Editando, que es gerundio

Recientemente ha sido publicado el libro que recopila los ganadores y finalistas del prestigioso Certamen de Poesía y Cuento de Humor Jara Carrillo, correspondiente a las ediciones de 2022 y 2023.

El libro no se comercializa, pero cualquier persona interesada puede pedirlo al Ayuntamiento de Alcantarilla (Murcia): biblioteca@ayto-alcantarilla.es

Como ya informamos en una entrada anterior, en la edición de 2022 Guillem Sánchez y quien esto escribe quedamos finalistas en la categoría de cuento, con nuestro relato Editando, que es gerundio. Después de pedir permiso, como es preceptivo, lo publicamos en nuestro sitio, sin ánimo de lucro. Sólo tienes que clicar aquí y entrarás en la correspondiente página del UniCorp. En ella tienes diversos relatos y artículos para tu uso y disfrute, amigo lector. 🙂

Dibujando con la IA

Confieso que no sé dibujar ni pintar; tanto da que sea al modo tradicional o con algún programa de ordenador. Como mucho, soy capaz de diseñar diapositivas para mis clases y charlas con el venerable Paint, el PowerPoint y poco más. 🙂

Pero hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y hasta el más patoso puede acceder gratis a herramientas generadoras de imágenes, como DALL-E 3. Tan sólo hay que entrar en la página de Bing, ir al chat y listo. Escribes lo que te gustaría que la IA dibujara para ti, y en pocos segundos lo tienes. Puedes repetir la petición tanto como se te antoje, que cada vez obtendrás varias imágenes diferentes. Y libres de derechos de autor, por lo que parece.

A los más viejos del lugar nos cuesta creer que algo tan bonito pueda ser cierto, así que, impregnado del buen espíritu científico, me puse a experimentar. Para empezar, como aficionado a la ciencia ficción, le pedí algo sencillito: que generara una imagen de una nave espacial destrozada, con una galaxia al fondo. De las que me ofreció, valga esta como ejemplo:

Caray, funcionó. La verdad, queda bastante resultona. Y puestos ya, dado que es gratis, seguí experimentando. 🙂 Si le pido que cree una casa hongo con gnomos y un fondo de arcoíris, puedo obtener algo así:

Me pregunto por qué todas las setas tienen lunares. Influencia de Amanita muscaria, supongo. Eso explicaría lo alegres que parecen esos gnomos… 🙂

¿Y si nos ponemos a desbarrar? ¿Por qué no? Pidamos algo más complejo, incluso absurdo, como Charles Darwin estrechando la mano de un dinosaurio: 😀

Peculiar, ciertamente… La IA consulta entre millones de imágenes y las combina. Todavía no le sale a la perfección. Véase la diferencia de tamaño entre los brazos del dinosaurio. Por otro lado, hace cosas absurdas. ¿Por qué diantres colocó la mesa con esos dos tipos? Yo no especifiqué el fondo, así que la IA puso lo que le salió de los circuitos. Además, uno de los hombres tiene cola de dinosaurio, por no mencionar lo raras que quedan las patas de la mesa.

Y para no cansarte más, paciente lector, la última ocurrencia: pidámosle que nos cree un xenomorfo bebiendo una copa de vino blanco en la Feria de Sevilla, con vestido de flamenca. Me ofreció estas cuatro estampas, a elegir. La primera no queda mal. Algo creepy, eso sí:

En la siguiente vemos cómo nos ha incluido un fondo más fiestero, con público. De todos modos, empezamos a notar una de las características más desconcertantes de esta IA: la de encasquetar cosas raras sin ton ni son, en plan random:

¿Qué demonios lleva el alien junto a la mano izquierda? Y la tendencia a incluir cosas grotescas se mantiene en esta otra: 😀

Y no digamos en esta última:

Ay, ese fondo… Los farolillos en medio del cielo azul, como si fueran ovnis; lo que sea que lleve la señora de la izquierda en la cara; el bicho verde de la esquina superior derecha… Por no mencionar la idea que la IA tiene de lo que es un vestido de flamenca. 😀

En fin, se pasa un rato divertido experimentando con estas imágenes generadas por IA, pero pensándolo fríamente, nos plantean una serie de problemas legales y dilemas morales.

Lo primero que viene a la mente es que uno puede hacerse pasar por artista sin tener ni idea, y más aún en el próximo futuro, cuando las IA vayan puliendo sus defectos. Dado que podemos pedir la misma imagen ad nauseam, quizás al final, por casualidad, obtengamos un dibujo espectacular. Es la misma estrategia que a veces utilizamos para fotografiar niños o animales: hacer sopocientas fotos, que alguna de ellas saldrá bien… 😉 Lo malo es que podríamos usar esas imágenes generadas por IA con fines comerciales, para ganar dinero. Y si se tienen conocimientos básicos de edición de imágenes con programas al estilo de Photoshop para corregir errores puntuales, pues mejor aún.

¿Qué pasa con los derechos de autor? Las IA han sido entrenadas para estudiar millones de imágenes disponibles en Internet, e inspirarse en ellas. Pero… ¿cómo separar eso de un posible plagio? ¿Tendrían derecho a reclamar los artistas autores de los originales?

La verdad, no sé que pensar. La capacidad de las IA para suplantar a seres humanos se me antoja preocupante, incluso peligrosa. Dejando aparte la amenaza para el porvenir de dibujantes y diseñadores gráficos, la capacidad de generar fotografías o vídeos falsos con tanta facilidad incrementa la posibilidad de que los bulos proliferen sin trabas. Y en una sociedad cada vez más polarizada, donde priman los sentimientos sobre el pensamiento crítico, eso es muy peligroso. 😦

Como toda creación humana, las IA pueden usarse para el bien o para el mal. Por eso se necesita legislar al respecto, aunque me temo que la velocidad de la innovación en este campo ha pillado completamente fuera de juego a nuestros legisladores, muchos de los cuales, dicho sea de paso, carecen de formación científica y técnica. Como se diría en una carrera de Fórmula 1, el futuro nos ha adelantado a toda velocidad, arrancándonos las pegatinas del coche.

