Dos siglos de Frankenstein

El 1 de enero de 1818 se publicó la novela Frankenstein, o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. Se trata de una obra que muchos consideran el inicio de la ciencia ficción. Para celebrar la efeméride, Guillem y yo hemos escrito un artículo que puede leerse en el SITIO DE CIENCIA-FICCIÓN.

El oso y el yeti

En julio de 2015 escribimos aquí una serie de 4 entradas tituladas «El yeti y la ciencia oficial». En ellas nos ocupábamos de la Criptozoología, una pseudociencia que trata de hallar animales (críptidos) cuya existencia aún no ha sido probada. Concretamente, nos centramos en el yeti y humanoides similares (bigfoot, sasquatcht…).

Debe quedar claro que es imposible demostrar la inexistencia de estas criaturas, igual que es imposible demostrar la inexistencia de dioses, ángeles, duendes, orcos, etc. Sus defensores siempre podrán aducir que nos falta fe, o no hemos buscado lo suficiente, o no queremos admitir las pruebas que nos presentan… Y si no logran convencernos, siempre se compararán con Galileo: «Si a él no le hicieron caso, pero resultó que tenía razón, entonces nosotros también tenemos razón». La verdad, se me escapa la lógica de este razonamiento. 🙂

En realidad, la carga de la prueba recae sobre quienes proponen la existencia de tales entes. Ocurre que la Ciencia requiere pruebas sólidas y, respecto al yeti, ninguna, repito, ninguna de las pruebas presentadas hasta la fecha soporta la hipótesis de la existencia de humanoides desconocidos que moren en las estribaciones del Himalaya, los bosques norteamericanos u otros lugares del mundo.

Los científicos, en contra de lo que proclaman pseudocientíficos, conspiranoicos y similares, están encantados de admitir la existencia de nuevas especies de homínidos. Eso sí, siempre que las pruebas lo ratifiquen. Baste el ejemplo de los denisovanos. Lo únicos restos conservados de esta especie humana caben en una caja de cerillas, pero se pudo secuenciar su ADN, y nadie discute los resultados: una especie nueva, próxima a los neandertales, algunos de cuyos genes están hoy presentes en diversas comunidades humanas.

La diferencia entre Ciencia y pseudociencia está en la metodología, no en lo fantásticas o cautivadoras que sean sus propuestas. Los científicos somos conscientes de nuestras limitaciones. Somos humanos. Tendemos a creer en lo que nos gusta, en lo que nos ilusiona, y a dejar de lado aquello que nos incomoda. También es fácil engañarnos. Por eso el método científico es riguroso y exigente, para intentar evitar fallos. En cuanto al método pseudocientífico… En fin. Por decirlo suavemente, riguroso, muy riguroso, no lo es. Véase lo que comentamos en aquellas entradas sobre el artículo pseudocientífico sobre el bigfoot de Ketchum et al. (2013).

La Ciencia «oficial» también se ha ocupado del yeti y sus parientes. Recordemos el artículo de Milinkovitch et al. (2004) en el que, con sentido del humor (el cual, por cierto, no está reñido con el rigor científico), se concluye que el ADN de una muestra de pelo de yeti coincidía con ADN de caballo. O el de Coltman & Davis (2006), en el que una muestra de pelo de sasquatch resultó coincidir con ADN de bisonte. Por otro lado, Lozier et al. (2009) aplicaban un modelo de nicho ecológico a los avistamientos del bigfoot o sasquatch en Norteamérica, y su área de distribución coincidía con la del oso negro.

El artículo más extenso era el de Sykes et al. (2014). Como vimos, analizaron 57 muestras de pelo atribuidas a yetis y similares. Algunas ni siquiera eran animales (fibra de vidrio, restos vegetales…). Pudieron extraer el ADN de 30… y ninguna de ellas correspondía a un homínido desconocido. Osos, cabras, tapires, caballos, mapaches, perros, vacas, ciervos, ovejas, puercoespines, seres humanos…

Pero la Ciencia progresa; en concreto, las técnicas de análisis de ADN mejoran a una velocidad pasmosa. Hay novedades que conciernen al yeti, reseñadas en los grandes medios de comunicación. Se trata del artículo de Lan et al. (2017), titulado: «Evolutionary history of enigmatic bears in the Tibetan Plateau-Himalaya region and the identity of the yeti» (Historia evolutiva de los osos enigmáticos en la región Meseta Tibetana – Himalaya y la identidad del yeti). Desde el punto de vista formal, el artículo es impecable, además de riguroso. Veamos qué nos cuenta.

