Inteligencias más o menos alienígenas (III)

Si queremos hallar otras especies inteligentes, parece lógico empezar a buscar entre los parientes más próximos de Homo sapiens: chimpancés (Pan troglodytes) y bonobos (Pan paniscus). Nuestro último antepasado común pudo vivir hace unos 7 millones de años. Desde entonces hemos seguido caminos bien diferentes, pero seguramente muchas de las características que nos hacen humanos ya estaban presentes en nuestros ancestros, y los chimpancés y otros simios las han heredado también.

En las entradas anteriores hemos comentado los prejuicios que arrastramos y que han impedido considerar incluso la existencia de algún tipo de inteligencia en otros seres. Además, la forma de estudiar el comportamiento animal tampoco ha ayudado a la hora de enfrentarnos a inteligencias no humanas.

En su libro El simio y el aprendiz de sushi, el primatólogo Frans de Waal se lamenta de la metodología del conductismo a la hora de estudiar las capacidades mentales en otras especies. Aparte de que esta escuela considera a los animales como máquinas de estímulo-respuesta que podían ser adiestradas, básicamente sólo han trabajado con ratas o palomas. Los conductistas tienden a generalizar las conclusiones obtenidas con estos animales. No tienen en cuenta que cada ser vivo es producto de una historia evolutiva diferente. ¿En qué puede parecerse la forma de ver el mundo de una paloma con la de un chimpancé? Esto debe tenerse en cuenta a la hora de diseñar experimentos.

Asimismo, pensemos en cómo se realizan los experimentos para comparar las capacidades mentales de un simio y un niño pequeño. Este último suele estar acompañado de sus padres, en un ambiente confortable, e incluso puede que los padres, de forma inconsciente, ayuden en sus respuestas a los tests. En cambio, los monos carecen de ese apoyo emocional. Probablemente, unos operarios les obligan a realizar unas pruebas sin mostrar la más mínima empatía. Unas pruebas que, seguramente, a los simios les aburren o no les interesan. En tal caso, las harán mal o se negarán a colaborar, pero eso no se debe a que sean tontos. Es que el asunto les importa un rábano, simplemente. 🙂

En realidad estos primates, cuando se enfrentan con ciertos desafíos, pueden ser incluso más espabilados que nosotros. En el vídeo, comprobamos que la velocidad con la que el chimpancé Ayumu memoriza y reproduce secuencias numéricas en una pantalla táctil es asombrosa (y muy perturbadora para aquellos que piensan que hay un profundo abismo que nos separa de los simios).

Un libro que nos hizo ver con otros ojos a los chimpancés fue La política de los chimpancés, del primatólogo holandés Frans de Waal. Tras muchos años de observar atentamente la colonia de chimpancés del zoo de Arnhem, nos mostró a unas criaturas de comportamiento complejo, que tejían y destejían alianzas, empáticas, con capacidad de previsión, astutas, solidarias, mentirosas… Fascinantes, en suma. Era lo que cabía esperar de un animal social con cerebro grande.

En posteriores libros de este autor, se refuerza la idea de que las diferencias entre chimpancés y otros grandes primates y nosotros son de grado, pero no de esencia. O sea, lo que Darwin ya había barruntado. Por si te interesa profundizar en el tema, amigo lector, te recomendamos esta obra de Frans de Waal: ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Buena pregunta… 🙂

En la familia de los homínidos, aparte de Homo sapiens, chimpancés y bonobos, están los gorilas (hay dos especies, Gorilla gorilla y G. beringei) y los orangutanes (hay tres especies, Pongo pygmaeus, P. abellii y P. tapanuliensis). La rama del árbol de la vida que contiene a humanos y chimpancés se escindió de la de los gorilas hace unos 10 millones de años, mientras que la separación de la rama común de humanos, chimpancés y gorilas se apartó de la de los orangutanes hace unos 18 millones de años.

Hominidae (extant species)Las ocho especies de la familia de los Homínidos que han sobrevivido hasta hoy (Fuente: en.wikipedia.org)

Parece mucho tiempo, pero en realidad es un parpadeo si se compara con los 4000 millones de años que tiene la historia de la vida en la Tierra. Demasiado poco tiempo para que las diferencias sean abismales. Hay inteligencia en los simios, pero es demasiado similar a la nuestra. No tan compleja, aunque la familiaridad es evidente.

En fin, si queremos averiguar si otras inteligencias tienen algo en común con la nuestra, dejemos a nuestros parientes más cercanos y viajemos hacia atrás en el tiempo. Por ejemplo, unos 40 millones de años. En esa época, los monos (infraorden Simiiformes) se escindieron en dos grandes grupos. Por un lado quedaron los catarrinos, es decir, los monos del Viejo Mundo, de los que más tarde evolucionaría nuestra familia. Por otro lado, en América, quedaron los monos del Nuevo Mundo, los platirrinos. ¿Podemos encontrar en estos parientes más lejanos algunas características que consideramos humanas?

Pues sí. Los monos capuchinos, por ejemplo, son capaces de comprender el concepto de equidad. En un famoso experimento, se enseñaba a dos capuchinos a realizar una tarea (entregar una piedra) y se les recompensaba por ello. A uno se le daba una rodaja de pepino, mientras que al otro, por hacer exactamente lo mismo, se le daba una sabrosa uva. En el vídeo resulta evidente el cabreo que pilla el pobre capuchino al que se le recompensa con el insípido pepino. Está claro lo que opina: «¡No es justo!». 🙂

Parece claro que la base de nuestra inteligencia, de nuestra moral, de lo que al fin y al cabo nos hace humanos, surgió hace mucho en primates sociales, y la selección natural se encargó del resto. Pero ¿esta inteligencia compleja apareció únicamente en la rama del árbol de la vida de los primates? ¿O se da en otros animales?

En próximas entradas seguiremos retrocediendo en el tiempo, a ver qué nos encontramos… 🙂