Al comentar el cuento de H. G. Wells El píleo púrpura ya indicamos que, por lo general, los hongos tienen connotaciones negativas o siniestras para los autores de raíz anglosajona. Dejaremos para una futura entrada profundizar en el porqué. Ahora nos ocuparemos de un caso concreto, bastante divertido desde el punto de vista de un micólogo (como un servidor de ustedes).
A los aficionados al cómic y al cine fantásticos les sonará Hellboy. El personaje creado por Mike Mignola ha alcanzado una merecida popularidad. Como suele suceder con los personajes de éxito, al cabo del tiempo aparecieron series derivadas o secuelas (para los amantes de los anglicismos, spin-offs), de las cuales nos interesa una, la más popular: AIDP (en inglés: BPRD).
AIDP son las siglas de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal, de la cual formó parte el bueno de Hellboy. Muchas de las entidades a las que se enfrenta esta organización exhiben un aire acusadamente lovecraftiano. Y por supuesto, entre esas obscenas maldades no podía faltar un hongo. En el tercer álbum de la serie, por cierto, titulado: Una plaga de ranas. Ah, ojo: spoilers.
Rebuscando por Google Imágenes, he encontrado una viñeta con el hongo en cuestión:
Traducción: «Hace seis semanas era del tamaño de la uña de mi pulgar. Estructuralmente hablando, es un hongo común, similar a Lycoperdon.»
Vale. Aquí es cuando el micólogo tiene uno de esos «momentos WTF», pero sigamos con la historia. El hongo parece inofensivo, encerrado en su contenedor, pero hay un sabotaje (como cabía esperar), el contenedor se rompe y pasa lo que tenía que pasar:
Al final, el tipo invadido por el hongo se convierte en… bueno, en esto:
El estropicio resultante se lo pueden ustedes imaginar. Sin embargo, mientras que el lector no científico quizá se estremezca de horror, es más probable que al micólogo le dé la risa floja, pensando: «¿Un Lycoperdon? ¿En serio?».
En fin… Miren ustedes que hay hongos agresivos y siniestros en el mundo. Sin ir más lejos, como explicamos en una antigua entrada, algunos parásitos, como Ophiocordyceps, pueden convertir a sus víctimas en zombis, e inspiraron el magnífico videojuego The Last of Us. Otros pueden devorar nuestro cerebro, convertir nuestros pulmones en una masa putrefacta o dejar nuestra carne con el aspecto de una hamburguesa cruda. Pero ¿un Lycoperdon?
Cuerpos fructíferos de Lycoperdon perlatum en el suelo de un encinar.
Los hongos del género Lycoperdon son conocidos vulgarmente por el poco épico nombre de cuescos o pedos de lobo. Los análisis genéticos han demostrado que pertenecen a la familia de los agaricáceos, la misma que incluye al champiñón cultivado que solemos encontrar en los supermercados. Al igual que los champiñones, son saprofitos (es decir, se alimentan de materia orgánica en descomposición, reciclándola) y comestibles, al menos de jóvenes, con la carne aún blanca.
Emisión de esporas en un pedo de lobo (Bovista plumbea).
Lo de pedos de lobo le viene por su peculiar manera de liberar las esporas. A diferencia de los champiñones, las esporas maduran en el interior del cuerpo fructífero, que se convierte en una especie de bolsa llena de polvo. Al más mínimo golpecito (gotas de lluvia, la pisada de un animal, un micólogo curioso…), se libera una nube de miles de esporas que se dispersan por el aire.
En suma, los cuescos de lobo no son precisamente unos horrores lovecraftianos. Incluso tienen virtudes medicinales, y tradicionalmente se han colocado sobre las heridas para cortar hemorragias y por sus propiedades antisépticas (producen compuestos químicos de acción antibiótica). Por eso alzamos nuestra voz en su defensa. Que tan nobles criaturas no sean mancilladas por la calumnia. 🙂