La actitud científica (I)

Últimamente el blog se ocupa más de ciencia que de ficción, aunque a veces la actualidad supere a esta última. Predominan las entradas de divulgación científica, así como la crítica de pseudociencias diversas. Qué se le va a hacer; lo consideramos casi una obligación.

Hoy asistimos al auge de negacionismos, conspiranoias, pseudociencias y similares. También constatamos un notable aumento de la censura, con la excusa de no ofender a nadie (pero esa es otra historia). Las redes sociales permiten la amplia difusión de todo tipo de bulos, teorías sin pies ni cabeza… Triste panorama. Ante tal avalancha, poseer una base científica ayuda a separar el grano de la paja. No obstante resulta difícil, sobre todo para quienes no estén familiarizados con la ciencia, distinguir esta de lo que no lo es.

Un libro muy interesante para reflexionar sobre lo anterior es La actitud científica, del filósofo Lee McIntyre, publicado en español en 2020 por Ed. Cátedra. Esta obra puede ayudar a comprender cómo vemos los científicos el mundo. Además, McIntyre trata de mostrar lo que NO es ciencia y sus errores.

Veamos cuál es la definición de ciencia según el DRAE:

Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente.

Muchos han tratado de definir con precisión a la ciencia según su metodología. Por tanto, ¿qué es el método científico? Podemos resumirlo en este diagrama tomado de la correspondiente entrada de la Wikipedia:

El problema es que no existe UN método científico. No es lo mismo la Física que, por ejemplo, la Biología, la cual depende de la evolución de seres vivos a lo largo de inmensos periodos de tiempo. Asimismo, una hipótesis puede surgir tras una investigación de fondo, como se ve en el diagrama, pero también a partir de un sueño (Kekulé y la fórmula del benceno), o al ver caer una manzana de un árbol, o bajo el efecto de setas alucinógenas, o… Y en el desarrollo de la hipótesis hasta convertirla en teoría pueden intervenir factores como la buena suerte, la improvisación…

Salvo que se indique otra cosa, las imágenes (libres de derechos) proceden de pixabay.com

No. Lo que puede definir a la ciencia es lo que se hace con las hipótesis después de formuladas. Por ejemplo, tal como indicaba Karl Popper, toda teoría debe ser falsable. O refutable; como prefieran. Citamos de la Wikipedia:

En filosofía de la ciencia, la falsabilidad o refutabilidad es la capacidad de una teoría o hipótesis de ser sometida a potenciales pruebas que la contradigan. Es uno de los dos pilares del método científico, siendo la reproducibilidad el otro.

Según el falsacionismo, toda proposición científica válida debe ser susceptible de ser falsada o refutada. Se puede usar este criterio para distinguir lo que es ciencia, de cualquier otro conocimiento que no lo sea. Este es el denominado criterio de demarcación de Karl Popper. Una de sus principales implicaciones es que la corroboración experimental de una teoría científicamente «probada» —aun la más fundamental de ellas— se mantiene siempre abierta a escrutinio.

De todos modos, como explica McIntyre, es difícil delimitar las fronteras de la ciencia. Sobre todo, le preocupa distinguir la ciencia de cosas como la pseudociencia, la conspiranoia, el negacionismo, el creacionismo, etc. Y tras darle unas cuantas vueltas al tema, desiste de hacerlo.

En cambio, como buen filósofo, busca una condición necesaria para que algo pueda ser llamado ciencia. Esa condición necesaria puede que no sea suficiente, pero ¿qué mas da? Lo que importa, perdón si me repito, es que su presencia sea necesaria para la ciencia, y su ausencia sea condición suficiente para que algo no pueda llamarse ciencia. Y esa condición necesaria no es el método, sino la actitud científica. O sea, qué hacen los científicos a la hora de enfrentar las hipótesis y teorías a la evidencia, a lo que ocurre en el mundo real.

