Escalas, cadenas y árboles (I)

Es probable, amigo lector, que cuando oigas hablar de evolución te venga a la mente una imagen similar a ésta:

La evolución humana vista como una cadena de progreso lineal (fuente: commons.wikimedia.org)

Podríamos decir que se ha convertido en un icono de la evolución, dibujado hasta la saciedad y con multitud de variantes: cómicas, satíricas… Pero fijémonos bien en él. ¿Qué nos sugiere? Avance de lo primitivo a lo moderno. Progreso. Una carrera. Una meta al final. Un propósito, quizá.

En suma, la evolución se concibe como un proceso lineal, de progreso. También trae a la mente la imagen de una cadena, donde cada especie es un eslabón. Sí, una cadena que va desde lo simple a lo complejo. Es una idea fácil de asimilar, con la que podemos sentirnos cómodos.

Esta visión de la evolución como una cadena de progreso no es nueva. Podemos comprobarlo en esta ilustración del gran biólogo alemán Ernst Haeckel:

De la ameba al hombre: E. Haeckel, 1874 (fuente: commons.wikimedia.org)

Estas cadenas evolutivas no sólo se han propuesto para ilustrar el origen de nuestra especie. También nos son familiares otras como, por ejemplo, la que muestra el origen del caballo, desde un mamífero del tamaño de un perro hasta los magníficos equinos de hoy;

La evolución del caballo interpretada como una cadena de progreso (fuente: commons.wikimedia.org)

Derivado del concepto de cadena evolutiva tenemos el de eslabón perdido. ¿Cuántas veces habremos leído noticias o comentarios acerca del hallazgo (o la ausencia) de un eslabón que nos conecta con los simios?

Sólo hay un problema: la evolución no es así. Los esquemas lineales de progreso no reflejan la realidad. La distorsionan.

Cuando Charles Darwin publicó El Origen de las Especies (1859), sólo incluyó una ilustración en todo el libro, para mostrar cómo entendía el proceso evolutivo. Sólo una. Y no era una cadena, sino un árbol:

(fuente: commons.wikimedia.org)

Darwin tenía muy claro que la mejor metáfora de la evolución, la que permitía visualizarla adecuadamente, era un árbol. Llevaba más de veinte años pensando en ello:

Esbozo de un árbol evolutivo. Aparece en un cuaderno de Darwin fechado en 1837 (fuente: commons.wikimedia.org)

Nada de un camino sencillo y ascendente, con nosotros al final. Un árbol se compone de múltiples ramas divergentes, y una no tiene por qué ser más importante que otra. Imaginemos la historia de la Vida como un árbol o, mejor aún, un arbusto enmarañado que se va ramificando más y más con el tiempo. Sí, estamos en el extremo de una rama, pero al final de las otras, tan largas y complicadas como la nuestra, hay moscas, champiñones, pinos, tiburones, mohos, tulipanes, arañas… Ninguna es mejor o peor que las demás. Las ramas vivas se alternan con las muertas. No se aprecia una cadena de progreso por lado alguno.

Entonces, ¿por qué se ha popularizado esta imagen lineal, de cadena, de escala de lo simple a lo complejo? Una imagen, insistimos, que es la más popular, la que ejemplifica el proceso evolutivo para la inmensa mayoría de la gente (entre ellos, los autores de ciencia ficción)…

Trataremos de explicarlo en la segunda parte de esta entrada. 🙂

Un comentario en “Escalas, cadenas y árboles (I)

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