Natura Artis Magistra

«La naturaleza es la maestra de las artes»: tal es el lema del zoo de Amsterdam. Se trata de una gran verdad, que también se puede aplicar a la ciencia ficción. El mundo animal, sin ir más lejos, esconde maravillas que han inspirado a escritores y cineastas amantes de los fantástico. Un ejemplo bien conocido es el de la saga Alien; el ciclo vital de la criatura está inspirado en el de las avispas icneumónidas. Asimismo, en la literatura de CF podemos encontrar sociedades extraterrestres inspiradas en los insectos sociales, animales coloniales, felinos, feroces depredadores…

Aunque no suelen llamar la atención tanto como los animales o las plantas, los hongos también nos asombran y pueden darnos ideas a la hora de diseñar escenarios alienígenas donde ubicar los relatos. Bueno, también influye que quien escribe estas líneas sea micólogo, y le fascinen estos peculiares organismos… 🙂

 Armillaria3Armilaria de color miel (Armillaria mellea)

Veamos uno de mis ejemplos favoritos. Un género de hongos muy corriente, tanto en Europa como en América, es Armillaria. No es raro encontrar estas setas, frecuentemente en grandes manojos, asociadas a troncos de árboles. Pobres de estos últimos, pues las armilarias pueden convertirse en parásitos feroces. La especie más representativa es A. mellea, la armilaria de color miel. Cocinada del modo adecuado, es comestible (doy fe de ello).

Puede que en este momento, amigo internauta, te hagas la siguiente reflexión: «OK, una seta. Pero en cuanto a lo de servir de inspiración para un relato de ciencia ficción, qué quiere que le diga. Aquí, entre nosotros, no se me antoja una criatura muy expresiva o sugerente…» Sin embargo, bajo su humilde apariencia, las armilarias son unos organismos asombrosos.

 himenioLas setas sólo son las plataformas lanzadoras de esporas de ciertos hongos. El cuerpo de éstos permanece invisible a los ojos.

Ante todo, hay que tener en cuenta que una seta no es un organismo completo. Se trata simplemente de la punta del iceberg: la fructificación de un ser vivo mucho más vasto, que se desarrolla oculto a la vista. Y lo más importante: los hongos nada tienen que ver con las plantas.

Desde el punto de vista evolutivo, los hongos son un grupo hermano de los animales. Tanto ellos como nosotros nos alimentamos de materia orgánica, a la que debemos digerir para poder asimilarla. Los animales solemos ingerir la comida; es decir, la introducimos dentro del cuerpo y allí, en nuestras tripas, realizamos la digestión. El problema es que, en la naturaleza, a veces la comida no quiere ser devorada, y suele salir corriendo, o se defiende, se camufla o te pone una demanda por acoso… Por ello, para no morirse de hambre y hacerse con la esquiva comida, los animales hemos evolucionado desarrollando cuerpos complejos, con músculos, órganos de los sentidos, sistema nervioso… Nos hemos convertido en eficaces máquinas para buscar y capturar el alimento.

03mucor02Vista al microscopio del micelio (cuerpo filamentoso) de un hongo

Los hongos siguieron otra vía evolutiva. En vez de ingerir el alimento, se limitan a crecer dentro de él, segregando enzimas digestivas que lo descomponen, y luego se limitan a absorberlo. Sus cuerpos son simples; mayormente, los hongos son seres filamentosos, como pelusas vivas, más sutiles que las hebras de una telaraña. Su cuerpo recibe el nombre de micelio, y su tamaño oscila de unos milímetros cuadrados hasta… Bien, hasta límites increíbles, como en ciertas armilarias.

En Norteamérica existe una especie, Armillaria solidipes (también conocida como Armillaria ostoyae) que alcanza tamaños de récord. Por ejemplo, en abril de 2003 se publicó que un individuo de este hongo, hallado en un bosque del estado de Oregón, ocupaba una extensión de suelo de 8,9 kilómetros cuadrados. Se estimó su edad en 2400 años, y su peso en 605 toneladas. Ahí queda eso.