Más que buscar la verdad absoluta, la ciencia pretende saber cómo funcionan las cosas. Para ello, cualquier teoría debe ser confrontada con los datos empíricos, y sin piedad. Si una teoría no se ajusta a ellos, debe ser modificada o arrumbada. Por supuesto, hay que ser prudentes si aparece algo que contradice una teoría sólida. Apresurarse a desecharla resultaría frívolo, como mínimo. Pero si se realizan más investigaciones y siguen apareciendo datos contradictorios, esa teoría, por muy aceptada que sea, tiene un problema…

Incluso si los datos validan una teoría, no podemos estar seguros de que sea cierta. Toda teoría científica es tentativa. No tiene por qué ser verdadera, y los científicos somos conscientes de ello. Mañana puede aparecer cualquier dato nuevo que la tumbe. Lo que importa es que funcione, que se ajuste a la evidencia, que intente explicarla, que busque desentrañar cómo funcionan las cosas… En suma, que sea fructífera.

McIntyre pone a la evolución por selección natural de Darwin como ejemplo de buena teoría científica. Lleva más de siglo y medio recibiendo palos por todos lados y ahí está, aguantando y fresca como una lechuga, permitiéndonos comprender cómo funciona la vida, diseñar experimentos falsables, realizar alguna que otra predicción comprobable… Pocas teorías pueden presumir de ser tan fructíferas.

La cantinela de que la evolución es sólo una teoría también puede aplicarse a la gravitación universal, o a que la Tierra es redonda, o a que los gérmenes provocan enfermedades… En realidad, en ciencia todo es sólo una teoría. La certeza absoluta es una meta imposible. ¿Entonces…? Sencillamente, la ciencia es una herramienta (muy poderosa, eso sí) para entender el universo que nos rodea. Para que una teoría científica esté fundamentada y sea útil, nos basta con que se ajuste a la evidencia. Por supuesto, esta puede cambiar con el paso del tiempo, conforme se vayan descubriendo cosas nuevas. Así, cada vez disponemos de más datos que pueden tumbar teorías establecidas o rescatar otras del olvido.

El conocimiento humano siempre será incompleto, pero eso no debe ser un freno para dejar de seguir elaborando teorías útiles. Hay que asumir la incertidumbre. No pasa nada. Calma… 🙂

McIntyre afirma que la actitud científica se basa en dos cosas. Por un lado, debemos preocuparnos por la evidencia, esté a favor o en contra de nuestras suposiciones o creencias más queridas. Aunque las socave, aunque nos siente como una patada en los mismísimos, debemos considerarla. En cambio, recolectar únicamente los hechos que reafirmen nuestras creencias y despreciar el resto no es una actitud científica. Por otro, debemos estar dispuestos a cambiar nuestras teorías si la evidencia así lo requiere. Aunque duela. Aunque nos machaque el orgullo. Eso marca la diferencia: la ciencia busca falsaciones; la pseudociencia, confirmaciones.

McIntyre no se preocupa demasiado del criterio de demarcación para definir con exactitud lo que es ciencia. En cambio, busca definir lo que no es ciencia; o sea, todo lo que carezca de actitud científica. Por supuesto, debe quedar muy claro que hay ramas del conocimiento humano que no son ciencia, ni falta que les hace. Las Matemáticas o la Lógica no son ciencias, estrictamente hablando, pues pueden funcionar sin preocuparse de la evidencia. Y nuestro mundo no podría funcionar sin Matemáticas; son esenciales. O ¿qué decir de la Filosofía, basada en la razón? O la Ética, la Religión, el Arte… No funcionan como la ciencia, pero son tan respetables como ella.

El problema radica en todo aquello que quiere hacerse pasar por ciencia, pero carece de la metodología o la actitud imprescindibles. No es lo mismo ser acientífico (como la Literatura) que pseudocientífico (como la Astrología). Un poeta, por ejemplo, no necesita tratar la evidencia al estilo científico para conmovernos con sus versos. Un pseudocientífico, en cambio, puede usar las evidencias, pero sin el rigor necesario.

La ciencia da lo mejor de sí a la hora de tratar los errores, chapuzas y fraudes. Creo que las dos cosas que mejor definen a la ciencia son la humildad y la democracia. Humildad para reconocer que nunca podremos saberlo todo, y que nos equivocamos, y que por eso necesitamos un método para interrogar a la naturaleza. Y democracia, porque la ciencia es una actividad tanto individual como colectiva.