 Tibetan Blue Bear - Ursus arctos pruinosus - Joseph SmitProbablemente, algunos avistamientos de yetis correspondan a ejemplares de oso azul del Tíbet (Ursus arctos pruinosus), una subespecie de oso pardo (fuente: es.wikipedia.org)

En contra de lo que pudiera parecer, el artículo no se centra en el yeti, sino en la evolución de los osos himalayos y tibetanos. Con las nuevas herramientas de que disponen, estudian 24 muestras procedentes de museos, trabajos previos, etc., y secuencian el mitogenoma (ADN mitocondrial) completo. Las muestras corresponden tanto a osos como a supuestos yetis.

Los resultados son concluyentes. Una de las muestras, un diente procedente del museo Reinhold Messner, es de un perro. Las otras 23 muestras, TODAS, tienen ADN de osos. He aquí la conclusión final, traducida del inglés:

Este estudio representa el análisis más riguroso hasta la fecha de las muestras sospechosas de derivar de criaturas anómalas o míticas similares a «homínidos», sugiriendo con fuerza que la base biológica de la leyenda del yeti son los osos pardos y negros locales.

Los medios de comunicación se han centrado en esta conclusión, algo lógico, dados los ríos de tinta que se han vertido sobre el yeti. No obstante, y a título personal, el artículo me parece apasionante por otros motivos: cómo la Ciencia se va corrigiendo a sí misma, y la historia de los osos.

En el artículo de Sykes et al. (2014) se mencionaba que una de las muestras de yeti podía corresponder a un oso extraño, desconocido para la ciencia; quizás, un híbrido entre oso polar y pardo. Lan et al. (2017), con su secuenciación completa de mitogenomas, muestran que no es el caso. Ese supuesto yeti era, en efecto, un oso, pero de una subespecie ya conocida (concretamente, el oso pardo himalayo, Ursus arctos isabellinus). Así avanza la Ciencia. En el primer artículo, los autores describieron la metodología utilizada para que otros, en el futuro, pudieran repetir el experimento para ratificar o rectificar las conclusiones. Y así se ha hecho.

Medvěd plavý (Ursus arctos isabellinus)Muestras de ADN atribuidas al yeti corresponden en realidad al oso del Himalaya (Ursus arctos isabellinus), una subespecie de oso pardo (fuente: es.wikipedia.org)

Pero hay más. La comparación de genomas completos de distintos organismos no sólo nos permite identificarlos, sino también determinar el grado de parentesco, su historia evolutiva e incluso poder poner fechas aproximadas al momento en que unos linajes se separaron de otros. Así, Lan et al. (2017) averiguaron que la subespecie himalaya del oso pardo (Ursus arctos isabellinus) se separó bastante temprano del resto de la especie (hace unos 658.000 años), mientras que la subespecie tibetana (Ursus arctos pruinosus) lo hizo más tarde (hace unos 343.000 años). Ambas subespecies no se han mezclado debido a la compleja geografía de la zona. Asimismo, el oso negro himalayo (Ursus thibetanus laniger) pudo separarse de los osos negros asiáticos hace unos 475.000 años. Además, el hecho de que unas poblaciones quedaran aisladas y empezaran a evolucionar por su cuenta puede correlacionarse con las glaciaciones de la región.

 Himalayan bearOso negro del Himalaya (Ursus thibetanus laniger), otro candidato a yeti (fuente: en.wikipedia.org)

No sé a ustedes, pero a mí me maravilla que con unas muestras de ADN seamos capaces de reconstruir historias que se hunden en los abismos del tiempo. Es la metáfora que empleó Darwin, que considera la vida como un arbusto enmarañado del cual brotan constantemente nuevas ramas, dando lugar a formas maravillosas, mientras que otras van desapareciendo. Tanto da que los yetis resulten ser osos en vez de homínidos. Artículos como los que comentamos nos ayudan a conocer mejor el mundo en que vivimos, y nos impulsan a amarlo y querer conservarlo.

