No sé lo que pensarán los físicos, químicos y astrónomos al leer las teorías de H. P. Blavatsky, pero los biólogos nos quedamos patidifusos. Sobre todo, cuando llegamos a lo que otorga sentido a la Biología: la evolución.
Blavatsky creía que todo evolucionaba, pero era partidaria de una evolución ordenada, predecible, respetuosa con sus ciclos septenarios y plena de espiritualidad. Con razón abominaba del darwinismo, pues este era la antítesis de sus ideas.
Blavatsky aborrecía el materialismo, más que nada porque negaba la existencia del misterioso «principio vital». En La Doctrina Secreta criticaba ferozmente las «repulsivas especulaciones de la ciencia materialista». El desdén que sentía hacia el materialismo era visceral; basta con fijarse en la forma de escribir y los epítetos que empleaba. En algunos momentos llega a ponerse melodramática, hablando de lo desesperados que están los científicos y de que «el misterio es la fatalidad de la Ciencia». Se quejaba de que los evolucionistas materialistas recibieran honores inmerecidos por teorías que podían ser efímeras. Incluso llegó a predecir la caída de la teoría de la selección natural. Tal como han ido las cosas, no iba para profeta, precisamente… 🙂
Como mucho, Blavatsky le concedía al darwinismo algo de exactitud en cuestiones secundarias. No negaba que el hombre físico fuera el simple producto de las fuerzas evolutivas de la Naturaleza, pero el interno, espiritual y psíquico no era cosa de los materialistas. Por cierto, en toda su obra destaca el empeño de casar los descubrimientos científicos con lo que aparece en los textos sagrados de diversas religiones.
Blavatsky, envidiosa quizá del prestigio de la Ciencia, removió cielo y tierra en busca de sabios que compartieran sus ideas o que pudieran ser utilizados para defenderlas. Según sus palabras, «Sabemos que los evolucionistas verdaderos y honrados están de acuerdo con nosotros». No hace falta ser un lince para adivinar a quiénes no consideraba honrados, e incluso los llegó a tachar de «asesinos intelectuales y morales de las generaciones futuras». En resumen, queda bien claro que le repugnaba la «fuerza ciega y falta de designio» de la selección natural.
Entre los científicos famosos a los que recurrió destaca A. R. Wallace, el padre, junto con Darwin, de la teoría de la evolución por selección natural. Como explicábamos en otra entrada, Wallace no podía explicar la aparición de algo tan complejo como el cerebro humano por selección natural, lo que le llevó a creer en el espiritismo. No obstante, da la impresión de que su favorito era Jean Louis de Quatrefages, hoy bastante olvidado. También le gustaba más Lamarck que Darwin. Es lógico; algunas ideas lamarckianas parecían compatibles con las ocultistas; sobre todo, la «tendencia a la perfección»:
Fuente: versión inglesa; puede descargarse en www.theosociety.org
Pero entremos en materia. Una de las virtudes de la Ciencia es que ha ido bajando al ser humano del pedestal en el que se había colocado, integrándolo en el cosmos. En cambio, buena parte de la tradición cultural occidental, y en eso Blavatsky no era una excepción, ha tendido a considerarnos algo aparte, algo especial. Sin embargo, los astrónomos, por mucho que le doliera a Blavatsky, nos demuestran que nuestro mundo está hecho de los mismos materiales que el resto del universo. Somos polvo de estrellas; nuestros átomos proceden de antiguos soles que estallaron en forma de supernova. Y Darwin nos vino a demostrar que tampoco somos algo aparte de los animales, sino otra especie más, producto de la contingencia evolutiva.
Fuente: www.darwinproject.ac.uk
Esto último era una completa abominación para Blavatsky. El hombre debía ser algo aparte, muy distinto a los groseros animales, ¿verdad? Para ella, nunca habíamos formado parte del reino animal. Era una afrenta tan sólo planteárselo.
Veamos su visión de la evolución, y pido disculpas si resulta algo confusa. Lo primero que aparece en un planeta es el reino mineral, luego el vegetal y después la vida humana. Pongamos un ejemplo. En su cadena septenaria de mundos (véase la entrada anterior), primero se desarrolla el reino mineral en el globo A. Cuando está plenamente desarrollado, inunda y pasa al globo B. Entonces empieza el desarrollo vegetal en el A. Y luego la vida humana. Al irse completando, cada reino va pasando al globo siguiente. El mineral va con un globo de ventaja sobre el vegetal, y ésta sobre la vida humana.
O sea, y esto es muy importante, la aparición del hombre es MUY ANTIGUA, sólo precedida por los reinos mineral y vegetal. Para ello se apoyará en sabios como Quatrefages, y en el hecho de que en su época los científicos todavía no tenían métodos fiables para datar los fósiles o saber cuál era la edad de la Tierra.
Minerales, vegetales, hombres… ¿Y los animales?¿Cuándo aparecieron? ¿Y los monos, esos de los que los malvados darwinistas piensan que descendemos? 🙂
Pues resulta que, para Blavatsky, no descendemos por línea directa de antepasados muy antiguos, y no digamos de los monos. Es al revés. Ellos descienden de nosotros. En serio.
Asimismo, a lo largo de La Doctrina Secreta buscó desesperadamente cualquier indicio científico que ratificara la existencia de un insalvable abismo entre hombre y mono. Además, objetó que algunos seres no evolucionaban, ni se elevaban a un tipo más alto. Blavatsky pensaba que lo mismo ocurría con el hombre, que no variaba desde sus primeros restos fósiles.
Un problema al que se enfrentaron los primeros evolucionistas fue el de la fuente de variación en los seres vivos. La selección natural va escardando y permitiendo la supervivencia de los más adaptados, pero no explica cuál es el origen de las diferencias de los organismos. Hoy sabemos que se debe a mutaciones en el ADN, pero en aquella época no se tenía ni idea. Y cómo no, Blavatsky y los ocultistas tenían la respuesta que eludía a los científicos: la fuente de variación se debía a «los tipos-raíces primordiales procedentes de lo astral».
Sí, paciente lector, ya sé que en la anterior entrada dije que esta sería la última, pero parece que el espíritu de madame Blavatsky se dedica a sabotear mis buenos propósitos. Necesitaremos una entrada más para explicar cómo es posible que los monos desciendan de nosotros. Se trata de una historia muy entretenida, plena de bestialismo, bajas pasiones, gigantes menguantes, distintas humanidades, continentes perdidos… Y quizá haga falta otra entrada para hablar del origen de las distintas «razas» humanas, pues no todas proceden de… Pero no adelantemos acontecimientos. 🙂