Cuando formulas una teoría científica, debes soltarla en el foro público para que todos tus colegas puedan valorarla. Si sobrevive a las críticas será aceptada por la comunidad científica, hasta que nuevas evidencias puedan obligar a revisarla. Es lo que hay; si no te gustan estas reglas de juego, careces de actitud científica.

El foro público es esencial. ¿Por qué? Pues porque un análisis o crítica en grupo funciona mejor que individual. Los fallos pueden ser detectados si en ese foro hay mucha gente comentando e interactuando. Puede que alguien vea algo raro en la teoría, lo haga notar y eso genere una discusión útil, surjan nuevos experimentos, otras ideas… Al final, la teoría se verá reforzada, modificada o liquidada.

Por supuesto, para que la ciencia funcione, el foro público tiene que ser democrático, no aristocrático. Si hay popes o jefazos, los demás pueden tener miedo a contrariarlos o sentirse tentados a hacerles la pelota y claro, no habrá libre flujo de opiniones. El principio de autoridad es nefasto para la ciencia. En cambio, debe premiarse el pensamiento crítico así como la interactividad, e incluso fomentar que haya gente que haga de abogada del diablo.

En suma, bien sea que los científicos trabajen solos o en equipo, al final lo importante es que sus teorías deberán ser juzgadas y aceptadas por la comunidad científica. En eso se diferencia la ciencia de otras ramas del conocimiento humano: en la mentalidad crítica corporativa, la tradición de la crítica en grupo. La ciencia es un proceso público (nada de oscurantismos) y abierto.

Sin la revisión por pares no habría ciencia… (fuente: SCIENCE AND INK)

Otros hábitos científicos típicos se han comentado en el blog; la revisión por pares, por ejemplo. Para publicar en una revista científica mínimamente decente, el artículo ha de pasar al menos por dos revisores de colmillo retorcido. Por cierto, suelen trabajar gratis; simplemente, porque es nuestro deber como científicos. Al menos, a mí nunca me han pagado por revisar artículos. 🙂

El propósito es evitar errores y fraudes, sesgos inconscientes, correlaciones espurias, las prisas por publicar sin haber tomado todas las precauciones… La ciencia no es perfecta. Los científicos somos humanos. Fallamos, queremos que se confirmen nuestras teorías… Pero en ciencia, la humildad es imprescindible. De hecho, avanza porque aprende de los fallos. Pocas cosas hay más fructíferas que un buen error.

Para considerarte científico, debes estar dispuesto a cambiar tus teorías si aparece nueva evidencia. Asimismo, has de tener el pellejo curtido, y no echarte a llorar cuando tus teorías reciban palos hasta en el cielo de la boca. Por muy duras que sean, las críticas son necesarias. Y, por cierto, en ciencia también hay guardianes de los guardianes, críticos de los críticos. Eso habla mucho en su favor.

Podría decirse que, como institución, la ciencia es más objetiva que los propios científicos. Todos estos métodos de supervisión tratan de prever el sesgo individual. En suma, hablamos de humildad. Somos conscientes de que metemos la pata, queriendo o sin querer, y hay que buscar formas de evitarlo. Para McIntyre, lo que distingue a la ciencia es un ethos compartido por la comunidad. De hecho, la ciencia está tan cargada de valores como la no ciencia. Todo consiste en el tipo de valores de los que hablamos.

McIntyre también considera el complejo tema del fraude científico, y lo mal visto que está en ciencia. No es lo mismo que un error. De los errores se aprende. En cambio, el fraude es una traición a la actitud científica, y la ciencia no perdona a los traidores. Claro, a veces es difícil separar el fraude deliberado de la chapuza o el autoengaño. Mayormente, los fraudes no son deliberados (aunque los hay, y bien gordos, como vimos en la entrada sobre los antivacunas). Más bien buscan confirmar alguna hipótesis, o se deben a la arrogancia, a creerse en posesión de la verdad, y por eso se toman atajos. Eso es malo. De los errores honestos se aprende, pero de la arrogancia no. La ciencia tiene que ser humilde para no traicionarse.

En la segunda y última parte de esta entrada hablaremos de lo que quiere hacerse pasar por ciencia, pero no lo es.

