Los hongos de Lovecraft

Como ya comentamos en otras entradas (véase la de H. G. Wells), los autores anglosajones han asociado a los hongos con lo siniestro, la putrefacción, el declive, lo anormal. Poco hay de positivo o agradable, en suma.

Ciñéndonos a lo fantástico, consideremos el caso de Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Buscar hongos en sus obras nos proporciona una buena excusa para releerlas. 🙂 Y lo tenemos fácil: una de ellas se titula Fungi from Yuggoth (Hongos de Yuggoth), que agrupa 36 sonetos escritos entre 1929 y 1930. Abarcan desde lo onírico hasta el horror cósmico, pasando por otros difícilmente clasificables.

Fungi_from_Yuggoth_1993Fuente: en.wikipedia.org

Veamos qué le sugerían los hongos a Lovecraft. Pese a lo prometedor del título de la obra, sólo aparecen en un verso del soneto XIV (Star-Winds):

[…] This is the hour when moonstruck poets know

What fungi sprout in Yuggoth, and what scents

And tints of flowers fill Nithon’s continents, […]

En el soneto, los hongos se asocian con el crepúsculo, el otoño, lo alienígeno, lo onírico y los poetas lunáticos. Hace que los contemplemos como si se tratara de criaturas raras, ajenas.

¿Qué es Yuggoth, y a qué hongos se refiere? Poco más se puede averiguar en el poema, así que tendremos que buscar en otra obra de Lovecraft: The Whisperer in Darkness (El que susurra en la oscuridad), escrita en 1930 y publicada en 1931.

El Yuggoth de The Whisperer in Darkness se nos presenta como un planeta situado más allá de la órbita de Neptuno. Lovecraft llega a identificarlo con Plutón, que precisamente fue descubierto mientras escribía este relato. El Yuggoth lovecraftiano no es el mundo aparentemente muerto que nos reveló la sonda New Horizons. En cambio, se trata de un lugar con extrañas ciudades, donde medra una colonia de criaturas extaterrestres de una raza conocida como Mi-go. ¿Y los hongos? Pues son los propios Mi-go; al menos, en parte.

Представник СтарцівPrimordial o Antiguo, enemigo de los Mi-go (fuente: en.wikipedia.org)

Los Mi-go son citados en otra novela de Lovecraft: At the Mountains of Madness (En las montañas de la locura), escrita en 1931 y publicada en 1936.  Esta obra se centra en otras criaturas lovecraftianas, como los Primordiales y los obscenos shoggoths. De los Mi-go se indica que se trata de una raza invasora del espacio exterior, la cual luchó contra los Primordiales mucho antes de la aparición de la especie humana.

Lovecraft,_Mountains_of_MadnessLos protagonistas de At the Mountains of Madness, perseguidos por un shoggoth.

Poco más se dice de ellos en At the Mountains of Madness; concretamente, que son una mezcla de crustáceos y hongos. Un servidor de ustedes solamente ha encontrado tal mezcla en la mesa de un restaurante, cuando ha pedido un revuelto de setas y gambas (sabroso plato, por cierto; aquí tienen unas cuantas recetas). Obviamente, no era esto lo que Lovecraft tenía en mente acerca de los Mi-go. 🙂 Por suerte, en The Whisperer in Darkness disponemos de bastante información sobre estas criaturas.

  MigoMi-go: medio cangrejo, medio hongo (fuente: en.wikipedia.org)

En cuanto a su aspecto físico, recuerdan a grandes cangrejos con patas articuladas armadas con garras. Poseen una cabeza sin ojos, llena de apéndices similares a antenas o tentáculos. También tienen alas, que les permiten desplazarse a través del éter del espacio (al parecer, Lovecraft aún creía en la existencia del éter, que no sobrevivió al triunfo de la teoría de la relatividad). Son extremadamente inteligentes, además de telépatas. Su dominio de la cirugía hace que, mediante una sencilla operación, puedan emitir sonidos con voz susurrante.

Dejando aparte su aspecto cangrejoide, los Mi-go son más que nada hongos, o algo parecido. En un momento de la novela, el narrador se refiere a ellos como «los hongos vivientes de Yuggoth». Nos dice que son un tanto fungiformes, más vegetales que animales (en aquella época, los hongos se incluían todavía en el Reino Vegetal, aunque hoy sabemos que están más emparentados con los animales que con las plantas), que poseen una sustancia similar a la clorofila, pero con un peculiar sistema nutricional que los separa de los «hongos cormofíticos». Da la impresión de que Lovecraft no entendía bien lo que es un hongo, pues «hongo cormofítico» suena tan absurdo como «invertebrado con vértebras»; palabra de micólogo. 🙂

Los Mi-go no son abiertamente hostiles respecto a los humanos, pero van a lo suyo y si interferimos con sus intereses, no mostrarán piedad ni empatía. También hacen gala de algunas costumbres enojosas, como la de extraer los cerebros del prójimo y envasarlos en unos cilindros metálicos, que pueden ser conectados a máquinas y transportados donde fuere menester.

