Mundos perdidos y tierras huecas (I)

Desde tiempos remotos hemos sentido fascinación y miedo hacia lo que pudiera poblar el interior de nuestro mundo. No en vano, muchas culturas han situado bajo nuestros pies sus respectivos infiernos: Hades, Averno, Sheol… Lugares a los que podía llegarse a través de pozos o cuevas, que eran vistos como bocas prestas a devorar a quienes osaran aventurarse por el inframundo.

Dado que este es un blog interesado tanto en Ciencia como en Literatura fantástica, vamos a ocuparnos de los «mundos perdidos» subterráneos, lugares donde el tiempo y la evolución parecen haberse detenido, y los esforzados protagonistas de los relatos se encontrarán con bestias prehistóricas, hombres primitivos, flora primordial…

'Journey to the Center of the Earth' by Édouard Riou 38Ilustración de la edición original de Viaje al centro de la Tierra, de J. Verne (fuente: es.wikipedia.org)

Probablemente, la novela más famosa al respecto es Viaje al centro de la Tierra (1864), de Julio Verne. Muy popular en su época, todavía hoy se lee con agrado. De ella se han hecho unas cuantas versiones cinematográficas, con mayor o menor fortuna. En ocasiones, el parecido con la obra original es más bien escaso, sacrificado en aras de la acción y la aventura. Quizá se desvirtúa así el propósito del autor. Viaje al centro de la Tierra es una novela donde la Ciencia es la gran protagonista. Geología, Paleontología… Julio Verne logra hacerlas interesantes, que nos apasionen, que nos fascinen. Debo confesar que la lectura de Verne fue una de las causas (la otra la constituyeron los documentales y libros de Félix Rodríguez de la Fuente) que me impulsaron, desde la más tierna infancia, a querer ser biólogo. Y aquí estamos. 🙂

En Viaje al centro de la Tierra, tres expedicionarios (el sabio, su sobrino y el estoico guía) penetran en el interior del planeta a través de la chimenea de un volcán islandés apagado, y acaban por llegar a una inmensa cueva que contiene un mar poblado de criaturas prehistóricas: ictiosaurios, plesiosaurios… En sus orillas encontramos fauna y flora de épocas pretéritas, salvadas de la extinción al haberse refugiado en tan recóndito paraje.

 SnaefellsjökullVolcán Snaefellsjökull, puerta de entrada el mundo subterráneo en Viaje al centro de la Tierra (fuente: en.wikipedia.org)

Cuando escribió la novela, Verne tenía una visión optimista de la Ciencia. En Viaje al centro de la Tierra (y no sólo en esta obra) trata de conjugar la aventura con la divulgación, y lo logra. Casi sin quererlo, el lector acaba por empaparse de las últimas novedades científicas de la segunda mitad del siglo XIX. Para los interesados en la Historia de la Ciencia, eso supone un placer añadido. Téngase en cuenta que Darwin había publicado El origen de las especies tan sólo cinco años antes. Los avances científicos se sucedían sin descanso, y parecían augurar un futuro mejor para la Humanidad. La Ciencia estaba en la calle. Interesaba al gran público.

Verne no fue el único en escribir sobre mundos perdidos, refugio de dinosaurios y demás bestias prehistóricas. Otro autor de éxito que probó suerte con el tema fue Arthur Conan Doyle. Su novela El mundo perdido (1912) rivaliza en popularidad con las de Verne. También ha tenido adaptaciones al cine y la TV las cuales, en ocasiones, son una curiosa mezcla entre Viaje al centro de la Tierra y El mundo perdido. Al director de turno no le preocupaba demasiado respetar la obra de tan venerables autores. Lo importante era que salieran en pantalla dinosaurios, hombres mono, persecuciones, sustos, batallas… 🙂

 Ape man from The Lost WorldFotograma de la adaptación cinematográfica de 1925 de El mundo perdido, de Arthur C. Doyle (fuente: es.wikipedia.org)

En cualquier caso, la acción en El mundo perdido no tiene lugar en el interior de la Tierra, sino en lo alto de un tepuy amazónico, por lo que no nos detendremos en esta interesante novela. Trataremos, en cambio, otra obra popular, quizá no tanto como las anteriores, cuya acción sí transcurre en el corazón de nuestro planeta. Nos referimos a la serie de Pellucidar, escrita por Edgar Rice Burroughs, y que consta de 7 novelas:

 At the Earths Core 1922 Dusk JacketFuente: en.wikipedia.org

  1. At the Earth’s Core (En el corazón de la Tierra, 1914)
  2. Pellucidar (Pellucidar, 1915)
  3. Tanar of Pellucidar (Tanar de Pellucidar, 1929)
  4. Tarzan at the Earth’s Core (Tarzán en el centro de la Tierra, 1929)
  5. Back to the Stone Age (Regreso a la Edad de Piedra, 1937)
  6. Land of Terror (La tierra del terror, 1944)
  7. Savage Pellucidar (Salvaje Pellucidar, 1963)

Las dos primeras podrían considerarse una única obra dividida en dos partes. El último título es una recopilación de cuatro historias más cortas, publicadas a título póstumo. No consideraremos aquí las continuaciones que John Eric Holmes escribió.

