Como es sabido, algunos pueblos de la Antigüedad construyeron enormes pirámides que hoy siguen despertando nuestra admiración. Sus artífices vivieron en los albores de la civilización, en lugares tan distantes como Egipto y Mesoamérica.
Centrémonos en los egipcios y los mayas. Monumentos similares en distintos continentes, sociedades con un nivel tecnológico de la Edad del Bronce… Por eso, hay quienes piensan que sus pirámides forzosamente deben tener un origen común. Alguien enseñó a esos pueblos «primitivos» a edificar tan imponentes edificios de piedra. Los candidatos son diversos: extraterrestres, civilizaciones perdidas como la Atlántida… Otros opinan que fueron los propios egipcios, poseedores de una tecnología hoy perdida, quienes viajaron hasta América para enseñar a los mayas. Son teorías atractivas, y muchos libros pseudocientíficos se han publicado al respeto. Por supuesto, más de un autor de ciencia ficción las ha recogido como argumento para sus novelas (o películas, o series de TV).
Fuente: www.ancient-code.com
Como el internauta curioso podrá comprobar, proliferan los sitios donde se «demuestra» que es imposible que nuestros antepasados pudieran construir unas pirámides tan enormes. Más aún: si civilizaciones tan separadas constuyeron edificios similares, debe deberse a un origen común, ¿no? ¿O hay otra alternativa?
Bien, vayamos por partes. Ocupémonos primero del problema del origen común. Puede ser interesante considerarlo desde el punto de vista de un biólogo. 🙂
Al igual que egipcios y mayas tienen en común las pirámides, en la naturaleza vemos que hay muchos seres vivos que comparten caracteres similares. Por ejemplo, el esqueleto de nuestros brazos y piernas es similar al de aves, anfibios o reptiles: un hueso que las conecta al cuerpo, a continuación dos huesos y al final un montón de huesecillos que forman las manos o los pies. Véase:
Como nos indica el registro fósil, estas similitudes se deben a que han sido heredadas de un antepasado común. En este caso, hablamos de homologías. Así, nuestras piernas y las patas de una salamandra son homólogas, pues ambas proceden de un antiguo ancestro: un vertebrado tetrápodo.
Estupendo, dirán los piramidólogos: eso apoyaría la idea de que las pirámides egipcias y mayas son homólogas, con un origen común (atlante o extraterrestre, a elegir). ¿Verdad?
No necesariamente. Existe otra posibilidad.
En la Naturaleza, los parecidos no siempre se deben a la herencia común. En tal caso no hablamos de homologías, sino de analogías. Los caracteres similares pueden adquirirse de forma independiente; por ejemplo, debido a que el medio ambiente somete a animales, plantas y demás seres a presiones selectivas parecidas.
Veamos un ejemplo. Hay muchos animales voladores, capaces de desplazarse por el aire gracias a sus alas. Por lo que sabemos, éstas surgieron de forma independiente al menos cuatro veces a lo largo de la Historia de la Vida: en los insectos, pterodáctilos, aves y murciélagos. Sí, en esos cuatro casos encontramos alas, pero no han sido heredadas de un antepasado común. En cada uno de esos grupos zoológicos la evolución propició, a su manera, la habilidad de volar. Sus alas son análogas, no homólogas.
Baste otro ejemplo, esta vez vegetal. Las cactáceas (o sea, los cactus) son plantas magníficamente adaptadas a la sequía:
No obstante, hubo plantas de familias diferentes, no emparentadas estrechamente con los cactus, que se enfrentaron a similares condiciones ambientales (calor, escasez de agua…). La selección natural hizo que, de forma independiente, adoptaran un aspecto parecido al de los cactus. Por ejemplo, algunas euforbiáceas:
O algunas asclepiadoideas:
Parecen cactus pero, insistamos, no lo son. No heredaron los tallos carnosos y las espinas de un antepasado común. En cada familia botánica los obtuvieron por su cuenta.
En resumen, los parecidos no implican obligatoriamente un origen común. Entonces, ¿son las pirámides egipcias y mayas homólogas o análogas? En la próxima entrada lo discutiremos.