Mundos perdidos y tierras huecas (y V)

Para terminar con los mundos huecos, hay quienes han dado un paso más allá. ¿Y si en realidad vivimos dentro de una Tierra hueca, y no lo sabemos? ¿Y si hemos estado engañados todo este tiempo? Nuestro universo se parecería a una esfera de Dyson (en miniatura, claro), escenario de tantas obras de ciencia ficción… Puede parecer una ocurrencia absurda, pero merece la pena considerarla.

Martin Gardner (fuente: magonia.com)

Para ello recurriremos al excelente divulgador y fustigador de las pseudociencias que fue Martin Gardner (1914-2010). En concreto, a dos de sus libros que se ocupan de aspectos más o menos extraños o estrafalarios que bordean las fronteras de la Ciencia. Sobre la Tierra hueca, véanse los capítulos Flat and Hollow (en: Fads and Fallacies in the Name of Science, 1957) y Occam’s Razor and the Nutshell Earth (en: On the Wild Side, 1992).

Cyrus TeedCyrus Reed Teed (fuente: en.wikipedia.org)

La idea de que vivimos no en el exterior de la Tierra, sino en su interior, fue propuesta por Cyrus R. Teed (1839.1908) en 1870, con el pseudónimo de Koresh. Para él, el hecho de que creamos vivir en el exterior de un mundo redondo se debe a una ilusión óptica. La Tierra es como una cáscara de huevo y nosotros habitamos su interior. En el universo no hay nada más. Y sí, ante el escaso eco que su teoría tuvo entre la comunidad científica, también se comparaba con Galileo, como tantos pseudocientíficos que en el mundo han sido. 🙂 Al final acabó fundando su propio culto en Florida. Los detalles de su peculiar vida, obra y legado pueden  consultarse en los citados libros de Gardner y en la entrada de la Wikipedia.

Model of the universe according to the Koreshans.Modelo del universo según Cyrus Teed (fuente: en.wikipedia.org)

Otros defendieron la posibilidad de que vivamos dentro de un mundo hueco, y entre ellos merece destacarse al egipcio Mostafa A. Abdelkader. Este le dio un soporte matemático a la teoría, y lo realiza de forma impecable, mediante una inversión. El artículo original (en inglés) puede consultarse aquí. Con unas operaciones sencillas, cada punto del exterior de una esfera puede intercambiarse con uno en el interior, y viceversa. Así, el centro de la esfera correspondería al infinito. Después, Abdelkader aplica la misma inversión a todas las leyes de la Física, que habrán de modificarse para acomodarse a este nuevo escenario. La luz se movería en arcos circulares, y su velocidad tendería a cero conforme nos acercáramos al centro de la Tierra hueca. Una nave espacial que viajara hacia ese centro iría cada vez más lenta y se haría más y más pequeña. De hecho, ese centro sería una singularidad en la que el tiempo se detendría, y el tamaño y la velocidad serían cero. Las ecuaciones físicas resultarían increíblemente complejas, pero explicarían los fenómenos observables. Además, tendríamos una Física consistente.

Entonces, ¿por qué los científicos no se toman en serio la teoría de que vivimos dentro de una Tierra hueca?

La respuesta se llama principio de parsimonia. O sea, la vieja navaja de Occam. Ya ha aparecido en otras entradas del blog, y siempre a cuenta de lo mismo. Si hay varias maneras de explicar algo, quedémonos en principio con la más simple, pues será la más probable. Si los experimentos o los hechos la tumban, pues buscamos otra, pero mientras nos sirva y dé buena cuenta de los hechos, la mantendremos.

De acuerdo, los hechos observables podrían explicarse también si viviéramos dentro de una Tierra hueca. O en una plana. O con forma de butifarra. O en un universo geocéntrico, donde todo lo demás girara a nuestro alrededor. El problema es que las ecuaciones necesarias para explicar las leyes físicas en escenarios así son enrevesadas y complejísimas, comparadas con las que se requieren si suponemos que nuestro mundo es redondo y que vivimos encima de él.

Martin Gardner pensaba que quienes proponían que vivimos dentro de un planeta hueco tal vez se sentían abrumados frente a la inmensidad del cosmos y nuestra pequeñez, y subconscientemente deseaban retornar al útero materno. Interesante reflexión.

Vayamos acabando. Si suponemos que las leyes físicas son sencillas, entonces, igual que en el caso de la hipótesis de la Tierra plana, las pruebas en contra de la existencia de una Tierra hueca son abrumadoras. Y con algo tan simple como el experimento de Wallace, que comentamos en otra entrada, puede salirse de dudas.