Imaginémoslo. La espora microscópica que dio origen a este monstruo había germinado unos cuatro siglos antes de que la República Romana muriera de agotamiento y diera paso al Imperio con Octavio Augusto. Su micelio crecía invisible en el suelo del bosque, con la implacable perseverancia de los hongos, alimentándose de materia orgánica, como una inmensa telaraña. Si se tropezaba con algún árbol debilitado, aprovechaba la ocasión y, como todas las armilarias, se convertía en un asesino inmisericorde. Quizá, sus filamentos conectaban unos árboles con otros, convirtiendo todo el bosque en un único organismo vivo. Lo que ocurre bajo nuestros pies nos es tan desconocido y ajeno como la superficie de otro planeta.

Un organismo inspirador para los escritores fantásticos, sin duda. A su lado, la ballena azul o los dinosaurios son unos auténticos pitufos. De hecho, nosotros escribimos una novela corta de CF (El hongo que sabía demasiado) ambientada en un planeta donde todo gira en torno a los hongos. Todos los extraños organismos que en ella se describían (hongos con sistema de mira fotosensible que funciona por fibra óptica, depredadores que cazan animales con lazo, etc.) son imágenes de otros que existen a nuestro alrededor, tal vez ocultos en la tierra de una maceta o medrando en una boñiga de vaca. Sólo hay que saber descubrirlos. 🙂

Natura artis magistra.

Aquel hombre de bronce

Siempre resulta interesante leer (o releer) antiguas historias fantásticas o de aventuras. Dejando a un lado su calidad intrínseca (hay de todo, como en botica), nos muestran cómo éramos por aquel entonces. En nuestros días, tan políticamente correctos, ciertas ideas y actitudes que antaño se veían de lo más normal, hoy nos provocan la sonrisa o nos escandalizan. Hemos cambiado, y puede que para mejor.

DocsavageDoc Savage Magazine nº 1  (fuente: en.wikipedia.org)

Situémonos en el siglo XX, entre las dos guerras mundiales; concretamente, en 1933. Ese año vio la luz el primer número de la revista Doc Savage, donde se presentaba el personaje homónimo. Como indica el título de su primera novela, The Man of Bronze, Doc Savage era un hombre de piel y cabellera broncíneas cuya misión consistía en combatir el mal, ayudar a los necesitados y todo eso que hacen los buenos en las novelas de aventuras. No vamos a tratar aquí las numerosas apariciones de este icono de la cultura popular estadounidense en libros, radio o cine, que para eso está la Wikipedia como un buen punto de partida. Nos limitaremos a comentar algunos detalles que nos han llamado la atención de esa primera novela, donde se nos presenta al personaje en toda su gloria. Para ello, hemos releído una traducción al español que rescatamos de la pila de revistas y fanzines que solemos acumular en el armario, para solaz de lepismas y otros bichos que se alimentan de papel y cola de encuadernar. 🙂

Lo primero que nos choca es la personalidad del héroe. Es simple, monolítica; nada de sutilezas, dudas, dilemas morales o profunda vida interior. Desde pequeño, su padre lo educó para convertirlo en superhombre. Sí, tal como suena. Es un ejemplar perfecto de nuestra especie. Lo de «perfecto» no es una invención nuestra; el autor usa esa palabra varias veces a lo largo del relato. Nada hay de sobrenatural en ello; a base de un durísimo entrenamiento, ha llegado a convertirse en un hombre de músculos perfectos, agilidad perfecta, rapidez perfecta… Y no digamos sus habilidades mentales: nadie en el mundo lo supera en química, cirugía, pilotaje de todo tipo de vehículos, pericia detectivesca… A su lado, MacGyver es un patoso. 🙂

¿Había algo que este superhombre perfecto no se atreviera a abordar? El amor. El autor deja bien claro que Doc Savage no puede perder el tiempo en lances románticos (el sexo ni se menciona, por supuesto), pues su misión es mucho más importante que eso. Así, cuando la guapa princesa (siempre hay una guapa princesa en estas historias) se enamora de él nada más verlo (algo inevitable, dada la perfección del protagonista), Doc Savage hace un esfuerzo y evita cualquier intento de flirteo, y la princesa se queda con las ganas. Él se lo pierde.

