unos zoquetes, no culpemos a la posición de los planetas el día de nuestro nacimiento. Somos libres a la hora de tomar nuestras decisiones. Para un cristiano como Isidoro, somos nosotros quienes elegimos el camino al Cielo o al Infierno. Si nuestro destino está escrito en los astros o influenciado por ellos, ¿qué sentido tendría premiar a los buenos y castigar a los malos?

Por si quedaba alguna duda de lo que pensaba Isidoro, en el cap. 9 del libro VIII trata «Sobre los magos», a los que no tiene en muy buena consideración, precisamente. Describe los distintos tipos, y entre ellos figuran los astrólogos (9, 22), que hacen sus augurios fijándose en los astros. También define los horóscopos (9, 27), a los que:

se les dio este nombre porque examinan las horas en que tuvo lugar el nacimiento de las personas para descubrir su dispar y diverso destino.

En fin… Pese a las admoniciones de Isidoro, y en contra de toda evidencia, la Astrología siguió siendo popular. Hasta el mismo Kepler tuvo que ganarse la vida escribiendo horóscopos. Pero que algo sea popular no implica necesariamente que sea correcto. En la siguiente entrada explicaremos por qué los científicos no nos tomamos en serio pseudociencias como la Astrología. Mejor dicho, por qué no podemos tomarlas en serio.

Pirámides (y IV)

¿De dónde surge la creencia de que las antiguas culturas de la Edad del Bronce necesitaron ayuda exterior para construir las pirámides?

Empecemos por los extraterrestres. Muchos de los que fuimos adolescentes en la década de 1970 caímos subyugados por los libros de Erich von Däniken. Este prolífico autor suizo vendió millones de ejemplares que popularizaron su teoría de los dioses astronautas. Extraterrestres poseedores de una avanzadísima tecnología fueron los responsables de construir ciertos artefactos o erigir determinados monumentos que la gente de la Antigüedad, pobrecilla, no era capaz de llevar a cabo dado su primitivismo cultural. Las grandes pirámides, por ejemplo. Éstas, junto a las líneas de Nazca, el astronauta de Palenque y similares, indicaban una intervención alienígena. Sin la ayuda de los dioses astronautas, ¿cómo habrían podido ver la luz tales maravillas?

stargate

Las teorías de von Däniken tuvieron un eco tremendo. Hoy son consideradas un claro ejemplo de pseudociencia, y sus afirmaciones han sido refutadas. Sin embargo, fueron tomadas a pies juntillas por mucha gente (un servidor de ustedes incluido, lo confieso), e incluso influyeron en películas de ciencia ficción como Stargate o Prometheus.

No nos extenderemos aquí sobre el tema de los dioses astronautas en la ciencia ficción. Al respecto, es recomendable leer este excelente artículo de Mario Moreno Cortina. En realidad, los dioses astronautas son la versión moderna de una corriente de pensamiento anterior, muy extendida. Nos referimos a la que defiende la existencia de la Atlántida u otras civilizaciones perdidas que medraron hace muchos miles de años. Desaparecieron por culpa de cataclismos varios, pero hubo supervivientes que preservaron sus conocimientos y fueron los responsables de guiar a nuestros atrasados antepasados por la senda del progreso. Y les enseñaron a construir pirámides, cómo no.

Helena Petrovna BlavatskyHelena Petrovna Blavatsky (fuente: es.wikipedia.org)

La principal difusora de esta idea fue Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), una peculiar figura muy famosa en su época, y hoy bastante olvidada. Como no me parecía correcto hablar de su obra sólo de oídas, busqué por Internet su libro más representativo, La doctrina secreta, que a estas alturas está libre de derechos de autor. Di con una edición en español, de traducción manifiestamente mejorable, y me la leí. Entera.

2783 páginas. Se dice pronto. En fin, la lectura de La doctrina secreta ha sido la responsable en buena parte de que la presente entrada haya tardado algo más de lo previsto. Al menos, proporciona material suficiente para futuras aportaciones al blog . Además de interesantes cuestiones científicas y pseudocientíficas, su influencia en la literatura fantástica ha sido grande.

emb_logoEmblema de la Sociedad Teosófica, cofundada por H. P. Blavatsky (fuente: en.wikipedia.org)

Disculpen la digresión. Blavatsky recogió una serie de ideas que ya circulaban entre los círculos académicos decimonónicos, las mezcló con invenciones de su propia cosecha y las aderezó con las partes que no le repugnaban del darwinismo. El resultado fue La doctrina secreta. Sin entrar en detalles (eso lo dejaremos para el futuro), Blavatsky proponía una peculiarísima evolución del ser humano, cíclica y basada en el número 7. Había 7 «razas-raíz», con las correspondientes subrazas y variantes. Cada una de ellas era  más corpórea y menos espiritual que la precedente, y solía ser borrada de la faz de la Tierra por un cataclismo. Aunque no del todo.

Centrémonos en el tema que nos ocupa. Para Blavatsky, las actuales razas humanas eran fruto de creaciones separadas. Por ejemplo, la tercera raza-raíz habitaba el antiguo continente de Lemuria, y algunas de sus subrazas acabaron apareándose con animales. En fin, cosas que pasan. 🙂 Según Blavatsky, sus últimos representantes degenerados eran los aborígenes australianos.

La cuarta raza-raíz ocupó la Atlántida, y alcanzó grandes cotas de civilización. Bueno, algunas de sus subrazas perseveraron en el bestialismo, y dieron lugar a los grandes simios (sí, para Blavatski los simios descendían del hombre, y no al revés). Otras subrazas se comportaron de forma más normal, pero al final también acabaron echándose a perder (y la Atlántida fue tragada por el mar, como es sabido). Sin embargo, algunos atlantes sobrevivieron y pasaron sus conocimientos a los nuevos representantes de la quinta raza-raíz. Sobre todo a los arios, los descendientes de las razas más espirituales, que habían surgido en el Tíbet o cerca de él, así como a otros pueblos. Y sí, esos conocimientos fueron los responsables de construir la Gran Pirámide.

