Críptidos y no tan críptidos

La Criptozoología es una pseudociencia que trata de hallar animales (los «críptidos») cuya existencia no ha sido probada. Los críptidos son muy diversos, e incluyen desde presuntos representantes vivos de especies extintas hasta criaturas que aparecen en las leyendas populares.

Estatua de Bigfoot (fuente: es.wikipedia.org)

La Criptozoología no es una disciplina científica. Este rechazo no se debe a una supuesta estrechez de miras de los obtusos «científicos oficiales» (término que emplean los pseudocientíficos para referirse a nosotros, y que siempre me he preguntado qué significa). Tampoco a lo peculiar de su objeto de estudio, los animales desconocidos para la Ciencia. Por supuesto que existen animales (y plantas, y hongos…) que aún no han sido descritos y que aguardan a que los descubramos. Por desgracia, el deterioro que padece nuestro planeta por culpa de la sobrepesca, la contaminación o la destrucción de hábitats hará que muchas de estas especies se extingan de verdad antes de que lleguemos a encontrarlas.

Disculpa la digresión, amigo lector. Volvamos a la Criptozoología. Si se considera una pseudociencia es por su metodología, carente de rigor. Se fundamenta mayormente en la anécdota, en avistamientos más o menos fiables, pero no en pruebas sólidas. En cambio, la Ciencia se basa en un método riguroso, exigente. La Criptozoología no lo cumple ni de lejos.

Y que nadie venga con la monserga de los científicos de mentes estrechas que se niegan a admitir la existencia de lo maravilloso y bla, bla, bla. Eso es mentira. Los científicos estamos deseando hacer nuevos descubrimientos. Hallar una especie nueva nos entusiasma. Creo que en alguna entrada hemos comentado el ejemplo de los denisovanos. La existencia de una nueva especie humana, que llegó a convivir con nuestros antepasados e incluso se cruzó con ellos, fue deducida a partir de unos huesos diminutos, que caben en una caja de cerillas. Eso sí, de ellos se pudo extraer ADN, secuenciarlo y compararlo con el nuestro y el de los neandertales. Era una prueba tan sólida que todos la admitieron.

En otras entradas (1, 2, 3, 4 y 5) vimos por qué los zoólogos no acaban de creerse la existencia del yeti y similares. ¿Podrían existir? Pues sí, pero de momento ninguna prueba sólida lo avala. La mayor parte de avistamientos parecen corresponder a osos, y en cuanto al ADN de las muestras de yetis o de bigfoot, resulta ser de osos, perros, mapaches, bisontes, tapires…

Loch Ness monster viewsSilueta de algunos avistamientos de Nessie (fuente: es.wikipedia.org)

En cuanto a Nessie, un supuesto plesiosaurio que ha llegado hasta nuestros días en un lago escocés, tampoco hay pruebas de su existencia que resistan un análisis detallado. Además, resulta difícil creer que en un lago del tamaño del Ness haya peces suficientes para mantener con vida a una población de plesiosaurios, con lo grandes que son esos reptiles…

No obstante, los criptozoólogos no cejan en su empeño, y a veces recurren a trampas más o menos ingeniosas para tratar de convencer a los escépticos. Veamos una de ellas. Me la señaló un amigo y colega, el catedrático Juan F. Mota, zorro viejo en esto de enseñar a nuestros alumnos las diferencias entre Ciencia y pseudociencia. He aquí el libro:

¿Dónde está la trampa?

Fijémonos en algunos de los críptidos que aparecen en la portada. Tenemos los clásicos: el yeti, Nessie… Y un mamífero que parece el cruce entre un perro y un tigre. ¿Qué es?

Se trata del tilacino o lobo de Tasmania (Thylacinus cynocephalus). Es un marsupial como los canguros, aunque su dieta es carnívora. Uno de sus parientes vivos más cercanos es el demonio de Tasmania (Sarcophilus harrisii).

Poco hay de misterioso en el tilacino. Lamentablemente, al igual que otros grandes animales, fue cazado hasta la extinción. El último ejemplar conocido murió en un zoo en 1936. Hay vídeos en YouTube sobre él. De vez en cuando se informa de algún avistamiento en Tasmania de un tilacino, aunque sin pruebas concluyentes de que sigan vivos. Ojalá quede alguna población relicta, y podamos recuperar este magnífico animal.