Fuente: en.wikipedia.org

Llama la atención que la cuarta novela tenga de protagonista a Tarzán. Sí, ese Tarzán. 🙂 Se trata de lo que hoy llamaríamos un crossover. Burroughs, con buen ojo, pensó que ambientar una de las historias de su personaje más célebre en el universo de Pellucidar podría hacer que más lectores se sintieran atraídos hacia esta última serie.

A lo que íbamos. Pellucidar está situado dentro de nuestro planeta, pero Burroughs diseñó el escenario a lo grande. No se conformó con que fuera una caverna inmensa, al estilo de Julio Verne. No. Aquí la Tierra es un planeta hueco, una cáscara, y Pellucidar ocupa su cara interna.

Una Tierra hueca, que incluso contiene en su centro un pequeño sol con su luna… Además del buen rato que se pasa leyendo estas novelas de aventuras, suponen una excelente excusa para aprender Ciencia, y no sólo por sus aciertos, sino por sus fallos. De eso nos ocuparemos en las siguientes entradas, amigo lector. Y téngase en cuenta otra cosa: hay quienes hoy creen, en serio, que la Tierra está hueca. Como comentamos en entradas anteriores sobre la Tierra plana, hay gente pa’ to’. 🙂

Una de gnomos (I)

Hadas, gnomos, duendes, elfos, pitufos… A todos nos resultan familiares estas y otras criaturas que protagonizan innumerables cuentos populares, leyendas tradicionales y, cómo no, multitud de obras de literatura fantástica. Las hay bondadosas, malévolas, traviesas, etéreas, siniestras…

 GnomoGnomo  (fuente: es.wikipedia.org)

Por lo general se trata de seres de pequeño tamaño, de un palmo de altura o incluso menos, y en muchos casos están asociados a los bosques umbríos y a las setas. Incluso en tiempos modernos hay gente que cree en ellos. Ya comentamos el notable caso de Arthur Conan Doyle y las hadas de Cottingley. Por desgracia, y pese a que a muchos nos gustaría que existieran, desde el punto de vista biológico son inviables.

Por supuesto, cuando leemos un cuento de hadas o duendes suspendemos temporalmente el sentido de la incredulidad y tratamos de disfrutar de la historia; de lo contrario seríamos unos auténticos desaboridos. 🙂 Sin embargo, las leyes de la Física (en concreto, la famosa ley cuadrático-cúbica de Galileo) impiden la existencia de criaturas de aspecto humano de dimensiones excepcionales, tanto gigantescas como diminutas. Ya tratamos el tema en otras entradas, por lo que no insistiremos demasiado aquí.

Ay, parece que la ciencia, prosaica ella, está reñida con la fantasía. Sin embargo, de algunas obras fantásticas se pueden extraer jugosas reflexiones de índole científica.

 Wieliczka-colorJardín de gnomos en las minas de sal de Wieliczka  (fuente: en.wikipedia.org)

Consideremos los gnomos o nomos. He aquí la correspondiente definición del DRAE:

1. m. Ser fantástico, reputado por los cabalistas como espíritu o genio de la tierra, y que después se ha imaginado en forma de enano que guardaba o trabajaba los veneros de las minas.

2. m. En los cuentos infantiles, geniecillo o enano.

La imagen que solemos tener de los gnomos, al menos en España, debe mucho a una serie muy popular de dibujos animados que empezó a emitirse en 1985: David el Gnomo”. Seguro que a los que tenemos una cierta edad todavía nos suena la cancioncilla de los títulos de crédito: «Soy un gnomo». ¿A que sí? Confiéselo, amigo lector… 🙂 Estos dibujos animados estaban basados en El libro secreto de los gnomos, una serie de libros ilustrados de los holandeses Wil Huygen y Rien Poortvliet.

gnomosCompárese el tamaño de David el Gnomo con el de un zorro  (fuente: filmotech.com)

Repasemos someramente las características de estos seres. Unos 15 cm de altura, con un cucurucho por sombrero, gran fortaleza física (recordemos la letra de la canción: «soy siete veces más fuerte que tú») y notablemente longevos (hasta cuatro siglos de vida). Por lo demás, y aunque un tanto rechonchos, estos gnomos tienen unas proporciones corporales similares a las nuestras.

