No hace falta ser filósofo para saber que Platón (427-347 a.C.) es una de los figuras más influyentes en el desarrollo de la cultura occidental. Además, fue maestro de Aristóteles (384-322 a.C.), otro peso pesado de la filosofía y la ciencia, y durante muchos siglos considerado la única referencia válida en el conocimiento de la naturaleza. Sin embargo, hay quien piensa que esa inmensa relevancia es inmerecida, y se debe más a circunstancias históricas que a méritos propios. En la Antigüedad Clásica hubo otros filósofos más apreciados que Platón, y que defendían unas ideas mucho más interesantes.
Epicuro de Samos (fuente: es.wikipedia.org)
Por ejemplo, Epicuro de Samos. Redactó más de 300 manuscritos, y no sólo sobre Ética o Teología, sino también sobre temas que hoy llamaríamos científicos: Física, Astronomía, Meteorología… mas casi todo eso se perdió. El surgimiento del Cristianismo y la caída del Imperio Romano significaron la destrucción sistemática de la práctica totalidad de la sabiduría antigua. De la ingente obra de Epicuro sólo se conservan tres cartas y una serie de máximas. Otros autores recogieron sus teorías, pero eso no evitó que su fama se eclipsara.
Platón fue el gran beneficiado. Su filosofía fue la menos mala para la triunfante Iglesia, la que mejor podía ajustarse a los dogmas cristianos. Eso hizo que sus obras se salvaran de la destrucción y, cuando el mundo occidental se vino abajo, aún quedaban bastantes manuscritos de él y su discípulo Aristóteles que fueron rescatados y traducidos por los eruditos árabes, los salvadores del saber clásico. El resto es Historia.
Nos guste o no, la influencia de Platón ha sido poderosa y duradera. Ha tenido aspectos positivos, por supuesto, pero también ha supuesto una rémora en el desarrollo de algunas ciencias. Por ejemplo, la Biología. Y todo por culpa del esencialismo.
La escuela de Atenas, pintura de Rafael Sanzio, 1510-1512 (fuente: es.wikipedia.org). En esta parte del cuadro vemos a Platón (izquierda; el artista lo representó con la cara de Leonardo da Vinci) señalando a lo alto, al mundo de las ideas. A su lado, Aristóteles, con la palma de la mano hacia el suelo, parece indicarle que se fije por dónde pisa. 🙂
Platón y Aristóteles creían que detrás de todo cuanto percibimos existe una «realidad ideal» o «esencia» (recordemos la alegoría de la caverna, que tuvimos que estudiar de jóvenes en la asignatura de Filosofía). Las cosas mundanas son copias imperfectas de las realidades ideales. Éstas son reales, mientras que lo que percibimos a nuestro alrededor es una suerte de ilusión. Pocos conceptos hay tan poderosos como éste en la cultura occidental.
Esto de la idea o esencia parece válido cuando se aplica a las obras humanas. Un artesano puede construir un botijo a partir de un «botijo ideal». El problema surge cuando lo aplicamos a la naturaleza. Para el pensamiento platónico y aristotélico, las plantas y animales que nos rodean también son modelos «imperfectos» de tipos ideales. Hay, por ejemplo, una «idea» real de jirafa por ahí, flotando en algún sitio, y las jirafas que pululan por el mundo son ilusiones, sombras en la caverna.
Linneo (fuente: es.wikipedia.org)
Con estas premisas, y desde la óptica cristiana, era lógico suponer que las diversas especies de seres vivos fueron en principio ideas distintas en la mente de Dios. Linneo (1707-1778) y los primeros naturalistas fueron tipologistas. O sea, buscaban el «espécimen tipo» de cada especie, que la definiera (si algún taxónomo lee esto, sabrá exactamente a que nos referimos). Por tanto, su noción de la naturaleza, conscientemente o no, era la de los esencialistas.
Obviamente, el concepto de evolución resultaba absurdo. Las ideas o esencias son inmutables, así que ¿cómo van a cambiar? Téngase en cuenta también que los escritos de Platón y Aristóteles se habían convertido en dogma, una actitud nada científica pero muy típica de las religiones organizadas. El que los contradijera se exponía a sufrir el rechazo de los sabios, cuando no la visita del inquisidor.
Por eso, la teoría de la evolución por selección natural de Darwin y Wallace fue un torpedo que impactó de lleno en la línea de flotación del pensamiento occidental. Resulta llamativo que Darwin no ocupe un lugar privilegiado en el temario de las asignaturas que tratan la Historia de la Filosofía. Que alguien nos lo explique, por favor.
En la próxima (y última) parte de esta entrada consideraremos las diferencias entre la visión platónica y la darwiniana de la naturaleza, y cómo esta última no ha sido bien comprendida. La mano muerta de Platón, que diría Richard Dawkins, sigue pesando mucho.
El filósofo francés Michel Onfray tiene una serie de libros titulados conjuntamente “Contrahistoria de la Filosofía” en que trata precisamente este tema. Resumiendo más de la cuenta se puede decir que han pasado a la historia, y a los libros de texto, aquellos pensadores que interesaban a los poderosos de cada época. Así por ejemplo a la Iglesia Católica le interesaba Platón, pues en una era de penuria del pensamiento cristiano vieron en él una autoridad en la que apoyarse, cambiando eso sí bastante de la doctrina platónica. Por ejemplo el mundo de las ideas sería el cielo cristiano, etc.
Por el contrario otros pensadores no interesaban por ser más racionalistas (Demócrito) o por mantener teorías muy alejadas del ideal cristiano (Epicuro).
Las obras de Onfray, todas, son muy recomendables.
En la wikipedia hay una lista de ellas: http://es.wikipedia.org/wiki/Michel_Onfray
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pingback: Bottom up, top down | Re-Evolución Estelar