Futuros que no fueron: Mercaderes del espacio

Mercaderes del espacio (The Space Merchants), de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, es una de las más conocidas novelas de ciencia ficción. Pese a los años que han transcurrido desde su publicación (apareció por entregas en 1952 y como libro en 1953), sigue siendo una de las mejores distopías jamás escritas. Es cruel, divertida e incisiva. Me ha supuesto un placer releerla, aunque sea rescatando de una estantería la vieja edición de Minotauro impresa en Buenos Aires (1973), con las páginas amarillentas, la tinta de alguna de ellas difícilmente legible y algún que otro vocablo que nos resulta chocante a quienes vivimos a este lado del Atlántico. 🙂

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Mercaderes del espacio fue escrita hace seis décadas, pero eso no quita agudeza a la trama ni menoscaba la sátira a la sociedad de consumo. Eso sí, el tiempo no ha transcurrido en vano. Inevitablemente, la tecnología que Pohl y Kornbluth imaginaron para el futuro ha quedado obsoleta. Internet, la proliferación de dispositivos móviles o la fibra óptica estaban aún por descubrir. Lo que por aquel entonces parecía que iba a dominar el futuro, hoy está tan muerto como el pájaro dodo, o ha quedado relegado a lo marginal. Y no nos referimos sólo a la tecnología, sino también a las cosas de comer.

En el futuro distópico que nos presentan los autores, con un planeta superpoblado y los recursos naturales esquilmados, la gente tiene que alimentarse básicamente a partir de derivados de la soja, así como de proteína sintética. Esta última se fabrica en unos sitios llamados «plantaciones Clorela».

¿Clorela? ¿Qué demonios es eso?

ChlorellaChlorella sp.  (fuente: es.wikipedia.org)

Clorela es el nombre común de Chlorella, un género que incluye a varias especies de algas verdes unicelulares. Como es sabido, las plantas, las algas y las cianobacterias usan la energía solar, gracias a la fotosíntesis, para producir azúcares, unas moléculas que almacenan energía, la cual es empleada luego por los organismos para funcionar y fabricar otras biomoléculas. En Mercaderes del espacio, los productos de la fotosíntesis de la clorela, que se cultiva en enormes balsas, se emplean para obtener proteína sintética mediante un proceso que no comentaremos aquí (más que nada, para evitar spoilers al lector curioso).

Una de las partes más memorables de la novela tiene lugar cuando el protagonista, un alto cargo en una empresa de publicidad, va a parar a una plantación de clorela en Costa Rica. Allí podemos ver los entresijos de una industria encargada de alimentar a buena parte de la población mundial. Se trata de unos capítulos muy interesantes y divertidos, pero ¿por qué Pohl y Kornbluth escogieron precisamente a clorela como fuente de comida para la Humanidad futura, y no a otro organismo?

Situémonos a principios de la década de 1950. Hacía poco que había terminado una guerra mundial y, si bien había esperanzas en un futuro de progreso y prosperidad, muchos advertían del peligro que suponía la superpoblación. Se temía (y mucho) que los recursos entonces disponibles en el planeta fueran incapaces de alimentar a las próximas generaciones. Algunos pronosticaron terribles hambrunas; un sombrío panorama, en suma. Por tanto, era lógico que los científicos buscaran nuevas fuentes de alimentación para nutrir a una Humanidad cada vez más numerosa.

Spirulina_tabletsPastillas de Spirulina  (fuente: es.wikipedia.org)

Las microalgas resultaban prometedoras como recurso alimenticio. De hecho, algunas culturas las habían utilizado como fuente de alimentación. Por ejemplo, los aztecas consumían unas tortas hechas con Spirulina a las que denominaban tecuitlatl (hablando con propiedad, Spirulina no es un alga verde sino una cianobacteria, y las especies que comían los aztecas se incluyen ahora en el género Arthrospira, pero dejémoslo estar). Si los aztecas del lago de Texcoco y los africanos del lago Chad comían microalgas y les sentaban bien, ¿por qué no el resto de la Humanidad? Por tanto, los científicos buscaron alguna especie prometedora de microalga de crecimiento rápido y dieron con la clorela.

Más de uno pensó que se trataba de la solución a las hambrunas futuras: una eficiencia fotosintética notable, alta proporción de proteínas, vitaminas, posibilidad de producirla a bajo coste… La prensa se hizo eco de los estudios y ensayos sobre la clorela que se llevaban a cabo en importantes universidades y centros de investigación. La clorela se convirtió en la esperanza que permitiría que nuestros descendientes sobrevivieran a la explosión demográfica. No es extraño que Pohl y Kornbluth, sin duda bien informados sobre los descubrimientos científicos de su tiempo, eligieran la clorela para Mercaderes del espacio.

Bien… Si tan maravillosa y eficiente es la clorela, ¿dónde está hoy? ¿Por qué no es un alimento frecuente en nuestra mesa, como la soja o el maíz? ¿Qué ocurrió para que las esperanzas depositadas en esta microalga durante los años 1950 no se hicieran realidad?

Pues pasó como con tantos otros descubrimientos que aparecen en la prensa, son flor de un día y luego se desvanecen. Un organismo puede dar magníficos resultados en el laboratorio, pero cuando se plantea su producción en masa aparecen los problemas. No es lo mismo trabajar a pequeña escala, bajo condiciones controladas, que a gran escala, con el objetivo de obtener rendimiento económico.

La producción masiva de clorela resulta problemática. Requiere agua carbonatada, sombra, luz artificial… En suma, su cultivo es caro y complicado. Se trata de algo tan sencillo como esto: el éxito en el laboratorio no implica necesariamente éxito en el campo. A la larga, resultó más eficaz incrementar el rendimiento de los cultivos tradicionales mediante semillas mejoradas, nuevas técnicas agrícolas, lucha contra plagas y enfermedades, etc.

Por si te interesa, amigo internauta, puedes comprar clorela, spirulina y otras microalgas. Sin embargo, no se trata de alimentos primarios, como se concebía en la época en que se escribió Mercaderes del espacio. Hoy se comercializan como suplementos dietéticos y similares, y no son baratos, precisamente.

microalgasCultivo de microalgas en la Universidad de Almería (España)

En la actualidad se sigue investigando con microalgas, aunque los científicos se centran en sus posibilidades como productoras de biocombustible, más que como fuente primaria de hidratos de carbono.

En fin, clorela tuvo su momento de gloria, pero al final se convirtió en otro futuro que no fue, como esas ilustraciones de hace décadas de piratas espaciales que asaltaban naves armados con reglas de cálculo. Pero la obsolescencia tecnológica no quita un ápice de mérito a Mercaderes del espacio. ¿La clorela pasó de moda? Sí, de acuerdo, pero leamos la novela detenidamente. Superpoblación, agotamiento de recursos, monstruosa desigualdad social, la publicidad como moldeadora de voluntades, corporaciones que manipulan los gobiernos…

¿Andaban tan descaminados Pohl y Kornbluth en su visión del futuro?

Creannos: si Mercaderes del espacio es considerada una de las mejores novelas de ciencia ficción, por algo será… 🙂