Pero esto nos lleva a la portada del libro. El truco está en meter en el mismo saco al yeti, Nessie y el tilacino. Se trata de provocar una asociación de ideas en la cabeza del lector: «Hay gente que afirma haber visto ejemplares de esas tres especies. Y puesto que nadie duda de que el tilacino haya existido, los otros dos pueden existir también, ¿no?».

Pues no. El tilacino sí existió. No es un «animal imposible», como dice la portada del libro. El yeti y Nessie, en cambio, no pasan de hipotéticos. No es lo mismo. Pero los criptozoólogos ahí lo dejan, y si cuela…

El oso y el yeti

En julio de 2015 escribimos aquí una serie de 4 entradas tituladas «El yeti y la ciencia oficial». En ellas nos ocupábamos de la Criptozoología, una pseudociencia que trata de hallar animales (críptidos) cuya existencia aún no ha sido probada. Concretamente, nos centramos en el yeti y humanoides similares (bigfoot, sasquatcht…).

Debe quedar claro que es imposible demostrar la inexistencia de estas criaturas, igual que es imposible demostrar la inexistencia de dioses, ángeles, duendes, orcos, etc. Sus defensores siempre podrán aducir que nos falta fe, o no hemos buscado lo suficiente, o no queremos admitir las pruebas que nos presentan… Y si no logran convencernos, siempre se compararán con Galileo: «Si a él no le hicieron caso, pero resultó que tenía razón, entonces nosotros también tenemos razón». La verdad, se me escapa la lógica de este razonamiento. 🙂

En realidad, la carga de la prueba recae sobre quienes proponen la existencia de tales entes. Ocurre que la Ciencia requiere pruebas sólidas y, respecto al yeti, ninguna, repito, ninguna de las pruebas presentadas hasta la fecha soporta la hipótesis de la existencia de humanoides desconocidos que moren en las estribaciones del Himalaya, los bosques norteamericanos u otros lugares del mundo.

Los científicos, en contra de lo que proclaman pseudocientíficos, conspiranoicos y similares, están encantados de admitir la existencia de nuevas especies de homínidos. Eso sí, siempre que las pruebas lo ratifiquen. Baste el ejemplo de los denisovanos. Lo únicos restos conservados de esta especie humana caben en una caja de cerillas, pero se pudo secuenciar su ADN, y nadie discute los resultados: una especie nueva, próxima a los neandertales, algunos de cuyos genes están hoy presentes en diversas comunidades humanas.

La diferencia entre Ciencia y pseudociencia está en la metodología, no en lo fantásticas o cautivadoras que sean sus propuestas. Los científicos somos conscientes de nuestras limitaciones. Somos humanos. Tendemos a creer en lo que nos gusta, en lo que nos ilusiona, y a dejar de lado aquello que nos incomoda. También es fácil engañarnos. Por eso el método científico es riguroso y exigente, para intentar evitar fallos. En cuanto al método pseudocientífico… En fin. Por decirlo suavemente, riguroso, muy riguroso, no lo es. Véase lo que comentamos en aquellas entradas sobre el artículo pseudocientífico sobre el bigfoot de Ketchum et al. (2013).

La Ciencia «oficial» también se ha ocupado del yeti y sus parientes. Recordemos el artículo de Milinkovitch et al. (2004) en el que, con sentido del humor (el cual, por cierto, no está reñido con el rigor científico), se concluye que el ADN de una muestra de pelo de yeti coincidía con ADN de caballo. O el de Coltman & Davis (2006), en el que una muestra de pelo de sasquatch resultó coincidir con ADN de bisonte. Por otro lado, Lozier et al. (2009) aplicaban un modelo de nicho ecológico a los avistamientos del bigfoot o sasquatch en Norteamérica, y su área de distribución coincidía con la del oso negro.

El artículo más extenso era el de Sykes et al. (2014). Como vimos, analizaron 57 muestras de pelo atribuidas a yetis y similares. Algunas ni siquiera eran animales (fibra de vidrio, restos vegetales…). Pudieron extraer el ADN de 30… y ninguna de ellas correspondía a un homínido desconocido. Osos, cabras, tapires, caballos, mapaches, perros, vacas, ciervos, ovejas, puercoespines, seres humanos…

Pero la Ciencia progresa; en concreto, las técnicas de análisis de ADN mejoran a una velocidad pasmosa. Hay novedades que conciernen al yeti, reseñadas en los grandes medios de comunicación. Se trata del artículo de Lan et al. (2017), titulado: «Evolutionary history of enigmatic bears in the Tibetan Plateau-Himalaya region and the identity of the yeti» (Historia evolutiva de los osos enigmáticos en la región Meseta Tibetana – Himalaya y la identidad del yeti). Desde el punto de vista formal, el artículo es impecable, además de riguroso. Veamos qué nos cuenta.