Estas teorías nos pueden parecer pintorescas, estrafalarias, divertidas incluso, pero ejercieron una considerable influencia a finales del siglo XIX y principios del XX. Blavatsky las mezclaba con fragmentos de ciencia recogidos de aquí y allá, lo que les otorgaba una pátina de apariencia científica, de respetabilidad. Muchos las creyeron, aunque si las lees con un mínimo de cultura científica, te rechinan los dientes.

cruzada_himmler

Y no eran inocentes, pues las teorías de Blavatsky fueron empleadas para justificar el racismo. Recomendamos la lectura del libro La cruzada de Himmler, de Christopher Hale; sobre todo, el capítulo introductorio, que nos sitúa en aquella época y nos pone delante de un tema que no podemos soslayar: el eurocentrismo. O dejémonos de rodeos: el racismo, a secas.

El hecho de que pueblos considerados primitivos y atrasados fueran capaces de edificar monumentos tan admirables como las pirámides resultaba irritante, por decirlo suavemente. Tenían que haber sido otros, como los sabios arios, herederos del conocimiento de la Atlántida. No unos africanos como los egipcios, descendientes de otras subrazas. O como los nativos americanos, que a saber de dónde venían. Las razas «inferiores» no podían mostrar tanta destreza.

Lo de los dioses astronautas es sólo la versión con maquillaje moderno de las teorías de Blavatsky. La idea que subyace es la misma: nuestros antepasados eran primitivos o inferiores, e incapaces de llevar a cabo magnas obras de ingeniería. Necesitaron ayuda de «seres superiores», tecnológica o espiritualmente hablando. Estas líneas de pensamiento son los rescoldos de una época en que los europeos miraban por encima del hombro a otras culturas.

No estamos de acuerdo con ellas. Aplicando, como dijimos en otras entradas, el principio de parsimonia (o sea, la navaja de Occam), nos quedamos con la hipótesis más simple. En la Edad del Bronce había personas tan listas y espabiladas como ahora, tanto en Eurasia como en África o en América. Más aún, al iniciarse la civilización y empezar a elaborar grandes obras de irrigación, estaban acostumbradas a coordinar la acción de cientos y miles de hombres en un proyecto común. Y aprendían de los errores. Para construir la Gran Pirámide pasaron por más de un siglo de edificar pirámides, cada vez más complejas. Independientemente, los nativos americanos también sabían apilar piedras, y utilizaban los edificios más sencillos como base para construir otros más amplios sobre ellos, como muñecas rusas.

Somos el producto de milenios de civilización, de guerras, de logros y fracasos de los que la Humanidad es la única responsable. Honremos la memoria de nuestros antepasados, que no necesitaron de ayuda alienígena para sus logros. O para complicarse la vida.

Pirámides (III)

Hay quienes se admiran de que los pueblos antiguos empezaran a construir pirámides de repente. Eso apoyaría la hipótesis de que fueron inspirados (o supervisados) por una civilización anterior, alienígena, atlante o a saber. Pero ¿en verdad fue tan repentina la aparición de las grandes pirámides?

Centrémonos en Egipto, el caso mejor documentado. Efectivamente, las grandes pirámides se erigieron en el Imperio Antiguo, con las primeras dinastías. Sin embargo, no brotaron de la nada; son el resultado de la evolución de los monumentos funerarios. Dadas las circunstancias, lo raro habría sido que los egipcios no acabaran construyéndolas.

En el Egipto Predinástico, así como durante el periodo Arcaico (dinastías I y II, 3150 – 2680 a. C.), los faraones se enterraban en tumbas modestas. Un ejemplo es la de Narmer (Menes), fundador de la I dinastía. Se cavaba una fosa en el suelo, se recubrían las paredes con ladrillos y por encima se disponían sencillas estructuras de adobe y madera que, dada su fragilidad, no han perdurado:

narmerFuente: es.wikipedia.org

Poco a poco, estas estructuras fueron haciéndose más complejas y pasaron a construirse en piedra, capaz de resistir el paso del tiempo sin desmoronarse. Se trataba de las mastabas, unos edificios planos, no muy altos, pero que podían alcanzar respetables dimensiones:

mastabaFuente: es.wikipedia.org

Con la III dinastía se inicia el Imperio Antiguo de Egipto. Su faraón más notable, Zoser (Dyeser), encargó al sabio Imhotep la edificación de un complejo funerario que diera prestigio al país y a su soberano. La solución de Imhotep fue sencilla pero brillante: ¿y si encima de una gran mastaba ponía otra más pequeña? ¿Y encima de ésta otra más pequeñita? Y así hasta seis. El proyecto fue revisado varias veces, y el resultado acabó siendo espectacular, como una escalera que trepara hasta el cielo. Había nacido la pirámide escalonada de Saqqara (2650 a. C.):

 SaqqaraperiFuente: es.wikipedia.org

La base de la pirámide no es cuadrada, sino rectangular (140 x 118 m), y mide unos 60 m de altura. Imponente, sin duda, pero no deja de ser un apilamiento de bloques no demasiado grandes de piedra caliza unidos con argamasa. Igual que en las mastabas tradicionales, bajo la pirámide se cavaron pozos para colocar los sarcófagos.

El complejo funerario de Saqqara sirvió para que los egipcios fueran aprendiendo a manejar bloques de piedra cada vez mayores. Y así llegamos a un notable faraón, el fundador de la IV Dinastía, Seneferu (2614 – 2579 a. C.), cuyo reinado supuso un paso más en la evolución de la forma de construir tumbas monumentales. No sólo se conformó con una pirámide, sino que mandó erigir tres, cada una un avance respecto a la anterior.

La más antigua fue la de Meidum. Puede que se empezara a construir por orden del último faraón de la III Dinastía, Huny, aunque fue su hijo Seneferu quien la terminó. En principio era una pirámide escalonada como la de Imhotep, aunque de mayor tamaño, con 8 gradas y una novedad: la cámara funeraria estaba dentro de la pirámide, no en un pozo.