Que no nos pase nada…

Homenaje a Miquel Barceló

Cualquier aficionado español a la ciencia ficción debería conocer quién fue Miquel Barceló (no confundir con el pintor Miquel Barceló Artigues, que es otra persona). Fallecido recientemente, es uno de los referentes para todos los amantes de este género literario en nuestro país.

En la pasada HispaCon (convención española de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror), celebrada en Zaragoza (8-10 de septiembre de 2023), Ignacio Agulló me invitó a participar en un breve acto en su memoria. Para mí, fue un honor. Pueden clicar en este enlace.

Pocas palabras más puedo añadir. Miquel es un auténtico referente para nuestra ficción, tanto como autor, divulgador, editor… Y además, fue una bellísima persona. Baste con ver la emoción que subyace en la última intervención, la de Pedro Jorge Romero. Que alguien te estime tanto, que sienta de veras cuando te vas, es el mejor homenaje que cabe hacer a una persona.

Dejaste un legado imborrable, Miquel. Sit tibi terra levis.

El garbanzo de Schrödinger

Vamos con una entrada inspirada en la famosa paradoja del gato de Schrödinger. Aunque no tenga que ver con la mecánica cuántica, puede servirnos para reflexionar sobre la detección de formas de vida, el funcionamiento de la Ciencia y el papel de los medios de comunicación en su divulgación. Puesto que el ejemplo del gato vivo o muerto podría herir la sensibilidad de los colectivos animalistas (hay gente pa’ to’, como dijo aquel torero), recurriremos al humilde y sabroso garbanzo (Cicer arietinum). 🙂

Entre mis obligaciones (y esta es de las más gratificantes) figura la de impartir clase en un máster universitario para futuros profesores de Secundaria, en la asignatura de Actualización Científico-Didáctica en Biología y Geología. Cómo no, también me toca estar en tribunales para evaluar los trabajos de fin de máster. Allí, los futuros profesores han de proponer, por ejemplo, cómo enseñar de forma innovadora ciertos temas científicos a los alumnos de E.S.O. y Bachillerato.

La verdad, da gusto ver que hay gente con ganas de innovar, de no ceñirse a los esquemas clásicos, de transmitir el amor por el conocimiento. Recuerdo con especial cariño a una futura profesora que probó a explicar la deriva continental y la tectónica de placas mediante una olla de chocolate caliente y unas placas de bizcocho flotando encima (y era comestible, por añadidura, algo que los alumnos agradecerían). O ese otro que propuso enseñar a los alumnos las distintas formaciones geológicas tomando ejemplos de escenarios de El Señor de los Anillos. Seguro que en estos casos, las clases no serán fácilmente olvidadas.

Claro, algunas propuestas didácticas me rechinan un poco. Sin ir más lejos, hay bastantes alumnos del máster que intentan demostrar si un garbanzo está vivo o no de una forma un tanto peculiar. Veámosla, pues también nos servirá para reflexionar sobre asuntos más profundos.

Estaremos de acuerdo en que un garbanzo es una criatura más bien inexpresiva y carente de empatía. ¿Cómo saber si está vivo o muerto? En mis tiempos, cuando aún ponían tapas de trilobites en los bares, 🙂 la respuesta era fácil: pongámoslo en una maceta con humedad y un sustrato. Si germina y crece es que está vivo, ¿verdad? Un experimento fácil y concluyente.

Pues según algunos pedagogos, eso está pasado de moda. Hay una forma más «científica» de saber si está vivo: comprobando si respira. Para ello, hay que meter los garbanzos en una cubeta hermética, colocar sensores que midan la concentración de O2 y CO2, y anotar cómo varían los valores al pasar el tiempo. Si el nivel de CO2 sube y el de O2 baja, eso implica que los garbanzos respiran y, por tanto, viven.

Esta propuesta didáctica garbancera aparece en un libro (cuya referencia no daré, para evitar herir la susceptibilidad de algún colega) sobre cómo enseñar Ciencia, cuyas propuestas son seguidas por unos cuantos aspirantes a profesores. Respecto a lo del garbanzo, el entusiasmo desborda en el texto, como si hubieran descubierto el secreto de la materia oscura, o algo así. Cito textualmente: «¡Respira! ¡¡¡Y respira como nosotros!!!». Me recuerda al típico cliché del sabio loco, en plan Frankenstein, riéndose con carcajadas malévolas tras dar vida a su criatura… 😀

De acuerdo, el experimento puede entusiasmar a los alumnos, y nadie discute que es algo que se les quedará grabado en la memoria. Un garbanzo está vivo, vale, pero hay un problema. ¿Demuestra la producción de CO2 y el consumo de O2 que el garbanzo esté vivo?

No.

El problema es que el CO2 puede generarse por otras fuentes distintas al garbanzo. Este experimento nos indica que el garbanzo podría estar vivo, pero no lo garantiza. Por ejemplo, el CO2 podría proceder de alguna reacción de naturaleza inorgánica que ocurriera en las paredes de la cubeta. O puede que los garbanzos estén más muertos que mis abuelos, y que los emisores del gas sean microbios oportunistas que se estén dando el gran festín a base de legumbres. 🙂

¿Cómo podemos eliminar estas posibilidades, y cerciorarnos de que el garbanzo está en efecto vivo? Pues confirmándolo con un experimento adicional: plantándolo en una maceta a ver si germina, caray. 🙂

¿Estamos siendo muy tiquismiquis? Qué se le va a hacer; es nuestra obligación como científicos. Si algo define a la actitud científica es la crítica constructiva, el buscar posibles fallos en las hipótesis, el proponer alternativas que puedan ser comprobadas mediante la experimentación. Por eso la Ciencia progresa. Y por eso una teoría científica no es «sólo una teoría». Si se sigue manteniendo, es porque resiste el escrutinio crítico de la comunidad científica y se ajusta a la evidencia, a los hechos. Y si en algún momento deja de hacerlo, pues se modifica o se descarta, y todos contentos.

Por eso también hay que ser extremadamente prudentes cuando leemos en los medios de comunicación ciertas noticias, anunciadas a bombo y platillo con grandes titulares, diciéndonos que se han encontrado signos de vida en otros planetas por la detección en su atmósfera de algún gas o molécula orgánica (fosfano en Venus, metano en Marte…).