La intención de Lovecraft, expresada por el narrador en primera persona, es que los Mi-go provoquen miedo o inquietud, y sean vistos como algo alienígeno. Y una de las formas de lograrlo es identificarlos con los hongos. La raíz «fung-» suena exótica a un angloparlante. Fungoso, fúngico, fungiforme, fungosidad… Son palabras que contribuyen a generar extrañeza en el lector. Por eso, Yuggoth, residencia en el Sistema Solar de los Mi-go, es un planeta fúngico, como se sugiere más de una vez en la novela.

Sí, da la impresión de que para los escritores anglosajones, los hongos no son de este mundo. Qué diferencia si los comparamos con los rusos, que los consideran preciados frutos de la Madre Tierra. Pero esa ya es otra historia, que será contada en otra ocasión. 🙂

Nota final: leyendo a Lovecraft, parece evidente que era un hombre culto, preocupado por estar al día y documentarse. Cita a científicos como Wegener o Einstein (con el que sus personajes no están de acuerdo, por cierto), o a recopiladores de lo paranormal, como Charles Fort. A veces podía confundirse, como en el caso de los hongos, o adoptar teorías hoy desacreditadas, como que la Luna surgió del océano Pacífico o la existencia del éter. Lo que queda claro es que, desde el punto de vista intelectual, no vivía de espaldas al mundo.

La incomprensión del fantástico

La Literatura fantástica se topó con muchos escollos que dificultaron su implantación en la España del siglo XIX. Las secuelas de la Guerra de Independencia frente al invasor francés, el nefasto reinado de Fernando VII, la omnipresente censura… Eso provocó un rechazo hacia lo extranjero, unido a una profunda incomprensión por parte de escritores y críticos hacia los relatos de corte fantástico. Sobre todo, los de E. T. A. Hoffmann.

ETA Hoffmann 2E. T. A. Hoffmann (fuente: es.wikipedia.org)

Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822) fue un hombre de múltiples talentos (cantante, compositor, pintor, jurista…), aunque debe su fama a su faceta de escritor fantástico, en pleno Romanticismo. Sus relatos fueron admirados por sus contemporáneos y ejercieron enorme influencia sobre autores de la talla de Poe y Kafka. Eran historias muy peculiares, donde lo sobrenatural se mezclaba con lo psicológico.

Pero no todos entendieron su genio. En concreto, uno de sus detractores fue un escritor de prestigio, y su personal visión de la obra y la persona de Hoffmann contribuyó a que éste fuera rechazado o, al menos, no tomado en serio en algunos países.

Sir Henry Raeburn - Portrait of Sir Walter ScottWalter Scott (fuente: es.wikipedia.org)

Walter Scott (1771-1832) fue un escritor romántico escocés que alcanzó gran fama en su época; de hecho, inventó la novela histórica moderna. Lo de «gran fama» no es exagerado; muchos lectores lo seguían, tanto en Europa como en América y el resto del mundo. También escribió artículos que, merced a su prestigio, ejercieron considerable influencia. Destaca uno que apareció en el primer volumen de The Foreign Quarterly Review, editado en 1827 (págs. 60-98). Puede hallarse completo en Internet, digitalizado por Google. Afortunadamente, el inglés de hace casi dos siglos aún puede leerse sin excesiva dificultad.

Scott1El título del artículo es: On the Supernatural in Fictitious Composition; and particularly on the Works of Ernest Theodore William Hoffman: (Acerca de lo sobrenatural en la composición de ficción; y particularmente sobre las obras de E. T. W. Hoffman). Anécdota: el apellido del escritor alemán está mal escrito…

Scott2En la primera parte del artículo, Scott nos muestra lo que piensa sobre lo sobrenatural en la Literatura. Una opinión personal, tan respetable como cualquier otra. Lo «bueno» empieza a partir de la pág. 72. Traducimos:

«Así hemos trazado someramente las diversas maneras mediante las cuales lo maravilloso y sobrenatural puede introducirse en la narrativa de ficción; pero el apego de los alemanes a lo misterioso ha inventado otra especie de composición que, quizá, difícilmente podría haberse abierto camino en cualquier otro país o idioma. Esto puede llamarse el modo FANTÁSTICO de escribir –en el cual se otorga la licencia más salvaje y desenfrenada a un capricho irregular, y todos los tipos de combinación, sin importar lo absurdo o lo chocante, son intentados y ejecutados sin escrúpulo».

Por si no se han percatado, parece que a Scott no le gustaba el fantástico alemán.

A partir de la pág. 74 se ocupa de su máximo representante: Hoffmann. Y no lo trata bien; ni a él ni a su obra. Primero resume su biografía, y pronto resulta obvio por dónde van los tiros:

«Parece haber sido un hombre de raro talento –un poeta, un artista y un músico, pero desgraciadamente de disposición hipocondríaca y caprichosa, que le condujo a extremos en todos sus proyectos; así, su música llegó a ser caprichosa –sus dibujos, caricaturas– y sus relatos, como él mismo calificó, extravagancias fantásticas».