Y entonces a alguien se le ocurrió una idea brillante: ¿Qué tal si recubrían la pirámide para que las caras quedaran lisas? Quedaría mucho más elegante… Así, erigieron un edificio de 147 m de lado y 93,5 m de altura que ya sí parecía una pirámide, aunque no lo era del todo. El revestimiento acabó por deslizarse, dejando expuesta la estructura escalonada interior. Hoy está en ruinas, pero podemos hacernos una idea de lo que fue:

 02 meidum pyramidFuente: es.wikipedia.org

Seneferu no se conformó con una sola pirámide, defectuosa por añadidura. Sus arquitectos decidieron probar a construir una con las caras lisas, en vez de «disfrazar» una escalonada. Eso sí, no acertaron a la primera. La empezaron con una inclinación de 58º, pero era demasiado empinada y amenazaba con derrumbarse. Por eso, corrigieron sobre la marcha y disminuyeron la pendiente en la parte superior (43º). El resultado fue la pintoresca Pirámide Acodada:

acodadaFuente: es.wikipedia.org

Medía unos 188 m de lado por 105 m de altura y, para qué negarlo, quedó un tanto rara. Seneferu tampoco se mostró satisfecho y ordenó erigir otra pirámide. Con la lección aprendida, los arquitectos mantuvieron la pendiente menos inclinada (43º), y esta vez les salió bien:

rojaFuente: es.wikipedia.org

Es la Pirámide Roja. Medía unos 220 m de lado por 105 m de altura, de caras lisas, y ya con todo el aspecto de una pirámide clásica. Fue terminada el año 2582 a. C., casi 80 años después de la primera pirámide escalonada. Los egipcios habían aprendido mucho en esas décadas, y ya podían enfrentarse a grandes desafíos.

El hijo de Seneferu, Keops (Jufu) disfrutó de un largo reinado. Al igual que su padre, decidió erigir una pirámide, aunque de mayores dimensiones. En concreto, unos 230 m de lado, 146,6 m de altura y algo más empinada:

 Kheops-PyramidFuente: es.wikipedia.org

Es la famosísima Gran Pirámide. Sí, esa que dicen que necesitó ayuda atlante o alienígena para edificarse, pero que en realidad es el resultado de la evolución en las técnicas constructivas egipcias durante todo un siglo en que los faraones del Imperio Antiguo trataban de consolidar su prestigio.

La Gran Pirámide no surgió de la nada. En realidad es como la Pirámide Roja, sólo que algo mayor y con piedras más pesadas. Y la Pirámide Roja es el resultado de lo aprendido durante la construcción de la Pirámide Acodada. La cual es un intento de evitar los errores cometidos con la pirámide de Meidum, que a su vez es una pirámide escalonada disfrazada. Y las pirámides escalonadas son apilamientos de mastabas. Lo que estamos viendo es el resultado de un siglo de evolución. Un siglo de ensayo y error, de aprendizaje, de logros, obra de los egipcios, sin necesidad de ayuda exterior.

Los hijos de Keops siguieron erigiendo grandes pirámides, como la de Dyedefra (hoy en ruinas, pues fue demolida por los romanos) y la de Kefrén. A partir de ahí la fiebre por construir pirámides gigantes fue declinando. Hubo periodos oscuros, renacimientos, y una mayor gloria durante el Imperio Nuevo, pero los faraones prefirieron ser enterrados en hipogeos en el Valle de los Reyes. Las pirámides habían pasado de moda.

Recapitulemos. Si los egipcios pudieron construir las pirámides con la tecnología existente en la época, ¿por qué esa manía de muchos «piramidólogos» de recurrir a alienígenas o a civilizaciones perdidas? Lo consideraremos en la próxima entrada, con la que concluiremos esta serie.

Pirámides (II)

¿Cómo es posible que las antiguas civilizaciones erigieran monumentos similares en lugares tan distantes como América y Egipto? Alguien con inteligencia y medios superiores se dedicó a difundir la idea por el mundo, dirán los «piramidólogos». Sin embargo, existe otra posibilidad: el origen independiente. Consideremos las posibles objeciones de los «piramidólogos».

alien_egiptoFuente: www.hopechannel.com

¿Cómo se explica que esos pueblos antiguos sintieran la necesidad repentina de edificar monumentos enormes?

Las clases dirigentes de aquellos primeros reinos e imperios necesitaban consolidar su poder, y un gran monumento otorgaba prestigio. Cuanto mayor, mejor; lo mismo daba que fuera en América o en Eurasia. Los visitantes extranjeros quedaban impresionados por semejante muestra de poderío, y quizá se lo pensaran dos veces antes de atacar a una civilización capaz de crear tales maravillas. Incluso podrían sentirse tentados a unirse a ella. Por otro lado, los grandes monumentos fomentaban el orgullo nacional y contribuían a cohesionar la sociedad, logrando que la gente trabajara en un proyecto común.

De acuerdo, la presencia de grandes edificaciones es justificable, pero ¿por qué precisamente les dio a todos por las pirámides y no por otra cosa? Qué «casualidad»…

Recapitulemos. Esas sociedades se hallaban en los albores de la Edad del Bronce. Hasta entonces, la arquitectura se basaba en edificios de adobe o ladrillo. Se empezaba a usar la piedra, incluso en bloques muy grandes, pero poco más. Con ese nivel tecnológico, el método empleado para levantar un edificio colosal consistía en apilar piedra sobre piedra.

Pues bien, si tienes que apilar piedras para construir un monumento muy grande, éste deberá ser más ancho por la base que por arriba. Así es más difícil que se desplome por su propio peso. Hemos elaborado este detallado dibujo para explicarlo: 🙂

apilado

Algo grande, ancho por la base, estrecho por el ápice…  Y si tiene los lados planos, pues más cómodo será a la hora de enlucirlo o decorarlo con frisos, pongamos por caso. En suma, tendremos una pirámide o algo que se le parecerá mucho. Da igual que sea en Egipto, Guatemala o China: si con ese nivel tecnológico quieres construir algo monumental y que no se te caiga encima, acabarás por erigir una pirámide.