Recuerden los experimentos de las misiones Viking, que aterrizaron en Marte en 1976. En alguno de ellos hubo emisión de CO2, pero existían hipótesis alternativas que lo explicaban, sin necesidad de apelar al origen biológico. Por tanto, la presencia de vida en Marte no fue demostrada. Eso no implica su inexistencia, por supuesto, pero las pruebas no eran concluyentes. Más o menos, como ocurre con nuestros sufridos garbanzos.

En Ciencia, para demostrar algo se requieren pruebas. Y para demostrar algo extraordinario hace falta una extraordinaria cantidad de pruebas. Son las reglas del juego, y eso es lo que habría que inculcar a los alumnos, sin perder nunca el sentido de maravilla, de asombro. Escepticismo responsable; eso nos diferencia de la credulidad ciega de las pseudociencias.

Como ven, el humilde garbanzo da bastante de sí, aparte de ser una exquisita legumbre. 🙂

Perra vida

Amigo lector, he aquí una entrada atípica, pues no reflexionaremos sobre los grandes misterios del universo. Vamos a hablar de perros y de lo que ocurre con tu vida cuando, un buen día, decides adoptar uno.

La asociación entre humanos y perros comenzó hace decenas de miles de años. Probablemente, los perros fueron la primera especie que domesticamos (la segunda fue la levadura de la cerveza, pero esa es otra historia). 😉

Si nos paramos a pensarlo, la relación humano-perro es bastante atípica. Al fin y al cabo, los perros en el fondo son lobos (hoy no se consideran una especie propia, sino una subespecie de Canis lupus). Son depredadores oportunistas, evolucionados para comerse cualquier cosa que no salga huyendo o se defienda. Y a pesar de eso, desde hace milenios confiamos nuestras vidas, nuestras posesiones, incluso nuestros niños, a unos bichos que podrían arrancarte la cara de un mordisco. Pero casi nunca no lo hacen. Nos fiamos de ellos, y ellos de nosotros. Es un pacto milenario de amistad, de solidaridad mutua, y somos nosotros los que solemos romperlo, dejándolos tirados en medio de una carretera cuando se convierten en un engorro.

¿A qué viene esto? En fin, se me ocurrió escribir la entrada después de que muriera mi perro. He dejado pasar varias semanas para redactar con la cabeza fría y el ánimo sereno. No sé, siento que se lo debía al pobre bicho.

En casa nunca habíamos tenido perro. Hace años, supongo que en un rapto de enajenación mental, se nos ocurrió adoptar uno. Lo hicimos a través de una protectora de animales. Nada de perros de raza; uno que habían rescatado de la calle, sin pedigrí. A cambio de una suma razonable, te lo entregan desparasitado, capado y con los papeles en regla. Además, había estado unas semanas con una familia de acogida, así que sabía comportarse mínimamente. No se hacía sus necesidades en casa, lo cual ya suponía un mundo. Incluso nos lo dieron bautizado: Lolo. Bueno, hay peores nombres perrunos. 🙂

Lolo era un mestizo; un garabito, si usamos este bello término del español. Para mí que era un cruce entre podenco andaluz y pointer. O sea, un perro de caza inquieto y vivaracho. El problema es que yo no soy cazador; como mucho, salgo al monte a por setas. Cometimos el error de mucha gente, pues antes de adoptarlo hay que comprobar que las características del perro sean compatibles con las de la familia. Pero bueno, cuando te quedas con un perro te comprometes con él. Lealtad por lealtad; es una cuestión de principios. Todos tuvimos que adaptarnos para convivir.

Conforme pasan las semanas, y los meses se convierten en años, descubres unas cuantas cosas sobre los perros. Por un lado, que se trata de unas máquinas que ingieren comida de toda índole, y que a cambio producen desechos y ruido. Y se apoderan del sofá. Y de todo comestible que dejes en la cocina sin supervisión. Y matan cualquier pájaro, lagartija o salamanquesa con los que tropiecen. Y usan a las tortugas para afilarse los dientes. Y persiguen gatos. Y les encanta hacer hoyos en el jardín y destrozar plantas indefensas. Y si me dieran un euro por cada gramo de caca que he tenido que recoger con las bolsitas, igual sería millonario. Unas bolsitas que, dicho sea de paso, a veces no dejan lugar a la imaginación. 🙂

Para qué nos vamos a engañar… Lolo no servía como perro guardián, ni era de esos que te devuelven el palito cuando se lo arrojas, ni venía a consolarte cuando estabas bajo de ánimo, y costaba su dinero mantenerlo (porque, aparte de comida, a los perros hay que llevarlos al veterinario periódicamente, vacunarlos cada año…). En resumidas cuentas: Lolo era un perfecto inútil.

O sea, era uno más de la familia. 🙂

Qué demonios, le acabas por tomar cariño. Al fin y al cabo, me sacaba todos los días a pasear, hiciera frío o calor. A modo de anécdota, durante los primeros meses de la pandemia, los más duros, los propietarios de perro podíamos llevarlos a la calle para que hicieran sus necesidades. La urbanización donde vivo, todita para mí solo. Tan sólo me cruzaba de tarde en tarde con algún otro paseador de perros. La verdad, en los días de niebla, creía encontrarme en un escenario de Silent Hill.

A la larga, también acabas conociendo a otros propietarios de perros, de toda condición y pelaje (los amos y sus mascotas), con los que muchas veces te paras, saludas y socializas. Y el chucho hacía compañía. Y era guapo, el condenado.