O sea, con la boca pequeña reconoce su genio, pero a continuación resalta su inestabilidad mental y desordenada vida. Scott, en suma, nos muestra a un Hoffman que estaba mal de la cabeza, lo que acabará por «estropear» su obra. Su fragilidad nerviosa, unido al peculiar gusto alemán por lo fantástico, dio lugar a algo que hizo fruncir el ceño del escocés. Por no cansar al lector, digamos que Scott resaltó de la obra hoffmanniana lo grotesco y ridículo, y no tuvo en cuenta la profundidad psicológica que exhibe.

Eso marcó la imagen de Hoffmann para muchos autores de otros países, sobre todo aquellos que no dominaban la lengua alemana. Scott gozó de gran prestigio en nuestro país, lo que hizo que aquí lo fantástico se redujera a lo caprichoso y grotesco. Por tanto, no tuvo demasiados seguidores. En la segunda mitad del siglo XIX, el autor que más influyó a los escritores españoles que se atrevieron con el fantástico fue Poe, no Hoffmann. Pero ésa ya es otra historia.

Scott finaliza su artículo así:

«Hoffman [sic] murió en Berlín […], dejando la reputación de un hombre notable, cuyo temperamento y salud solamente impidieron que alcanzara una elevada reputación, y cuyas obras tal como ahora existen deberían considerarse menos como modelos a imitar que como una advertencia de que la imaginación más fértil puede agotarse por la copiosa prodigalidad de su poseedor».

¿Por qué esa inquina hacia Hoffmann? El artículo rezuma falsa piedad; da la impresión de que finge lástima mientras se dedica a apalearlo sin piedad. ¿No entendió Scott el fantástico? ¿O tal vez se trató de algo tan humano como los celos hacia otro autor famoso que le hacía sombra?

Don Juan y lo fantástico

El (políticamente incorrecto, en los tiempos que corren) mito de don Juan está muy relacionado con lo fantástico. Precisemos: en un cuento fantástico, la realidad cotidiana se ve alterada por un hecho sobrenatural, lo que provoca el buscado efecto inquietante en el lector. Así, el relato donjuanesco es fantástico. Un joven impío, don Juan (aunque puede recibir otros nombres), se dedica a seducir y deshonrar a toda mujer joven y bella que se cruza en su camino. Es un individuo temerario, blasfemo e inmoral. Su irresponsable comportamiento acaba causando la muerte de quienes osan enfrentársele. Finalmente, y aquí entra lo sobrenatural, los difuntos irrumpirán en nuestro mundo y se cobrarán cumplida venganza.

Son legión las obras inspiradas en el mito de don Juan. Las hay para todos los gustos, desde las escritas por autores de la talla de lord Byron o Molière, hasta compositores como Mozart. Aquí nos ceñiremos a tres versiones literarias españolas, donde podremos constatar que, aunque partan de argumentos similares, no siempre es el efecto fantástico lo que el autor busca o logra.

El burlador de Sevilla o El convidado de piedra, de Tirso de Molina (1630).

Fray Gabriel Téllez, Tirso de MolinaFray Gabriel Téllez, Tirso de Molina (fuente: es.wikipedia.org)

Ambientada en la época del rey Alfonso XI de Castilla, en esta versión don Juan Tenorio es un noble cuyo principal propósito en la vida es el de seducir mujeres, tanto nobles como plebeyas. En uno de estos lances mata a don Gonzalo de Ulloa, padre de una de las damas deshonradas. Más tarde, se mofará de la estatua del difunto, invitándola a cenar. Y el convidado de piedra le tomará la palabra, acudirá a la cita y se llevará al muerto a los infiernos, sin darle tiempo a confesarse para salvar su alma.

Están presentes los elementos fantásticos, sí, pero esta obra se ajusta al esquema de otras piezas de teatro del Siglo de Oro. Hay un noble malvado (don Juan) que abusa de su poder o comete tropelías; nos topamos con personajes arquetípicos, como el criado cobarde y gracioso; surgen los líos, embrollos e incluso acontece una muerte violenta… Al final se hace justicia de forma poco convencional (sobrenatural, más bien) y, como colofón, el rey acaba arreglando las cosas.

Así debía ser en el teatro del Siglo de Oro: la exaltación de la monarquía era importante. El rey personificaba la estabilidad, el buen orden de las cosas. Alfonso XI, al final, manda que las mujeres deshonradas se casen con quien deban, recuperada su honra, y suyas son las últimas palabras de El burlador de Sevilla. Hay efecto fantástico, sin duda, pero dentro de un orden.

El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda (1840).

 José de Espronceda (detalle)José de Espronceda (fuente: es.wikipedia.org)

Esta sí que es una obra fantástica, vive Dios, y romántica por los cuatro costados. En su época fue transgresora, y aún hoy se lee con agrado. Espronceda experimenta con la métrica, convirtiéndola en un protagonista más de la historia, contribuyendo a la ambientación. Por ejemplo, es notable cómo al final, cuando el donjuán de turno (en este caso no se llama Juan Tenorio, sino Félix de Montemar) va muriendo, la métrica de los versos mengua poco a poco, hasta llegar a su mínima expresión. Diríase que agoniza…

El paisaje también es típicamente romántico, gótico incluso. No es un mero marco de la acción, sino que transmite sentimientos. Sombrío, siniestro, sobrenatural… Trata de provocar la inquietud en el lector. Baste el inicio para poner al lector en situación:

Era más de media noche / antiguas historias cuentan, / cuando en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra, / los vivos muertos parecen, / los muertos la tumba dejan.

