La provincia de Ica (Perú) es rica en hallazgos arqueológicos, entre los cuales figuran las piedras talladas, unas andesitas mesozoicas alteradas por la erosión en las que resulta fácil grabar dibujos y símbolos. Así lo han hecho diversas culturas que habitaron la zona, legándonos imágenes de flores, peces, animales diversos, etc. Sin embargo, un cierto número de ellas pueden calificarse como ooparts: objetos fuera de contexto o anacronismos. Muestran escenas que no casan con lo que sabemos de las civilizaciones precolombinas. De hecho, más bien parecen caer dentro del ámbito de la ciencia ficción: seres humanoides conviviendo con dinosaurios, operaciones quirúrgicas avanzadas…
Asombroso, ¿verdad? A los españolitos de a pie nos abrió los ojos en 1975 el libro de J. J. Benítez Existió otra humanidad. A muchos nos impresionó y convenció de que en la Tierra hubo otras civilizaciones hace más de 65 millones de años.
La historia de las piedras de Ica había empezado la década anterior. La resumiremos, pues puede leerse con más detalle aquí.

En 1966, al Dr. Javier Cabrera le regalaron una extraña piedra que tenía grabado un pez. El doctor interpretó que se trataba de una especie extinta hacía millones de años, y eso, según él, espoleó su curiosidad. Así, empezó a adquirir piedras talladas, primero suministradas por Carlos y Pablo Soldi, y finalmente por su mayor proveedor, Basilio Uchuya. En las décadas siguientes, el Dr. Cabrera llegó a poseer miles de piedras, e incluso fundó su propio museo para exhibirlas.
¿Por qué son tan especiales? Pues porque en ellas vemos imágenes de dinosaurios no avianos y otras criaturas prehistóricas, extinguidas hace millones de años. También hallamos seres humanoides que parecen poseer una avanzada tecnología, practican operaciones quirúrgicas, se pelean con los susodichos dinosaurios… Asimismo, hay mapas que no se corresponden con los continentes actuales. En suma, si esas piedras talladas fueran genuinas, deberíamos admitir que hace millones de años existió otra humanidad, lo que nos obligaría a reescribir la historia de la vida en nuestro planeta.

Según el Dr. Cabrera, el Hombre del Gliptolítico, como denominó a aquellos seres, cohabitó con los dinosaurios, creó genéticamente al hombre moderno y se largó de la Tierra por culpa de alguna catástrofe cósmica. Como cabría esperar, estos hallazgos atrajeron la atención de numerosos «especialistas» en las pseudociencias, no sólo J. J. Benítez y Jiménez del Oso. El mismísimo von Däniken se pasó por allí. Incluso miembros de la realeza, como la reina Sofía en España, adquirieron alguna de esas piedras.
En la década de 1970, todo parecía posible. Ay, cómo pasa el tiempo. Por desgracia, el asunto de las piedras de Ica tiene toda la pinta de ser un fraude, y bastante tosco. Ahora, más viejos y tal vez algo más sabios, podemos revisarlo y maravillarnos de nuestra credulidad acrítica en aquellos tiempos. En fin, vayamos por partes.
El hecho de que nunca se revelara el lugar donde se hallaron las piedras ya tendría que habernos hecho sospechar de que allí había gato encerrado. Sin una estratigrafía válida, es imposible fechar los hallazgos. La edad de las piedras no nos sirve pues, obviamente, será mayor que la de los grabados, pero sin poder estudiar el lugar donde se desenterraron, ¿cómo datarlos?
Por otro lado, como ya expusimos en una de las primeras entradas del blog, los fraudes suelen tener éxito porque nos dicen lo que queremos oír. Pueden acomodarse a nuestros prejuicios (véase el caso del hombre de Piltdown) o, como aquí, contarnos una historia apasionante de humanidades desconocidas, abnegados héroes descubridores que luchan contra el paradigma imperante, la cerrazón mental de los «científicos oficiales», esas malvadas criaturas que, fruto de oscuros contubernios, son incapaces de admitir lo obvio… 🙂