Claro, todo llega a su fin. Creo que Lolo tuvo una buena vida, pero los años no perdonan. Es la pega que tienen los perros: viven menos que nosotros, y los ves envejecer y apagarse con rapidez. La verdad, te hacen consciente del inmisericorde paso del tiempo y de tu propia mortalidad. Además, ser dueño de un perro viejo cuesta. Te gastas más dinero en veterinarios, el animal empieza a tener dificultades para moverse por culpa de la artrosis, los ojos se nublan con las cataratas…

Llegó un momento en que a Lolo le costaba ponerse en pie por sí solo, y había que levantarle los cuartos traseros para incorporarlo. Y era un trasto que pesaba más de 30 kilos. Pero le ayudábamos. Era de la familia. Un perro es para toda la vida, y no sólo cuando es un lindo cachorrito o un animal pletórico de facultades. Los humanos somos y debemos ser animales sociales, y cuidar de los nuestros. Aunque eso suponga una molestia a la hora de planificar viajes y demás. El perro viejo condiciona tu vida. Bueno, eso forma parte del pacto.

Quince años duró Lolo, el puñetero, y hasta el último día nunca perdió el apetito. Para un can de su tamaño, tiene mérito ser tan longevo. Enterró a mi padre, a mi madre, a mi suegra y a mi director de tesis doctoral, y yo ya estaba preguntándome a qué otro familiar sobreviviría, pero la naturaleza no perdona.

Una noche de sábado (por supuesto, para tocar las narices por última vez, tuvo que ser a horas intempestivas), sufrió un ataque y empezó a convulsionar. Ahorraré los detalles desagradables. Con la ayuda de unos amables vecinos lo metimos en el coche y buscamos una clínica veterinaria de esas que abren 24/7. Cuando llegamos allí lo sedaron para que dejara de convulsionar, pero el pobre ya estaba hecho polvo, así que lo más piadoso fue darle pasaporte.

Las veterinarias de guardia fueron muy amables y empáticas. La gente que acude a la clínica un sábado a medianoche no va a comprar pienso para mascotas, precisamente. En fin, tras un rápido papeleo y un último sablazo a la tarjeta de crédito, le pusieron la inyección y se apagó. Ya estaba dormido, así que ni se enteró, pobrecito. Yo me quedé con él, pasándole la mano hasta que dejó de respirar. No hui. Aguanté, pese a estar hecho polvo. Pienso que, por una vez en mi vida, hice lo correcto.

Al salir, con el collar de Lolo en la mano, me crucé en la sala de espera con un par de jóvenes con uniforme de Mercadona. Llevaban en brazos una perrita pequeña, muy viejecita ella. Nos miramos. Sobraban las palabras.

En fin, en la familia pasamos unos días chungos, hasta que lo hemos ido superando. La casa está más tranquila. No sé si volveremos a tener perro, porque lo pasas fatal cuando se te mueren. También tengo un acuario con peces tropicales, pero no es lo mismo; los cuidas, pero la empatía no es una de sus virtudes. Quién sabe, igual tropezamos dos veces en la misma piedra y adoptamos otro. O le pintamos un par de ojos a la Conga, que las aspiradoras robot también hacen mucha compañía. A saber.

En cualquier caso, la vida sigue. Cuando salgo a caminar, no puedo evitar fijarme en la gente y sus mascotas. A lo largo de los años, unos perros pasan y otros nuevos los sustituyen, pero el número de equipos humano-perro permanece. Últimamente me cruzo por las tardes con una familia que saca a pasear a un perro viejecito, al que le fallan los cuartos traseros. Le han improvisado una prótesis con ruedas, y ahí va esa especie de ciborg canino, más feliz que una perdiz.

Sí, los destinos de ambas especies siguen entrelazados. De hecho, creo que esta asociación puede hacernos mejores, al ser capaces de empatizar con otros seres vivos. Y después de ver algunos perros y sus amos, mi fe en el ser humano se mantiene. Quién sabe, igual tenemos remedio.

Fantasmas pálidos

No hace falta recurrir a la ciencia ficción para hallar seres vivos asombrosos, empeñados en contradecir nuestras ideas preconcebidas sobre cómo funciona la naturaleza. Por ejemplo, centrémonos en las complejas relaciones entre plantas y hongos. Sí, ya sé; probablemente he elegido este tema porque soy botánico y micólogo… 🙂

Por cierto, las fotos proceden de nuestra web de Myco-UAL o de Pixabay, libres de derechos.

Típico moho descomponedor (Penicillium sp.).

Dado que los hongos carecen de clorofila, no pueden fabricar su propia comida y han de buscarse la vida de otro modo. En los ecosistemas, desempeñan tres roles fundamentales. Por un lado, muchos son descomponedores. Junto con las bacterias, son los grandes basureros y recicladores de la biosfera. De hecho, podríamos imaginar un mundo sin animales. Plantas y hongos bastan para que la vida perdure.

Mosca parasitada por Entomophthora muscae. Una vez muerto el insecto, el hongo expulsa sus esporas abriéndose paso entre las placas del exosqueleto, al estilo de un xenomorfo… 🙂

Otros hongos son parásitos. A nosotros nos provocan molestas micosis, a veces letales, pero realmente se ceban con las plantas. Los hongos son los principales causantes de enfermedades en los vegetales. Oídios, royas, carbones, tizones… Cualquier agricultor sabrá de lo que estoy hablando.

Pero no todo en la vida es pudrir o parasitar. Muchos hongos son simbiontes mutualistas. Es decir, se asocian con otros organismos para mutuo beneficio. Todos habremos oído hablar de los líquenes, simbiosis entre hongos y algas o cianobacterias, pero la simbiosis más importante de todas, la que mantiene viva la biosfera, es la de las micorrizas.

Los populares y sabrosos níscalos (Lactarius deliciosus) forman micorrizas con las raíces de los pinos.

En las micorrizas, el micelio del hongo está asociado a la raíz de una planta. El hongo protege a su socio y le facilita diversos nutrientes del suelo. A cambio, la planta le da azúcares y otros productos de la fotosíntesis. La simbiosis funciona muy bien. De hecho, más del 90 % de las plantas en los ecosistemas naturales necesitan hongos para sobrevivir. Sin ellos, perecerían.

Micelio fúngico visto al microscopio.

Un inciso, para los no aficionados a la Micología: las setas son los cuerpos fructíferos, el equivalente a los «frutos» de los hongos. El cuerpo de estos suele ser filamentoso, una telaraña viva llamada micelio. En algunos casos, los micelios pueden ser enormes. El récord lo posee un ejemplar de Armilaria ostoyae en Norteamérica (Oregón, concretamente), que ocupa más de 9 km2. Las setas son sólo la punta del iceberg…

Setas de Armillaria ostoyae.