 Tibetan Blue Bear - Ursus arctos pruinosus - Joseph SmitProbablemente, algunos avistamientos de yetis correspondan a ejemplares de oso azul del Tíbet (Ursus arctos pruinosus), una subespecie de oso pardo (fuente: es.wikipedia.org)

En contra de lo que pudiera parecer, el artículo no se centra en el yeti, sino en la evolución de los osos himalayos y tibetanos. Con las nuevas herramientas de que disponen, estudian 24 muestras procedentes de museos, trabajos previos, etc., y secuencian el mitogenoma (ADN mitocondrial) completo. Las muestras corresponden tanto a osos como a supuestos yetis.

Los resultados son concluyentes. Una de las muestras, un diente procedente del museo Reinhold Messner, es de un perro. Las otras 23 muestras, TODAS, tienen ADN de osos. He aquí la conclusión final, traducida del inglés:

Este estudio representa el análisis más riguroso hasta la fecha de las muestras sospechosas de derivar de criaturas anómalas o míticas similares a «homínidos», sugiriendo con fuerza que la base biológica de la leyenda del yeti son los osos pardos y negros locales.

Los medios de comunicación se han centrado en esta conclusión, algo lógico, dados los ríos de tinta que se han vertido sobre el yeti. No obstante, y a título personal, el artículo me parece apasionante por otros motivos: cómo la Ciencia se va corrigiendo a sí misma, y la historia de los osos.

En el artículo de Sykes et al. (2014) se mencionaba que una de las muestras de yeti podía corresponder a un oso extraño, desconocido para la ciencia; quizás, un híbrido entre oso polar y pardo. Lan et al. (2017), con su secuenciación completa de mitogenomas, muestran que no es el caso. Ese supuesto yeti era, en efecto, un oso, pero de una subespecie ya conocida (concretamente, el oso pardo himalayo, Ursus arctos isabellinus). Así avanza la Ciencia. En el primer artículo, los autores describieron la metodología utilizada para que otros, en el futuro, pudieran repetir el experimento para ratificar o rectificar las conclusiones. Y así se ha hecho.

Medvěd plavý (Ursus arctos isabellinus)Muestras de ADN atribuidas al yeti corresponden en realidad al oso del Himalaya (Ursus arctos isabellinus), una subespecie de oso pardo (fuente: es.wikipedia.org)

Pero hay más. La comparación de genomas completos de distintos organismos no sólo nos permite identificarlos, sino también determinar el grado de parentesco, su historia evolutiva e incluso poder poner fechas aproximadas al momento en que unos linajes se separaron de otros. Así, Lan et al. (2017) averiguaron que la subespecie himalaya del oso pardo (Ursus arctos isabellinus) se separó bastante temprano del resto de la especie (hace unos 658.000 años), mientras que la subespecie tibetana (Ursus arctos pruinosus) lo hizo más tarde (hace unos 343.000 años). Ambas subespecies no se han mezclado debido a la compleja geografía de la zona. Asimismo, el oso negro himalayo (Ursus thibetanus laniger) pudo separarse de los osos negros asiáticos hace unos 475.000 años. Además, el hecho de que unas poblaciones quedaran aisladas y empezaran a evolucionar por su cuenta puede correlacionarse con las glaciaciones de la región.

 Himalayan bearOso negro del Himalaya (Ursus thibetanus laniger), otro candidato a yeti (fuente: en.wikipedia.org)

No sé a ustedes, pero a mí me maravilla que con unas muestras de ADN seamos capaces de reconstruir historias que se hunden en los abismos del tiempo. Es la metáfora que empleó Darwin, que considera la vida como un arbusto enmarañado del cual brotan constantemente nuevas ramas, dando lugar a formas maravillosas, mientras que otras van desapareciendo. Tanto da que los yetis resulten ser osos en vez de homínidos. Artículos como los que comentamos nos ayudan a conocer mejor el mundo en que vivimos, y nos impulsan a amarlo y querer conservarlo.

El yeti y la ciencia oficial (y IV)

El último artículo científico Q1 que queremos comentar es el de Lozier et al. (2009): Predicting the distribution of Sasquatch in western North America: anything goes with ecological niche modelling (La predicción de la distribución de Sasquatch en el oeste de Norteamérica: todo vale con el modelado de nicho ecológico). Puede descargarse aquí en PDF.

