Navidad

Tranquilo, amigo internauta. En esta entrada no vamos a soltar un discurso sobre los orígenes paganos de las fiestas, ni a redactar un sesudo artículo sobre la relación entre los colores del vestido de Santa Claus y la ingesta de Amanita muscaria por los antiguos chamanes siberianos.

Simplemente escribimos para desearte, a ti y a los tuyos, unas felices fiestas y un próspero año 2015. ¡Salud y euros! 🙂

La mujer alta

Muchos de nosotros, cuando cursábamos estudios de bachillerato (me refiero al antiguo BUP, no al actual), tuvimos que leer y comentar la obra más famosa del escritor accitano (sí, ése es el gentilicio de Guadix, en la provincia de Granada, España) Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), El sombrero de tres picos (1874). Se trata de una excelente novela corta, muestra de la maestría narrativa de este autor.

Pedro Antonio Joaquín Melitón de Alarcón y Ariza (fuente: commons.wikimedia.org)

Alarcón se asocia a la corriente realista de la literatura española, si bien se inició como escritor de corte romántico. De su pluma salieron obras costumbristas, libros de viajes… Su producción literaria, por fortuna para el lector, ha sido digitalizada y puede leerse en Internet.

Te preguntarás, amable lector, por qué hablamos de Alarcón en un blog dedicado a lo fantástico. Pues bien, este autor, como muchos otros colegas en la España de la segunda mitad del siglo XIX, leyó a Edgar Allan Poe, lo disfrutó… y fue influenciado por el genial escritor americano. Al menos, ésa es la impresión que da la lectura de El clavo (1853), una de las primeras (si no la primera) novelas policíacas en nuestro idioma. No destriparemos aquí el argumento; simplemente, recomendamos su lectura. Por cierto, se rodó una película sobre ella en 1944, e incluso hubo una adaptación para Televisión Española (protagonizada por Mónica Randall en 1971, creemos; si alguien la localiza en algún recoveco de Internet, le agradeceríamos que nos lo hiciera saber).

Más aún. En su antología Narraciones inverosímiles encontramos un par de cuentos que pueden ser de interés para los amigos de la literatura fantástica. Por un lado, tenemos El amigo de la muerte (1852), cuyo título ya nos indica de qué va. Dejando de lado algún párrafo sensiblero, se lee con agrado y logra sorprendernos al final. Sin embargo, la obra más notable, la que nos ha motivado a escribir esta entrada, es La mujer alta (1881). Algunos estudiosos opinan que es el mejor cuento de terror escrito en lengua española. ¿Exagerado? Es el lector quien debe juzgarlo. Si nos pides nuestra opinión, amigo internauta, nos parece un relato magnífico, que inquieta y logra transmitir desasosiego, aparte de estar muy bien escrito. Te animamos a disfrutarlo, si no lo conoces.

Debiluchos y cabezones

Un tópico de la ciencia ficción es imaginar a los seres humanos del futuro como seres con el cerebro más desarrollado que en la actualidad. Paralelamente, el resto del cuerpo ha perdido masa muscular. ¿El resultado? En el futuro, por lo visto, seremos más debiluchos y cabezones que ahora. Asimismo, ése es el aspecto que nos ofrecen los típicos alienígenas de muchas películas y series de TV: delgaditos y con unas cabezas desproporcionadamente grandes.

Fuente: commons.wikimedia.org

¿Por qué los imaginamos así? ¿Tiene algún fundamento científico? Para tratar de responder estas preguntas deberemos considerar algunos aspectos interesantes de la teoría evolutiva.

Charles Darwin tuvo un éxito arrollador a la hora de mostrar que la evolución de las especies es un hecho. Desde 1859, eso quedó claro para cualquier persona culta y bien informada. En cambio, algo muy distinto sucedió con los mecanismos que explican la evolución. Darwin propuso la selección natural, pero el concepto era demasiado rompedor, y se le atragantó a muchos biólogos. Había otras opciones más atractivas. El lamarckismo, por ejemplo. Sí; Lamarck podía estar desacreditado, pero casi todos pensaban como él.

Lamarck ha pasado al imaginario colectivo como el tipo que tenía unas ideas equivocadas sobre la herencia, y que propuso aquello tan gracioso del cuello de las jirafas. O hablando con propiedad: el desarrollo o atrofia de los órganos por uso y desuso, y la transmisión a la descendencia de los caracteres adquiridos. Es una injusticia. En su época, el mecanismo de la herencia se desconocía. Los científicos, Darwin incluido, pensaban como Lamarck. Lo que define al lamarckismo es lo siguiente: en los seres vivos hay una tendencia hacia el progreso, desde organismos simples hasta otros con sistemas nerviosos más complejos (con el hombre en la cima). Lamarck admitía la existencia de la selección natural, pero le otorgaba un papel secundario. Lo importante era la tendencia al progreso. La evolución tenía un sentido y una meta.