 ManofbronzebamaEl hombre de bronce  (fuente: en.wikipedia.org)

Doc Savage no está solo en sus aventuras. Tiene cinco compañeros que son unos auténticos genios en varios campos (la química, la electricidad, la fuerza física, la abogacía, la arqueología, la lingüística…) pero cuya única misión, para qué engañarnos, es la de servir para mayor lucimiento del héroe. Doc Savage los supera en todas sus habilidades. Aunque no fuera la intención del autor, esto da lugar a situaciones que nos parecen bastante divertidas. Da la impresión de que a Doc Savage sólo le falta decir: «Anda, aparta de ahí y deja que me ocupe yo…» Cuando hay que perseguir a un malhechor, ninguno es más rápido que Doc. Si hay que sintetizar algún compuesto químico, nadie es más hábil en el laboratorio que Doc… Uno se pregunta: ¿para qué puñetas, con perdón, necesita a sus compañeros? Aparte de para rescatarlos cuando los malos los secuestran, claro. 🙂

Y luego está el tema del racismo. Aunque el autor fuera una bellísima persona, escribía en  una época donde las teorías racistas y la eugenesia estaban en boga. Incluso tenían respaldo científico; por tanto, ninguna persona mínimamente culta escapaba a su influencia. Ojo: en ningún momento se habla de eugenesia en la novela, pero se detecta un tufillo a ella, especialmente en el tono despectivo con que se refiere a los mestizos.

En apariencia, el autor no tiene nada en contra de las razas puras. Por ejemplo, hay un valle perdido en el que reside una sociedad de mayas puros, que escaparon de la Conquista. Son tratados con simpatía: se trata de personas de piel dorada y de naturaleza pacífica, amables aunque, eso sí, supersticiosos y fácilmente engañados (nos viene a la cabeza el mito del buen salvaje). Se nos insinúa que el rey y la princesa podrían incluso equipararse, por nivel cultural, a los norteamericanos (entiéndase como tales a los situados al norte del río Grande; nos tememos que, para el autor, México cae en Centroamérica). Contrasta esa simpatía hacia las razas puras, aunque no sean occidentales, con el disgusto que causan los mestizos y los degenerados. La mezcla de razas es un pecado abominable, aunque no se diga expresamente.

También se aprecia un cierto desdén hacia lo latinoamericano, mezclado con el desconocimiento y el aire de superioridad anglosajón. Parte de la acción transcurre en una república centroamericana inventada, situada cerca del Yucatán, y su descripción es una sarta de tópicos encadenados: la política se reduce a una pugna entre revolucionarios y bandidos, las ciudades son más bien pueblos atrasados, las mujeres van con mantilla, hay una clase alta de españoles (alguien debería explicarle al autor que hacía por lo menos un siglo que nos habían echado de allí)… Por no mencionar algún gazapo arqueológico, como el de unos malvados guerreros mayas que adoran a los dioses Kukulkán y Quetzalcóatl (por lo visto, para el autor mayas y aztecas eran lo mismo). Tópicos, prejuicios y desconocimiento de la realidad, sí, pero para el lector estadounidense de entreguerras se trataba de lugares exóticos donde transcurrían emocionantes aventuras, plenas de acción y maravilla. Y eso bastaba.

¿Evolucionó Doc Savage a lo largo del tiempo? Eso queda fuera del propósito de esta entrada. Aquí sólo pretendemos mostrar que la lectura de relatos antiguos proporciona una doble satisfacción. Junto al disfrute de un relato aventurero y fantástico, se nos abre una ventana al pasado, que nos muestra la forma de pensar de un tiempo que en muchos aspectos no fue mejor.