Pero los fraudes caen, tarde o temprano. Cuando las autoridades peruanas detuvieron a Basilio Uchuya por (supuestamente) traficar con antigüedades, el huaquero tuvo que reconocer que de antigüedades, nada de nada. Él las fabricaba. Bueno, él y más gente, pues los turistas las demandaban, pagaban su buen dinero y de algo había que vivir…
Lo disparatado, lo estrafalario de lo que se mostraba en las piedras hizo que científicos y arqueólogos no se las tomaran en serio. Y por si faltaba algo, en 1998 Vicente París ofreció pruebas inequívocas de fraude. Por ejemplo, microfotos que probaban el uso de pinturas actuales o de papel de lija. Por supuesto, los partidarios de la existencia de esa humanidad gliptolítica, como algunos la denominaron, aducen que la falsedad de unas piedras no implica que todas lo sean. Pero, aquí entre nosotros, es para mosquearse…
Algunas de las incongruencias de las piedras talladas tendrían que habernos hecho sospechar, ya por aquel entonces, que se trataba de un fraude, y bastante burdo. Hoy, que conocemos mucho más sobre lo dinosaurios, los fallos son aún más palmarios. Veamos unos cuantos, sin prisa pero sin pausa.
En primer lugar, la calidad técnica de las piedras no casa con la supuesta tecnología que exhiben. Dicho de otro modo, los grabados son más bien cutres. Según los defensores de la humanidad gliptolítica, esta poseía una tecnología avanzadísima, superior a nuestra actual civilización. Caramba, si esos humanoides decidieron preservar su sabiduría en forma de piedras grabadas, los dibujos se nos antojan muy infantiles:

Los defensores de su autenticidad aducen que en varias piedras hay mapas que reflejan un mundo distinto al actual. De acuerdo, la deriva continental hace que los continentes vayan dando tumbos de un sitio a otro, pero los mapas de las piedras no es que sean muy detallados, precisamente:

También consideran que una prueba de que aquellos humanoides eran muy avanzados se refleja en su dominio de la cirugía. Bueno, el instrumental que usan más bien parece propio de un carnicero que de un cirujano… E insistamos en la poca calidad de los dibujos, sin demasiados detalles:

Dejando aparte ciertas piedras que muestran escenas pornográficas y otras asaz pintorescas, mi alma de biólogo amante de la Taxonomía pide que me centre en la fauna que muestran. Véase, por ejemplo, esta:

Tenemos cuatro dinosaurios y un pterosaurio volador (que no es un dinosaurio). Cuando se piensa en dinosaurios, mucha gente cree que todos vivieron al mismo tiempo. Y eso, me temo, se aplica al que talló la piedra. Pero si nos zambullimos en los abismos del tiempo, la era Mesozoica fue un periodo vastísimo, pues duró 185 MA (millones de años). Nos tememos que unos cuantos de esos dinosaurios (y el pterosaurio) no coincidieron en el pasado. ¿Hace cuánto que vivieron? Pues: Stegosaurus: 156-144 MA. Brontosaurus: 155-152 MA. Pteranodon: 86-84,5 MA. Triceratops (por cierto, no tenía 5 dedos funcionales en las patas, como aparece en la piedra) y Tyrannosaurus: 68-66 MA.
O sea, un brontosaurio y un tiranosaurio están más alejados entre sí que el tiranosaurio de nosotros, pues los dinosaurios no avianos se extinguieron hace unos 66 MA. Juntarlos todos, como en la saga de Parque Jurásico, es una incongruencia grave, un anacronismo tremendo.
Los partidarios de la humanidad gliptolítica podrían aducir que quizás esta habitó el planeta durante el Jurásico y el Cretácico, casi 90 MA, y a lo mejor la piedra es una especie de catálogo, pero eso es demasiado tiempo. Demasiado. Por otro lado, pese a lo difícil que es dejar restos fósiles, estamos hablando de tantos MA que es inevitable que quedaran más vestigios de aquellos individuos. Y ni rastro de ellos, oigan.
Algunas escenas muestran a esos humanoides luchando o siendo atacados por dinosaurios. Uno de los mayores disparates es contemplar a saurópodos, unas bestias herbívoras y de enorme tamaño, devorando humanos:

Por cierto, ¿con qué cazaban a los tiranosaurios y similares? Puesto que se trataba de una civilización avanzada, cabría esperar que usaran armas de fuego, pistolas de rayos, qué se yo… Pero nada de eso. Cuchillos y hachas… 🙂

