Hay experimentos cuyos sujetos de estudio son seres humanos. Por ejemplo, supongamos que queremos averiguar qué marca de cerveza es la preferida en nuestro país. Para ello, primero hemos de elegir una muestra representativa entre la población. Luego, lo más sencillo sería pedir a los individuos que cataran cada cerveza y la puntuaran de 0 (horrible) a 10 (sublime). En este caso, estaríamos hablando de un ensayo o experimento abierto.
Lo malo es que los resultados no serían fiables, pues intervendría, sin duda, el «factor humano». O dicho más finamente, el sesgo del sujeto que participa en el experimento. Consciente o inconscientemente, habría quienes se verían influenciados al conocer la marca de la cerveza. Por ejemplo, alguien podría puntuar bajo a Heineken si no le caen bien los holandeses. O dar una nota ínfima a Cruzcampo por culpa de los chistes que circulan por Internet acerca de esta marca. O puntuar muy alto a Estrella de Levante porque la fábrica está cerca del Campus de Espinardo de la Universidad de Murcia, y el sujeto en cuestión estudió allí y le evoca buenos recuerdos de su juventud (este podría ser el caso de un servidor de ustedes). O calificar con un 10 a una cerveza artesanal (aunque sepa a rayos) por aquello de dárselas de entendido, o… En fin. 🙂
¿Cómo evitarlo? Podría pensarse que con un experimento simple ciego. O sea, no dejemos que los sujetos experimentales sepan qué marca de cerveza están catando. En tal caso usted, el experimentador, asignaría a cada cerveza un número distinto, y se la ofrecería a los sujetos. «Pruebe y puntúe, por favor, la cerveza nº 1… OK. A continuación, la nº 2…». Así, la marca cervecera no condicionaría las respuestas. Parece que hemos eliminado los problemas que causa el «factor humano», ¿verdad?
Pues no. ¿Han oído hablar del caso de Hans el Listo?
Hans, el caballo matemático (fuente: es.wikipedia.org)
A principios del siglo XX un caballo (sí, un caballo) alemán llamado Hans era capaz, o así parecía, de realizar operaciones matemáticas sencillas, como sumar o multiplicar. Si se le pedía que calculara, por ejemplo, el resultado de 2 + 3, Hans daba 5 patadas en el suelo, para asombro general. El equino se convirtió en todo un espectáculo y, por supuesto, llamó la atención de los científicos. ¿En verdad un caballo poseía habilidades matemáticas? ¿O se trataba de un engaño?
Pues ni una cosa ni la otra. En realidad, el caso de Hans el Listo supuso un antes y un después a la hora de diseñar experimentos.
Los científicos descubrieron que Hans no era un genio matemático. Simplemente, podía leer el lenguaje corporal humano, igual que otros animales domésticos. Cuando se le pedía que sumara 2 + 3, él empezaba a patear el suelo. Conforme se acercaba al resultado correcto, quienes lo rodeaban se iban poniendo en tensión sin darse cuenta, pero el animal lo captaba. Y al dar la 5ª patada, Hans, muy pendiente de la actitud del público, sabía que debía pararse ahí.
Hans y su dueño, el profesor de Matemáticas Wilhelm von Osten (fuente: es.wikipedia.org)
Cuando los experimentadores evitaban que Hans pudiera ver a su adiestrador o al público, el pobre fallaba y se enfadaba. Más de un sabio se llevó un buen mordisco del frustrado caballo. La conclusión era obvia: podía existir un sesgo del experimentador, el cual, sin saberlo, podía contaminar el resultado del experimento. Daba pistas inconscientes a otros, animales o seres humanos, capaces de leer (a sabiendas o no) el lenguaje corporal.
Trasladémoslo a nuestro ejemplo cervecero. Supongamos que usted, el experimentador, planifica un experimento simple ciego. Le asigna un número a cada cerveza, pero usted es un ser humano que, como todos, tiene sus manías y prejuicios. Por ejemplo, sabe que la cerveza con el nº 2 es una marca blanca de hipermercado, barata ella, mientras que la nº 5 es una cerveza belga de las caras. Sería divertido que los participantes en el experimento opinaran que la nº 2 es una maravilla y la nº 5 una birria, ¿verdad? Pues aunque usted no lo pretenda, su lenguaje corporal, su actitud, puede traicionar sus pensamientos. Y hay personas capaces de leer, siquiera de forma inconsciente, ese lenguaje corporal. Y quizás eso influirá en su respuesta.
Sí, los seres humanos fallamos. Metemos la pata. Nos solemos guiar por las emociones. Damos pistas sin querer. Por eso se propuso el ensayo doble ciego. La idea es de una maravillosa simplicidad: las personas que diseñan el experimento y las que lo ejecutan son distintas y no se comunican entre ellas. Y ya está.
Volvamos a la cerveza. Usted asigna a cada marca un número, guarda esa información en un sobre cerrado y se retira del escenario. A continuación, otra persona dará la cerveza a los sujetos e interactuará con ellos. Esta persona no tiene ni idea de a qué marca corresponde cada número. Por tanto, no se le podrá escapar información sin querer.
Ah, por cierto: existen los ensayos en triple ciego. En este caso, los que tratan estadísticamente los datos de los experimentos son distintos a sus diseñadores o a los que interactúan con los sujetos. Lo dicho: los científicos saben que somos propensos a errar; por tanto, toda precaución es poca. Sobre todo, si se trata de ensayos sobre tratamientos médicos, para evitar el efecto placebo.
Se han hecho ensayos en doble ciego con gente que afirmaba poseer poderes paranormales. Por ejemplo, la capacidad de detectar agua subterránea o metales con una varita o similar. En este caso, los diseñadores del experimento acotaban una parcela de terreno y en ella enterraban diversas tuberías por las que fluía el agua, anotando cuidadosamente por dónde iba cada una. Luego, quienes interactuaban con los zahoríes no sabían por qué tuberías circulaba el agua; por tanto, no podían influir en los zahoríes. Ninguno de los cuales, por cierto, obtuvo unos resultados mejores que los atribuibles al simple azar. Véase:
En suma: un doble ciego bien diseñado ofrece garantías de fiabilidad y evita los sesgos por parte de experimentadores y sujetos de estudio. Si los defensores de lo paranormal logran superarlos, los científicos no tendrán problemas en aceptarlo. Todo lo contrario: sería fantástico, pues abriría nuevos y maravillosos campos de estudio.
Seguimos esperando. Y no, no valen excusas de que hay malas vibraciones o el ambiente es hostil. Si se quiere reconocimiento científico, hay que aceptar las reglas del juego. 🙂