Hoy existe software potente y fácil de manejar para obtener modelos de nichos ecológicos. Dicho de otro modo, podemos deducir el área que ocupa una especie determinada (y, por tanto, las amenazas que se ciernen sobre ella), tomando los datos de avistamientos de esa especie (que en muchos casos están disponibles en bases de datos accesibles al público) e introduciéndolos en el programa adecuado.

El artículo reflexiona sobre los problemas de estos programas, sobre todo si en ellos se introducen datos equivocados, como las malas identificaciones. Para ejemplificarlo, los autores van a una base de datos de avistamientos del bigfoot (hay de todo en Internet…) y tratan los datos con el software MAXENT. De este modo calculan el área de distribución del bigfoot (o sasquatch) en los estados de Washington, Oregón y California. Black bear large

Oso negro (Ursus americanus) (fuente: es.wikipedia.org)

Pues bien, el área de distribución del bigfoot coincide con la del oso negro (Ursus americanus). Con prudencia, los autores sugieren que los avistamientos de bigfoot podrían, en ocasiones, ser de osos.

Esto es, grosso modo, lo que la «ciencia oficial» nos dice sobre el yeti y sus parientes. Para ser justos, deberíamos hacer referencia a algún artículo del bando de los criptozoólogos, comparándolo con los anteriores. Quizás, el más significativo es el de Ketchum et al. (2013): Novel North American Hominins, Next Generation Sequencing of Three Whole Genomes and Associated Studies (Nuevos homininos norteamericanos, secuenciación de nueva generación de tres genomas completos y estudios asociados) . Fue publicado en la revista DeNovo.

En esa página web descubrimos que hay que pagar 30 dólares para conseguirlo y, francamente, pensamos que hay mejores formas de invertir ese dinero, sobre todo ahora en verano (en cerveza y tapas, básicamente). Al menos, se facilita gratis un resumen del trabajo. Por curiosidad, intentamos averiguar la categoría de la revista DeNovo. Resultado: no hay ni rastro de ella en los índices de calidad científica. Pie_Grande

Bigfoot (fuente: es.wikipedia.org)

Por suerte, la autora principal del trabajo tiene una página web, The Sasquatch Genome Project, donde puede descargarse un PDF con el texto del artículo, así como diversos anejos.

En suma, Ketchum et al. analizaron nada menos que 111 muestras biológicas y, tras lo que parece un exhaustivo trabajo de secuención del ADN, llegaron a la conclusión de que el sasquatch o bigfoot es un híbrido entre el ser humano (por parte de madre) y una especie desconocida de primate (por parte de padre). Esta afirmación es asombrosa; de ser cierta, revolucionaría nuestros conocimientos de la evolución de los homínidos.

Entonces, ¿por qué la «ciencia oficial» no le ha hecho (con perdón) ni puñetero caso? ¿Se debe a un contubernio entre malvados científicos resentidos, que desean sabotear los logros de estos modernos émulos de Galileo? Y que conste: lo del «efecto Galileo» no nos lo hemos inventado para mofarnos. Lo tomamos de la página inicial de The Sasquatch Genome Project.

Nada de oscuras conspiraciones. Como de costumbre, lo que tumba a los artículos pseudocientíficos es la metodología.

PeerReview2Para publicar en una revista científica, hay que superar un proceso de revisión por pares (peer review) en ocasiones despiadado, pero siempre necesario (fuente: SCIENCE AND INK)

Queda claro que los autores intentaron publicar el artículo sobre el sasquatch en revistas científicas. El problema es que ninguna dio el visto bueno. Melba Ketchum tuvo el detalle de colgar en esa web las observaciones que los árbitros o evaluadores (referees) hicieron, así como sus réplicas y contrarréplicas. Leyéndolas, un servidor de ustedes ha disfrutado como un cerdo en un maizal. Pocas cosas muestran mejor que esta cómo funciona la ciencia.

Alguna revista de postín, como PLOS ONE (categoría: Q1), ni siquiera envió el manuscrito a los revisores, para enfado de la autora principal. En cambio, la prestigiosa Nature (Q1), lo remitió nada menos que a 4 referees distintos. Al repasar sus objeciones al artículo, vienen a la mente imágenes de una manada de depredadores atacando a una presa débil. Los golpes son bellos, precisos y letales.

