Más sobre hongos y zombis

Ahora que ha visto la luz la serie The Last of Us, protagonizada por Pedro Pascal y Bella Ramsey, cabe recordar que en una de las primeras entradas del blog ya tratamos sobre el magnífico videojuego de la PS3 en el cual se basa. Échale un vistazo, amigo lector, para ponerte en situación.

En aquella entrada comentábamos que The Last of Us nos presenta un mundo postapocalíptico con una base científica sólida. En este caso, el hongo de las hormigas zombis, Ophiocordyceps unilateralis , muta y es capaz de infectar a los seres humanos. Por cierto, en muchos sitios se refieren a él como Cordyceps, pero algunas especies que antes se ubicaban en ese género se hallan ahora en Ophiocordyceps.

Hormiga parasitada por Ophiocordyceps unilateralis (fuente: www.nsf.gov)

Como diversos parásitos, desde virus hasta gusanos, los hongos del género Ophiocordyceps modifican el comportamiento de sus hospedantes para maximizar la dispersión de las esporas. En el caso de las hormigas zombis, los pobres insectos son obligados a colgarse de hojas y ramas, de tal modo que las esporas del hongo caigan sobre otras hormigas. En el caso de The Last of Us, imitan al virus de la rabia: convierten a sus víctimas en criaturas dementes y feroces, que atacan a los demás para propagar al parásito.

No hay nada de sobrenatural en esto, sino que es una consecuencia de la evolución: los que se reproduzcan y se dispersen mejor tendrán más éxito y acabarán imponiéndose. A lo largo del tiempo, eso da lugar a interacciones realmente asombrosas entre parásitos y hospedantes. Ya lo hemos discutido en otras entradas del blog.

La verdad, asusta pensar en lo que ocurriría si padeciéramos una pandemia de Cordyceps u Ophiocordyceps. Por fortuna, parece que estos hongos se han especializado en parasitar artrópodos o trufas de ciervo, de momento. 🙂

En realidad, ocurre lo contrario: somos nosotros los que nos comemos a los Ophiocordyceps. Al menos, a una de sus especies: Ophiocordyceps sinensis.

Este hongo es un parásito de orugas de polillas de la familia Hepialidae. Se da en ciertas zonas del Tíbet, Nepal y Bután, normalmente por encima de los 3500 metros de altitud. Es una fuente de ingresos para muchas comunidades de la zona, que lo buscan y recolectan. O. sinensis puede alcanzar precios muy elevados en el mercado.

Este hongo no tiene interés culinario, sino medicinal, ya que es muy apreciado en medicina tradicional asiática. No entraremos aquí en el peligro de la sobreexplotación de este recurso, o la posible competición entre los procedentes de orugas recogidas a mano en el campo frente a los cultivados en laboratorio. Simplemente, queremos hacer notar que, en la actualidad, Ophiocordyceps no es un peligro para el Homo sapiens, sino que es el ser humano el que amenaza la existencia del hongo. Desde su punto de vista, los monstruos somos nosotros.

De hongos y ciencia ficción

Que una obra de ciencia ficción posea una sólida base científica no es garantía de éxito. Además, tiene que enganchar, despertar el sentido de la maravilla o lograr que sintamos empatía hacia los personajes.

Habitualmente, al pensar en ciencia ficción nos vienen a la mente novelas, cuentos, películas o series de televisión. Sin embargo, el mundo de los videojuegos también ha de ser tenido en cuenta, siquiera por el volumen de negocio que supone. En bastantes ocasiones, el aporte de la ciencia ficción es poco más que estético: sirve para ambientar un shooter o un survival, y ahí se queda. El escenario puede resultar muy futurista, galáctico o postapocalíptico, pero lo que realmente importa al jugador es la habilidad del personaje para disparar y salvar el pellejo. Se trata, por tanto, de obras con elementos de ciencia ficción, más que de ciencia ficción.

Por fortuna, hay videojuegos que se valen de la ciencia ficción para narrar una gran historia (sin olvidar la jugabilidad, por supuesto). Y en algunos de ellos hay muy buena ciencia detrás. Un ejemplo notable es The Last of Us (2013), uno de los mejores juegos creados para PS3, y remasterizado para PS4 en 2014.

The Last of Us es un juego redondo. Los gráficos sacan todo el partido posible a la PS3, la ambientación es magnífica, la banda sonora no le va a la zaga, la historia está muy bien llevada y pronto les tomas cariño a los personajes. Y por si le faltara algo, tiene una base científica sólida, que lleva a una extrapolación inquietante. En este caso, tiene que ver con la Micología, la disciplina científica que se ocupa de los hongos. Puesto que uno de nosotros es micólogo de profesión, se decidió a comprar el juego y completarlo. Todo sea por el interés científico (a ver si cuela…). 🙂

¿De qué va The Last of Us? Quédense tranquilos los que piensen jugarlo; aquí no vamos a soltar spoilers, sino que nos limitaremos a comentar a grandes rasgos el argumento, y nos centraremos en la parte de extrapolación científica. Se trata de una historia que, en principio suena poco original: una enfermedad diezma a la Humanidad, y los supervivientes las pasan canutas en un mundo lleno de peligros, infectados, represión… La excelencia de The Last of Us radica en la manera de contarla, los personajes, la cuidada ambientación… y el agente causal de la enfermedad, un hongo que existe en el mundo real, y es capaz de modificar la conducta de sus víctimas, convirtiéndolas en zombis. Cordyceps, se llama la criatura.