Otras piedras contradicen lo que hoy conocemos sobre los dinosaurios no avianos. Algunas sugieren que los hombres gliptolíticos les practicaban la cesárea a los dinosaurios, o que algunos de estos eran vivíparos:
Hoy sabemos que los dinosaurios pertenecen a la rama del árbol de la vida de los arcosaurios, cuyos representantes vivos son las aves (auténticos dinosaurios) y los cocodrilos (estos no son dinosaurios, pero quedn muy próximos). Y todas las especies que conocemos, todas, son ovíparas. Asimismo hemos hallado fósiles de huevos de dinosaurios de muy distintas familias. Conclusión: eran ovíparos.
En otras piedras se sugiere que algunos dinosaurios podrían sufrir metamorfosis, como los anfibios:

Biológicamente parece imposible. Los dinosaurios son amniotas; al igual que otros reptiles, aves o mamíferos, no sufren metamorfosis. Sí, existieron dinosaurios con hábitat acuático, como Spinosaurus, pero no sufrían metamorfosis. Más bien podrían equipararse a enormes cocodrilos. En suma, no hay ni rastro de renacuajos de dinosaurio, ni nada que apoye su existencia.
Los defensores de la humanidad gliptolítica arguyen que eso es un motivo para creer que aquellos humanoides conocían cosas que a nosotros se nos escapan; por tanto, se trata de una prueba de la autenticidad de las piedras. Claro, otra posibilidad es que quienes falsificaron las piedras no tenían ni idea de cómo funcionan los arcosaurios ni de los mecanismos de la evolución y metieron la pata. Aplicaré el principio de parsimonia, como buen científico, y me quedaré con la última hipótesis. 😉
Ah, la piedra del presunto dinosaurio marsupial me ha llegado al alma. Sin comentarios: 😀
Pero si hay algo que hoy nos muestra la falsedad de los grabados, dejando aparte incongruencias temporales o biológicas, es el propio aspecto de los dinosaurios. La Paleontología ha avanzado mucho en las últimas décadas y, ¿saben una cosa? Los dinosaurios de las piedras de Ica tienen el aspecto de los que aparecían en los libros de la década de 1960, cuando eran vistos como unos restiles torpes y lentos. Además, son los más populares en aquellos años.
Por ejemplo, fíjense en la imagen del tiranosaurio que vimos más arriba peleándose con el tipo del hacha, y compárese con la que hoy es más aceptada, después de los últimos descubrimientos. Frente a un tiranosaurio gordinflón que arrastra la cola como si fuera la de un vestido de novia y que mantiene el torso vertical (como el primer Godzilla, para entendernos), hoy lo representamos con el torso horizontal, la cola tiesa para hacer de contrapeso, aspecto de formidable depredador… Tal que así:
Lo mismo puede aplicarse al brontosaurio. Los saurópodos no eran tan gordos ni arrastraban las colas por el suelo. Además, ¿por qué en las piedras no hay velocirraptores, o dinosaurios emplumados? ¿Por qué no hay ni un Carnotaurus, un Argentinosaurus u otros dinosaurios que vivieron precisamente en lo que hoy es Sudamérica? Pues porque en aquellos años no aparecían en los libros de divulgación. Es tan simple como eso.
En resumen, todo se explica si nos fijamos en la foto siguiente. Aquí vemos a Basilio Uchuya mostrando una lámina con ilustraciones de los dinosaurios de aquellos años. Son idénticos a los de las piedras: la idea que en la década de 1960 se tenía de los dinosaurios. Más claro, agua:

Los disparates e incongruencias son innumerables. Para no cansarte, amigo lector, mencionaré alguno más. Aquí se ve un intento de relacionar las piedras con las pistas de Nazca, uno de los hitos arqueológicos favoritos de los defensores de la teoría de los antiguos astronautas:

El problema es el mono de la cola en espiral. Tiene toda la pinta de un mono araña. Los monos americanos (platirrinos) evolucionaron hace unos 40 MA. O sea, muchos MA después de que los supuestos hombres gliptolíticos se marcharan de nuestro planeta en busca de pastos más verdes. Vamos, que hay que ser muy ingenuo para no darse cuenta de que tanto el mono como el colibrí que aparecen en las piedras se han copiado a partir de fotos de las pistas de Nazca, para parecer más misteriosas, a ver si cuela…
Y sobre el hombre mono, mejor corramos un tupido velo: 😀

En fin, dejémoslo ya. Quizá lo más interesante de este caso no son las piedras en sí, sino cómo solemos aceptar ciertas teorías sin el más básico espíritu crítico. Ahí radica la grandeza de la Ciencia: combinar el sentido de la maravilla con un sano escepticismo constructivo.