Visto lo anterior, uno podría tener la impresión de que las plantas están condenadas al triste papel de la «damisela en apuros» de los cuentos: necesitan al apuesto príncipe, digo, hongo, para que las mantenga y defienda, mientras ellas se dedican a preparar la comida, cual solícitas amas de casa a la antigua usanza. Por supuesto, la relación es mucho más compleja, nada que ver con un cliché tan burdo. La simbiosis es un equipo, un aprovechamiento mutuo bien equilibrado.

Y en cuanto a las relaciones de parasitismo… Bien, a veces se cambian las tornas, y la planta es la villana de la película. 🙂

Hay plantas sin clorofila que funcionan como auténticos vampiros. Muchas de ellas, como el muérdago, los jopos o la cuscuta, chupan la savia de otras plantas, dejándolas hechas una lástima. E incluso algunas se atreven a abusar de los hongos. Forman micorrizas con ellos, sí, pero no aportan nada a cambio. Simplemente parasitan al hongo.

Monotropa uniflora, la planta fantasma.

El ejemplo más espectacular es el de las plantas del género Monotropa. En inglés se las conoce como ghost pipes o ghost plants, las pipas o plantas fantasma. En verdad tienen un aire espectral, cual fantasmas pálidos que brotan del umbrío suelo del bosque. Pertenecen a la misma familia que los brezos (si hay algún lector gallego, asturiano, cántabro o vasco, estará familiarizado con estas plantas), pero a diferencia de ellos, carecen de clorofila, pues no la necesitan. Toman todo lo esencial a partir de un pobre hongo (en concreto, de la famila Russulaceae, la misma a la que pertenecen nuestros amados níscalos y rúsulas).

Más ejemplares de planta fantasma.

De hecho, este parasitismo es incluso más retorcido. El hongo forma a su vez micorrizas con las raíces de los árboles. Eso implica que, en última instancia, la planta fantasma usa al hongo como puerta de acceso para robar sus nutrientes a los árboles.

Lo dicho: la naturaleza nunca dejará de sorprendernos e inspirarnos… 😉

Más sobre hongos y zombis

Ahora que ha visto la luz la serie The Last of Us, protagonizada por Pedro Pascal y Bella Ramsey, cabe recordar que en una de las primeras entradas del blog ya tratamos sobre el magnífico videojuego de la PS3 en el cual se basa. Échale un vistazo, amigo lector, para ponerte en situación.

En aquella entrada comentábamos que The Last of Us nos presenta un mundo postapocalíptico con una base científica sólida. En este caso, el hongo de las hormigas zombis, Ophiocordyceps unilateralis , muta y es capaz de infectar a los seres humanos. Por cierto, en muchos sitios se refieren a él como Cordyceps, pero algunas especies que antes se ubicaban en ese género se hallan ahora en Ophiocordyceps.

Hormiga parasitada por Ophiocordyceps unilateralis (fuente: www.nsf.gov)

Como diversos parásitos, desde virus hasta gusanos, los hongos del género Ophiocordyceps modifican el comportamiento de sus hospedantes para maximizar la dispersión de las esporas. En el caso de las hormigas zombis, los pobres insectos son obligados a colgarse de hojas y ramas, de tal modo que las esporas del hongo caigan sobre otras hormigas. En el caso de The Last of Us, imitan al virus de la rabia: convierten a sus víctimas en criaturas dementes y feroces, que atacan a los demás para propagar al parásito.

No hay nada de sobrenatural en esto, sino que es una consecuencia de la evolución: los que se reproduzcan y se dispersen mejor tendrán más éxito y acabarán imponiéndose. A lo largo del tiempo, eso da lugar a interacciones realmente asombrosas entre parásitos y hospedantes. Ya lo hemos discutido en otras entradas del blog.

La verdad, asusta pensar en lo que ocurriría si padeciéramos una pandemia de Cordyceps u Ophiocordyceps. Por fortuna, parece que estos hongos se han especializado en parasitar artrópodos o trufas de ciervo, de momento. 🙂

En realidad, ocurre lo contrario: somos nosotros los que nos comemos a los Ophiocordyceps. Al menos, a una de sus especies: Ophiocordyceps sinensis.

Este hongo es un parásito de orugas de polillas de la familia Hepialidae. Se da en ciertas zonas del Tíbet, Nepal y Bután, normalmente por encima de los 3500 metros de altitud. Es una fuente de ingresos para muchas comunidades de la zona, que lo buscan y recolectan. O. sinensis puede alcanzar precios muy elevados en el mercado.

Este hongo no tiene interés culinario, sino medicinal, ya que es muy apreciado en medicina tradicional asiática. No entraremos aquí en el peligro de la sobreexplotación de este recurso, o la posible competición entre los procedentes de orugas recogidas a mano en el campo frente a los cultivados en laboratorio. Simplemente, queremos hacer notar que, en la actualidad, Ophiocordyceps no es un peligro para el Homo sapiens, sino que es el ser humano el que amenaza la existencia del hongo. Desde su punto de vista, los monstruos somos nosotros.

Invertebrados y dicotomías

Ahora que se aproximan las entrañables fechas navideñas (aunque, a juzgar por la decoración en tiendas y supermercados, la Navidad empezó justo después del Día de Todos los Santos), vamos con una entrada más ligera, a modo de reflexión ociosa. 😉

A los seres humanos nos encanta tener las cosas claras y no complicarnos la vida. Por eso, a la hora de clasificar lo que sea, preferimos las dicotomías: dividirlo en dos partes. Nos ayuda a tomar decisiones, aunque por el camino se pierden las sutilezas. Así, clasificamos lo que nos rodea como bueno o malo, rojo o facha, animal o vegetal, correcto o incorrecto, nosotros o ellos… Nada de medias tintas; encasillar algo o alguien en una de dos opciones, sin más, ahorra pensar (e incluso cuestionarse las propias creencias).