 

El retrete del placer criminal

¿Te ha chocado el título de esta entrada, amigo internauta? Pues no lo hemos inventado; corresponde a un antiguo relato fantástico.

Retrocedamos hasta la primera mitad del siglo XIX. No corrían buenos tiempos para España. Tras el desastre que supuso la Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas, más la pérdida de casi todas las colonias en América, ocupaba el trono Fernando VII, el Rey Felón; sin duda, uno de los monarcas más nefastos de nuestra historia. Todavía hoy estamos pagando algunas consecuencias de las decisiones que tomó durante su reinado.

Empero, centrémonos en la literatura fantástica. Mientras que en el resto de Europa triunfaba la novela gótica, la férrea censura española, bajo el control de una Iglesia muy reaccionaria, no era partidaria de que ciertas cosas se divulgaran y corrompieran las mentes y las almas de la grey católica. Así que nada de fantasía e ideas raras, sobre todo si procedían de la pérfida Francia; en puesto de eso, realismo, a ser posible decente y moralizante; y, por supuesto, vidas de santos y mártires. Se censuró a Goethe, a Walter Scott, el gran Hoffmann ni siquiera llegó… Y no digamos la novela gótica, con litros de sangre, cabezas cortadas y delectación en lo macabro. Por suerte, los censores no gozaban de unos cerebros privilegiados, y algún que otro editor avispado se las arregló para sortearlos con felina habilidad. 🙂

portada_espectros_Página_008NOTA: todas las imágenes de esta entrada corresponden al tomo que contiene la obra citada en el título, y proceden del archivo PDF que puede descargarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

¿Cómo puedes colarle a un severo censor ultracatólico una historia donde rezuma la sangre, donde asustadas doncellas desvelan parte de sus encantos, donde hay amenazas de violación, donde los crímenes más brutales se exhiben sin tapujos? Pues muy sencillo: recurriendo al viejo truco del propósito moralizante. O sea: si tomamos la precaución de que los malos sean castigados en las últimas páginas, podremos mostrar las mayores barbaridades que se nos ocurran. Así, argüiremos frente al censor que quienes cometen tan nefandas tropelías reciben su merecido y, por tanto, la virtud resplandece y el lector aprenderá una valiosísima lección moral. Y si cuela, cuela. Y colaba, sí, señor. 🙂

Muchas de las obras góticas que sortearon la censura y se publicaron en España eran malas de solemnidad. Solía tratarse de traducciones baratas del francés. En el caso de que la obra original tuviera calidad literaria, el traductor solía destrozarla, pues no era un escritor profesional. Sin embargo, gozaron de considerable éxito, pues en España existía un público ávido de emociones fuertes.

Aparte de traducciones más o menos abominables del francés, también hay obras autóctonas que alcanzaron cierta fama. De ellas nos centraremos aquí en la Galería fúnebre de historias trágicas, espectros y sombras ensangrentadas (1831) de Agustín Pérez Zaragoza Godínez.

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En doce tomos, Pérez Zaragoza recopila una serie de relatos  furiosamente góticos. Es decir, sangre, crímenes y horror a espuertas. Puede que algunos sean originales, pero otros, en cambio, son traducciones del francés, manifiestamente mejorables. Se nota en la transcripción de nombres rusos (un francés transcribe el sonido «u» con la grafía «ou», por ejemplo), en alguna que otra confusión en el empleo de los verbos «ser» y «estar» («¡Somos perdidas!» no significa lo mismo que «¡Estamos perdidas!», por citar un caso), en el uso de artículos delante de nombres de países que habitualmente no los llevan en español («la España», «la Hungría»…), etc. En estos casos, el nombre del autor real no aparece por lado alguno, que sepamos.

