Ahora que se aproximan las entrañables fechas navideñas (aunque, a juzgar por la decoración en tiendas y supermercados, la Navidad empezó justo después del Día de Todos los Santos), vamos con una entrada más ligera, a modo de reflexión ociosa. 😉
A los seres humanos nos encanta tener las cosas claras y no complicarnos la vida. Por eso, a la hora de clasificar lo que sea, preferimos las dicotomías: dividirlo en dos partes. Nos ayuda a tomar decisiones, aunque por el camino se pierden las sutilezas. Así, clasificamos lo que nos rodea como bueno o malo, rojo o facha, animal o vegetal, correcto o incorrecto, nosotros o ellos… Nada de medias tintas; encasillar algo o alguien en una de dos opciones, sin más, ahorra pensar (e incluso cuestionarse las propias creencias).
La dicotomía principal, que en gran medida condiciona nuestras vidas, es la de «nosotros o ellos». Por supuesto, «nosotros» es un grupo bien delimitado, perfectamente definido, nítido. Y todo lo que no encaje ahí se convierte en «ellos». Hasta cierto punto, esta forma de pensar no debería sorprendernos. Es probable que la heredásemos de nuestros lejanos ancestros, animales sociales que vivían en grupos pequeños, cohesionados, lo que para ellos suponía el mundo familiar, conocido. Todo aquello ajeno al grupo podía ser peligroso o, como mínimo, extraño.
El problema es que otorgamos exactamente la misma categoría a «nosotros» que a «ellos», lo cual implica un fallo garrafal. Lo único que «ellos» tienen en común es no ser «nosotros». En realidad, son muchos más y enormemente diversos. La dicotomía resulta inadecuada.
La Ciencia no es ajena a este problema. Por ejemplo, durante siglos se dividió a los seres vivos en animales o plantas. Mientras que un animal es algo bien definido, dentro de las plantas se incluía a todo aquello que no fuera animal. Por eso, los botánicos acabamos estudiando organismos de lo más diverso y escasamente emparentados entre sí (plantas verdaderas, pero también hongos, algas, ciertas bacterias…).
Esta dicotomía se abandonó hace décadas, pero a los libros de texto, siempre a remolque del progreso científico, les costó mucho tiempo reconocerlo. Hoy, en nuestros institutos se enseña el sistema de 5 reinos de Whittaker… que fue propuesto en 1969, hace más de medio siglo, y ya está desfasado. 😦
Una dicotomía inapropiada que sigue muy presente en los libros de texto es la de dividir a los animales en vertebrados e invertebrados. Queda claro lo que es un vertebrado, pues nosotros también lo somos: un animal metamérico con simetría bilateral, esqueleto interno, etc. Entonces, ¿qué es un invertebrado? Pues todo aquello que no es vertebrado, claro. O sea, otra vez la dicotomía de «nosotros» frente a «ellos»: otorgar la misma categoría a un grupo pequeño y bien definido frente a otro inmenso y diverso, cuyo único nexo común es la no pertenencia al primero.
Resulta injusto poner al mismo nivel a vertebrados e invertebrados. De hecho, los biólogos clasificamos a los animales en filos (phylum; plural: phyla) o tipos. Cada uno responde a una organización corporal distinta. Hay unos 31, según autores. Bien, ¿cuántos de ellos ocupan los vertebrados? Pues solo uno. Y ni siquiera eso; en realidad, los vertebrados son un subfilo dentro del filo de los cordados.
Los invertebrados ocupan los 30 filos restantes (y parte del de los cordados). En ellos encontramos animales tan distintos como un pulpo, una mariposa, un coral, una lombriz, un erizo de mar, una esponja… Lo único que tienen en común es el hecho de no poseer cuerpos vertebrados, pero son inmensamente diferentes. Cada filo es un mundo.
Así, si seguimos dividiendo el mundo animal en vertebrados e invertebrados, los alumnos quizá no capten la gran biodiversidad que existe en nuestro planeta. Claro, es muy difícil desterrar todas estas dicotomías, que forman parte de nuestro acervo cultural desde hace milenios. Por otro lado, enseñar a unos alumnos de primaria o secundaria tantos filos puede ser una pesadilla docente. En fin, nadie dijo que ser maestro fuera fácil… 😉
Bueno, amigo lector, esperamos que estas reflexiones prenavideñas no te hayan resultado prolijas o indigestas. Te deseamos unas felices fiestas, que sobrevivas a las cenas con la familia y que no perezcas por un atracón de polvorones y otras exquisiteces. 🙂