Y ahí está el problema. Tamaño y forma… Ya sé que nos ponemos un poco pesados con lo de la ley cuadrático-cúbica, pero al disminuir el tamaño, las superficies lo hacen en función del cuadrado y el volumen en función del cubo. Con las proporciones corporales de un ser humano, las superficies de intercambio de gases y nutrientes (pulmones, intestinos, riñones…) se tornan enormes en proporción a la masa corporal. El metabolismo sería increíblemente acelerado. Un humanoide de 15 cm, tal como comentábamos aquí, duraría muy poco. Prácticamente se quemaría como una cerilla.

Fijémonos en los mamíferos pequeños, como ratones o musarañas. Son rápidos y vivarachos, pero sus vidas son cortas. Además, sus extremidades tienden a ser delgadas y frágiles; tampoco necesitan más para sostener el peso del cuerpo. Todo lo contrario que los brazos y piernas gruesos de un gnomo.

Sin embargo, el ingenio de los escritores fantásticos no se deja amilanar por tan severas leyes físicas. Algunos han imaginado gnomos más viables desde el punto de vista biológico que el bueno de David. Y sobre todos ellos destaca una obra escrita por uno de los mejores autores de literatura fantástica: Terry Pratchett. En la segunda y última parte de esta entrada nos ocuparemos de su trilogía de los gnomos. Puede que no sea tan conocida como su serie de novelas del Mundodisco pero merece la pena leerla. Además de ser una magnífica historia, muy bien contada, de ella se pueden extraer notables enseñanzas científicas.

Espiritismo, ciencia y literatura (II)

Sin duda, uno de los personajes que contribuyó a prestigiar el espiritismo fue el escritor Arthur Conan Doyle (1859-1930). El padre de personajes literarios tan famosos (y queridos) como Sherlock Holmes o el profesor Challenger defendió con uñas y dientes las ideas espiritistas, y llegó incluso a publicar algún que otro libro al respecto (destaca The History of Spiritualism, 1926). Resulta chocante, pues asociamos al padre del detective Sherlock Holmes con la racionalidad y la lógica. ¿Por qué se convirtió en una especie de adalid de los médiums?

 640px-ConandoylestatueSir Arthur Ignatius Conan Doyle  (fuente: en.wikipedia.org)

Pocas cosas hay más devastadoras que perder a un hijo. Es ley de vida que los hijos entierren a los padres. Cuando sucede lo contrario, el dolor que se experimenta difícilmente puede ser descrito con palabras. Doyle lo sufrió en carne propia. Su hijo Kingsley murió al final de la I Guerra Mundial, por culpa de una neumonía (ya estaba muy debilitado por las heridas sufridas en el campo de batalla). Y como las desgracias nunca vienen solas, otros familiares cercanos también fallecieron por esas fechas. Doyle se sumió en una terrible depresión, pero su mente halló el modo de evitar el hundimiento definitivo. Así, se empeñó en demostrar que las almas de los muertos no desaparecían; simplemente, pasaban a otro plano de la existencia. Su hijo y demás seres queridos seguían viviendo en algún sitio. Estaban ahí, aguardándolo. No los había perdido.

Doyle abrazó el espiritismo porque la alternativa se le antojaba demasiado horrible para admitirla.

sherlock-holmes-contra-houdini

Cuando leí el libro Sherlock Holmes contra Houdini sentí una mezcla de enfado y de compasión hacia Conan Doyle. Pocas veces se encuentra a alguien tan deseoso de engañarse, tan ciego a las evidencias. A través del intercambio epistolar con su amigo Houdini comprobamos que Doyle rechazaba cualquier argumento que contradijera a los espiritistas. Lo más llamativo del caso es que Doyle pensaba que actuaba racionalmente, siguiendo el método científico, pero las cartas de Houdini nos dicen otra cosa. Doyle creía a pies juntillas todo lo que decían los espiritistas. O sea: si el médium Fulanito afirmaba algo, eso tenía que ser necesariamente cierto, pues ¿acaso podía mentir Fulanito, todo un caballero? La idea de un médium estafador ni se le pasaba por la cabeza.

Conan Doyle era la víctima soñada por cualquier timador sin escrúpulos.

