De mundodiscos y tierras planas (I)

Una de mis series favoritas de fantasía es la del Mundodisco, del genial Terry Pratchett. Desborda imaginación y sentido del humor por los cuatro costados, con referencias constantes a muchos clichés del género e incluso a obras maestras de la Literatura. Después de La Doctrina Secreta, de H. P. Blavatsky (véanse las entradas anteriores), puedo asegurar que Pratchett es un bálsamo para el alma. 🙂

Gran A’tuin y su carga (fuente: frikilogia.com)

Mundodisco es un mundo plano, sostenido por cuatro elefantes que a su vez se disponen sobre el caparazón de Gran A’Tuin, una colosal tortuga que vaga por el espacio sideral. Es, sin duda, un escenario que da mucho juego para los relatos fantásticos, pero que desde el punto de vista científico suena a un disparate tan colosal como las dimensiones de Gran A’Tuin.

¿O quizá no lo sea? Merece la pena pararse a considerar el tema de las tierras planas, pues nos permite reflexionar sobre el funcionamiento de la Ciencia. Y, de paso, entretenernos un poco. 🙂

A primera vista puede parecer que nuestro mundo es plano, pues su curvatura no se aprecia a primera vista. Sin embargo, las pruebas de que la Tierra es redonda están ahí, si uno sabe verlas. Aparecen resumidas en el siguiente vídeo (en inglés):

Y si la lengua de Shakespeare no es lo tuyo, amable lector, aquí tienes un enlace a una página web en español donde todo esto queda bien explicado. 🙂

Hoy, mucha gente cree que en la Antigüedad todo el mundo pensaba que la Tierra era plana, y no digamos en la Edad Media, esa época de oscurantismo religioso. Si los textos sagrados afirmaban que la Tierra era plana, nadie se planteaba contradecirlos, ¿verdad? Igualmente, muchos piensan que ese estado de cosas duró hasta que Colón, por fin, se empeñó en demostrar que la Tierra era redonda, que se podía llegar a Asia navegando hacia Poniente, etc.

Pues no, amable lector. Eso es el mito de la Tierra plana. En la Antigüedad Clásica y en la Edad Media casi todas las personas cultas, religiosas o seglares, pensaban que nuestro mundo era esférico. Para llegar a esa conclusión bastaba una atenta observación, y no había carencia de mentes despiertas en esas épocas.

De hecho, Eratóstenes calculó el tamaño de la Tierra hace más de dos milenios, y lo hizo con admirable precisión. Los antiguos aceptaban que nuestro mundo es redondo, aunque sí que discrepaban sobre sus dimensiones. Después de Eratóstenes, Posidonio volvió a calcular el diámetro de la Tierra y obtuvo una cifra mucho menor. Luego, Ptolomeo prefirió los resultados de Posidonio a los de Eratóstenes, y con ellos fue Cristóbal Colón a convencer a diversos reyes europeos de la viabilidad de su viaje. Con una Tierra más pequeña, no era un disparate la idea de ir desde Europa a Japón atravesando el Atlántico. En fin, ya se sabe cómo acabó la historia: Eratóstenes tenía razón, pero Colón se tropezó con América y…

No obstante, siempre ha habido gente empecinada en afirmar que la Tierra es plana. Sigue habiéndola, igual que hay quien cree que la evolución no existe o que la leche chocolateada sale de vacas marrones. Incluso existe una Sociedad de la Tierra Plana (Flat Earth Society). Como dijo aquel torero, «hay gente pa’ to’». 🙂

 Orlando-Ferguson-flat-earth-map editMapa de la Tierra plana de Orlando Ferguson, 1893 (fuente: en.wikipedia.org)

En una Tierra plana pasarían cosas muy curiosas con las leyes físicas; por ejemplo, con la gravedad, como puede verse en esta página. No obstante, con paciencia e ingenio puede proponerse una Física cuyas leyes expliquen los acontecimientos observables en una Tierra plana. O hueca. O con forma de rosquilla. O incluso una Física que funcione en un universo donde la Tierra sea el centro de todo.

Entonces, si es posible una Física de la Tierra plana, ¿por qué los científicos no se toman en serio las teorías terraplanistas? Pues por algo muy querido por la Ciencia: el principio de parsimonia, también conocido como navaja de Occam.

Ya lo discutimos en otras entradas del blog, como las dedicadas al yeti y otros críptidos. Recordemos: en igualdad de condiciones, la hipótesis más sencilla suele ser la más probable. Si no la tumban los hechos, pruebas y experimentos, nos quedaremos con ella. Tan sólo si cae ante la evidencia, la desecharemos y probaremos con otra hipótesis más complicada.

