De mundodiscos y tierras planas (y III)

Veamos lo que le aconteció a Alfred R. Wallace, uno de los padres de la teoría de la evolución por selección natural, cuando se le ocurrió demostrar que la Tierra era redonda. Hagamos historia.

Samuel B. Rowbotham, un inventor inglés, realizó en 1838 un experimento que, según él, demostraba que la Tierra era plana. Publicó sus resultados en 1849 y en 1865 escribió un libro al respecto, bajo el pseudónimo de Parallax, titulado: Zetetic Astronomy. Earth not a Globe! (Astronomía zetética. ¡La Tierra no es una esfera!). El pdf puede descargarse aquí.

Veamos el experimento de Rowbotham. La imagen que lo ilustra ha sido tomada del susodicho pdf.

El lugar elegido para el experimento fue un largo y recto canal de drenaje de 6 millas (casi 10 km). Rowbotham puso un telescopio en el canal, a apenas 20 cm por encima del agua. Una barca con una bandera fue alejándose del telescopio a golpe de remo, metro a metro. Si la tierra fuera redonda (figura superior), llegaría un momento en que su curvatura impediría ver la bandera. Sin embargo, eso no sucedió. Podía seguir viendo la bandera a varios km de distancia, a pesar de que no se elevaba mucho sobre el agua. Por tanto, dedujo que la Tierra era plana (figura inferior).

Rowbotham no tuvo en cuenta un factor: la refracción atmosférica. La diferente densidad del aire conforme nos alejamos del suelo hace que los rayos luminosos se curven. De hecho, así se originan los espejismos. Este fenómeno es bien conocido por los astrónomos. Por ejemplo, en un atardecer, aunque los rayos de luz se curven, nuestro cerebro interpreta que viajan en línea recta y nos hace creer que el Sol está encima del horizonte (en la imagen, posición S’) cuando realmente está por debajo (posición S).

Fuente: es.wikipedia.org

En el experimento de Rowbotham, el telescopio y la bandera estaban muy cerca del suelo, y la refracción atmosférica, al curvar la luz, podría explicar el resultado obtenido. Por tanto, la existencia de una Tierra plana no quedaba demostrada de manera clara. En suma, el experimento estaba mal diseñado.

No obstante, el libro de Rowbotham cautivó a muchos. Uno de sus más fervientes seguidores fue John Hampden, un creacionista acérrimo empeñado en que la Biblia afirmaba que la Tierra era plana. Tan convencido estaba que en 1870 lanzó un desafío: pagaría 500 libras a quien demostrara que la Tierra era redonda.

Y aquí llegó Wallace. Sin duda, pensó que ganar aquellas 500 libras era pan comido. Pidió consejo al mentor de Darwin, Charles Lyell, al cual también le pareció que sería fácil diseñar un experimento para demostrar, sin género de dudas, la redondez de la Tierra.

La idea de Wallace era brillante. Trataremos de explicarla con una figura creada con el Microsoft Paint, esa inestimable ayuda para los dibujantes torpes. 🙂

Para evitar los efectos de la refracción atmosférica, el telescopio deberá estar a varios metros de altura sobre la superficie del agua. Al otro extremo del canal pondremos un objeto “A” (una diana, por ejemplo), asegurándonos de que esté exactamente a la misma altura sobre el agua que el telescopio. Seguidamente, apuntamos con el telescopio hacia «A». Finalmente, a medio camino ponemos otra diana “B”, a la misma altura sobre el agua que la anterior.

¿Qué resultado cabría esperar? Consideremos las distintas hipótesis:

  • Si la tierra fuera plana, al mirar por el telescopio veríamos ambas dianas a la misma altura, superpuestas.
  • Si la tierra fuera redonda, la curvatura de la superficie haría que “B” quedara algo por encima de “A», al enfocar esta última con el telescopio.
  • Y puestos ya, si viviéramos dentro de una Tierra hueca, su superficie sería cóncava. En tal caso, al enfocar «A», veríamos que «B» quedaría por debajo (dejamos al lector que haga el dibujo correspondiente). 🙂

En fin, el experimento está listo, y ya sólo queda mirar por el telescopio, a ver cuál de las hipótesis se cumple. Adivinen cuál. En efecto, la Tierra era redonda. Desde entonces, el experimento ha sido repetido en el mismo lugar por topógrafos y los resultados no dejan lugar a dudas.

Wallace, más contento que unas pascuas, se dispuso a cobrar sus 500 libras. Cualquier persona razonable llegaría a la conclusión, vistos los resultados, de que la Tierra era redonda, ¿no?

El problema era que Wallace no estaba tratando con personas razonables, sino con fanáticos. Y estos nunca dejarán que la evidencia les desmonte un buen prejuicio.

Para no reconocer su derrota, Hampden adujo que había fallos en el telescopio. Wallace dispuso las modificaciones requeridas por Hampden en el telescopio, buscó a testigos imparciales, repitió el experimento… y la Tierra siguió siendo redonda. Invitó a Hampden a comprobarlo, pero este se negó a mirar por el telescopio. Sintomático.