En realidad nos hemos limitado a aplicar el principio de parsimonia, tan querido por la ciencia: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. No es necesario recurrir a maestros alienígenos, la Atlántida o el inconsciente colectivo, si algo tan obvio como la forma más sensata de apilar bloques nos da una respuesta satisfactoria.

Esto… El principio de parsimonia no siempre acierta. Me sigue pareciendo difícil de creer que el parecido entre pirámides edificadas en continentes distintos se deba a un origen independiente…

Recordemos la entrada anterior. ¿Cómo distinguir una homología (el parecido se debe a un origen común) de una analogía (origen independiente)? La Biología podría darnos pistas.

Para averiguar si el parecido entre dos cosas se debe a una homología, fijémonos en cómo están «construidas». ¿Siguen el mismo patrón? Sería una prueba de homología. ¿Un ejemplo? Nuestro brazo y el ala de un murciélago son homólogas, herencia de un antepasado común, y la pista nos la proporciona el interior, el esqueleto: los huesos implicados en la «construcción» de ambas extremidades son los mismos:

alas_homolFuente: adaptado de hcosmico.blogspot.com.es

En cambio, si el parecido se debe a una analogía, esa similitud no suele reflejarse en la «forma de construir». Comparemos las alas de un murciélago y una libélula. Aunque se parezcan y sirvan para lo mismo (volar con agilidad), están «construidas» de forma muy distinta. Las del murciélago son de piel, sostenidas por el esqueleto de unos dedos que más parecen las varillas de un paraguas. En el caso de la libélula, las alas pudieron originarse a partir de branquias modificadas o de expansiones del exoesqueleto:


aparato-alar-de-los-insectosFuente: lacienciaysusdemonios.com

Comparemos lo que ocurre en la naturaleza con el caso de las pirámides. En las distintas civilizaciones, el aspecto de estas construcciones es similar. Con aquella tecnología antigua, no hay otra alternativa si quieres que un edificio grande no se desplome:

tipos-de-piramidesFuente: reydekish.com

La forma externa puede ser parecida, pero la manera de edificarlas varía considerablemente. Cada pueblo se enfrentó al mismo problema, pero lo solucionó a su manera, adaptándose a las condiciones locales y haciendo gala de gran ingenio.

Las pirámides egipcias tenían un propósito funerario, y estaban formadas por grandes bloques de piedra. En cambio, las pirámides americanas solían funcionar como plataformas con un templo en la cima (aunque algunas también podían contener tumbas). La forma de construir las pirámides americanas era muy variada, según la cultura que examinemos. A veces se trataba de gradas superpuestas. En algunos casos se creaba un núcleo a base de amontonar grava compactada, que luego se recubría con piedras (no tan grandes como en Egipto). En otras ocasiones, un edificio antiguo relativamente pequeño era «actualizado», usándolo como base para construir otro mayor, y sobre éste otro mayor, como si fueran capas de una cebolla, hasta acabar obteniendo una pirámide gigantesca.

En resumen, un mismo  problema fue solucionado de modos muy diversos. Eso parece indicar que las pirámides de las distintas civilizaciones son análogas, no homólogas. Si tuviéramos que apostar, lo haríamos por una génesis independiente.

Pero… es que empezaron a construir pirámides gigantescas de repente, sin tradición previa. Eso sólo se explica si alguien les animó a hacerlo y les enseñó, ¿verdad?

¿Sin tradición previa? ¿Seguro? Lo discutiremos en la siguiente entrada.

Pirámides (I)

Como es sabido, algunos pueblos de la Antigüedad construyeron enormes pirámides que hoy siguen despertando nuestra admiración. Sus artífices vivieron en los albores de la civilización, en lugares tan distantes como Egipto y Mesoamérica.

Centrémonos en los egipcios y los mayas. Monumentos similares en distintos continentes, sociedades con un nivel tecnológico de la Edad del Bronce… Por eso, hay quienes piensan que sus pirámides forzosamente deben tener un origen común. Alguien enseñó a esos pueblos «primitivos» a edificar tan imponentes edificios de piedra. Los candidatos son diversos: extraterrestres, civilizaciones perdidas como la Atlántida… Otros opinan que fueron los propios egipcios, poseedores de una tecnología hoy perdida, quienes viajaron hasta América para enseñar a los mayas. Son teorías atractivas, y muchos libros pseudocientíficos se han publicado al respeto. Por supuesto, más de un autor de ciencia ficción las ha recogido como argumento para sus novelas (o películas, o series de TV).

giza_alienFuente: www.ancient-code.com

Como el internauta curioso podrá comprobar, proliferan los sitios donde se «demuestra» que es imposible que nuestros antepasados pudieran construir unas pirámides tan enormes. Más aún: si civilizaciones tan separadas constuyeron edificios similares, debe deberse a un origen común, ¿no? ¿O hay otra alternativa?

Bien, vayamos por partes. Ocupémonos primero del problema del origen común. Puede ser interesante considerarlo desde el punto de vista de un biólogo. 🙂

Al igual que egipcios y mayas tienen en común las pirámides, en la naturaleza vemos que hay muchos seres vivos que comparten caracteres similares. Por ejemplo, el esqueleto de nuestros brazos y piernas es similar al de aves, anfibios o reptiles: un hueso que las conecta al cuerpo, a continuación dos huesos y al final un montón de huesecillos que forman las manos o los pies. Véase:

Homology vertebrates-esFuente: es.wikipedia.org

Como nos indica el registro fósil, estas similitudes se deben a que han sido heredadas de un antepasado común. En este caso, hablamos de homologías. Así, nuestras piernas y las patas de una salamandra son homólogas, pues ambas proceden de un antiguo ancestro: un vertebrado tetrápodo.