Como indican algunos referees, las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y en ningún momento Ketchum et al. las aportan. No sólo eso, sino que los resultados podrían explicarse por una mala manipulación o contaminación de las muestras de ADN. Por otro lado, la exposición de la metodología es muy confusa. En conciencia, ninguna revista seria puede aceptar un trabajo así.

En la web de The Sasquatch Genome Project, Ketchum se queja  con amargura de la actitud de las revistas hacia su artículo, pero es lo que hay. La vida es dura. Todos los que hemos logrado publicar en una revista Q1 hemos pasado por el duro trance de la revisión por pares, y en ocasiones hemos albergado pensamientos asesinos hacia algunos referees. Sin embargo, es necesario y lo aceptamos. Sobrevivir al proceso de revisión otorga una cierta garantía de calidad y credibilidad. Así funciona la ciencia.

¿Qué sucedió con el trabajo después de sufrir varios rechazos? Según leemos en la web antes citada, hartos de la negativa a publicar por parte de las revistas científicas, los autores decidieron crear la suya propia (DeNovo). Y así se acabaron los problemas con los referees, aunque no con la credibilidad. 🙂 El internauta curioso podrá encontrar aquí una visión crítica sobre la publicación del artículo de Ketchum et al. (2013).

Bueno, amigo internauta, esperamos haberte ilustrado no sólo sobre el yeti y sus parientes, sino acerca del funcionamiento básico de la comunicación científica. Te deseamos que pases un buen mes de agosto y que todos sobrevivamos al calor veraniego (o al frío invernal, si vives en el hemisferio austral).

P.S.: Muchos trabajos científicos llevan al final una sección de agradecimientos, y aquí no podíamos ser menos. La idea de escribir estas entradas sobre el yeti surgió en un máster sobre actualización científica que imparto junto al catedrático de Botánica de la Universidad de Almería, Dr. Juan F. Mota. Fue él quien utilizó alguno de los artículos que hemos visto para mostrar la diferencia entre ciencia y pseudociencia a nuestros alumnos. Me pareció divertido e interesante, y profundicé en ello. Gracias, Juan. Te debo una cerveza. 🙂

El yeti y la ciencia oficial (III)

En la entrada anterior comentamos el artículo de Sykes et al. (2014), donde se analizaban 30 muestras de pelo atribuidas al yeti, bigfoot y similares. Como vimos, ninguna correspondía a un «primate anómalo». Sin embargo, este trabajo científico no fue el primero, sino que tuvo unos ilustres precedentes.

El precursor en el análisis genético de muestras atribuidas al yeti fue el de Milinkovitch et al. (2004): Molecular phylogenetic analyses indicate extensive morphological convergence between the ‘‘yeti’’ and primates (Análisis filogenéticos moleculares indican una amplia convergencia morfológica entre el yeti y los primates). Puede descargarse aquí en PDF.

Ante todo, la metodología empleada por los autores es científicamente irreprochable. Por otra parte, se trata de un trabajo pensado para el día de los inocentes (April Fools’ Day), que supura ironía por todos sus párrafos. Pero, insistimos, su rigor científico es máximo, propio de una revista Q1.

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En resumen, los autores parten de la hipótesis de que el yeti existe, y sus características son las mostradas en Tintín en el Tíbet. Consiguieron una muestra de pelo de yeti, secuenciaron un fragmento de ARNr y lo compararon con el de otros mamíferos (para eso está GenBank, como ya dijimos): unos cuantos équidos (caballo, burro, asno salvaje, cebra…), varias especies de rinoceronte, un tapir, unos primates (ser humano, chimpancé, gorila), un cachalote y una vaca. Una vez obtenida la secuencia génica, elaboraron un cladograma (un diagrama que muestra las relaciones filogenéticas entre organismos, de acuerdo con los principios de la cladística), para ver a qué rama del Árbol de la Vida podría adscribirse el yeti.

Coincidía 100% con los caballos.