Una meta, sí: el progreso hacia la perfección. Y eso, ¿qué es?

Desde hace milenios, filósofos y religiosos han creído que la mente era superior a la materia. Los pensamientos elevados son superiores a la carne grosera. Por tanto, si la evolución tiende a la perfección, es lógico deducir que el motor del cambio evolutivo es el aumento de las capacidades mentales, en detrimento de la fuerza bruta. O sea, más cerebro y menos musculatura. Y si los alienígenas son «más evolucionados» que nosotros, pues les habrá pasado lo mismo, ¿no? Estarán en un estadio evolutivo superior, con mayor desarrollo de la mente (y del cerebro).

Bueno, hay mucho que objetar. Esta forma de entender la evolución es teleológica. Según el DRAE, la «teleología» es, en Filosofía, el estudio de las causas finales. También puede interpretarse como la atribución de finalidad u objetivo a algún proceso (en el caso que estamos considerando, a la evolución).

La teoría de la evolución por selección natural, tal como la propuso Darwin y es aceptada actualmente, no es teleológica. Para nada. Veamos. Es un hecho que la descendencia de los seres vivos muestra una cierta variación, salvo en el caso de los clones o los gemelos idénticos. Hoy sabemos que esa variación se debe a mutaciones en el ADN. Aquellos individuos cuyos rasgos les permitan una mejor adaptación al medio tendrán más posibilidades de dejar descendencia. A la larga, la acumulación de cambios de generación en generación dará lugar a la aparición de nuevas especies. Pero claro, si el medio ambiente cambia, puede que esas adaptaciones no sirvan para nada. Y dado que las mutaciones ocurren al azar, no hay lugar para la teleología.

Teilhard de Chardin (fuente: commons.wikimedia.org)

Sin embargo, igual que Lamarck, muchos buscan un propósito o finalidad en la evolución. Un caso llamativo es el del jesuita Teilhard de Chardin (1881-1955), preocupado por compatibilizar ciencia y cristianismo. No lo logró: la ciencia lo ignoró y la Iglesia lo repudió. Para Teilhard, la evolución era parte del plan divino. Nuestra especie seguiría evolucionando no sólo en lo biológico, sino también hacia un mayor nivel de conciencia. El resultado final sería el «punto Omega» (copiamos de la Wikipedia):

«Una colectividad armonizada de conciencias, que equivale a una especie de superconciencia. La Tierra cubriéndose no sólo de granos de pensamiento, contándose por miríadas, sino envolviéndose de una sola envoltura pensante hasta no formar precisamente más que un solo y amplio grano de pensamiento, a escala sideral. La pluralidad de las reflexiones individuales agrupándose y reforzándose en el acto de una sola reflexión unánime.»

En fin, prevalecería el pensamiento sobre la materia; una idea muy extendida y que ha sido recogida por la ciencia ficción. La evolución progresa gracias al aumento del cerebro en detrimento del resto del cuerpo, hasta alcanzar la pura conciencia descarnada.

Muy bonito, sí, pero pensemos como Darwin. Para que un rasgo tenga éxito y se afiance en una población, tendrá que transmitirse de una generación a otra de forma preferente, ¿verdad? Pues bien, a la hora de buscar pareja con la que aparearse, ¿cuál resulta más atractiva? ¿La de mente poderosa, pero de cuerpo débil y propensión a tener cabeza gorda? ¿O la guapa, bronceada y saludable, aunque su inteligencia sea manifiestamente mejorable?

¿Por quién apostarían ustedes a la hora de transmitir sus genes? 🙂

Sophia Lee, la creadora del gótico histórico

Sophia LeeLa escritora y dramaturga inglesa Sophia Lee nació en Londres en 1750. Era hija de un famoso actor y empresario teatral llamado John Lee. Ello motivó que Sophia escribiera una obra dramática titulada El capítulo de los accidentes (The Chapter of Accidents, 1780), y parece probable que lo hiciera por problemas económicos, cuando su padre se hallaba enfermo. Tuvo la fortuna que la obra alcanzara cierto éxito y fuese representada en varios teatros, paliando así las necesidades de la familia. El dinero obtenido con la obra le permitió abrir, junto a sus hermanas, un colegio para señoritas llamado Belvedere House. La escuela consiguió cierta reputación y le proporcionaría unas rentas adecuadas a su clase, con lo que pudo dedicarse a la literatura.

En este entorno apacible se dedicó a escribir la novela gótica El subterráneo, un cuento de otros tiempos (The Recess, or a Tale of other Times, 1785). El término “recess” es un tanto difícil de traducir, pues significa hueco, nicho o escondrijo. Es una novela histórica que alcanzaría gran fama, llegando a ser traducida a varias lenguas europeas, entre ellas el español en 1795, con el título El subterráneo; o: la Matilde. La novedad de esta obra radica en rehuir el entorno fabuloso y poco creíble de otras novelas góticas medievalizantes. En su lugar opta por un contexto realista y, en general, bastante más verosímil. El relato cae sin embargo en la morbosidad y truculencia características de los primeros argumentos góticos: dos hermanas gemelas, hijas del duque de Norfolk y María de Escocia, se hallan presas en las mazmorras de un sombrío castillo para evitar que la reina Isabel las haga asesinar por razones políticas.

