Después de la pausa por Semana Santa, estamos de vuelta con una entrada en la que relacionamos temas en apariencia tan dispares como las setas, el arte de escribir, el antisemitismo y la Segunda Guerra Mundial. Confiamos en que te entretenga, amigo internauta.
Todo puede usarse para hacer daño al enemigo, real o imaginado. Por raro que parezca, las setas han sido empleadas como armas de guerra y para fomentar el odio. El caso más notable fue Der Giftpilz (La seta venenosa):
Portada de Der Giftpilz (fuente: www.jewishvirtuallibrary.org)
Este libro infantil fue publicado en 1938 por Julius Streicher. Se trata de uno de los textos de propaganda antisemita más infames jamás escritos, y usa a las pobrecillas setas como una herramienta para introducir en las cabezas de los niños el odio contra los judíos. O, al menos, sirven de excusa perfecta para iniciar el argumentario.
Página de Der Giftpilz (fuente: www.jewishvirtuallibrary.org)
En la imagen vemos a un niño ario, rubio e inocente él, que enseña a su madre una seta que cualquier aficionado reconocerá: la mortífera Amanita phalloides. Su mamá, también guapa y rubia, le explica que mezcladas con las setas comestibles hay especies venenosas, y para un ojo inexperto resulta difícil distinguirlas, pues pueden llegar a lucir muy bonitas y parecer inofensivas. Y eso da pie a la propaganda antisemita; igual que ocurre con las setas, entre los honestos arios se camuflan criaturas venenosas que pueden provocar graves daños: los judíos. El resto del libro consiste en una retahíla de tópicos racistas, para que los niños aprendan a distinguir a los judíos y a odiarlos. Sí, Der Giftpilz destila odio. Resulta difícil leerlo y permanecer impasible. En la mente impresionable de un niño de la época debía de resultar demoledor.
En fin, puede resultar interesante saber qué sucedió con los responsables del libro. El autor, Ernst Hiemer, y el dibujante, Philipp Rupprecht, murieron de viejos en la década de los 70. En cambio, el editor, Julius Streicher, fue capturado al finalizar la guerra, juzgado en Nuremberg por crímenes contra la Humanidad y condenado a muerte. Lo ahorcaron en 1946, y mal, por cierto. Tardó en morir. El internauta morboso puede leer en este enlace los detalles de las ejecuciones de los criminales de guerra condenados en Nuremberg.
Cambiemos de tercio y ocupémonos ahora de algo menos lúgubre. Amigo internauta, te presentamos una seta bastante corriente en nuestros campos. Su nombre científico es Coprinus comatus, conocida vulgarmente como barbuda o chipirón de monte:
Parece una seta de lo más normal y, de hecho, es una excelente comestible. En Internet pueden encontrarse numerosas recetas de cocina para prepararla (por ejemplo, éstas). Sin embargo, tiene un problema: es muy efímera. Si no la consumes al poco de recolectarla, sucede esto:
Sus nombres vulgares en catalán (bolet de tinta) o en inglés (shaggy ink cup) nos dan una pista de lo ocurrido. Al madurar, esta seta se licúa y convierte en tinta. Literalmente:
Sic transit gloria mundi… Por si a alguien le interesa, puede fabricarse tinta para escribir a partir de ella, tal como se indica en este enlace. Y eso nos lleva a su empleo como arma de contraespionaje en la Segunda Guerra Mundial.
Entre los micólogos circula la historia, puede que cierta (y si no lo es, merecería serlo), de que en la Alemania nazi empleaban la tinta de Coprinus para frustrar las falsificaciones de los Aliados. La idea es simple, pero brillante. El espía aliado llega a Alemania con un documento falso (un salvoconducto, por ejemplo) tan primorosamente elaborado que es imposible distinguirlo de uno auténtico. Las autoridades sospechan y ¿qué hacen? Examinan la tinta. La del documento auténtico, elaborada a partir de la seta, llevará un montón de esporas de Coprinus, las cuales se ven perfectamente al microscopio. Si no hay esporas, se trata de una falsificación, y la carrera del espía habrá llegado a un triste final.
Para terminar con este anecdotario de setas y tiempos de guerra, veamos el único caso conocido de un micólogo profesional que haya muerto por comer setas venenosas. Sucedió en la Segunda Guerra Mundial. El especialista en cuestión, alemán él, se llamaba Julius Schäffer, y murió en 1944 por comerse esto:
Se trata de Paxillus involutus, una seta nada rara por nuestras latitudes. En otoño de 1944, con Alemania batiéndose en retirada ante la apisonadora soviética, era difícil obtener suministros y la gente pasaba bastante hambre. Es lógico que un experto en setas las buscase para tener algo que echar a la cazuela. Pero ¿una especie venenosa? ¿Tan desesperado estaba? Digamos en su descargo que Paxillus involutus se consideraba comestible en aquella época. Hoy sabemos, gracias a la muerte de Schäffer, que el consumo repetido de esta seta causa en algunas personas susceptibles una hemólisis autoinmune. Dicho de otro modo: el hongo posee un antígeno que hace que el sistema inmunitario de la víctima se lance como un kamikaze a destruir los glóbulos rojos de la sangre. Eso suele conllevar un fallo renal, de consecuencias a veces fatales.
La agonía de Julius Schäffer fue larga. Tardó 17 días en morir.
Podríamos contar más anécdotas de hongos y de otras guerras, pero lo dejaremos aquí para no cansarte, amigo internauta, pues a lo mejor tienes otras cosas que hacer. Comer un plato de setas, por ejemplo. 😉