Los autores, con ánimo festivo, dan por sentado que la descripción del yeti que aparece en Tintín en el Tíbet es cierta (dada la autoridad del capitán Haddock). Por tanto, la única explicación para los resultados es la siguiente: hay un tipo de caballo que ha sufrido un fenómeno de evolución convergente con los primates, hasta adoptar un aspecto similar (más o menos, como en el caso de los delfines y los tiburones).

mlp_fim__lyraSegún Milinkovitch et al. (2004), los resultados obtenidos son coherentes con la hipótesis de que el yeti podría ser algún tipo de caballo que hubiera experimentado un fenómeno de convergencia evolutiva con los homínidos (fuente: hoodie-stalker.deviantart.com) 🙂

El artículo, insistimos, es de alta calidad científica, aunque se nota mucho que los autores están bromeando. Cualquiera que sepa leer entre líneas puede captar el mensaje, alto y claro: «Tío, esto es pelo de caballo». 🙂

Un trabajo similar en otra revista Q1, igual de divertido aunque con un lenguaje algo más comedido, es el de Coltman & Davis (2006): Molecular cryptozoology meets the Sasquatch (La criptozoología molecular se encuentra con el sasquatch). Puede descargarse aquí en PDF.

En 2005 hubo un avistamiento de un sasquatch en Yukón (Canadá), y se recogieron pelos de la criatura en cuestión. Un especialista los examinó y determinó que posiblemente eran de bisonte. Los autores decidieron investigarlo, sometiendo la muestra a un test de ADN. Se comparó con el de diversos mamíferos… y la secuencia de genes coincidía con la del bisonte.

dancing_buffaloAsimismo, para Coltman & Davis (2006), el sasquatch podría ser algún tipo de bisonte que también hubiera experimentado un fenómeno de convergencia evolutiva con los homínidos (fuente: phillipfga.deviantart.com) 🙂

El último párrafo del artículo merece ser leído, pues expresa cómo es el pensamiento científico. Los autores dicen que hay varias posibles explicaciones para los resultados. Una, que, al igual que sugerían Milinkovitch et al. (2004), exista un ungulado (en este caso, similar al bisonte) con una asombrosa convergencia morfológica con los primates. Y otra, que la muestra sea de pelo de bisonte, y punto. Como muy bien indican, si se aplica el principio de parsimonia (o sea, la navaja de Ockham), tan querido por la ciencia, tendríamos que quedarnos con la hipótesis más simple: la segunda, en este caso. En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta.

En la próxima entrada terminaremos con el tema, palabra de honor. 🙂

El yeti y la ciencia oficial (II)

Como decíamos en la entrada anterior, a veces la ciencia se ocupa de los mismos temas que las pseudociencias; en este caso, la Criptozoología. Rebuscando por Internet hemos hallado 4 artículos científicos interesantes sobre el yeti y sus parientes. Aquí nos ocuparemos del más reciente (Sykes et al., 2014): Genetic analysis of hair samples attributed to yeti, bigfoot and other anomalous primates (Análisis de muestras de pelo atribuidas al yeti, bigfoot y otros primates anómalos). Puede descargarse el artículo completo en PDF.

El artículo de Sykes et al. (2014) es buena ciencia, créannos. La revista donde se publicó (Proceedings of the Royal Society) es seria. Muy rigurosa. ¿Cómo lo sabemos? Pues viendo su índice de impacto; por ejemplo, en la web de SCImago.

PeerReview2Es complicado publicar en una revista Q1… (fuente: SCIENCE AND INK)

Según su índice de impacto, una revista científica puede caer dentro de cuatro cuartiles. Q1 es el mejor. Se supone que una revista Q1 cuida mucho lo que publica. Los artículos son revisados por árbitros de colmillo retorcido, o sea, científicos expertos en el tema en cuestión que no dejarán pasar un fallo. A veces se cuelan birrias o fraudes en estas revistas, pero no es lo habitual, y acaban por ser detectados y denunciados. A una revista Q1 se le supone seriedad.

Centrémonos en Sykes et al. (2014). El artículo se ciñe al canon de una comunicación científica. Es un excelente ejemplo para mostrar cómo funciona la ciencia. Además, si sabemos leer entre líneas, se nota que los autores se han divertido haciéndolo.

El artículo comienza con un resumen, algo muy de agradecer. Así, el lector ocupado puede, de un vistazo, determinar si el tema le interesa o no. Y ya desde el principio, queda claro que los resultados no van a gustar a los criptozoólogos.

Le sigue la introducción, donde los autores explican los motivos e interés de realizar este trabajo. Inciden en lo que ya comentamos en la entrada anterior sobre la Criptozoología y el elusivo yeti, y recogen las quejas de los criptozoólogos (los científicos no les hacen caso). A continuación, señalan algo de importancia capital: la ciencia no puede aceptar ni rechazar nada sin antes examinar la evidencia. Y eso hicieron: examinar con rigor las mejores evidencias disponibles.