El lector curioso puede descargarse la obra completa en PDF en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, escaneada a partir de los originales. Nos llama la atención la ortografía de la época, el desmesurado tamaño de las letras (20 líneas por página y unos 35 caracteres por línea), las truculentas ilustraciones, que en su época epataban al lector pero que hoy nos hacen esbozar una sonrisa…

portada_espectros_Página_078Tremebunda venganza en «El alcalde de Nóchera»

No todo lo que aparece en la Galería fúnebre es encuadrable en el género fantástico. Comprobémoslo en uno de los tomos, el segundo, que incluye tres relatos pletóricos de crímenes. «El alcalde de Nóchera o Nicolo, señor de Forliño» es simplemente una truculenta historia de maridos celosos y tremebundas venganzas ambientada en Italia. Nada de fantástico; más bien, el autor se solaza en el escándalo, las mutilaciones y los asesinatos.

portada_espectros_Página_160Certera puñalada en «La bohemiana de Trebisonda»

En cambio, «La bohemiana de Trebisonda o un sequín por la cabeza de un cristiano» contiene claros elementos fantásticos (una cabeza cortada con siniestras habilidades, sin ir más lejos), con la clara idea de provocar intranquilidad y miedo en el lector.

portada_espectros_Página_008Más gótico, imposible, en «La princesa de Lipno»

Y finalmente llegamos al cuento o novela corta que da título a esta entrada: «La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal». Lo del retrete queda gracioso, puesto que según el DRAE significa: «Aposento dotado de las instalaciones necesarias para orinar y evacuar el vientre.» Sin embargo, existe otra acepción, hoy en desuso, aplicable a la época en que se escribió esta obra: «Cuarto pequeño en la casa o habitación, destinado para retirarse.» En cualquier caso, la historia es gore a más no poder. Hoy causa risa, pero en su época debió de poner los pelos de punta.

«La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal» es un relato del tipo fantástico explicado. Todas las visiones macabras y fantasmales que aparecen en la obra reciben al final una explicación, al estilo de Clara Reeve, como ya comentamos en otra entrada del blog. Y, por supuesto, al final los malos son castigados, lo cual da el necesario toque moralizante. Una excusa para poder publicar delante de las narices del censor un relato truculento, más bien. Al menos, a diferencia de Reeve, aquí la moralina no estropea el efecto fantástico, ni le quita el susto al lector de la época.

En fin, amigo internauta, esperamos haber despertado tu interés. La calidad de estos relatos, para qué engañarnos, es mínima. Sin embargo, al igual que ciertas películas de serie B, llegan a resultar tremendamente divertidos. Y, sobre todo, nos muestran cómo éramos hace casi dos siglos; en algunos aspectos, tal vez no tan distintos a lo que somos hoy.

La mano no tan muerta de Platón (y II)

Como dijimos en la entrada anterior, el pensamiento esencialista ha sido durante siglos un lastre para el progreso de la Biología. Si hay un «tipo» o «esencia» de cada especie, eso implica que hay algo que no cambia, que es permanente. Por tanto, el concepto de «evolución» resulta absurdo. Como mucho, puede haber variaciones menores, pero nunca aparición de especies nuevas.

Por cierto, ¿qué es una especie? Ahí está el problema. La naturaleza se empeña en poner las cosas difíciles a quienes aman las definiciones claras, las esencias.

No existe una definición de “especie” universalmente aceptada. Por ejemplo, Linneo lo tenía claro (citamos de la Wikipedia):

«Contamos tantas especies cuantas formas distintas fueron creadas en el principio.»

Más esencialista, imposible. Recurramos de nuevo a la Wikipedia y veamos una definición más o menos consensuada de especie:

«En taxonomía, especie (del latín species), o más exactamente especie biológica, es la unidad básica de la clasificación biológica. Una especie se define a menudo como el conjunto de organismos o poblaciones naturales capaces de entrecruzarse y de producir descendencia fértil, pero no pueden hacerlo —o al menos no lo hacen habitualmente— con los miembros de poblaciones pertenecientes a otras especies.»