Todo es excesivo en Félix de Montemar: su valor temerario, su impiedad, su falta de escrúpulos… Por su culpa, una de las muchachas a las que seduce, Elvira, morirá de amor. También acabará matando en duelo al hermano de ésta. Finalmente, seguirá a una misteriosa mujer, cuyos pasos lo conducirán a presenciar su propio entierro y luego a un lugar tétrico, rodeado de espectros: la tumba de Elvira. Allí descubrirá que la dama a la que ha seguido es, en realidad, un esqueleto y que él, sin saberlo estaba muerto desde el duelo con el hermano de Elvira (¿no nos recuerda esto al final de cierta película?). El abrazo final con la difunta es espeluznante. Cómo no, don Félix va al infierno sin arrepentimiento ni salvación posible.

Lo dicho: romántico y fantástico, sin concesiones. 🙂

Don Juan Tenorio, de José Zorrilla (1844).

 Jose zorrillaJosé Zorrilla (fuente: es.wikipedia.org)

Es, sin duda, la versión más popular del mito, al menos en España. De hecho, es la obra teatral más representada en nuestro país. especialmente el Día de Todos los Santos, con sus famosos primeros versos:

¡Cuál gritan esos malditos! / ¡Pero mal rayo me parta / si en concluyendo la carta / no pagan caros sus gritos!

El argumento es similar al de El burlador de Sevilla, aunque con notables diferencias. El final no supone una exaltación de la monarquía, como en el caso de Tirso. Lo que importa es que don Juan se arrepiente de sus pecados y su alma acaba subiendo al Cielo, de la mano del espíritu de doña Inés, la novicia seducida. La impiedad del personaje de la obra de Tirso, y no digamos del desaforado Félix de Montemar, han desaparecido. Lo que realmente importa es la idea del arrepentimiento y la expiación. O sea, se ensalzan los valores cristianos. El propio autor etiquetó su obra como «drama religioso-fantástico».

El mito ha sido domesticado y, a nuestro entender, el efecto fantástico se resiente. Desde el Infierno, el don Juan de Tirso y Félix de Montemar miran por encima del hombro al personaje de Zorrilla, compadeciéndose de él. 🙂

Lope de Vega y lo fantástico

LopedeVegaLope de Vega (fuente: es.wikipedia.org)

El madrileño Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635) es uno de los más importantes escritores del Siglo de Oro español y de la literatura universal. Este prolífico autor fue llamado, con todo merecimiento, Fénix de los Ingenios y Monstruo de la Naturaleza.

Por ser los méritos de su vida y obra de sobra conocidos, no insistiremos aquí en ellos. Nos centraremos en una de sus novelas, El peregrino en su patria. Lope la escribió en 1603 y fue publicada en Sevilla a principios de 1604. Contiene un relato que ha sido reproducido en varias antologías de literatura fantástica y de terror, como la Antología de cuentos de terror de Rafael Llopis y la Antología española de Literatura Fantástica de Alejo Martínez Martín. En ellas aparece como La posada de mal hospedaje (aunque no figura con este título en la novela de Lope).

Llopis AlejoMMEl peregrino en su patria es un ejemplo de novela bizantina, precursora de la novela de aventuras. Su esquema es sencillo: unos jóvenes amantes desean casarse, pero les suceden mil y una peripecias hasta que por fin el amor triunfa y hay un final feliz.

En la Biblioteca Valenciana Digital se puede encontrar la copia digital en PDF de una edición de El peregrino en su patria de 1733. Llama la atención la cantidad de vistos buenos y permisos que tuvo que pasar la novela antes de ver la luz, tanto la edición original de 1604 como la de 1733. La censura en España no era cosa de broma… El fragmento denominado La posada de mal hospedaje se encuentra en las págs. 125-127 del PDF (págs. 223-227, libro V). Si la ortografía del español de hace unos siglos dificulta la lectura, podrá hallarse este relato rebuscando un poco por Internet. Incluso hay audios… 🙂

Aquí tendríamos que incluir un aviso de «¡Alerta, spoilers!»… 🙂

Pánfilo, el galán sufridor de esta historia, tras pasar ímprobos trabajos llega a una villa donde busca alojamiento, pero no se lo dan. Al final no le queda otro remedio que acudir a un hospital bastante siniestro. Allí se hospeda en una habitación, pese a las advertencias de que está encantada. El resultado es previsible: unos seres sobrenaturales le hacen pasar una noche terrorífica. Hoy lo denominaríamos un caso grave de poltergeist. El desgraciado Pánfilo, a la mañana siguiente, jura que nunca volverá a poner un pie en aquel sitio y se larga a proseguir con sus desventuras.

¿Podemos definir a La posada de mal hospedaje como un auténtico relato fantástico?

