La mano no tan muerta de Platón (y II)

Como dijimos en la entrada anterior, el pensamiento esencialista ha sido durante siglos un lastre para el progreso de la Biología. Si hay un «tipo» o «esencia» de cada especie, eso implica que hay algo que no cambia, que es permanente. Por tanto, el concepto de «evolución» resulta absurdo. Como mucho, puede haber variaciones menores, pero nunca aparición de especies nuevas.

Por cierto, ¿qué es una especie? Ahí está el problema. La naturaleza se empeña en poner las cosas difíciles a quienes aman las definiciones claras, las esencias.

No existe una definición de “especie” universalmente aceptada. Por ejemplo, Linneo lo tenía claro (citamos de la Wikipedia):

«Contamos tantas especies cuantas formas distintas fueron creadas en el principio.»

Más esencialista, imposible. Recurramos de nuevo a la Wikipedia y veamos una definición más o menos consensuada de especie:

«En taxonomía, especie (del latín species), o más exactamente especie biológica, es la unidad básica de la clasificación biológica. Una especie se define a menudo como el conjunto de organismos o poblaciones naturales capaces de entrecruzarse y de producir descendencia fértil, pero no pueden hacerlo —o al menos no lo hacen habitualmente— con los miembros de poblaciones pertenecientes a otras especies.»

El problema es que en ocasiones resulta imposible establecer los límites entre especies, pues la inmensa mayoría de seres vivos no han leído a Platón y claro, tienden a comportarse de forma enojosa para los filósofos. 🙂

Un ejemplo nos ayudará a comprenderlo: el de la evolución de los idiomas. Sin ir más lejos, el español deriva del latín. Ambas lenguas son muy diferentes; un hispanohablante no entenderá un texto en latín, salvo que haya estudiado a fondo la lengua de Virgilio. ¿En qué momento el latín se convirtió en español? ¿Cuándo «cambió su esencia»? En realidad, nunca, pues cada nueva generación puede comprender el habla de sus padres. Sí, siempre hay algunas palabras que los jóvenes incorporan al vocabulario, y otras que tienden a usarse menos, pero apenas se nota. Nunca hubo alguien que dijera: «Cara uxor, quae linguae puero?» [«Querida esposa, ¿en qué idioma habla este niño?» Gracias, Google Translator]. 🙂 La frontera entre latín y español no puede trazarse en un momento concreto. Sólo al cabo de mucho tiempo, ambos idiomas resultan mutuamente ininteligibles, y podemos decir que son distintos.

anillo1Figura 1

En la naturaleza hallamos situaciones comparables, como es el caso de las «especies anillo» (ring species). La figura 1 representa un caso frecuente en la naturaleza. Hay varias poblaciones de una misma especie que se distribuyen a lo largo de un área geográfica (por ejemplo desde la base hasta la cima de una montaña). La población 1 es bastante parecida a la 2, y los individuos de ambas pueden aparearse sin problemas (o incluso con entusiasmo), y dan descendencia fértil. Nadie dudaría, por tanto, que pertenecen a la misma especie. Asimismo, la población 2 puede mezclarse con la 3, la 3 con la 4 y la 4 con la 5. Pero si intentamos juntar un individuo de la población 1 con otro de la 5, serán incapaces de tener descendencia fértil. Puede que sean tan diferentes que ni siquiera muestren interés en aparearse. Estaríamos hablando de especies distintas pero ¿dónde está la frontera entre ambas? Mejor dicho: ¿existe esa frontera?

anillo2Figura 2

La situación se complica en la figura 2. Si las poblaciones no se distribuyen en línea recta, sino que forman un anillo (por ejemplo, en torno a las costas de un océano como el Ártico o el Pacífico), puede que la población 1 y la 5 coexistan en el mismo lugar. Son tan diferentes que un biólogo las consideraría especies distintas, pero hay un montón de poblaciones interfértiles situadas entre ambas.

La naturaleza no es platónica. No siempre hay límites claros, sino que abundan las fronteras difusas, las transiciones, la evanescencia. Para que haya límites claros, es necesario que las formas de transición desaparezcan. ¿Por qué somos distintos de los grandes simios? Básicamente, porque todas las formas intermedias se han extinguido. Imaginemos (escritores de ciencia ficción, ahí tenéis una idea) un universo alternativo donde existieran multitud de poblaciones diversas de homínidos, con posibilidad de cruzamientos fértiles entre ellas. ¿Habría podido tener éxito un filósofo como Platón? ¿Nos consideraríamos algo especial?

El pensamiento darwinista es poblacional, no esencialista. La diferencia con el platonismo es radical. Resulta un fastidio que la naturaleza sea así, pues a los seres humanos nos gusta clasificar las cosas y tipificarlas para entender la complejidad del cosmos, pero es lo que hay. Parafraseando la canción de Serrat, «nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio».

Por tanto, carece de sentido preguntarse por la cara que se le quedó a los padres australopitecos cuando tuvieron el primer niño del género Homo, o a mamá reptil cuando del huevo que estaba empollando nació la primera ave. Ese cambio brusco, esencial, nunca se dio. En la naturaleza no hay esencias platónicas; más bien encontramos ríos que fluyen. Sin embargo, seguimos usando los esquemas de pensamiento platónicos. La mano de Platón puede que esté muerta, pero aún pesa bastante.

P.S.: En la naturaleza, por supuesto, hay excepciones para todo. Pueden aparecer nuevas especies de golpe, como es el caso de la poliploidía (en algunas plantas y algas, sobre todo). Sin embargo, no es lo más normal.

3 comentarios en “La mano no tan muerta de Platón (y II)

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