El problema es que en ocasiones resulta imposible establecer los límites entre especies, pues la inmensa mayoría de seres vivos no han leído a Platón y claro, tienden a comportarse de forma enojosa para los filósofos. 🙂

Un ejemplo nos ayudará a comprenderlo: el de la evolución de los idiomas. Sin ir más lejos, el español deriva del latín. Ambas lenguas son muy diferentes; un hispanohablante no entenderá un texto en latín, salvo que haya estudiado a fondo la lengua de Virgilio. ¿En qué momento el latín se convirtió en español? ¿Cuándo «cambió su esencia»? En realidad, nunca, pues cada nueva generación puede comprender el habla de sus padres. Sí, siempre hay algunas palabras que los jóvenes incorporan al vocabulario, y otras que tienden a usarse menos, pero apenas se nota. Nunca hubo alguien que dijera: «Cara uxor, quae linguae puero?» [«Querida esposa, ¿en qué idioma habla este niño?» Gracias, Google Translator]. 🙂 La frontera entre latín y español no puede trazarse en un momento concreto. Sólo al cabo de mucho tiempo, ambos idiomas resultan mutuamente ininteligibles, y podemos decir que son distintos.

anillo1Figura 1

En la naturaleza hallamos situaciones comparables, como es el caso de las «especies anillo» (ring species). La figura 1 representa un caso frecuente en la naturaleza. Hay varias poblaciones de una misma especie que se distribuyen a lo largo de un área geográfica (por ejemplo desde la base hasta la cima de una montaña). La población 1 es bastante parecida a la 2, y los individuos de ambas pueden aparearse sin problemas (o incluso con entusiasmo), y dan descendencia fértil. Nadie dudaría, por tanto, que pertenecen a la misma especie. Asimismo, la población 2 puede mezclarse con la 3, la 3 con la 4 y la 4 con la 5. Pero si intentamos juntar un individuo de la población 1 con otro de la 5, serán incapaces de tener descendencia fértil. Puede que sean tan diferentes que ni siquiera muestren interés en aparearse. Estaríamos hablando de especies distintas pero ¿dónde está la frontera entre ambas? Mejor dicho: ¿existe esa frontera?

anillo2Figura 2

La situación se complica en la figura 2. Si las poblaciones no se distribuyen en línea recta, sino que forman un anillo (por ejemplo, en torno a las costas de un océano como el Ártico o el Pacífico), puede que la población 1 y la 5 coexistan en el mismo lugar. Son tan diferentes que un biólogo las consideraría especies distintas, pero hay un montón de poblaciones interfértiles situadas entre ambas.

La naturaleza no es platónica. No siempre hay límites claros, sino que abundan las fronteras difusas, las transiciones, la evanescencia. Para que haya límites claros, es necesario que las formas de transición desaparezcan. ¿Por qué somos distintos de los grandes simios? Básicamente, porque todas las formas intermedias se han extinguido. Imaginemos (escritores de ciencia ficción, ahí tenéis una idea) un universo alternativo donde existieran multitud de poblaciones diversas de homínidos, con posibilidad de cruzamientos fértiles entre ellas. ¿Habría podido tener éxito un filósofo como Platón? ¿Nos consideraríamos algo especial?

El pensamiento darwinista es poblacional, no esencialista. La diferencia con el platonismo es radical. Resulta un fastidio que la naturaleza sea así, pues a los seres humanos nos gusta clasificar las cosas y tipificarlas para entender la complejidad del cosmos, pero es lo que hay. Parafraseando la canción de Serrat, «nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio».

Por tanto, carece de sentido preguntarse por la cara que se le quedó a los padres australopitecos cuando tuvieron el primer niño del género Homo, o a mamá reptil cuando del huevo que estaba empollando nació la primera ave. Ese cambio brusco, esencial, nunca se dio. En la naturaleza no hay esencias platónicas; más bien encontramos ríos que fluyen. Sin embargo, seguimos usando los esquemas de pensamiento platónicos. La mano de Platón puede que esté muerta, pero aún pesa bastante.

P.S.: En la naturaleza, por supuesto, hay excepciones para todo. Pueden aparecer nuevas especies de golpe, como es el caso de la poliploidía (en algunas plantas y algas, sobre todo). Sin embargo, no es lo más normal.