Estupendo, dirán los piramidólogos: eso apoyaría la idea de que las pirámides egipcias y mayas son homólogas, con un origen común (atlante o extraterrestre, a elegir). ¿Verdad?

No necesariamente. Existe otra posibilidad.

En la Naturaleza, los parecidos no siempre se deben a la herencia común. En tal caso no hablamos de homologías, sino de analogías. Los caracteres similares pueden adquirirse de forma independiente; por ejemplo, debido a que el medio ambiente somete a animales, plantas y demás seres a presiones selectivas parecidas.

Veamos un ejemplo. Hay muchos animales voladores, capaces de desplazarse por el aire gracias a sus alas. Por lo que sabemos, éstas surgieron de forma independiente al menos cuatro veces a lo largo de la Historia de la Vida: en los insectos, pterodáctilos, aves y murciélagos. Sí, en esos cuatro casos encontramos alas, pero no han sido heredadas de un antepasado común. En cada uno de esos grupos zoológicos la evolución propició, a su manera, la habilidad de volar. Sus alas son análogas, no homólogas.

Baste otro ejemplo, esta vez vegetal. Las cactáceas (o sea, los cactus) son plantas magníficamente adaptadas a la sequía:

cactus

No obstante, hubo plantas de familias diferentes, no emparentadas estrechamente con los cactus, que se enfrentaron a similares condiciones ambientales (calor, escasez de agua…). La selección natural hizo que, de forma independiente, adoptaran un aspecto parecido al de los cactus. Por ejemplo, algunas euforbiáceas:

euforbia

O algunas asclepiadoideas:

asclepia

Parecen cactus pero, insistamos, no lo son. No heredaron los tallos carnosos y las espinas de un antepasado común. En cada familia botánica los obtuvieron por su cuenta.

En resumen, los parecidos no implican obligatoriamente un origen común. Entonces, ¿son las pirámides egipcias y mayas homólogas o análogas? En la próxima entrada lo discutiremos.

Primer contacto (y VI)

En las entradas previas hemos comentado las posibles causas del triunfo de los europeos durante la Conquista de América. Nos hemos basado en el libro Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond (por cierto, National Geographic hizo una serie de tres documentales sobre esta obra; puede hallarse en YouTube). Básicamente, la disponibilidad de cultivos agrícolas generadores de gran cantidad de excedentes, más la abundancia de grandes herbívoros fácilmente domesticables, dio un tremendo impulso a la civilización en Eurasia. Y ello no se debió a una supuesta superioridad racial; sencillamente, fue cuestión de suerte. El entorno proveyó de más y mejores recursos.

Y por si faltaba algo, los nativos americanos tuvieron que enfrentarse a otro escollo en la carrera hacia una sociedad tecnológica: la geografía. Concretamente, la forma de los continentes.

MapaMudo1

Observemos el mapa del Viejo Mundo. El principal eje de comunicaciones va, grosso modo, de este a oeste. Eso quiere decir que si algo o alguien viaja a lo largo de él, podrá encontrar regiones de clima parecido. Y no sólo eso: también será similar el fotoperiodo, es decir, la variación de la duración del día y la noche a lo largo del año. En el ecuador y zonas tropicales no suele haber diferencias estacionales. En cambio, mientras más nos acerquemos a los polos, más largos serán los días en verano y más cortos en invierno. Esto último es esencial para las plantas, que suelen sincronizar sus ciclos vitales con las horas de luz y oscuridad. Si nos movemos en una misma banda de latitud, el fotoperiodo será similar.

Así, cuando los recursos naturales del Creciente Fértil se agotaron por culpa de la sobreexplotación y los cambios climáticos, los agricultores (y ganaderos) pudieron llevarse sus plantas (y animales) bien hacia Europa, al oeste, o bien hacia Persia y la India, al este. No tuvieron problemas a la hora de adaptarse a entornos, climas y fotoperiodos similares. Así, al cabo de los siglos, fue posible que plantas originarias de India y China, como los naranjos y los limoneros, crecieran sin problemas a orillas del Mediterráneo.

Más importante aún: no sólo las personas, las plantas y los animales domésticos viajaron de Oriente a Occidente. También lo hicieron las ideas. ¿Una sociedad inventaba el alfabeto? Pues otras captaban la idea y la adoptaban. ¿Otra forjaba armas y herramientas de hierro? Las vecinas la copiaban. Y las vecinas de las vecinas. ¿Un general espabilado hacía la guerra de modo más eficaz? Ojos atentos tomaban nota. Y así, si una sociedad avanzada colapsaba, sus avances no se perdían necesariamente, pues otros los habían asimilado. Sobre todo, si disponían de algo tan poderoso como la escritura, que permitía transmitir el saber a mucha mayor distancia que la comunicación oral. En el siglo II había imperios y reinos civilizados desde las costas atlánticas hasta orillas del Pacífico. E incluso en los siglos más oscuros, el saber se preservaba en algún sitio.

MapaMudo2

En cambio, fijémonos en el mapa de las Américas. El eje principal de comunicación va, más o menos, de norte a sur. Para ir de Norteamérica a Sudamérica hay que atravesar zonas con climas y fotoperiodos muy distintos. Un cultivo adaptado a las diferencias estacionales de las zonas templadas no crece bien en los trópicos o el ecuador. Además, el istmo de Panamá supone un cuello de botella tropical que dificulta el tránsito entre las zonas templadas del norte y el sur.

Como consecuencia, el tráfico de cultivos y animales domésticos de unas sociedades a otras se demoró o se detuvo. Mientras que, por ejemplo, en el Viejo Mundo la gente criaba cerdos desde la Península Ibérica hasta Nueva Guinea, la llama no pudo pasar a Norteamérica. Y lo mismo ocurrió con los conocimientos.