La esencia de un relato fantástico es presentar al lector una situación habitual, cotidiana, en la que irrumpe lo sobrenatural, poniendo patas arriba el orden de las cosas. Esto provoca una sensación de miedo o desasosiego que es, a la postre, lo que se busca. Sin embargo, hay autores a los que les incomoda esa incertidumbre. De ahí surge lo que algunos llaman el «fantástico explicado», donde se da una explicación racional a lo sucedido para tratar de tranquilizar al lector. De este modo todo vuelve a la normalidad, pero se pierde el sentimiento de inquietud, de perplejidad ante lo numinoso.

Hay ejemplos muy conocidos de «fantástico explicado». Julio Verne nos ofrece algunas novelas donde la razón mata a lo fantástico. Es el caso de El castillo de los Cárpatos o, sobre todo, de La esfinge de los hielos, donde intenta dar un final racional a una famosa obra de su admirado Edgar A. Poe, La narración de Artur Gordon Pym. Asimismo, en este blog ya comentamos cómo algunos escritores usaron el recurso del «fantástico explicado» para moralizar la novela gótica (caso de Clara Reeve) o sortear la censura (como en el desopilante relato El retrete del placer criminal).

 Poltergeist-Therese SellesLlámense como se llamen (duendes, trasgos, poltergeist…), a lo largo de los siglos la gente ha creído en criaturas sobrenaturales que se dedican a molestar a los pobres mortales (fuente: es.wikipedia.org)

En La posada de mal hospedaje, Lope de Vega también intenta proporcionar una explicación razonable, para que no lo tomen por fabulador, de tan aparatoso caso de poltergeist. Y la explicación, a nuestro entender, es lo mejor del relato, con diferencia.

Lope interrumpe la narración de las desgracias de Pánfilo para asegurarnos, en una detallada justificación, que estas gamberradas sobrenaturales, que el vulgo atribuye a los trasgos y otros seres, en realidad son obra de demonios. Concretamente, de los de categoría inferior, que se limitan a alborotar y gastar bromas pesadas, ya que pocas maldades más pueden hacer. Incluso en el Infierno hay clases…

Por lo tanto, Lope da una explicación racional para evitar que el lector se inquiete: no se trata de nada fuera de lo común, sino obra de demonios. Y con eso, ya podemos quedarnos tranquilos.

Nos encanta Lope de Vega. 🙂

Aquel hombre de bronce

Siempre resulta interesante leer (o releer) antiguas historias fantásticas o de aventuras. Dejando a un lado su calidad intrínseca (hay de todo, como en botica), nos muestran cómo éramos por aquel entonces. En nuestros días, tan políticamente correctos, ciertas ideas y actitudes que antaño se veían de lo más normal, hoy nos provocan la sonrisa o nos escandalizan. Hemos cambiado, y puede que para mejor.

DocsavageDoc Savage Magazine nº 1  (fuente: en.wikipedia.org)

Situémonos en el siglo XX, entre las dos guerras mundiales; concretamente, en 1933. Ese año vio la luz el primer número de la revista Doc Savage, donde se presentaba el personaje homónimo. Como indica el título de su primera novela, The Man of Bronze, Doc Savage era un hombre de piel y cabellera broncíneas cuya misión consistía en combatir el mal, ayudar a los necesitados y todo eso que hacen los buenos en las novelas de aventuras. No vamos a tratar aquí las numerosas apariciones de este icono de la cultura popular estadounidense en libros, radio o cine, que para eso está la Wikipedia como un buen punto de partida. Nos limitaremos a comentar algunos detalles que nos han llamado la atención de esa primera novela, donde se nos presenta al personaje en toda su gloria. Para ello, hemos releído una traducción al español que rescatamos de la pila de revistas y fanzines que solemos acumular en el armario, para solaz de lepismas y otros bichos que se alimentan de papel y cola de encuadernar. 🙂

Lo primero que nos choca es la personalidad del héroe. Es simple, monolítica; nada de sutilezas, dudas, dilemas morales o profunda vida interior. Desde pequeño, su padre lo educó para convertirlo en superhombre. Sí, tal como suena. Es un ejemplar perfecto de nuestra especie. Lo de «perfecto» no es una invención nuestra; el autor usa esa palabra varias veces a lo largo del relato. Nada hay de sobrenatural en ello; a base de un durísimo entrenamiento, ha llegado a convertirse en un hombre de músculos perfectos, agilidad perfecta, rapidez perfecta… Y no digamos sus habilidades mentales: nadie en el mundo lo supera en química, cirugía, pilotaje de todo tipo de vehículos, pericia detectivesca… A su lado, MacGyver es un patoso. 🙂

¿Había algo que este superhombre perfecto no se atreviera a abordar? El amor. El autor deja bien claro que Doc Savage no puede perder el tiempo en lances románticos (el sexo ni se menciona, por supuesto), pues su misión es mucho más importante que eso. Así, cuando la guapa princesa (siempre hay una guapa princesa en estas historias) se enamora de él nada más verlo (algo inevitable, dada la perfección del protagonista), Doc Savage hace un esfuerzo y evita cualquier intento de flirteo, y la princesa se queda con las ganas. Él se lo pierde.