La dicotomía principal, que en gran medida condiciona nuestras vidas, es la de «nosotros o ellos». Por supuesto, «nosotros» es un grupo bien delimitado, perfectamente definido, nítido. Y todo lo que no encaje ahí se convierte en «ellos». Hasta cierto punto, esta forma de pensar no debería sorprendernos. Es probable que la heredásemos de nuestros lejanos ancestros, animales sociales que vivían en grupos pequeños, cohesionados, lo que para ellos suponía el mundo familiar, conocido. Todo aquello ajeno al grupo podía ser peligroso o, como mínimo, extraño.

El problema es que otorgamos exactamente la misma categoría a «nosotros» que a «ellos», lo cual implica un fallo garrafal. Lo único que «ellos» tienen en común es no ser «nosotros». En realidad, son muchos más y enormemente diversos. La dicotomía resulta inadecuada.

La Ciencia no es ajena a este problema. Por ejemplo, durante siglos se dividió a los seres vivos en animales o plantas. Mientras que un animal es algo bien definido, dentro de las plantas se incluía a todo aquello que no fuera animal. Por eso, los botánicos acabamos estudiando organismos de lo más diverso y escasamente emparentados entre sí (plantas verdaderas, pero también hongos, algas, ciertas bacterias…).

Esta dicotomía se abandonó hace décadas, pero a los libros de texto, siempre a remolque del progreso científico, les costó mucho tiempo reconocerlo. Hoy, en nuestros institutos se enseña el sistema de 5 reinos de Whittaker… que fue propuesto en 1969, hace más de medio siglo, y ya está desfasado. 😦

Una dicotomía inapropiada que sigue muy presente en los libros de texto es la de dividir a los animales en vertebrados e invertebrados. Queda claro lo que es un vertebrado, pues nosotros también lo somos: un animal metamérico con simetría bilateral, esqueleto interno, etc. Entonces, ¿qué es un invertebrado? Pues todo aquello que no es vertebrado, claro. O sea, otra vez la dicotomía de «nosotros» frente a «ellos»: otorgar la misma categoría a un grupo pequeño y bien definido frente a otro inmenso y diverso, cuyo único nexo común es la no pertenencia al primero.

Resulta injusto poner al mismo nivel a vertebrados e invertebrados. De hecho, los biólogos clasificamos a los animales en filos (phylum; plural: phyla) o tipos. Cada uno responde a una organización corporal distinta. Hay unos 31, según autores. Bien, ¿cuántos de ellos ocupan los vertebrados? Pues solo uno. Y ni siquiera eso; en realidad, los vertebrados son un subfilo dentro del filo de los cordados.

Los invertebrados ocupan los 30 filos restantes (y parte del de los cordados). En ellos encontramos animales tan distintos como un pulpo, una mariposa, un coral, una lombriz, un erizo de mar, una esponja… Lo único que tienen en común es el hecho de no poseer cuerpos vertebrados, pero son inmensamente diferentes. Cada filo es un mundo.

Así, si seguimos dividiendo el mundo animal en vertebrados e invertebrados, los alumnos quizá no capten la gran biodiversidad que existe en nuestro planeta. Claro, es muy difícil desterrar todas estas dicotomías, que forman parte de nuestro acervo cultural desde hace milenios. Por otro lado, enseñar a unos alumnos de primaria o secundaria tantos filos puede ser una pesadilla docente. En fin, nadie dijo que ser maestro fuera fácil… 😉

Bueno, amigo lector, esperamos que estas reflexiones prenavideñas no te hayan resultado prolijas o indigestas. Te deseamos unas felices fiestas, que sobrevivas a las cenas con la familia y que no perezcas por un atracón de polvorones y otras exquisiteces. 🙂

¿Existió otra humanidad? (y II)

La provincia de Ica (Perú) es rica en hallazgos arqueológicos, entre los cuales figuran las piedras talladas, unas andesitas mesozoicas alteradas por la erosión en las que resulta fácil grabar dibujos y símbolos. Así lo han hecho diversas culturas que habitaron la zona, legándonos imágenes de flores, peces, animales diversos, etc. Sin embargo, un cierto número de ellas pueden calificarse como ooparts: objetos fuera de contexto o anacronismos. Muestran escenas que no casan con lo que sabemos de las civilizaciones precolombinas. De hecho, más bien parecen caer dentro del ámbito de la ciencia ficción: seres humanoides conviviendo con dinosaurios, operaciones quirúrgicas avanzadas…

Asombroso, ¿verdad? A los españolitos de a pie nos abrió los ojos en 1975 el libro de J. J. Benítez Existió otra humanidad. A muchos nos impresionó y convenció de que en la Tierra hubo otras civilizaciones hace más de 65 millones de años.

La historia de las piedras de Ica había empezado la década anterior. La resumiremos, pues puede leerse con más detalle aquí.

Dr. Javier Cabrera Darquea (fuente: Wikipedia)

En 1966, al Dr. Javier Cabrera le regalaron una extraña piedra que tenía grabado un pez. El doctor interpretó que se trataba de una especie extinta hacía millones de años, y eso, según él, espoleó su curiosidad. Así, empezó a adquirir piedras talladas, primero suministradas por Carlos y Pablo Soldi, y finalmente por su mayor proveedor, Basilio Uchuya. En las décadas siguientes, el Dr. Cabrera llegó a poseer miles de piedras, e incluso fundó su propio museo para exhibirlas.

¿Por qué son tan especiales? Pues porque en ellas vemos imágenes de dinosaurios no avianos y otras criaturas prehistóricas, extinguidas hace millones de años. También hallamos seres humanoides que parecen poseer una avanzada tecnología, practican operaciones quirúrgicas, se pelean con los susodichos dinosaurios… Asimismo, hay mapas que no se corresponden con los continentes actuales. En suma, si esas piedras talladas fueran genuinas, deberíamos admitir que hace millones de años existió otra humanidad, lo que nos obligaría a reescribir la historia de la vida en nuestro planeta.