Aunque no se trata de una obra sobrenatural se inscribe de lleno en la corriente gótica, tanto por su atmósfera como por el desbordamiento de las pasiones y la truculencia de la trama. Logra un efecto de suspense terrorífico gracias al uso magistral de la psicología, el ambiente claustrofóbico, la mentalidad tortuosa de los protagonistas y un cierto sadismo, sobre todo psicológico. Aunque las hermanas logran escapar, las experiencias que les esperan tras la libertad son tan terribles que su anterior reclusión terminará por parecerles un remanso de paz y felicidad. El ambiente de esta obra es singularmente sombrío y hace un uso excelente de los recursos psicológicos como fuente de inquietud y aun de terror. Demuestra que el verdadero miedo no está en los efectos sobrenaturales tanto como en el mundo real y especialmente en nuestras acciones. Sin proponérselo Sophia Lee acababa de lograr lo que se había propuesto, sin conseguirlo, Clara Reeve: demostrar que se podía escribir una novela gótica como El castillo de Otranto, sin apelar a lo sobrenatural y sin abandonar las sendas morales de su época. Como curiosidad mencionamos que a esta corriente que mezcla lo gótico con la novela histórica, huyendo de lo sobrenatural, suele llamársela «gótico histórico».

Stanley G. Weinbaum

De vez en cuando, apetece leer (o releer) relatos de ciencia ficción de hace casi un siglo. Muchos de ellos rebosan de aventura y sentido de la maravilla, aunque hoy se nos antojan un tanto ingenuos. Si en algo suelen fallar es en el aspecto y sobre todo en el comportamiento de los seres alienígenos. Por norma general, éstos sólo solían representar el papel de malos malosos para mayor lucimiento del héroe (varón y de raza blanca, por supuesto), o bien actuaban como parodias de seres humanos. Podían tener escamas, cola, cuernos o algún brazo de más, pero en el caso de las razas inteligentes sus motivaciones eran similares a las nuestras: amor, lealtad, odio, envidia…

Todo eso cambió con la publicación del relato Una odisea marciana, del escritor estadounidense Stanley Grauman Weinbaum (1902-1935). Apareció en el número de julio de 1934 de la revista Wonder Stories. En los meses siguientes, Weinbaum publicó alrededor de una docena de relatos de ciencia ficción, tanto en Wonder Stories como en Astounding Stories. Fue una carrera intensa, pero lamentablemente breve. En diciembre de 1935 el cáncer de pulmón lo mató. Poco tiempo, sí; lo justo para que la ciencia ficción ya no fuera la misma.

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He releído la antología de Weinbaum que publicó Martínez Roca en 1977, con prólogo de Isaac Asimov (donde se resalta su importancia como escritor) y epílogo de Robert Bloch (en el que se lamenta la pérdida de un amigo). Por supuesto, se nota el inmisericorde paso del tiempo. El Sistema Solar donde transcurren las aventuras de los personajes de Weinbaum es el que cabía esperar en la década de 1930. Un Marte decrépito y con canales; un Venus que siempre presenta la misma cara al Sol y, por tanto, con un lado ardiente y otro helado; unos satélites de Júpiter y Saturno relativamente cálidos… Entornos habitables, donde los astronautas podían caminar e incluso respirar, pletóricos de extrañas formas de vida.

Ahí radican la originalidad y grandeza de Weinbaum. Imagina mundos ecológicamente coherentes, a diferencia de otros autores coetáneos que describían planetas llenos de depredadores asesinos que no tenían nada de qué alimentarse, salvo algún astronauta despistado. Seres extraños, completamente distintos a los terrícolas, precursores de los maravillosos mundos del maestro Jack Vance.

Y extraterrestres inteligentes que no sólo eran de aspecto raro, pero que muy raro, sino que tampoco pensaban como humanos. Se podía simpatizar con ellos, incluso comunicarse con ellos, pero sus motivaciones resultaban en muchos casos ajenas a nuestra mentalidad. Weinbaum logró, como nadie hasta entonces, que el lector sintiera hacia esos seres una mezcla de empatía y extrañeza. Personajes como el marciano Tweel, el lotófago Óscar o los lunáticos de Ío figuran, sin duda, entre lo más logrado del género. No eran mejores ni peores que los seres humanos; simplemente, distintos.

Sí, después de muchos años fue un placer la relectura de la antología de Weinbaum: con una sonrisa en los labios, y gozando del sentido de la maravilla.