No hace falta recurrir a la ciencia ficción para hallar seres vivos asombrosos, empeñados en contradecir nuestras ideas preconcebidas sobre cómo funciona la naturaleza. Por ejemplo, centrémonos en las complejas relaciones entre plantas y hongos. Sí, ya sé; probablemente he elegido este tema porque soy botánico y micólogo… 🙂
Por cierto, las fotos proceden de nuestra web de Myco-UAL o de Pixabay, libres de derechos.
Dado que los hongos carecen de clorofila, no pueden fabricar su propia comida y han de buscarse la vida de otro modo. En los ecosistemas, desempeñan tres roles fundamentales. Por un lado, muchos son descomponedores. Junto con las bacterias, son los grandes basureros y recicladores de la biosfera. De hecho, podríamos imaginar un mundo sin animales. Plantas y hongos bastan para que la vida perdure.

Otros hongos son parásitos. A nosotros nos provocan molestas micosis, a veces letales, pero realmente se ceban con las plantas. Los hongos son los principales causantes de enfermedades en los vegetales. Oídios, royas, carbones, tizones… Cualquier agricultor sabrá de lo que estoy hablando.
Pero no todo en la vida es pudrir o parasitar. Muchos hongos son simbiontes mutualistas. Es decir, se asocian con otros organismos para mutuo beneficio. Todos habremos oído hablar de los líquenes, simbiosis entre hongos y algas o cianobacterias, pero la simbiosis más importante de todas, la que mantiene viva la biosfera, es la de las micorrizas.

En las micorrizas, el micelio del hongo está asociado a la raíz de una planta. El hongo protege a su socio y le facilita diversos nutrientes del suelo. A cambio, la planta le da azúcares y otros productos de la fotosíntesis. La simbiosis funciona muy bien. De hecho, más del 90 % de las plantas en los ecosistemas naturales necesitan hongos para sobrevivir. Sin ellos, perecerían.
Un inciso, para los no aficionados a la Micología: las setas son los cuerpos fructíferos, el equivalente a los «frutos» de los hongos. El cuerpo de estos suele ser filamentoso, una telaraña viva llamada micelio. En algunos casos, los micelios pueden ser enormes. El récord lo posee un ejemplar de Armilaria ostoyae en Norteamérica (Oregón, concretamente), que ocupa más de 9 km2. Las setas son sólo la punta del iceberg…
Visto lo anterior, uno podría tener la impresión de que las plantas están condenadas al triste papel de la «damisela en apuros» de los cuentos: necesitan al apuesto príncipe, digo, hongo, para que las mantenga y defienda, mientras ellas se dedican a preparar la comida, cual solícitas amas de casa a la antigua usanza. Por supuesto, la relación es mucho más compleja, nada que ver con un cliché tan burdo. La simbiosis es un equipo, un aprovechamiento mutuo bien equilibrado.
Y en cuanto a las relaciones de parasitismo… Bien, a veces se cambian las tornas, y la planta es la villana de la película. 🙂
Hay plantas sin clorofila que funcionan como auténticos vampiros. Muchas de ellas, como el muérdago, los jopos o la cuscuta, chupan la savia de otras plantas, dejándolas hechas una lástima. E incluso algunas se atreven a abusar de los hongos. Forman micorrizas con ellos, sí, pero no aportan nada a cambio. Simplemente parasitan al hongo.
El ejemplo más espectacular es el de las plantas del género Monotropa. En inglés se las conoce como ghost pipes o ghost plants, las pipas o plantas fantasma. En verdad tienen un aire espectral, cual fantasmas pálidos que brotan del umbrío suelo del bosque. Pertenecen a la misma familia que los brezos (si hay algún lector gallego, asturiano, cántabro o vasco, estará familiarizado con estas plantas), pero a diferencia de ellos, carecen de clorofila, pues no la necesitan. Toman todo lo esencial a partir de un pobre hongo (en concreto, de la famila Russulaceae, la misma a la que pertenecen nuestros amados níscalos y rúsulas).
De hecho, este parasitismo es incluso más retorcido. El hongo forma a su vez micorrizas con las raíces de los árboles. Eso implica que, en última instancia, la planta fantasma usa al hongo como puerta de acceso para robar sus nutrientes a los árboles.
Lo dicho: la naturaleza nunca dejará de sorprendernos e inspirarnos… 😉