Los mayas disponían de un sistema de escritura, pero la idea no pudo llegar hasta los incas, que seguramente la habrían adoptado y desarrollado a su manera. Cuando una cultura caía, en muchos casos también lo hacían sus logros. Las sociedades americanas estaban más aisladas entre sí que las euroasiáticas. El flujo de personas, animales, plantas e ideas era mucho más reducido. Y así les fue.

Para concluir: el fatídico resultado de ese «primer contacto» que fue la Conquista resultó inevitable. Y no se debió a que los europeos fueran más listos o crueles que los americanos. Desechemos de una vez el racismo: los seres humanos somos similares, independientemente del origen o características físicas. Las sociedades americanas estaban menos desarrolladas que las europeas, y eran más sensibles a las enfermedades, por pura y simple mala suerte. El entorno no les proporcionó las mismas facilidades que a los euroasiáticos. En la carrera hacia la civilización, pese a que eran tan buenos atletas como los demás, tuvieron que salir más tarde y con las manos atadas, valga el símil.

Primer contacto (V)

En efecto, no basta con la Agricultura para erigir una civilización compleja. Es necesario domesticar animales.

Nuestro primer compañero de fatigas fue el perro. Camina y ladra (y defeca) a nuestro lado desde mucho antes de que nos hiciéramos agricultores, cuando vagábamos nómadas por la Tierra, y ha contribuido a hacernos más humanos. Sin embargo, lo que sostiene a una civilización compleja no son los carnívoros, ni las aves de corral. Según Jared Diamond, son los grandes mamíferos herbívoros; animales que viven en manadas con cierto grado de jerarquía interna, como los caballos, vacas, cabras, ovejas…

Los grandes herbívoros son una fuente segura de carne, es decir, de proteínas de gran valor nutritivo, pero no sólo eso. Proporcionan leche, cuero, lana, estiércol y, sobre todo, trabajan para nosotros.

La domesticación de caballos y bueyes supuso un salto cuántico para nuestra especie, el impulso que necesitaba la civilización. Al poder arrastrar un arado, incrementaron la eficacia agrícola: se podían roturar más tierras de manera más rápida. También podían tirar de un carro y llevar cargas imposibles de transportar para un ser humano. Incluso podíamos cabalgar sobre ellos, viajar más rápido que nunca, o convertirlos en armas de guerra.

Claro, no todos los herbívoros se dejan domesticar, o su cría resulta rentable. Algunos tienen un carácter irascible, o tímido, o muerden, o cocean, o se niegan a comer si los encierras. Muchos intentos de domesticación terminaron en fracaso. Jared Diamond hizo cuentas, y afirma que nuestros antepasados tuvieron éxito en 14 ocasiones: cabras, vacas, ovejas, yaks… Pues bien, sólo uno de estos animales fue domesticado originariamente en América: la llama. En Norteamérica y Mesoamérica, ninguno. Los otros 13 casos de domesticación tuvieron lugar en el Viejo Mundo.

olakaseLa llama, único gran herbívoro domesticado en América antes de la Conquista (fuente: http://www.tumblr.com)

¿Por qué?

La respuesta es simple: mala suerte.

Después de las glaciaciones y de que los cazadores-recolectores acabaran con buena parte de la megafauna, los primeros ganaderos tuvieron que probar suerte con los animales que había en las regiones que habitaban. Y por azares de la geografía y la fauna, la mayor parte de grandes herbívoros domesticables se habían quedado en Eurasia. La única excepción fue la llama sudamericana.

Sin grandes herbívoros mansos a su disposición, los americanos partieron con una desventaja insalvable, y no sólo por la mayor dificultad para abastecerse de proteínas. Pongámonos en el lugar de los aztecas, por ejemplo. Sus éxitos de domesticación se redujeron al perro y al pavo. Sin bestias para tirar del arado (es inviable arar un campo con una yunta de pavos o perros), la siembra debía hacerse a mano, con una eficiencia mucho menor. Muchos terrenos son imposibles de roturar sin la potencia muscular de una yunta de bueyes. El rendimiento y, por tanto, los excedentes son menores. La densidad de población que pueden sustentar las cosechas se reduce.

Y sin animales de tiro, ¿qué sentido tenía construir carros con ruedas? Las mercancías debían transportarse a hombros humanos o mediante parihuelas. Tampoco había caballos para montar sobre ellos. Los grandes herbívoros permitieron a las culturas euroasiáticas disponer de una capacidad de trabajo que las precolombinas no podían ni soñar, acarrear cómodamente grandes cargas, viajar más rápido.

Asimismo, no disponer de grandes herbívoros domésticos mató a más del 90% de los americanos.

Como ya dijimos en anteriores entradas, lo que liquidó a la mayor parte de la población nativa no fue el acero, sino la enfermedad. Plagas como la viruela o el sarampión diezmaron a los indígenas americanos, facilitando la conquista europea. Carecían de defensas frente a ellas.

¿Por qué?

La respuesta está en el ganado.

Muchas enfermedades, como la gripe sin ir más lejos, se originan en animales domésticos, mutan y saltan a los seres humanos. Durante milenios, en Eurasia nuestros antepasados convivían con vacas, cabras, pollos y cerdos, muchas veces en las propias casas. Además, la densidad de población era alta, dado que la civilización se había desarrollado antes, permitiendo el surgimiento de ciudades donde la gente vivía hacinada.

Era el entorno ideal para la propagación de epidemias, que podían llegar a convertirse en pandemias. Bacterias y virus saltaban alegremente de los animales a las personas, y se propagaban con rapidez y eficacia.

Burying Plague Victims of TournaiEntierro de víctimas de la peste (fuente: es.wikipedia.org)

Desde que existen registros históricos, Eurasia se ha visto afligida por terribles pandemias. Baste un ejemplo: la peste negra pudo matar al 60% de los europeos en el siglo XIV. Lógicamente, en toda población con diversidad genética habrá individuos más resistentes a las enfermedades que otros. Los supervivientes transmitirán sus genes a la descendencia. Por tanto, a la larga, la exposición a las enfermedades acabará seleccionando a los individuos resistentes. Darwinismo puro y duro.