Blavatsky y el miedo al mono (III)

¿Por qué H. P. Blavatsky se enfadaba tanto con la Ciencia y los científicos? Básicamente, por dos motivos. Primero, la forma de obtener el conocimiento científico era diametralmente opuesta a la ocultista. Y segundo, la Ciencia llegaba a unas conclusiones que a Blavatsky no le gustaban, e incluso se le antojaban abominables (por ejemplo, no podía soportar que descendiéramos de los monos).

Consideremos primero las diferencias metodológicas. Los seres humanos hemos buscado desde tiempo inmemorial respuestas a las grandes preguntas que nos plantea la naturaleza: nuestro origen, nuestro destino, nuestro papel en el cosmos… Para ello empleamos diversas herramientas: la Religión, la Filosofía, la Ciencia o el Ocultismo, entre otras.

ThinkingMan RodinFuente: es.wikipedia.org

En La Doctrina Secreta, el modo de hallar esas respuestas es sencillo: unos seres superiores las revelaron en el pasado. Punto. Por tanto, cualquier hecho tendrá que ser interpretado de forma que se adecue a las Verdades reveladas. El problema es que éstas sólo quedan al alcance de iniciados y adeptos, pues la mente de los simples mortales no está preparada para recibirlas. Si alguien quiere conocerlas, tendrá que someterse a la guía de los que saben. Hay un tufo aristocrático en esta forma de buscar el conocimiento. Por supuesto, Blavatsky se consideraba perteneciente a esa aristocracia que atesora las Respuestas Correctas.

La Ciencia funciona de forma diametralmente opuesta. No hay Verdades reveladas. Si queremos respuestas, tenemos que sonsacar a la naturaleza, lo cual puede resultar complicado. Por ejemplo, muchas veces es difícil obtener respuestas claras, que además pueden aparecer en idiomas extraños. Y luego estamos nosotros, con nuestra tendencia a meter la pata.

Para la Ciencia no hay Grandes Iniciados. Los científicos son conscientes de que la mente humana es falible. Nos gusta que los hechos validen nuestros prejuicios. A veces engañamos a los demás, pero con mucha frecuencia nos engañamos a nosotros mismos. Por tanto, hay que buscar un modo de hacer preguntas a la naturaleza que tenga en cuenta nuestros puntos flacos, que minimice los errores. Es el método científico.

Ya lo comentamos en otra serie de entradas. Básicamente, los científicos proponen teorías, las cuales deben estar apoyadas por experimentos que sean reproducibles por otros colegas. Tienen, obviamente, que explicar los hechos conocidos o servir para hacer predicciones. Y si nuevos hechos o experimentos no encajan en la teoría, esta habrá de ser revisada, modificada o desechada.

PeerReview2Para publicar en una revista científica, hay que superar un proceso de revisión por pares (fuente: SCIENCE AND INK)

Por supuesto, los científicos son seres humanos, y como cualquier hijo de vecino tienen sus manías, sus amores, sus odios… Pero por muy influyente que sea un científico, por mucho poder político que detente, a larga, si la teoría que defiende no sirve para explicar los hechos o hacer predicciones comprobables, caerá. Por eso la Ciencia avanza. Porque es consciente de nuestros fallos. Porque es humilde. Y porque, en el fondo, es democrática. Para publicar un artículo científico hay que pasar por todo un calvario conocido como «revisión por pares».

Hay un chiste gráfico que circula mucho por Internet, y que ejemplifica estos dos puntos de vista. Sustitúyase «Creacionismo» y «Génesis» por «Ocultismo» y «Doctrina Secreta», respectivamente, y el chiste sigue siendo igual de certero:

Fuente: elcerebrodebroca.wordpress.com

A Blavatsky no le hacía gracia la Ciencia. Eso de que cualquiera pudiera proponer una teoría, sin estar sometido al control de los Iniciados… Qué horror. Sin embargo, la Ciencia tenía un prestigio que se había ganado a pulso. Funcionaba. Explicaba cosas. Realizaba predicciones. Daba respuestas, aunque (y ahí está el meollo del asunto) en muchas ocasiones las respuestas no fueran las buscadas.