«Hombre del Gliptolítico» a lomos de un dinosaurio (fuente: lacienciaysusdemonios.com)

Según el Dr. Cabrera, el Hombre del Gliptolítico, como denominó a aquellos seres, cohabitó con los dinosaurios, creó genéticamente al hombre moderno y se largó de la Tierra por culpa de alguna catástrofe cósmica. Como cabría esperar, estos hallazgos atrajeron la atención de numerosos «especialistas» en las pseudociencias, no sólo J. J. Benítez y Jiménez del Oso. El mismísimo von Däniken se pasó por allí. Incluso miembros de la realeza, como la reina Sofía en España, adquirieron alguna de esas piedras.

En la década de 1970, todo parecía posible. Ay, cómo pasa el tiempo. Por desgracia, el asunto de las piedras de Ica tiene toda la pinta de ser un fraude, y bastante tosco. Ahora, más viejos y tal vez algo más sabios, podemos revisarlo y maravillarnos de nuestra credulidad acrítica en aquellos tiempos. En fin, vayamos por partes.

El hecho de que nunca se revelara el lugar donde se hallaron las piedras ya tendría que habernos hecho sospechar de que allí había gato encerrado. Sin una estratigrafía válida, es imposible fechar los hallazgos. La edad de las piedras no nos sirve pues, obviamente, será mayor que la de los grabados, pero sin poder estudiar el lugar donde se desenterraron, ¿cómo datarlos?

Por otro lado, como ya expusimos en una de las primeras entradas del blog, los fraudes suelen tener éxito porque nos dicen lo que queremos oír. Pueden acomodarse a nuestros prejuicios (véase el caso del hombre de Piltdown) o, como aquí, contarnos una historia apasionante de humanidades desconocidas, abnegados héroes descubridores que luchan contra el paradigma imperante, la cerrazón mental de los «científicos oficiales», esas malvadas criaturas que, fruto de oscuros contubernios, son incapaces de admitir lo obvio… 🙂

Basilio Uchuya fabricando una piedra tallada, más falsa que un billete de 3 euros 🙂 (fuente: pueblosoriginarios.com)

Pero los fraudes caen, tarde o temprano. Cuando las autoridades peruanas detuvieron a Basilio Uchuya por (supuestamente) traficar con antigüedades, el huaquero tuvo que reconocer que de antigüedades, nada de nada. Él las fabricaba. Bueno, él y más gente, pues los turistas las demandaban, pagaban su buen dinero y de algo había que vivir…

Lo disparatado, lo estrafalario de lo que se mostraba en las piedras hizo que científicos y arqueólogos no se las tomaran en serio. Y por si faltaba algo, en 1998 Vicente París ofreció pruebas inequívocas de fraude. Por ejemplo, microfotos que probaban el uso de pinturas actuales o de papel de lija. Por supuesto, los partidarios de la existencia de esa humanidad gliptolítica, como algunos la denominaron, aducen que la falsedad de unas piedras no implica que todas lo sean. Pero, aquí entre nosotros, es para mosquearse…

Algunas de las incongruencias de las piedras talladas tendrían que habernos hecho sospechar, ya por aquel entonces, que se trataba de un fraude, y bastante burdo. Hoy, que conocemos mucho más sobre lo dinosaurios, los fallos son aún más palmarios. Veamos unos cuantos, sin prisa pero sin pausa.

En primer lugar, la calidad técnica de las piedras no casa con la supuesta tecnología que exhiben. Dicho de otro modo, los grabados son más bien cutres. Según los defensores de la humanidad gliptolítica, esta poseía una tecnología avanzadísima, superior a nuestra actual civilización. Caramba, si esos humanoides decidieron preservar su sabiduría en forma de piedras grabadas, los dibujos se nos antojan muy infantiles:

A la izquierda, grabado hecho supuestamente por unos seres avanzadísimos hace millones de años. A la derecha, dibujo hecho hace unos siglos por un miembro de nuestra atrasada especie. Compárese la diferencia de calidad… (fuente: es.wikipedia.org) 😉

Los defensores de su autenticidad aducen que en varias piedras hay mapas que reflejan un mundo distinto al actual. De acuerdo, la deriva continental hace que los continentes vayan dando tumbos de un sitio a otro, pero los mapas de las piedras no es que sean muy detallados, precisamente:

Para tratarse de la obra de una civilización avanzadísima, el mapa no es un prodigio de la cartografía… (fuente: Wikipedia).

También consideran que una prueba de que aquellos humanoides eran muy avanzados se refleja en su dominio de la cirugía. Bueno, el instrumental que usan más bien parece propio de un carnicero que de un cirujano… E insistamos en la poca calidad de los dibujos, sin demasiados detalles:

El instrumental empleado en esta operación craneal no es precisamente un bisturí láser. Y tampoco estaría mal que el cirujano usara mascarilla… 🙂 (fuente: Wikipedia).

Dejando aparte ciertas piedras que muestran escenas pornográficas y otras asaz pintorescas, mi alma de biólogo amante de la Taxonomía pide que me centre en la fauna que muestran. Véase, por ejemplo, esta:

1: Brontosaurus. 2: Tyrannosaurus. 3: Pteranodon. 4: Stegosaurus. 5: Triceratops. (fuente: a partir de lacienciaysusdemonios.com)

Tenemos cuatro dinosaurios y un pterosaurio volador (que no es un dinosaurio). Cuando se piensa en dinosaurios, mucha gente cree que todos vivieron al mismo tiempo. Y eso, me temo, se aplica al que talló la piedra. Pero si nos zambullimos en los abismos del tiempo, la era Mesozoica fue un periodo vastísimo, pues duró 185 MA (millones de años). Nos tememos que unos cuantos de esos dinosaurios (y el pterosaurio) no coincidieron en el pasado. ¿Hace cuánto que vivieron? Pues: Stegosaurus: 156-144 MA. Brontosaurus: 155-152 MA. Pteranodon: 86-84,5 MA. Triceratops (por cierto, no tenía 5 dedos funcionales en las patas, como aparece en la piedra) y Tyrannosaurus: 68-66 MA.

O sea, un brontosaurio y un tiranosaurio están más alejados entre sí que el tiranosaurio de nosotros, pues los dinosaurios no avianos se extinguieron hace unos 66 MA. Juntarlos todos, como en la saga de Parque Jurásico, es una incongruencia grave, un anacronismo tremendo.