En América, al carecer de ganado doméstico y con una menor densidad de población, no se dieron las circunstancias para la proliferación de las epidemias. Por tanto, no hubo ocasión para que se seleccionaran los genes de resistencia. Cuando llegó la viruela a América, no halló oposición.

En fin, los americanos tenían todas las de perder. Y por si faltaba algo, la geografía también se conjuró contra ellos. Lo estudiaremos en la próxima (y última) entrada de esta serie.

Primer contacto (IV)

Hemos visto que para el desarrollo de una civilización compleja es necesaria una Agricultura basada en plantas con semillas que se puedan almacenar con facilidad. Tal circunstancia se dio en varios lugares de Eurasia y América. Pero…

Cuando contemplamos lar ruinas que nos legaron las civilizaciones precolombinas, con sus pirámides y templos que rivalizan con los del antiguo Egipto, nos maravilla la destreza de sus constructores. El ingenio humano es universal; sin embargo, si comparamos fechas, nos damos cuenta de que las civilizaciones de Eurasia y norte de África son mucho más antiguas. Por el motivo que fuere, empezaron antes la carrera hacia la complejidad.

TenochtitlanModelMaqueta de Tenochtitlán (fuente: es.wikipedia.org)

Los imperios precolombinos son recientes. Tenochtitlán, la capital azteca, fue fundada en 1325. Manco Cápac, el primer soberano inca, pudo empezar su reinado en torno a 1200. Estamos hablando de culturas con tecnología, como mucho, de inicios de la Edad del Bronce. Para situarnos en el tiempo, en 1212 tuvo lugar al otro lado del Atlántico la batalla de las Navas de Tolosa, donde los reyes cristianos derrotaron a los almohades que controlaban buena parte de la Península Ibérica. Una batalla épica, con cargas de caballería y armas de acero. En Eurasia, los distintos pueblos llevaban milenios matándose entre sí, con notable inventiva.

El caracol de Chichén ItzáObservatorio de El Caracol en Chichen Itzá (fuente: es.wikipedia.org)

La época dorada de los mayas fue algo anterior. Eso sí, los mayas tuvieron sus altibajos. Cada vez que alcanzaban altas cotas de civilización (periodos Preclásico, Clásico y Postclásico), el agotamiento de los recursos o las feroces guerras civiles provocaban el abandono de ciudades otrora florecientes. Para situarnos, la ciudad de El Mirador, del periodo Preclásico, fue abandonada en torno al año 150 de nuestra era. Tikal, una de las principales ciudades mayas clásicas, floreció de los siglos III al XI. En cuanto a Chichen Itzá, la ciudad más destacada del Postclásico, con sus pirámides (la más famosa, del siglo XII) y su observatorio astronómico (siglo X)…

En cuanto a Teotihuacán, era una ciudad en ruinas cuando los primeros mexicas acertaron a pasar por allí. A ellos les pareció la ciudad de los dioses, un lugar tan antiguo como el tiempo. Sin embargo, su edificio más emblemático, la pirámide del Sol, se construyó durante los siglos I a II. O sea, en el apogeo del Imperio Romano. La ciudad alcanzó su máximo esplendor en el siglo VII, pero a partir de ahí comenzó un declive que condujo a su colapso. Para el siglo IX estaba prácticamente deshabitada.

Zonnepoort tiwanakuPuerta del sol de Tiwanaku (fuente: es.wikipedia.org)

Por supuesto, hubo civilizaciones precolombinas anteriores. En Sudamérica, la cultura más longeva fue la tiahuanaco. A los aficionados a las teorías sobre dioses astronautas les sonará el nombre de Tiahuanaco (o Tiwanaku), con su famosa puerta del sol, templos, monolitos… Aunque según ciertos historiadores Tiahuanaco fue fundada en 1580 a.C., no dejó de ser una aldea hasta el siglo II de nuestra era, cuando comenzó un espectacular (y monumental) desarrollo urbano. Es decir, en tiempos del Imperio Romano.

20041229-Olmec Head (Museo Nacional de Antropología)Cabeza olmeca (fuente: es.wikipedia.org)

Muchos consideran a la olmeca, conocida por sus monumentales cabezas de piedra, como la cultura madre de las civilizaciones mesoamericanas. Floreció del 1200 a.C. al 400 a.C. Al otro lado del mundo, en Egipto, en el 1200 a.C. subía al trono Seti II, de la XIX dinastía. Por aquella época, Egipto comenzaba su decadencia, acosado por los Pueblos del Mar, tras haber pasado por los Imperios Antiguo, Medio y Nuevo. La Gran Pirámide había sido terminada el 2570 a.C. Casi catorce siglos antes, que se dice pronto. Y si nos fijamos en Mesopotamia, en el 1200 a.C. ya habían pasado por allí, fundado grandes ciudades y desaparecido los sumerios, acadios, babilonios, el reino Mitani… Los asirios resistían los embates de los Pueblos del Mar, que, como quien no quiere la cosa, habían contribuido al colapso del imperio hitita, entre otros.

En resumen, la civilización comenzó mucho antes en el Viejo Mundo. En Mesopotamia, la cultura de Uruk (del 3800 al 3200 a.C.) inventó la rueda y la escritura, desarrolló una sociedad compleja y al final del periodo empezó a utilizar el bronce. El Periodo Dinástico Temprano de Egipto se inició el 3100 a.C. Pocos siglos después, en torno al 2650 a.C., el arquitecto Imhotep diseñó el complejo funerario de la Pirámide Escalonada de Saqqara, considerado el primer gran complejo monumental de piedra del mundo.