Seamos más precisos. Cordyceps es un género de hongos ascomicetos que incluye varios cientos de especies, muchas de ellas parásitas de insectos y otros artrópodos (aunque las hay que atacan a otros hongos).  Algunas tienen interés medicinal, tanto en la farmacopea tradicional china como en la obtención de antibióticos. Hasta hace poco se incluía en la familia Clavicipitaceae (la misma a la que pertenece el famoso cornezuelo del centeno), aunque ahora se ubica en su propia familia, Cordycipitaceae. Ciertas especies de Cordyceps se han separado en un nuevo género, Ophiocordyceps (qué se le va a hacer; de algo tienen que vivir los taxónomos, porque peor es de robar…). 😉

El hongo que se dedica a escabechar a la Humanidad en The Last of Us está basado en el de las hormigas zombis, que actualmente se denomina Ophiocordyceps unilateralis. Lo de «hormigas zombis» suena a película de serie B, pero es real. O. unilateralis toma el control del cerebro del insecto y lo obliga a modificar su comportamiento para incrementar la posibilidad de infectar a más hormigas. Podemos verlo en este vídeo de la BBC, narrado por el gran divulgador David Attenborough:

Una hormiga afectada por O. unilateralis cambia drásticamente su comportamiento. El hongo toma el control del cerebro del insecto, y hace que éste suba por el tallo de una planta hasta alcanzar una posición elevada, y se aferre a ella con las mandíbulas. Poco después, la hormiga muere. Una vez que el hongo ha consumido el contenido del insecto, forma un estroma alargado, en el cual se producen los peritecios (diminutos cuerpos fructíferos en cuyo interior se desarrollan las esporas, las cuales se dispersan por el aire). Desde esa plataforma, O. unilateralis tiene más posibilidades de infectar a posibles anfitriones.

Los guionistas de The Last of Us se inspiraron en este ciclo vital y propusieron una especulación razonable. Uno de estos Cordyceps muta y ataca a los seres humanos. Al igual que O. unilateralis, modifica la conducta de los infectados. En este caso, pierden el control de sus actos y atacan a otros seres humanos, mordiéndoles (esto no ocurre sólo en los hongos; el virus de la rabia, sin ir más lejos, provoca este cambio de comportamiento en un perro, como es bien sabido). De este modo, el hongo se propaga con mayor eficacia. Por si faltaba algo, la enfermedad no tiene cura; cuando el hongo se instala en el cerebro, no hay forma de sacarlo de ahí. Se desencadena así una pandemia fúngica que conduce a un escenario postapocalíptico. Y quien quiera saber más, que pruebe a jugarlo o, en su defecto, échele un vistazo a algún let’s play de los que abundan en YouTube. Éste es bueno:

Por cierto, una anécdota: en los títulos que aparecen a partir del minuto 22, hay imágenes de diversos hongos. Pueden distinguirse plasmodios de mixomicetos, esporangios de Pilobolus… En cualquier caso, impresionan. 🙂

Parásitos que toman el control del cerebro de sus anfitriones… O. unilateralis y el virus de la rabia no son los únicos. Obviamente, cuando empleamos expresiones como «tomar el control» o «convertir en zombis» da la impresión de que los parásitos son unos seres maquiavélicos, dotados de una inteligencia perversa que emplean para lograr sus horrendos fines. Por supuesto, ni los hongos ni los virus piensan (de hecho, los virus ni siquiera son seres vivos, pero ésa es otra historia). Estos comportamientos tan complejos, por mucho que nos maravillen, nada tienen de sobrenaturales. Pueden explicarse mediante la evolución por selección natural.

En los parásitos, como en cualquier hijo de vecino, existe diversidad genética. Si alguno de ellos, por azar, posee genes que provoquen un pequeño cambio en el comportamiento del anfitrión (por ejemplo, esos genes pueden codificar la producción de algún metabolito que interfiera con la transmisión del impulso nervioso en sus víctimas), y dicho cambio mejora la dispersión de las esporas del parásito… Bien, eso supondría que aumentarían las probabilidades de dejar más descendencia frente a otros individuos de la misma especie. Si disponemos de mucho, pero que mucho tiempo (y la vida en la Tierra surgió hace 3800 millones de años, si no antes), el medio irá seleccionando generación tras generación a los individuos con genomas que maximicen su éxito reproductor. ¿El resultado? Comportamientos que despiertan en nosotros sentimientos de maravilla, asombro, miedo o asco, pero que son, a fin de cuentas, adaptaciones al medio. Darwin dixit.

Para terminar este post, cabe mencionar que Cordyceps y similares no son los únicos hongos que se dedican a «martirizar» animales. Los hay que cazan gusanos con trampas adhesivas o en forma de lazo. Otros son auténticos asesinos de insectos, como el hongo de las moscas. Por cierto, y permítannos un poco de autopropaganda (que para eso es nuestro blog), en nuestra novela Tras la línea imaginaria nos inspiramos en el comportamiento del hongo de las moscas para poner las cosas difíciles a los personajes. 😉

En fin, que la ciencia ficción, además de hacernos pasar buenos ratos, también nos permite aprender ciencia.