Wallace ganó la apuesta, pero ahí empezó su particular infierno (para conocer más detalles de la historia, véase esta página [en inglés]). Durante 15 años, Hampden se empeñó en una terrorífica campaña contra el científico, acosándolo, difamándolo, insultándolo, amenazándolo… Fue a la cárcel por eso, pero Wallace tuvo que devolver el dinero de la apuesta (aunque no por haberla perdido; cosas de la legislación británica). Acabó harto (y eso que Wallace era un tipo valiente y combativo), y sacó en claro algunas enseñanzas de todo el incidente:

  • La Tierra era redonda.
  • Un fanático nunca va a dejar que la realidad le estropee un buen prejuicio.
  • Si te enzarzas en pleitos con un fanático, puede pasar cualquier cosa.

Su amigo y colega Darwin era más listo. Darwin nunca se metió en pleitos públicos. Procuró rodearse de amigos, y no tocar las narices a nadie. Bastante hizo al publicar El origen de las especies, obra clave no sólo en Biología, pues cambió completamente nuestra concepción del lugar que ocupamos en la naturaleza.

Cuando algún tema indignaba o repugnaba a Darwin (por ejemplo, los espiritistas que estafaban a la gente sacando partido del dolor que causa la pérdida de un ser querido), animaba (y financiaba) a algún colega joven y con energías para que diera la batalla, pero él se mantenía en un discreto segundo plano. Astuto viejo, Darwin… 🙂

En fin, las tierras planas quedan en el ámbito de la ficción. Sigamos disfrutando los relatos del Mundodisco de Terry Pratchett, sin olvidarnos de mantener los pies en el suelo de un mundo redondo. 🙂

Espiritismo, ciencia y literatura (y III)

En la entrada anterior nos ocupamos de uno de los más notables defensores del espiritismo, el escritor Arthur Conan Doyle. Tratemos ahora otro aspecto interesante: ¿Cómo acogieron los científicos de la época victoriana al espiritismo?

Hubo división de opiniones. Si bien muchos fueron enemigos implacables del espiritismo, otros admitían los contactos con el mundo de los espíritus. Entre los creyentes destacan sabios tan respetados, como el químico William Crookes, el físico Oliver Lodge y el mismísimo Alfred R. Wallace. Merece la pena que nos centremos en este último, y comparemos su actitud con la de Charles Darwin.

Alfred_Russel_Wallace_Maull&Fox_BNF_GallicaAlfred Russel Wallace  (fuente: es.wikipedia.org)

Alfred Russel Wallace (1823-1913) fue un hombre genial que vivió en una época pletórica de hombres geniales; por desgracia, no es tan conocido por el gran público como debiera. Fue el codescubridor de la teoría de la evolución por selección natural, aunque Darwin se llevó la mayor parte de la fama. Sin embargo, no hubo rivalidad entre ambos naturalistas. Wallace admitía la paternidad de Darwin respecto a la selección natural, y Darwin respetaba la valía de su colega.

Los descubrimientos e intereses de Wallace fueron muchos y muy variados. Su biografía resulta apasionante. A diferencia de Darwin, no lo tuvo fácil para ganarse la vida. Nació en una familia pobre, y debió trabajar duro para prosperar. Logró pagarse sus exploraciones (inspiradas por El viaje del Beagle, de Darwin, por cierto) a costa de vender ejemplares de insectos a los coleccionistas, y siempre anduvo justo de dinero (según él, hacerse rico tenía más que ver con la desvergüenza que con la inteligencia; o sea, nunca fue rico). 🙂

Lo que jamás le faltó fue el coraje y la determinación. Exploró el Amazonas y el río Negro junto con Henry Bates de 1848 a 1852. Un incendio destruyó la multitud de ejemplares que había recogido, pero su ánimo no se hundió por eso. Se embarcó en una nueva expedición al archipiélago malayo (1845-1862), y allí se le ocurrió la idea de la evolución por selección natural, a la par que Darwin. Mientras que éste se basó en la selección artificial de animales domésticos, Wallace lo hizo estudiando la distribución natural de animales, vegetales y tribus humanas. Y por la lectura de Malthus, cómo no.

Wallace fue brillante, excéntrico, independiente y pionero en muchas ciencias. Descubrió un gran número de especies nuevas, fue autor de excelentes y amenos libros de viajes (igual que Darwin; según Conan Doyle, ambos naturalistas figuran entre los mejores prosistas en lengua inglesa), fue el primer europeo que estudió a un gran simio (el orangután) en condiciones de libertad, descubrió la línea de Wallace, que atraviesa Malasia y separa los animales derivados de Asia de los que evolucionaron en Australia… A diferencia de Darwin, se esforzó en aprender las lenguas tribales y familiarizarse con las costumbres y modos de pensar de aquellas gentes. O sea, fue un auténtico antropólogo de campo. Y se formó una elevada opinión de la moralidad de las «razas no civilizadas». Asimismo, fue un precursor de la hipótesis Gaia (la Tierra era un sistema único y complejo).