Pero en la zona del Creciente Fértil y aledaños hubo pueblos desde milenios atrás. Damasco, la actual capital siria, pudo estar ocupada desde el 6300 a.C. En Jericó ya había asentamientos con casas de ladrillos el 8000 a.C. Y estas fechas se quedan cortas frente al santuario megalítico de Göbekli Tepe, en Turquía. El sitio pudo estar ocupado antes del 11000 a.C. Sí, antes incluso de la revolución neolítica.

Gobekli Tepe 2Monolito de Göbekli Tepe (fuente: es.wikipedia.org)

En resumen, pese a que en América existía una agricultura basada en cereales y legumbres, en Asia y Egipto llevaban milenios de adelanto. Además, las diferencias no son sólo temporales. Las culturas precolombinas exhibían ciertas carencias llamativas.

Desconocían la metalurgia del hierro. Cuando en Mesoamérica surge la cultura olmeca (1200 a.C.), en el Mediterráneo y Oriente Próximo los Pueblos del Mar ya estaban poniendo patas arriba todo el mundo antiguo. Sus armas de bronce mejoradas, así como las de hierro (caso de los filisteos, por ejemplo) hendían las corazas de bronce de sus enemigos con facilidad. Insistamos: cuando en América se originaban las primeras culturas, el Viejo Mundo ya estaba de vuelta y entraba en una edad oscura, con el colapso de imperios en algunos casos milenarios.

La escritura era conocida por los mayas, pero su uso no se difundió por América. El resto de civilizaciones precolombinas eran analfabetas.

En Mesoamérica conocían la rueda, tal como muestran los hallazgos de ciertas figurillas. Y pese a eso, no la usaban para el transporte, que se efectuaba a pie, y las mercancías se llevaban a hombros de porteadores.

Podríamos poner más ejemplos de invenciones que en Eurasia se utilizaban desde hacía muchos siglos y eran desconocidas en América, como el arado. O grandes barcos capaces de surcar los océanos. O la pólvora.

¿Por qué?

Para que se dé una civilización con tecnología avanzada se necesita algo más que la Agricultura. Y en ese aspecto, los americanos tuvieron muy mala suerte.

Primer contacto (III)

Retomemos el tema del choque entre civilizaciones. Como vimos, en ese «primer contacto» conocido como Conquista de América, las culturas de ambos lados del Atlántico exhibían grados de complejidad muy diferentes. Si la inteligencia humana es similar en los diversos tiempos y lugares, ¿por qué existía esa desigualdad? Más aún: incluso hoy encontramos sociedades de cazadores-recolectores junto a otras capaces de enviar naves espaciales más allá del Sistema Solar. ¿Cuál es la razón?

Para explicar el origen de la desigualdad es necesario retroceder en el tiempo hasta hallar una época en la que todas los seres humanos mostraban un nivel equivalente de progreso. A partir de ahí, ¿qué detuvo a algunos y permitió el predominio de otros?

Hace unos 13.000 años, tanto en América, Eurasia, África u Oceanía los seres humanos funcionaban de forma similar. Éramos cazadores-recolectores, organizados en grupos reducidos y nómadas. Vagábamos de un sitio a otro, dependiendo de los recursos disponibles. No echábamos raíces; cuando la comida escaseaba, agarrábamos nuestras escasas posesiones y nos largábamos. Y así fue hasta que apareció la Agricultura.

¿Domesticamos nosotros a las plantas o fue a la inversa (como comentamos en otra entrada)? En cualquier caso, la revolución agrícola no ocurrió en un único lugar. La gente es lista, y la idea surgió en varios continentes de forma independiente, con cultivos distintos. En el siguiente mapa, tomado de la Wikipedia, se indican los centros primarios de origen de la Agricultura:

Agriculture Beginning

La Agricultura fue el primer paso hacia la civilización. Nos hizo sedentarios. A cambio, aumentó la productividad, lo que permitió un incremento de la población al tiempo que disponíamos de excedentes de alimentos. Eso liberó a ciertos individuos, que pudieron especializarse en oficios concretos: tejedores, alfareros, metalúrgicos, soldados, sacerdotes… La sociedad ganó en complejidad, al tiempo que había personas que podían dedicarse a investigar, a llevar a la práctica nuevas ideas. La civilización se había puesto en marcha, y no iba a detenerse. Los cazadores-recolectores no tuvieron otro remedio que ir cediendo terreno. Hoy quedan muy pocos, y su futuro no es halagüeño.

Sin embargo, si consultamos el mapa comprobamos que no en todos los centros de origen de la Agricultura se desarrollaron civilizaciones con tecnología avanzada. Fijémonos, por ejemplo, en Nueva Guinea. Pese a ser uno de los centros agrícolas más antiguos, no se originó una civilización equiparable a las euroasiáticas o a las americanas.

¿Por qué?

La razón no tiene nada que ver con la inteligencia de los nativos de aquella isla. Simplemente, tuvieron mala suerte.

Los primeros agricultores debieron apañarse con las plantas que la naturaleza les proporcionaba. Cada región posee una flora diferente. En Nueva Guinea, la Agricultura tuvo que basarse en raíces y tubérculos comestibles. Aparte de que no son tan ricos en nutrientes como los cereales o las legumbres, su cultivo es laborioso y, sobre todo, no pueden almacenarse largo tiempo porque se pudren con facilidad. Así, no se producen excedentes, ergo…

Para que se inicie la civilización, se requieren cultivos que den semillas que puedan almacenarse durante meses o años: básicamente, cereales y legumbres. En el Creciente Fértil y zonas de influencia (el Mediterráneo, por ejemplo), los agricultores se encontraron con cereales como el trigo y la cebada, más legumbres diversas (lentejas, garbanzos…). En China, arroz, soja, etc. En América, maíz y frijoles…

En suma, Eurasia y América partían con ventaja. Los agricultores tuvieron a su disposición buenos cereales, legumbres y otros cultivos. Todos ellos conocían su oficio. Entonces, ¿por qué los europeos tenían armas, gérmenes y acero que vencieron a los americanos? ¿Cuál fue la clave del éxito de los primeros y de la ruina de los segundos?