El siguiente apartado es esencial en todo artículo científico: material y métodos. Todo experimento ha de ser reproducible. Por tanto, se debe describir con pelos y señales lo que se ha hecho, para que cualquier otra persona, con los medios adecuados, pueda verificarlo. Un artículo científico que descuide este apartado será considerado una chapuza.

 

Yetiscalp.JPG
Hay numerosos restos atribuidos a yetis y criaturas similares, como este cuero cabelludo que se guarda en Nepal (fuente: Nmnogueira en Wikipedia. Haga clic en la imagen para ver más detalles)

La mejor evidencia para ratificar la existencia de primates anómalos como el yeti es la biológica: sus restos. Los autores pidieron muestras de pelo atribuidas a estos esquivos seres, y recibieron nada menos que 57. De ellas, unas cuantas tuvieron que ser desechadas por motivos diversos (se trataba de fibra de vidrio o restos vegetales…). Al final, seleccionaron 37 para el análisis genético; de 30 de ellas pudo extraerse y amplificarse el ADN. Se tomaron precauciones para evitar contaminaciones (por ejemplo, con ADN humano de los que manejaron las muestras), y las secuencias génicas halladas se compararon con las existentes en la base de datos de GenBank (una enorme colección de secuencias de genes que están a disposición de quien quiera consultarlas).

Y ahora vienen los resultados y su discusión, el meollo del artículo. ¿Alguna de las 30 muestras de pelo corresponde a un primate anómalo?

Serow Capricornis sumatraensis

Una de las muestras de pelo de yeti resultó ser de seráu, un pariente de la cabra (fuente: es.wikipedia.org)

Tres de las muestras procedían del entorno del Himalaya (India, Bután y Nepal); teóricamente pertenecían al yeti. Bien, una de ellas corresponde a un pariente de la cabra, y las otras dos son de oso. Un oso peculiar, por cierto. El ADN parece indicar que se trata de una antigua hibridación entre oso blanco y pardo, que ha sobrevivido en aquellas altas montañas. Muy interesante, pero de momento, nada de primates desconocidos.

Malayan Tapir 001

… Y el presunto hobbit, un tapir malayo (fuente: es.wikipedia.org)

Otra muestra procedía de Sumatra, y estaba catalogada como orang pendek (el equivalente enano del yeti). ¿Podría tratarse de un hobbit, el controvertido Homo floresiensis? Resultó ser pelo de tapir. Una pena.

Procyon lotor (Common raccoon)

Una de las muestras rusas de almasty correspondía a un mapache, un pequeño carnívoro norteamericano que se ha convertido en una especie invasora en otros continentes (fuente: es.wikipedia.org)

En Rusia tenemos otro presunto primate extraño: el almasty. De las 8 muestras analizadas, 3 son de caballo, 2 de oso pardo, una de vaca, una de mapache y otra de oso negro. Son curiosas estas dos últimas, ya que corresponden a animales norteamericanos. 🙂

Black bear large

La mayoría de los pelos del bigfoot norteamericano eran de osos negros, caballos o cánidos (fuente: es.wikipedia.org)

El grueso de las muestras (18) corresponde a los Estados Unidos, y se artibuyen al bigfoot. Pues bien, 5 son de oso negro, 4 de perro (u otros cánidos), 3 de vaca, y una de cada una de estos animales: ciervo, oveja, caballo, puercoespín, mapache y ser humano.

En resumen: de 30 muestras, ninguna es de un yeti o similar. Ninguna.

Resulta particularmente interesante la lectura del último párrafo, un ejemplo de prudencia científica. Los autores indican que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Podría existir el yeti, sí, pero ninguna de las muestras apoya esta afirmación. Más aún: señalan que los criptozoólogos, en vez de quejarse de que la ciencia los rechaza, deberían esforzarse en conseguir evidencias convincentes. Hoy es fácil y rápido cotejar el ADN de una muestra biológica con las existentes en GenBank. Analícenlas en algún laboratorio en condiciones, caramba.

Finalmente, los autores incluyen los agradecimientos y algo sumamente importante: la bibliografía empleada. Entre la cual, además de artículos técnicos, antecedentes y demás, destaca Tintín en el Tíbet. 🙂

En la próxima entrada echaremos una ojeada a otros artículos científicos, no tan extensos como éste pero igualmente significativos.