Podríamos comparar el funcionamiento de la Ciencia con una investigación forense. Supongamos que la Policía encuentra un cadáver con una herida en la cabeza, y a su lado a un tipo malencarado, pistola en mano. Los investigadores considerarán en primer lugar la hipótesis más probable: que aquel tipo haya asesinado de un tiro a la víctima. Se analizarán las pruebas; si confirman esa hipótesis, pues ya está: caso cerrado. En cambio, si hay algo que no cuadra, deberemos considerar otra hipótesis menos simple. Por ejemplo, un suicidio por arma de fuego, y que el presunto homicida sea en realidad un vulgar ladronzuelo que pasaba por allí y aprovechó para robar la pistola. A continuación veremos si las pruebas validan esta hipótesis o hay que buscar otra aún más compleja, etc.

Volviendo a la forma de nuestro planeta, la hipótesis más probable, la que requiere unas leyes físicas más simples (y hay elegancia en esa simplicidad, dicho sea de paso), es la de la Tierra esférica. En cambio, las leyes físicas necesarias para justificar una Tierra plana son tan retorcidas, hay que hacer tanto encaje de bolillos para sostenerlas, que lo más sensato es probar primero la hipótesis de la esfericidad terrícola. Y esta hipótesis explica los hechos a la perfección. Por tanto, nos quedamos con ella. Es tan simple como eso. Navaja de Occam. 🙂

No obstante, los terraplanistas no cejan en su empeño, y podríamos contar algunas jugosas historias al respecto. Una de ellas implicó a Alfred R. Wallace, el padre, junto con Darwin, de la teoría de la evolución por selección natural. Nos ocuparemos de ella en la próxima entrada.

Una de gnomos (y II)

¿Hay alguna obra fantástica donde nos muestren unos humanoides diminutos con visos de credibilidad científica? Por supuesto, y entre ellas destaca la trilogía del éxodo de los gnomos (The Nome Trilogy), de Terry Pratchett (1948-2015). Aunque este autor británico sea conocido mayormente por sus novelas del Mundodisco, nos dio otros libros que también merece la pena leer.

10.12.12TerryPratchettByLuigiNovi1Sir Terence David John Pratchett  (fuente: es.wikipedia.org)

Debo confesar que la trilogía del éxodo de los gnomos es una mis obras fantásticas favoritas, junto a las de Tolkien y Vance. No obstante, aunque trate sobre unos pequeños seres asociados a los cuentos de hadas, en realidad se trata de ciencia ficción, y de la buena. Llama la atención que algunos la consideren una obra menor, por el mero hecho de ir dirigida a un público joven y rebosar sentido del humor por los cuatro costados.

Ante todo, ocupémonos de los aspectos científicos. Habrá algún spoiler, qué remedio, pero poca cosa. El lector ya se dará cuenta de qué va la historia al cabo de unos pocos capítulos, y no voy a destripar el argumento. 🙂

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En la primera parte de esta entrada vimos que un mamiferoide pequeñito que mantenga las proporciones corporales humanas resulta inviable. Pratchett soluciona el problema haciendo que sus gnomos no tengan las mismas proporciones que nosotros. De acuerdo, son bípedos, con dos brazos y una cabeza, pero son mucho más anchos y rechonchos. Podríamos objetar que unos gnomos con extremidades más gráciles serían más funcionales, pero lo que importa es que Pratchett vio claro que un gnomo de un palmo de alto no puede tener un cuerpo como el nuestro. El cambio de tamaño requiere un cambio de forma, pues así lo impone la inexorable ley cuadrático-cúbica de Galileo.

Por otro lado, los gnomos son mucho, pero que mucho más rápidos que nosotros. Su metabolismo también. Nos ven como criaturas rematadamente lentas, y los humanos son incapaces de captarlos a ellos de tan veloces que son. Su metabolismo también funciona a toda pastilla: más o menos, diez veces más rápido. Por ello, sus vidas son mucho más cortas. Con diez años, un gnomo ya es viejo. Es algo corriente en la naturaleza. Los mamíferos pequeñitos llevan un ritmo más frenético y viven menos que los grandes, como Homo sapiens.

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Sin embargo, subjetivamente viven tanto como nosotros. Su percepción del tiempo es distinta, adaptada a su acelerado ritmo de vida. En cierto modo habitamos mundos distintos, que coexisten pero no conviven. Ellos creen que somos animales lerdos y estúpidos; nosotros no los vemos o no queremos verlos, y los consideramos criaturas de cuentos de hadas. Nos ignoramos.

¿Cómo pueden haber surgido los gnomos en nuestro planeta? La solución es simple: son extraterrestres. Eso nos deja el problema de cómo unas criaturas que evolucionaron en otro mundo pueden alimentarse y asimilar nuestras biomoléculas, pero no nos pongamos demasiado quisquillosos.

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Por supuesto, aunque los biólogos nos podemos fijar en los aspectos científicos de una obra fantástica, eso no quiere decir que seamos unos tipos insensibles, incapaces de apreciar una buena historia. Si me encanta la trilogía de los gnomos es por los valores que transmite y lo muy divertida que resulta su lectura. Es una obra con lo mejor del humor de Pratchett, algo que suelen menospreciar aquéllos que confunden ser serio con ser triste. Y es que, en el fondo, los gnomos se ocupan de temas muy serios. La trilogía nos induce a reflexionar sobre la Religión y las creencias. Por otro lado, es un canto a valores como la lealtad, la perseverancia, la solidaridad, la curiosidad, el amor a la ciencia; hay emoción, aventuras… ¿Qué más se puede pedir?