 ManofbronzebamaEl hombre de bronce  (fuente: en.wikipedia.org)

Doc Savage no está solo en sus aventuras. Tiene cinco compañeros que son unos auténticos genios en varios campos (la química, la electricidad, la fuerza física, la abogacía, la arqueología, la lingüística…) pero cuya única misión, para qué engañarnos, es la de servir para mayor lucimiento del héroe. Doc Savage los supera en todas sus habilidades. Aunque no fuera la intención del autor, esto da lugar a situaciones que nos parecen bastante divertidas. Da la impresión de que a Doc Savage sólo le falta decir: «Anda, aparta de ahí y deja que me ocupe yo…» Cuando hay que perseguir a un malhechor, ninguno es más rápido que Doc. Si hay que sintetizar algún compuesto químico, nadie es más hábil en el laboratorio que Doc… Uno se pregunta: ¿para qué puñetas, con perdón, necesita a sus compañeros? Aparte de para rescatarlos cuando los malos los secuestran, claro. 🙂

Y luego está el tema del racismo. Aunque el autor fuera una bellísima persona, escribía en  una época donde las teorías racistas y la eugenesia estaban en boga. Incluso tenían respaldo científico; por tanto, ninguna persona mínimamente culta escapaba a su influencia. Ojo: en ningún momento se habla de eugenesia en la novela, pero se detecta un tufillo a ella, especialmente en el tono despectivo con que se refiere a los mestizos.

En apariencia, el autor no tiene nada en contra de las razas puras. Por ejemplo, hay un valle perdido en el que reside una sociedad de mayas puros, que escaparon de la Conquista. Son tratados con simpatía: se trata de personas de piel dorada y de naturaleza pacífica, amables aunque, eso sí, supersticiosos y fácilmente engañados (nos viene a la cabeza el mito del buen salvaje). Se nos insinúa que el rey y la princesa podrían incluso equipararse, por nivel cultural, a los norteamericanos (entiéndase como tales a los situados al norte del río Grande; nos tememos que, para el autor, México cae en Centroamérica). Contrasta esa simpatía hacia las razas puras, aunque no sean occidentales, con el disgusto que causan los mestizos y los degenerados. La mezcla de razas es un pecado abominable, aunque no se diga expresamente.

También se aprecia un cierto desdén hacia lo latinoamericano, mezclado con el desconocimiento y el aire de superioridad anglosajón. Parte de la acción transcurre en una república centroamericana inventada, situada cerca del Yucatán, y su descripción es una sarta de tópicos encadenados: la política se reduce a una pugna entre revolucionarios y bandidos, las ciudades son más bien pueblos atrasados, las mujeres van con mantilla, hay una clase alta de españoles (alguien debería explicarle al autor que hacía por lo menos un siglo que nos habían echado de allí)… Por no mencionar algún gazapo arqueológico, como el de unos malvados guerreros mayas que adoran a los dioses Kukulkán y Quetzalcóatl (por lo visto, para el autor mayas y aztecas eran lo mismo). Tópicos, prejuicios y desconocimiento de la realidad, sí, pero para el lector estadounidense de entreguerras se trataba de lugares exóticos donde transcurrían emocionantes aventuras, plenas de acción y maravilla. Y eso bastaba.

¿Evolucionó Doc Savage a lo largo del tiempo? Eso queda fuera del propósito de esta entrada. Aquí sólo pretendemos mostrar que la lectura de relatos antiguos proporciona una doble satisfacción. Junto al disfrute de un relato aventurero y fantástico, se nos abre una ventana al pasado, que nos muestra la forma de pensar de un tiempo que en muchos aspectos no fue mejor.

 

Pío Baroja y lo fantástico

Necesitamos encasillar a la gente, acotar sus vidas, ideas y obras con un par de frases para quedarnos tranquilos. Así, por ejemplo, a muchos escritores se les coloca en una determinada corriente literaria, se describe su personalidad en pocas palabras (misógino, aventurero, de derechas, de izquierdas, lo que sea) y así pasan a la posteridad. Suele ser injusto, pues incontables matices se pierden por el camino.

Pío_Baroja_y_NessiPío Baroja y Nessi (fuente: commons.wikimedia.org)

Fijémonos en uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, Pío Baroja (1872-1956), admirado por autores de la talla de Hemingway (el sentimiento no era mutuo, por cierto) y Dos Passos. Para muchos aficionados a la literatura, Pío Baroja fue un típico representante de la generación del 98, caracterizado por su estilo sobrio y realista, cargado de pesimismo. Lo consideran un hombre triste y misántropo, y de su obra sólo conocen las novelas históricas y de aventuras con personajes vascos, así como las costumbristas, de un escepticismo deprimente, como El árbol de la ciencia.

Baroja es mucho más que eso.

Quizá, en nuestra literatura de los siglos XIX y XX, tan sólo Galdós le supere como escritor (es cuestión de gustos, por supuesto). Y de huraño y tristón, nada; según su sobrino, el antropólogo Julio Caro Baroja, era una persona bastante jovial. Doctor en Medicina, con una sólida formación científica (en El árbol de la ciencia se nota, a juzgar por los nombres que cita, que estaba al tanto de lo que se cocía en los círculos científicos), ávido lector, con inquietudes filosóficas, poseedor de una vasta biblioteca sobre ocultismo y brujería… Se trata de un autor al que merece la pena conocer.

