Natura artis magistra. En ocasiones, los escritores de ciencia ficción no tienen que calentarse la cabeza para inventar asombrosas criaturas alienígenas. Pululan a nuestro alrededor, y en ocasiones las pisamos o nos sentamos encima de ellas.
Ameba vista al microscopio. La foto me salió algo movida porque la susodicha no paraba de formar pseudópodos. Las células más pequeñas y oscuras, con forma de grano de arroz, son bacterias.
Consideremos las amebas: protozoos unicelulares, sin pared rígida, que vagan por el agua emitiendo pseudópodos, fagocitando bacterias y otros microbios. Algún autor se ha inspirado en las amebas para imaginar masas de protoplasma semoviente, que engloban todo a su paso: el caos reptante, la destrucción sin mente. De hecho, en 1958 vio la luz una memorable película de terror, The Blob (en España, La masa devoradora; en América, La mancha voraz), protagonizada por un joven Steve McQueen que se enfrenta a un engendro ameboide que devora todo cuanto pilla. Hoy se ha convertido en uno de esos filmes de culto de los que la crítica abomina, pero que a todos nos divierte visionar. Por cierto, a McQueen sólo le pagaron 3000 dólares por interpretar su papel…
Afortunadamente, las amebas son microscópicas y no van por ahí acosando a la gente.
¿Seguro? 🙂
Las amebas se reproducen por bipartición. El núcleo celular se divide, el citoplasma también… Resultado: dos amebas idénticas. Sencillo y efectivo. Pero hay amebas que se comportan de otra manera.
Amable lector, permite que te presentemos a los mixomicetes. O «mixos», como los llamamos afectuosamente los micólogos (en el pasado fueron tomados por hongos). Piensa en una ameba unicelular, cuyo núcleo se divide, pero no su citoplasma. Bien, eso origina una célula con dos núcleos. Éstos se dividen, y dan cuatro. Y luego ocho, dieciséis, treinta y dos… Puedes seguir calculando potencias de dos hasta que te canses. El caso es que obtenemos una sola célula ameboide muy, pero que muy grande con millones de núcleos. Y semejante criatura tiene que moverse y comer para no morirse de hambre.
Plasmodio de mixomiceto sobre corteza de pino.
¿Cómo lo hace? El modo más eficiente es adoptar forma de abanico, con un frente de ataque que va fagocitando bacterias y levaduras a su paso, y unas venas por las que el citoplasma circula de un lado a otro. A esta ameba hipertrofiada la llamamos plasmodio. Suelen pasar desapercibidos, pero algunos exhiben colores brillantes y alcanzan gran tamaño. Y llegan a asustar.
Plasmodio de respetable tamaño. Algunos lo denominan «vómito de perro».
Tranquilos, son inofensivos. En un momento dado, el plasmodio siente que ha llegado la hora de reproducirse y forma esporas agrupadas en esporangios, o bien en estructuras más grandes e irregulares, los etalios. La forma de dispersar las esporas nos recuerda a la de ciertos hongos, como los cuescos de lobo.
Esporangios inmaduros de Leocarpus fragilis.
El problema surge cuando, en la vida real, te encuentras en tu jardín una extraña masa, con pinta de vómito canino, y descubres que va poco a poco creciendo y moviéndose. Además, huele raro. Y si tratas de eliminarla a manguerazo limpio, descubres que su interior está repleto de una sustancia pulverulenta. Hay quien ha llamado a la policía, creyendo que el Blob trataba de invadir nuestro planeta… 🙂
Relajémonos. Se trata de las esporas que se forman a partir de etalios de gran tamaño, como los de Fuligo septica. Puede ser molesto y feo pero, insistimos, nos hallamos ante una criatura inofensiva.
Algunos mixos, como Lycogala epidendrum, producen grandes estructuras almohadilladas, los etalios. Al madurar se tornan de color oscuro y encierran millones de esporas microscópicas.
Más bien son los mixos los que deben temernos a nosotros. Según hemos leído, Enteridium lycoperdon, conocido en algunos lugares de México como caca de luna (poético nombre…) produce plasmodios comestibles, una vez fritos. Sobre gustos… 🙂
Caca de luna (Enteridium lycoperdon).
Para terminar, a título de curiosidad, Physarum polycephalum, un mixo de los grandes, tipo Blob, se ha convertido en un organismo estrella para muchos investigadores. Una excursión por Internet nos ilustrará sobre experimentos en los cuales este mixo ayuda a diseñar redes ferroviarias en Japón o de carreteras en la Península Ibérica, puede generar música a partir de impulsos eléctricos…
No sólo la ciencia ficción despierta el sentido de la maravilla. La naturaleza siempre nos sorprenderá.