En cuanto al carácter, Darwin y Wallace fueron muy distintos. Darwin, tras sus aventuras en el viaje del Beagle,  se convirtió en un hombre enfermo. Tal vez eso contribuyó a hacerlo retraído y discreto. Además, supo rodearse de buenos amigos dentro del gremio científico, y siempre procuró no ofender a nadie a sabiendas. En cambio, Wallace fue siempre muy franco e imprudente al manifestar sus creencias religiosas y políticas. Muchos colegas quisieron desacreditarlo por su defensa del socialismo utópico, el pacifismo, la conservación de la naturaleza, los derechos femeninos, los fenómenos paranormales, la frenología, el espiritismo, su campaña contra la vacunación… Y conforme envejecía, defendía con mayor ahínco sus convicciones. Para muchos fue una auténtica mosca cojonera, con perdón. Sin embargo, Darwin y Wallace nunca perdieron su amistad y respeto mutuos. Pese a la resistencia de otros colegas, que estaban hartos de Wallace, Darwin (y Huxley) lucharon para que se le otorgara una pensión vitalicia (y lo lograron). De este modo, Wallace pudo disfrutar de una larga y combativa vejez. Por su parte, Wallace fue uno de los que portaron el féretro de Darwin en su funeral en la abadía de Wetsminster. Reconozcámoslo: los británicos saben honrar a sus científicos.

Pero centrémonos en el espiritismo. Es curioso que los dos padres de la teoría de la evolución por selección natural tuvieran ideas tan distintas al respecto. Wallace creía; de hecho, los espiritistas usaron su apoyo para adquirir respetabilidad. Darwin, en cambio, detestaba a los médiums. Igual que Conan Doyle, sabía lo que era el dolor de perder a un hijo, pero a él le indignaba que los espiritistas eligieran a sus víctimas entre las personas que sufrían. También le llamó la atención que parientes suyos siguieran creyendo en un médium, a pesar de que éste hubiera sido pillado in fraganti. Le pareció una curiosidad psicológica.

Darwin, discreto como era, combatió a los espiritistas en secreto, animando y pagando a colegas más jóvenes y fogosos para que desenmascararan a los embaucadores. De todos modos, a la hora de descubrir a un farsante, los magos profesionales, como Houdini, no tenían rival.

¿Por qué Darwin y Wallace pensaban de forma tan distinta sobre el espiritismo? Curiosamente, la propia teoría de la evolución fue la que los condujo por caminos separados.

Para los no científicos, repasemos brevemente los fundamentos de la teoría de la evolución por selección natural, una de las más elegantes de la ciencia, y que otorga sentido a la Biología. Parte de unos hechos incontestables:

  • Los seres vivos son superfecundos. Nacen muchos más de los que llegarán a la vida adulta. Un gran número morirá.
  • Dentro de una misma generación de seres vivos existe variabilidad.
  • Parte de esa variabilidad es heredable.

A partir de esos hechos, Darwin y Wallace infirieron que:

  • Aquellos seres vivos que por azar presenten variaciones que se adapten mejor a las condiciones ambientales que los rodean, tendrán mayor probabilidad de alcanzar la vida adulta y, por tanto, de reproducirse.
  • Puede que, a su vez, sus descendientes hereden esas variaciones. Generación tras generación, el medio irá seleccionando a los que mejor se adapten a él. A la larga, eso implicará la transformación y aparición de nuevas especies.

Como vemos, la selección natural es el principal moldeador de la evolución. No obstante, Darwin admitía que no era el único; podían haber otros. En cambio, Wallace era más darwinista que Darwin. Era panseleccionista: cualquier carácter de un ser vivo debía haber aparecido por selección natural. Y ahí Wallace se encontró con algo que no podía explicar: ¿cómo surgió el cerebro humano?

Wallace constató que tanto el salvaje más atrasado (según la mentalidad de su época) como el sabio europeo más culto poseían un cerebro similar. ¿Para qué necesitaba un salvaje un cerebro tan desarrollado? ¿Cómo pudo la selección natural dar lugar a un órgano tan exquisitamente complejo? Le pareció imposible, y dedujo que la aparición de nuestro cerebro debía tener un origen sobrenatural. Y de ahí al espiritismo había solo un paso. En cambio, Darwin no tuvo problemas para admitir una explicación natural para el origen del cerebro y del comportamiento humano complejo. Y como muchas personas que han perdido la fe religiosa, podía aceptar los reveses de la vida sin sumirse en la depresión.

Es curioso. Dos científicos excepcionales, partiendo de principios similares, llegaron a conclusiones diametralmente opuestas. El combativo Wallace se convirtió en defensor del espiritismo. El discreto Darwin se deslizó hacia el ateísmo. Y pese a todo, siguieron siendo amigos.

P.S.: Para redactar esta entrada hemos recurrido, entre otros textos, al excelente Diccionario de la Evolución, de Richard Milner. Es una fuente de curiosos datos y anécdotas sobre la ciencia y su relación con la sociedad.

Milner