Baroja también escribió relatos de corte fantástico, sobre todo en su juventud. Acabo de leer la antología titulada Cuentos, publicada por Alianza Editorial en 1966 y reeditada en numerosas ocasiones. Lleva un interesante prólogo de Julio Caro Baroja e incluye un buen número de historias cortas, mayormente del libro Vidas sombrías (1900), aunque hay otras posteriores.

En su mayoría, estos cuentos no tienen que ver con la temática fantástica. Un inciso: los interesados en aquelarres y brujería vasca disfrutarán con La dama de Urtubi, pero el relato, en sí, no tiene nada de fantástico; posee una sólida base antropológica y es una aventura con final feliz (siempre que no seas sorgina, claro). 🙂

En otros relatos del libro hallamos elementos fantásticos, oníricos, alegóricos o inquietantes, pero hay tres cuentos que podemos calificar como fantásticos en sentido estricto: el lector se enfrenta a unos hechos sin explicación racional (como debe ser; el «fantástico explicado» no es fantástico), y eso genera inquietud. En El trasgo y La sima, los personajes se topan con entes sobrenaturales que los aterrorizan. ¿Son reales? El autor deja al lector con la duda, pues tal es el efecto buscado. Estas dos historias, al transcurrir en ambientes rurales, pueden resultar un tanto ajenas al lector urbanita, pero esto no ocurre con el cuento que abre la antología: Médium. Es, sin duda, el que mejor logra el «efecto fantástico». Inquieta. Da mal rollo, que es de lo que se trata. 🙂

En resumen: afirman que la literatura española se caracteriza por su querencia hacia el realismo. Sin embargo, lo fantástico está ahí, aguardando al lector que sepa hallarlo… y disfrutarlo.

Clara Reeve, o cómo estropear la innovación literaria con la moral

ClaraReeveClara Reeve fue una novelista y ensayista inglesa, hija de un clérigo y nacida en Ipswich en 1729. Tuvo una excelente educación, destacando en historia y latín.

Contribuyó notablemente a la historia de la literatura con su influyente obra  El progreso del romance (The Progress of Romance, 1785). Se trata de una innovadora historia de la narrativa y de la evolución de la épica novelística, clara precursora de las historias modernas de la novela.

Como curiosidad, una cita donde Clara Reeve formula la distinción entre romance y novela (distinción casi inexistente en español):

El romance es una fábula heroica, que trata de personas y cosas. La novela es un cuadro de la vida real y sus costumbres, y acerca del tiempo en que se escribió. El romance describe con lenguaje elevado y orgulloso, algo que no ha pasado ni pasará nunca. La novela presenta una relación familiar de esas cosas tal y como ocurren cada día ante nuestros ojos, como podrían ocurrirles a nuestros amigos o a nosotros mismos.

Clara Reeve. El progreso del romance, 1785.

Reeve resultó influida por el alarmismo de los críticos más conservadores, que consideraban peligrosa la novela de Walpole. A ésta la acusaban de ser excesivamente emocional y perturbadora; sus excesos narrativos podían, al igual que las drogas, causar adicción y pervertir la mente de las jóvenes casaderas, que tal vez llegarían a contraer matrimonio con hombres indignos de su afecto y condición, precipitándose en el abismo de una vida desgraciada. La influyó por un igual el estilo contenido y realista de su maestro, Richardson; para Reeve Otranto caía en el ridículo y el exceso emocional, así que se propuso convertirla en una narración de marcado carácter moralista, evitando en lo posible los elementos fantásticos.

El resultado de esta imitación de El castillo de Otranto, se titulaba El viejo barón inglés, una historia gótica (The Old English Baron, a Gothic Story, 1777). En su primera edición se había titulado El campeón de la virtud, una historia gótica (The Champion of Virtue, a Gothic Story). Obsérvese que la imitación llegaba hasta la coletilla «una historia gótica» puesta al final del título, para tentar de nuevo a los lectores con una morbosidad que luego les escatimaba en el texto.

Su intención era mejorar la novela de Walpole, reconduciéndola a un orden tradicional. La manera de hacerlo consistió en introducir los mismos efectos misteriosos de lo sobrenatural, pero cambiando la explicación final por otra de marcado carácter racionalista. Otra característica de su obra fue la lucha de clases contra la opresión feudal y la introducción de elementos de lo cotidiano. Para lograrlo cambió el exotismo de la primera novela gótica por algo más costumbrista. Así pues, Reeve tomó una novela exitosa y que rompía moldes, le quitó cuanto aportaba de original y multiplicó sus defectos moralizantes. Con todo ello convirtió lo novedoso de su trama en otra obra dieciochesca moralizante. No está mal para tratarse de una estudiosa del progreso en el arte de la novela.

