Primer contacto (V)

En efecto, no basta con la Agricultura para erigir una civilización compleja. Es necesario domesticar animales.

Nuestro primer compañero de fatigas fue el perro. Camina y ladra (y defeca) a nuestro lado desde mucho antes de que nos hiciéramos agricultores, cuando vagábamos nómadas por la Tierra, y ha contribuido a hacernos más humanos. Sin embargo, lo que sostiene a una civilización compleja no son los carnívoros, ni las aves de corral. Según Jared Diamond, son los grandes mamíferos herbívoros; animales que viven en manadas con cierto grado de jerarquía interna, como los caballos, vacas, cabras, ovejas…

Los grandes herbívoros son una fuente segura de carne, es decir, de proteínas de gran valor nutritivo, pero no sólo eso. Proporcionan leche, cuero, lana, estiércol y, sobre todo, trabajan para nosotros.

La domesticación de caballos y bueyes supuso un salto cuántico para nuestra especie, el impulso que necesitaba la civilización. Al poder arrastrar un arado, incrementaron la eficacia agrícola: se podían roturar más tierras de manera más rápida. También podían tirar de un carro y llevar cargas imposibles de transportar para un ser humano. Incluso podíamos cabalgar sobre ellos, viajar más rápido que nunca, o convertirlos en armas de guerra.

Claro, no todos los herbívoros se dejan domesticar, o su cría resulta rentable. Algunos tienen un carácter irascible, o tímido, o muerden, o cocean, o se niegan a comer si los encierras. Muchos intentos de domesticación terminaron en fracaso. Jared Diamond hizo cuentas, y afirma que nuestros antepasados tuvieron éxito en 14 ocasiones: cabras, vacas, ovejas, yaks… Pues bien, sólo uno de estos animales fue domesticado originariamente en América: la llama. En Norteamérica y Mesoamérica, ninguno. Los otros 13 casos de domesticación tuvieron lugar en el Viejo Mundo.

olakaseLa llama, único gran herbívoro domesticado en América antes de la Conquista (fuente: http://www.tumblr.com)

¿Por qué?

La respuesta es simple: mala suerte.

Después de las glaciaciones y de que los cazadores-recolectores acabaran con buena parte de la megafauna, los primeros ganaderos tuvieron que probar suerte con los animales que había en las regiones que habitaban. Y por azares de la geografía y la fauna, la mayor parte de grandes herbívoros domesticables se habían quedado en Eurasia. La única excepción fue la llama sudamericana.

Sin grandes herbívoros mansos a su disposición, los americanos partieron con una desventaja insalvable, y no sólo por la mayor dificultad para abastecerse de proteínas. Pongámonos en el lugar de los aztecas, por ejemplo. Sus éxitos de domesticación se redujeron al perro y al pavo. Sin bestias para tirar del arado (es inviable arar un campo con una yunta de pavos o perros), la siembra debía hacerse a mano, con una eficiencia mucho menor. Muchos terrenos son imposibles de roturar sin la potencia muscular de una yunta de bueyes. El rendimiento y, por tanto, los excedentes son menores. La densidad de población que pueden sustentar las cosechas se reduce.

Y sin animales de tiro, ¿qué sentido tenía construir carros con ruedas? Las mercancías debían transportarse a hombros humanos o mediante parihuelas. Tampoco había caballos para montar sobre ellos. Los grandes herbívoros permitieron a las culturas euroasiáticas disponer de una capacidad de trabajo que las precolombinas no podían ni soñar, acarrear cómodamente grandes cargas, viajar más rápido.

Asimismo, no disponer de grandes herbívoros domésticos mató a más del 90% de los americanos.

Como ya dijimos en anteriores entradas, lo que liquidó a la mayor parte de la población nativa no fue el acero, sino la enfermedad. Plagas como la viruela o el sarampión diezmaron a los indígenas americanos, facilitando la conquista europea. Carecían de defensas frente a ellas.

¿Por qué?

La respuesta está en el ganado.

Muchas enfermedades, como la gripe sin ir más lejos, se originan en animales domésticos, mutan y saltan a los seres humanos. Durante milenios, en Eurasia nuestros antepasados convivían con vacas, cabras, pollos y cerdos, muchas veces en las propias casas. Además, la densidad de población era alta, dado que la civilización se había desarrollado antes, permitiendo el surgimiento de ciudades donde la gente vivía hacinada.

Era el entorno ideal para la propagación de epidemias, que podían llegar a convertirse en pandemias. Bacterias y virus saltaban alegremente de los animales a las personas, y se propagaban con rapidez y eficacia.

Burying Plague Victims of TournaiEntierro de víctimas de la peste (fuente: es.wikipedia.org)

Desde que existen registros históricos, Eurasia se ha visto afligida por terribles pandemias. Baste un ejemplo: la peste negra pudo matar al 60% de los europeos en el siglo XIV. Lógicamente, en toda población con diversidad genética habrá individuos más resistentes a las enfermedades que otros. Los supervivientes transmitirán sus genes a la descendencia. Por tanto, a la larga, la exposición a las enfermedades acabará seleccionando a los individuos resistentes. Darwinismo puro y duro.

En América, al carecer de ganado doméstico y con una menor densidad de población, no se dieron las circunstancias para la proliferación de las epidemias. Por tanto, no hubo ocasión para que se seleccionaran los genes de resistencia. Cuando llegó la viruela a América, no halló oposición.

En fin, los americanos tenían todas las de perder. Y por si faltaba algo, la geografía también se conjuró contra ellos. Lo estudiaremos en la próxima (y última) entrada de esta serie.