El yeti y la ciencia oficial (I)

Después de sobrevivir a la vorágine del final de curso en la universidad, por no mencionar a la ola de calor que nos aflige, aquí estamos de nuevo. 🙂

Cada dos por tres, los defensores de las pseudociencias se quejan de que la «ciencia oficial» los desprecia, o bien existe un siniestro contubernio por parte de científicos y servicios secretos para que los maravillosos descubrimientos pseudocientíficos no vean la luz, pues eso haría tambalearse las bases de la «ciencia oficial» y del mundo tal como lo conocemos. Por eso se les persigue, ridiculiza, etc.

¿Una conspiración? Tal cosa no existe. Si las pseudociencias son ignoradas o tomadas a guasa por los científicos, no se debe a lo que estudian, sino a la metodología que emplean.

La ciencia es, en esencia, un modo de hacer preguntas a la naturaleza. Como ésta tiende a no ajustarse al sentido común o a nuestros prejuicios, el método científico ha de ser riguroso. También es despiadado: si los hechos contradicen una teoría, por muy arraigada que esté, la tumbarán u obligarán a modificarla. En cambio, el método pseudocientífico es «manifiestamente mejorable», por decirlo en lenguaje políticamente correcto.

También hay un motivo más prosaico para que los científicos obvien ciertos temas: la financiación. Quien paga, manda. Si usted quiere realizar un estudio  exhaustivo sobre el chupacabras, pongamos por caso, necesitará dinero. Normalmente, los organismos oficiales que financian la investigación prefieren emplear los recursos en materias como la lucha contra las enfermedades o la mejora de los cultivos. Es improbable que se gasten miles de euros en lo que no se considera prioritario. Sin embargo, en ocasiones la ciencia sí que entra de lleno en cuestiones «marginales», lo que nos lleva al título de esta entrada.

yeti1Fuente: commons.wikimedia.org

La Criptozoología es una pseudociencia que trata de hallar animales (críptidos) cuya existencia aún no ha sido probada. Por supuesto, ningún científico discute que existen especies aún por descubrir. Lo que convierte a la Criptozoología en pseudociencia es el método que emplea: recopila anécdotas y pruebas endebles, se basa en el folclore y poco más. El enfoque científico, cuando se ocupa de estos temas, es bien distinto.

bigfoot1Estatua de Bigfoot (fuente: es.wikipedia.org)

Centrémonos en un caso concreto. Desde hace siglos, en distintos lugares del mundo ha habido avistamientos de extrañas criaturas bípedas humanoides, o circulan leyendas sobre ellas. Los criptozoólogos afirman que esto se debe a que existe una especie de primate de gran tamaño, desconocido para la ciencia. O quizá más, quién sabe. En el Himalaya recibe el nombre de yeti o migou; en Norteamérica, bigfoot o sasquatch; alma en Mongolia y Cáucaso; yowie en Australia; etc.

tintin

El atractivo del tema es innegable. Periodismo sensacionalista, cómics, series de TV y novelas dan protagonismo a estos esquivos humanoides. Entre los más conocidos, tenemos el excelente Tintín en el Tíbet, de Hergé, con un migou al que se le llega a tomar cariño. O los seres de las cuevas de Los devoradores de cadáveres, de Michael Crichton. O series de TV y películas, como Harry and the Hendersons. Podríamos rellenar páginas y páginas con muchos más ejemplos.

Para los criptozoólogos, ¿qué podrían ser estos seres? Tal vez descendientes del gigantopiteco, un enorme primate emparentado con el orangután, extinto hace miles de años. O poblaciones relictas de neandertales o denisovanos. O híbridos entre humanos y otros primates. O una criatura totalmente nueva para la ciencia, quizás alienígena.

Pese a la cantidad de avistamientos, no disponemos de fósiles de yetis o seres similares. Los restos biológicos recogidos son dudosos. Básicamente, los criptozoólogos se basan en relatos de testigos, fotografías o vídeos borrosos y el folclore local. Sin embargo, los criptozoólogos no se desaniman. Más aún; se lamentan de que la «ciencia oficial» no se ocupe de un tema tan trascendental y…

Eh, un momento. Resulta que hay artículos sobre el yeti o el bigfoot en revistas científicas de postín. Están a disposición de quien quiera leerlos (en inglés), y sus resultados son muy, pero que muy interesantes. En la siguiente entrada comentaremos alguno de ellos, lo que nos servirá para comprender cómo se hace ciencia. Y también nos dirá algo sobre el yeti, por supuesto. 🙂