El propio Walpole acusó esta crítica a su obra, tildando a su vez la de Reeve de ser «insípida». Otros críticos han afirmado que no aporta nada a la novela gótica siendo, según palabras de Temma Berg, una mera «redecoradora del castillo de Otranto». En realidad el curioso intento de Reeve pretendía quitar a la novela de Walpole lo mejor que tenía: el onirismo y los elementos sobrenaturales. En vez de conseguirlo solo logró afianzar su fama, abriendo la veda de las imitaciones de la obra de Walpole. Por poner un ejemplo de hasta qué punto llegaría la veneración de autoras posteriores por esta novela, diremos que influenció a Mary W. Shelley para escribir a su vez Frankenstein, o el moderno Prometeo.

El motivo para mencionar a Clara Reeve es, como habrá supuesto ya el lector, mostrar lo difícil que era romper moldes, y cómo aun habiéndolo logrado un autor, el establishment trataba de reconducir la literatura de nuevo a los cauces que juzgaba estética y moralmente adecuados. Muchos han sido los que se han erigido en jueces de la moral y las buenas costumbres en la literatura de género, pero al igual que lo ha hecho la historia, nosotros preferimos olvidarlos y dar todo el mérito a los creadores.

Charlotte Dacre: sexualidad y fantasía en el siglo XVIII

CharlotteDacre

Charlotte Dacre nació en Londres en 1782, en el seno de una acaudalada familia. Falleció en 1841. Su nombre de soltera fue Charlotte King. Se casó con el editor Nicholas Byrne de quien tuvo tres hijos. Su marido, colaborador del Morning Post, la animó a publicar en él sus primeros poemas, momento en que adoptó el pseudónimo Rosa Matilda. “Dacre”, en substitución de su verdadero apellido, también es un pseudónimo y por él se la conoce habitualmente hoy en día.

Como novelista recogió la influencia gótica, pero aportó unos caracteres femeninos más agresivos, contrarios a las normas sociales del decoro. Su obra permaneció en la oscuridad durante mucho tiempo, si bien influyó en los grandes autores del momento.

Su obra más importante, Zofloya, o el moro (Zofloya; or, the Moor: A Romance of the Fifteenth Century, 1806) rompió moldes en todos los sentidos. La protagonista, una dama veneciana, se muestra cruel y malvada, además de sexualmente activa. Resulta especialmente lujuriosa y depravada, mostrando al lector todos sus deseos, sin ahorrar detalles. Para mayor provocación la protagonista se interesa por un moro, que resulta ser un personaje diabólico. Zofloya sigue los pasos de El monje, pero incorporando ecos fáusticos e influencias de Milton y Sade.

Al género que practicó esta autora se le suele llamar «gótico femenino» (Female Gothic).

Otras obras suyas:

Horas de soledad (Hours of Solitude, 1805). Colección de poemas donde ya aparece el tema del amante diabólico.

Confesiones de la monja de San Omer (Confessions of the Nun of St. Omer, 1805). Novela gótica dedicada a Matthew Lewis, el inspirador de sus obras.

El libertino (The Libertine, 1807).

Las pasiones (The Passions, 1811).

La mujer alta

Muchos de nosotros, cuando cursábamos estudios de bachillerato (me refiero al antiguo BUP, no al actual), tuvimos que leer y comentar la obra más famosa del escritor accitano (sí, ése es el gentilicio de Guadix, en la provincia de Granada, España) Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), El sombrero de tres picos (1874). Se trata de una excelente novela corta, muestra de la maestría narrativa de este autor.

Pedro Antonio Joaquín Melitón de Alarcón y Ariza (fuente: commons.wikimedia.org)

Alarcón se asocia a la corriente realista de la literatura española, si bien se inició como escritor de corte romántico. De su pluma salieron obras costumbristas, libros de viajes… Su producción literaria, por fortuna para el lector, ha sido digitalizada y puede leerse en Internet.

Te preguntarás, amable lector, por qué hablamos de Alarcón en un blog dedicado a lo fantástico. Pues bien, este autor, como muchos otros colegas en la España de la segunda mitad del siglo XIX, leyó a Edgar Allan Poe, lo disfrutó… y fue influenciado por el genial escritor americano. Al menos, ésa es la impresión que da la lectura de El clavo (1853), una de las primeras (si no la primera) novelas policíacas en nuestro idioma. No destriparemos aquí el argumento; simplemente, recomendamos su lectura. Por cierto, se rodó una película sobre ella en 1944, e incluso hubo una adaptación para Televisión Española (protagonizada por Mónica Randall en 1971, creemos; si alguien la localiza en algún recoveco de Internet, le agradeceríamos que nos lo hiciera saber).

Más aún. En su antología Narraciones inverosímiles encontramos un par de cuentos que pueden ser de interés para los amigos de la literatura fantástica. Por un lado, tenemos El amigo de la muerte (1852), cuyo título ya nos indica de qué va. Dejando de lado algún párrafo sensiblero, se lee con agrado y logra sorprendernos al final. Sin embargo, la obra más notable, la que nos ha motivado a escribir esta entrada, es La mujer alta (1881). Algunos estudiosos opinan que es el mejor cuento de terror escrito en lengua española. ¿Exagerado? Es el lector quien debe juzgarlo. Si nos pides nuestra opinión, amigo internauta, nos parece un relato magnífico, que inquieta y logra transmitir desasosiego, aparte de estar muy bien escrito. Te animamos a disfrutarlo, si no lo conoces.