Sí, se trata de una trilogía que puede parecer destinada a un público juvenil, pero que tiene una segunda lectura que hace que los mas viejos del lugar disfrutemos con ella como… bueno, como enanos. 🙂

Una de gnomos (I)

Hadas, gnomos, duendes, elfos, pitufos… A todos nos resultan familiares estas y otras criaturas que protagonizan innumerables cuentos populares, leyendas tradicionales y, cómo no, multitud de obras de literatura fantástica. Las hay bondadosas, malévolas, traviesas, etéreas, siniestras…

 GnomoGnomo  (fuente: es.wikipedia.org)

Por lo general se trata de seres de pequeño tamaño, de un palmo de altura o incluso menos, y en muchos casos están asociados a los bosques umbríos y a las setas. Incluso en tiempos modernos hay gente que cree en ellos. Ya comentamos el notable caso de Arthur Conan Doyle y las hadas de Cottingley. Por desgracia, y pese a que a muchos nos gustaría que existieran, desde el punto de vista biológico son inviables.

Por supuesto, cuando leemos un cuento de hadas o duendes suspendemos temporalmente el sentido de la incredulidad y tratamos de disfrutar de la historia; de lo contrario seríamos unos auténticos desaboridos. 🙂 Sin embargo, las leyes de la Física (en concreto, la famosa ley cuadrático-cúbica de Galileo) impiden la existencia de criaturas de aspecto humano de dimensiones excepcionales, tanto gigantescas como diminutas. Ya tratamos el tema en otras entradas, por lo que no insistiremos demasiado aquí.

Ay, parece que la ciencia, prosaica ella, está reñida con la fantasía. Sin embargo, de algunas obras fantásticas se pueden extraer jugosas reflexiones de índole científica.

 Wieliczka-colorJardín de gnomos en las minas de sal de Wieliczka  (fuente: en.wikipedia.org)

Consideremos los gnomos o nomos. He aquí la correspondiente definición del DRAE:

1. m. Ser fantástico, reputado por los cabalistas como espíritu o genio de la tierra, y que después se ha imaginado en forma de enano que guardaba o trabajaba los veneros de las minas.

2. m. En los cuentos infantiles, geniecillo o enano.

La imagen que solemos tener de los gnomos, al menos en España, debe mucho a una serie muy popular de dibujos animados que empezó a emitirse en 1985: David el Gnomo”. Seguro que a los que tenemos una cierta edad todavía nos suena la cancioncilla de los títulos de crédito: «Soy un gnomo». ¿A que sí? Confiéselo, amigo lector… 🙂 Estos dibujos animados estaban basados en El libro secreto de los gnomos, una serie de libros ilustrados de los holandeses Wil Huygen y Rien Poortvliet.

gnomosCompárese el tamaño de David el Gnomo con el de un zorro  (fuente: filmotech.com)

Repasemos someramente las características de estos seres. Unos 15 cm de altura, con un cucurucho por sombrero, gran fortaleza física (recordemos la letra de la canción: «soy siete veces más fuerte que tú») y notablemente longevos (hasta cuatro siglos de vida). Por lo demás, y aunque un tanto rechonchos, estos gnomos tienen unas proporciones corporales similares a las nuestras.

Y ahí está el problema. Tamaño y forma… Ya sé que nos ponemos un poco pesados con lo de la ley cuadrático-cúbica, pero al disminuir el tamaño, las superficies lo hacen en función del cuadrado y el volumen en función del cubo. Con las proporciones corporales de un ser humano, las superficies de intercambio de gases y nutrientes (pulmones, intestinos, riñones…) se tornan enormes en proporción a la masa corporal. El metabolismo sería increíblemente acelerado. Un humanoide de 15 cm, tal como comentábamos aquí, duraría muy poco. Prácticamente se quemaría como una cerilla.

Fijémonos en los mamíferos pequeños, como ratones o musarañas. Son rápidos y vivarachos, pero sus vidas son cortas. Además, sus extremidades tienden a ser delgadas y frágiles; tampoco necesitan más para sostener el peso del cuerpo. Todo lo contrario que los brazos y piernas gruesos de un gnomo.

Sin embargo, el ingenio de los escritores fantásticos no se deja amilanar por tan severas leyes físicas. Algunos han imaginado gnomos más viables desde el punto de vista biológico que el bueno de David. Y sobre todos ellos destaca una obra escrita por uno de los mejores autores de literatura fantástica: Terry Pratchett. En la segunda y última parte de esta entrada nos ocuparemos de su trilogía de los gnomos. Puede que no sea tan conocida como su serie de novelas del Mundodisco pero merece la pena leerla. Además de ser una magnífica historia, muy bien contada, de ella se pueden extraer notables enseñanzas científicas.