Pido disculpas, amable lector, por haber dejado en suspenso la conclusión de la serie de entradas sobre el «misterio de las pirámides». El otoño es una estación un tanto ajetreada para los que nos dedicamos a divulgar la Micología (la rama de la ciencia que se ocupa de los hongos). Pero no me he olvidado de las pirámides, que conste.
De hecho, sólo quedaba pendiente la conclusión: ¿por qué esa manía de atribuir la construcción de las pirámides a extraterrestres o a civilizaciones perdidas, cuando los egipcios o los mayas pudieron haberlas erigido perfectamente sin ayuda foránea?
Para tener más elementos de juicio a la hora de responder esa pregunta, me estoy leyendo una obra de referencia para entender ciertas corrientes de pensamiento del siglo XIX, de gran influencia posterior. Concretamente, La doctrina secreta, de H. P. Blavatsky. Y la lectura se me está haciendo demasiado láaaarga, palabra de honor. Es como intentar tragar un trozo de carne muy reseca, que por más que la masticas y masticas, no hay manera. 🙂 Pero es aconsejable leer las fuentes, y no limitarse a las referencias de segunda mano. Espero acabar el libro un día de éstos y poder así terminar las entradas piramidales.
Ah, por cierto, en la 2ª entrada de la serie comentábamos que algunas pirámides americanas habían sido construidas encima de otros edificios más pequeños y antiguos. Recientemente ha aparecido en la prensa la noticia de que la pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá es un buen ejemplo de ello.