Los partidarios de la humanidad gliptolítica podrían aducir que quizás esta habitó el planeta durante el Jurásico y el Cretácico, casi 90 MA, y a lo mejor la piedra es una especie de catálogo, pero eso es demasiado tiempo. Demasiado. Por otro lado, pese a lo difícil que es dejar restos fósiles, estamos hablando de tantos MA que es inevitable que quedaran más vestigios de aquellos individuos. Y ni rastro de ellos, oigan.

Algunas escenas muestran a esos humanoides luchando o siendo atacados por dinosaurios. Uno de los mayores disparates es contemplar a saurópodos, unas bestias herbívoras y de enorme tamaño, devorando humanos:

Dinosaurio saurópodo herbívoro agarrando por el pescuezo a un hombre gliptolítico de considerable tamaño (fuente: lacienciaysusdemonios.com).

Por cierto, ¿con qué cazaban a los tiranosaurios y similares? Puesto que se trataba de una civilización avanzada, cabría esperar que usaran armas de fuego, pistolas de rayos, qué se yo… Pero nada de eso. Cuchillos y hachas… 🙂

Titánica lucha entre un tiranosaurio (o algo parecido) y un par de hombres gliptolíticos. Yo apostaría por el dinosaurio (fuente: Pueblos Originarios).

Otras piedras contradicen lo que hoy conocemos sobre los dinosaurios no avianos. Algunas sugieren que los hombres gliptolíticos les practicaban la cesárea a los dinosaurios, o que algunos de estos eran vivíparos:

Parto de dinosaurio. Por suerte para la madre, el bebé no tiene placas en el lomo… 🙂

Hoy sabemos que los dinosaurios pertenecen a la rama del árbol de la vida de los arcosaurios, cuyos representantes vivos son las aves (auténticos dinosaurios) y los cocodrilos (estos no son dinosaurios, pero quedn muy próximos). Y todas las especies que conocemos, todas, son ovíparas. Asimismo hemos hallado fósiles de huevos de dinosaurios de muy distintas familias. Conclusión: eran ovíparos.

En otras piedras se sugiere que algunos dinosaurios podrían sufrir metamorfosis, como los anfibios:

Presunta metamorfosis de un Stegosaurus (Fuente: eugeniotait.info).

Biológicamente parece imposible. Los dinosaurios son amniotas; al igual que otros reptiles, aves o mamíferos, no sufren metamorfosis. Sí, existieron dinosaurios con hábitat acuático, como Spinosaurus, pero no sufrían metamorfosis. Más bien podrían equipararse a enormes cocodrilos. En suma, no hay ni rastro de renacuajos de dinosaurio, ni nada que apoye su existencia.

Los defensores de la humanidad gliptolítica arguyen que eso es un motivo para creer que aquellos humanoides conocían cosas que a nosotros se nos escapan; por tanto, se trata de una prueba de la autenticidad de las piedras. Claro, otra posibilidad es que quienes falsificaron las piedras no tenían ni idea de cómo funcionan los arcosaurios ni de los mecanismos de la evolución y metieron la pata. Aplicaré el principio de parsimonia, como buen científico, y me quedaré con la última hipótesis. 😉

Ah, la piedra del presunto dinosaurio marsupial me ha llegado al alma. Sin comentarios: 😀

Pero si hay algo que hoy nos muestra la falsedad de los grabados, dejando aparte incongruencias temporales o biológicas, es el propio aspecto de los dinosaurios. La Paleontología ha avanzado mucho en las últimas décadas y, ¿saben una cosa? Los dinosaurios de las piedras de Ica tienen el aspecto de los que aparecían en los libros de la década de 1960, cuando eran vistos como unos restiles torpes y lentos. Además, son los más populares en aquellos años.

Por ejemplo, fíjense en la imagen del tiranosaurio que vimos más arriba peleándose con el tipo del hacha, y compárese con la que hoy es más aceptada, después de los últimos descubrimientos. Frente a un tiranosaurio gordinflón que arrastra la cola como si fuera la de un vestido de novia y que mantiene el torso vertical (como el primer Godzilla, para entendernos), hoy lo representamos con el torso horizontal, la cola tiesa para hacer de contrapeso, aspecto de formidable depredador… Tal que así:

Lo mismo puede aplicarse al brontosaurio. Los saurópodos no eran tan gordos ni arrastraban las colas por el suelo. Además, ¿por qué en las piedras no hay velocirraptores, o dinosaurios emplumados? ¿Por qué no hay ni un Carnotaurus, un Argentinosaurus u otros dinosaurios que vivieron precisamente en lo que hoy es Sudamérica? Pues porque en aquellos años no aparecían en los libros de divulgación. Es tan simple como eso.

En resumen, todo se explica si nos fijamos en la foto siguiente. Aquí vemos a Basilio Uchuya mostrando una lámina con ilustraciones de los dinosaurios de aquellos años. Son idénticos a los de las piedras: la idea que en la década de 1960 se tenía de los dinosaurios. Más claro, agua:

Los disparates e incongruencias son innumerables. Para no cansarte, amigo lector, mencionaré alguno más. Aquí se ve un intento de relacionar las piedras con las pistas de Nazca, uno de los hitos arqueológicos favoritos de los defensores de la teoría de los antiguos astronautas:

El problema es el mono de la cola en espiral. Tiene toda la pinta de un mono araña. Los monos americanos (platirrinos) evolucionaron hace unos 40 MA. O sea, muchos MA después de que los supuestos hombres gliptolíticos se marcharan de nuestro planeta en busca de pastos más verdes. Vamos, que hay que ser muy ingenuo para no darse cuenta de que tanto el mono como el colibrí que aparecen en las piedras se han copiado a partir de fotos de las pistas de Nazca, para parecer más misteriosas, a ver si cuela…

Y sobre el hombre mono, mejor corramos un tupido velo: 😀

En fin, dejémoslo ya. Quizá lo más interesante de este caso no son las piedras en sí, sino cómo solemos aceptar ciertas teorías sin el más básico espíritu crítico. Ahí radica la grandeza de la Ciencia: combinar el sentido de la maravilla con un sano escepticismo constructivo.