Houdini se dio cuenta, y se lamentaba de la ceguera de su amigo. Houdini, uno de los mejores ilusionistas de todos los tiempos, no apreciaba a los médiums, precisamente. Una vez participó en una sesión donde supuestamente había contactado con su propia madre y Houdini, por decirlo educadamente, salió bastante mosqueado. Un experto como él pilló al vuelo el engaño; al fin y al cabo, conocía todos los trucos del oficio. Lo tuvo claro: los médiums se aprovechaban del dolor ajeno, de la angustia que la gente sufría al perder un ser querido, para hacer negocio. Y dedicó toda su vida a desenmascarar a los impostores. Incluso llegó a ofrecer un premio al que lograra demostrar una genuina comunicación con los muertos. Nadie lo ganó.

Eso le costó su amistad con Doyle. Incluso cuando Houdini le demostraba, sin lugar a dudas, que el espiritista de turno era un timador, Doyle se negaba a admitirlo. Tal vez el médium, por culpa de la actitud hostil de Houdini, se sentía obligado a hacer trampas para quedar bien. Tal vez se debía a la mala atmósfera generada por los escépticos, que perturbaba a los pobres espíritus. Tal vez… En fin, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Doyle creía, incluso, que la habilidad de Houdini como escapista era sobrenatural. Por más que éste lo negaba, no lograba convencer a Doyle. Copio del libro antes citado (pags. 226-227):

Sir Arthur cree que tengo grandes poderes de médium y que algunas de mis hazañas las hago con la ayuda de espíritus. Todo lo que yo hago se logra gracias a medios materiales, humanamente posibles, sin importar lo desconcertante que sea para el profano. Dice que no entro a una sesión con la actitud adecuada, que debería mostrarme más sumiso pero, en todas las sesiones a las que he asistido nunca he tenido un sentimiento de antagonismo. No tengo ningún deseo de desacreditar al espiritismo; no estoy en guerra con sir Arthur; no lidio ninguna batalla contra los espiritistas; pero creo que es mi deber, por la mejora de la humanidad, presentar con franqueza al público los resultados de mi larga investigación sobre el espiritismo. Estoy dispuesto a que se me convenza; mi mente está abierta, pero la prueba no tiene que dejar ningún vestigio de duda de que lo que se afirma que se hace se logra solo a través de, o gracias a, un poder sobrenatural. Hasta el momento, nunca, en ninguna ocasión, en todas las sesiones a las que he asistido, he visto nada que pueda llevarme a atribuir la actuación de un médium a una ayuda sobrenatural, ni he visto nunca nada que me haya convencido de que es posible comunicarse con aquellos que se han ido de esta vida. Por lo tanto, no estoy de acuerdo con sir Arthur.

Un inciso: los médiums siempre han temido a los magos profesionales, pues a éstos no se les engaña con facilidad. En tiempos recientes, James Randi se ha convertido en el azote de videntes, médiums, dobladores de cucharas y similares. Ninguno de ellos ha podido ganar el premio de un millón de dólares que ofrece a quien demuestre alguna habilidad paranormal o sobrenatural. Cuando se les somete a condiciones experimentales controladas, siempre fracasan.

En fin… Doyle no sólo fue engañado por los médiums y otros traficantes del dolor ajeno. Recordemos el caso de las hadas de Cottingley. Unas niñas presentaron unas fotografías en las que aparecen hadas, con sus vestidos de gasa y alas de mariposa.

Cottingley_Fairies_1Conan Doyle creía que esta foto era auténtica  (fuente: en.wikipedia.org)

Las imágenes son un burdo fraude. De acuerdo, en aquella época la fotografía no estaba tan extendida como ahora, y los trucos que hoy nos hacen sonreír podían engañar al público poco informado (por ejemplo, muchas de las fotos de espíritus y fantasmas de sesiones espiritistas que se recogen en el libro Sherlock Holmes contra Houdini son dobles exposiciones, un engaño muy simple), pero no a un experto. Doyle, como cabía esperar, picó el anzuelo, y defendió a capa y espada la veracidad de las hadas. Por más que éstas fueran figuras de papel, recortadas por las hábiles manos de las niñas.

Poca gente hubo tan fácil de engañar como el autor de Sherlock Holmes. Cuando alguien quiere creer algo, pues la alternativa le resulta espantosa, no permitirá que la realidad lo apee del burro, perdonen ustedes la expresión. En cualquier caso, la actitud de Doyle frente al espiritismo nos sirve para reflexionar sobre algunos aspectos de la condición humana y la fuerza del autoengaño.

Y que conste: por muy escépticos que seamos, y por mucho que nos disguste la credulidad de este escritor, seguiremos disfrutando como enanos de las aventuras de Holmes, el profesor Challenger… Al menos, sus ideas no afectaron a la habilidad para contar historias. 🙂