Blavatsky afirmaba disponer de Verdades reveladas, y trataba de encajar en ellas los hechos, como en el chiste. Leyendo La Doctrina Secreta, se comprueba que en muchas ocasiones lo hacía a martillazo limpio, cuando no a base de contorsionismo. 🙂

Dado el prestigio de la Ciencia, Blavatsky se esforzó hasta límites increíbles por demostrar que los descubrimientos científicos en realidad ratificaban las enseñanzas ocultistas. Para ello, rebuscaba aquí y allá cualquier afirmación científica que se adecuara a las Verdades reveladas. Nadie puede discutir que Blavatsky era inteligente, poseía una envidiable cultura general y leyó bastantes obras científicas. Por desgracia, da la impresión de que no las entendía totalmente. Asimismo, tendía a citarlas fuera de contexto.

Pero ¿qué ocurría cuando las teorías científicas contradecían a Blavatsky? En tal caso tenían que estar equivocadas, y seguro que los descubrimientos futuros darían la razón a los ocultistas. En La Doctrina Secreta se repite ad nauseam que la Ciencia no puede negar que no existan las cosas que aún no ha descubierto. Por citar un ejemplo, no puede negar que hubiera hombres gigantes conviviendo con los dinosaurios, pues la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Nos tememos que Blavatsky se equivocaba acerca de a quién corresponde la carga de la prueba cuando se hacen afirmaciones de ese tipo. 🙂

Otro de sus argumentos favoritos para atacar a la Ciencia era poner de manifiesto una y otra vez cómo los científicos no paraban de proponer teorías contradictorias. ¡Menudo desorden, comparado con la Verdad incontestable y sin fisuras del Ocultismo! Nos tememos que Blavatsky no entendía lo que significa la palabra «teoría». Si consultamos los diccionarios, vemos que tiene varios significados. En el lenguaje coloquial, una teoría equivale a una explicación, una suposición personal, como cuando expresamos nuestra teoría sobre el motivo de que un futbolista rinda más en su equipo que en la selección nacional. Sin embargo, una teoría científica es otra cosa. Debe explicar los hechos conocidos. Debe hacer predicciones. Debe poderse verificar.

Hay algunos pasajes en La Doctrina Secreta que muestran que Blavatsky concebía a las teorías científicas como meras opiniones. Equiparaba a las  que no le gustaban con los mitos y, según ella, no deberían generar más confianza que las propias afirmaciones de Blavatsky. He aquí una cita esclarecedora (volumen IV, edición en español):

Una «teoría» es simplemente una hipótesis, una especulación, y no una ley. El decir otra cosa es una de las muchas libertades que se suelen tomar hoy en día nuestros hombres de ciencia. Presentan un absurdo, y luego lo ocultan tras el escudo de la Ciencia. Una deducción de una especulación teórica no es más que una especulación fundada en otra especulación.

Blavatsky no entendió qué era una teoría científica. O no quiso entenderlo.

¿Qué ocurría cuando una teoría científica contradecía abiertamente las doctrinas ocultistas? Pues Blavatsky escarbaba en las «terribles contradicciones» de los científicos hasta encontrar alguno que coincidiera con ella. No importaba que fuera muy antiguo, que se tratara de una publicación mediocre o de un fraude (como resultó ser el caso de J. E. W. Keely, tan alabado por ella). Asimismo, interpretaba la discrepancia, algo fundamental para el progreso científico, como ignorancia.

En el volumen II (libro I, en la edición inglesa) hay una addenda en la que contrasta la Ciencia moderna y la Doctrina Secreta. Resulta interesante para tratar de comprender el pensamiento de Blavatsky. Nos dice que hay que respetar a la Ciencia, salvo cuando ésta intenta penetrar en los arcanos del Ser. Ahí, la Ciencia saca los pies del tiesto, pues no puede descubrir el misterio del Universo. Para eso están los ocultistas. Y tiene su gracia, porque eso de  «ocultar» repugna a todo científico decente.

Qué quieren que les diga… Leyendo La Doctrina Secreta, más de una vez me vino una imagen a la cabeza. En ella se veía a madame Blavatsky sentada en su privilegiada atalaya, con ceño adusto, tratando de poner a los díscolos científicos en su sitio. 🙂

En la próxima entrada resumiremos la visión que Blavatsky tenía del cosmos, algo necesario para entender el motivo de su miedo y asco a la idea de que estuviéramos emparentados con los monos.