La incomprensión del fantástico

La Literatura fantástica se topó con muchos escollos que dificultaron su implantación en la España del siglo XIX. Las secuelas de la Guerra de Independencia frente al invasor francés, el nefasto reinado de Fernando VII, la omnipresente censura… Eso provocó un rechazo hacia lo extranjero, unido a una profunda incomprensión por parte de escritores y críticos hacia los relatos de corte fantástico. Sobre todo, los de E. T. A. Hoffmann.

ETA Hoffmann 2E. T. A. Hoffmann (fuente: es.wikipedia.org)

Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822) fue un hombre de múltiples talentos (cantante, compositor, pintor, jurista…), aunque debe su fama a su faceta de escritor fantástico, en pleno Romanticismo. Sus relatos fueron admirados por sus contemporáneos y ejercieron enorme influencia sobre autores de la talla de Poe y Kafka. Eran historias muy peculiares, donde lo sobrenatural se mezclaba con lo psicológico.

Pero no todos entendieron su genio. En concreto, uno de sus detractores fue un escritor de prestigio, y su personal visión de la obra y la persona de Hoffmann contribuyó a que éste fuera rechazado o, al menos, no tomado en serio en algunos países.

Sir Henry Raeburn - Portrait of Sir Walter ScottWalter Scott (fuente: es.wikipedia.org)

Walter Scott (1771-1832) fue un escritor romántico escocés que alcanzó gran fama en su época; de hecho, inventó la novela histórica moderna. Lo de «gran fama» no es exagerado; muchos lectores lo seguían, tanto en Europa como en América y el resto del mundo. También escribió artículos que, merced a su prestigio, ejercieron considerable influencia. Destaca uno que apareció en el primer volumen de The Foreign Quarterly Review, editado en 1827 (págs. 60-98). Puede hallarse completo en Internet, digitalizado por Google. Afortunadamente, el inglés de hace casi dos siglos aún puede leerse sin excesiva dificultad.

Scott1El título del artículo es: On the Supernatural in Fictitious Composition; and particularly on the Works of Ernest Theodore William Hoffman: (Acerca de lo sobrenatural en la composición de ficción; y particularmente sobre las obras de E. T. W. Hoffman). Anécdota: el apellido del escritor alemán está mal escrito…

Scott2En la primera parte del artículo, Scott nos muestra lo que piensa sobre lo sobrenatural en la Literatura. Una opinión personal, tan respetable como cualquier otra. Lo «bueno» empieza a partir de la pág. 72. Traducimos:

«Así hemos trazado someramente las diversas maneras mediante las cuales lo maravilloso y sobrenatural puede introducirse en la narrativa de ficción; pero el apego de los alemanes a lo misterioso ha inventado otra especie de composición que, quizá, difícilmente podría haberse abierto camino en cualquier otro país o idioma. Esto puede llamarse el modo FANTÁSTICO de escribir –en el cual se otorga la licencia más salvaje y desenfrenada a un capricho irregular, y todos los tipos de combinación, sin importar lo absurdo o lo chocante, son intentados y ejecutados sin escrúpulo».

Por si no se han percatado, parece que a Scott no le gustaba el fantástico alemán.

A partir de la pág. 74 se ocupa de su máximo representante: Hoffmann. Y no lo trata bien; ni a él ni a su obra. Primero resume su biografía, y pronto resulta obvio por dónde van los tiros:

«Parece haber sido un hombre de raro talento –un poeta, un artista y un músico, pero desgraciadamente de disposición hipocondríaca y caprichosa, que le condujo a extremos en todos sus proyectos; así, su música llegó a ser caprichosa –sus dibujos, caricaturas– y sus relatos, como él mismo calificó, extravagancias fantásticas».

O sea, con la boca pequeña reconoce su genio, pero a continuación resalta su inestabilidad mental y desordenada vida. Scott, en suma, nos muestra a un Hoffman que estaba mal de la cabeza, lo que acabará por «estropear» su obra. Su fragilidad nerviosa, unido al peculiar gusto alemán por lo fantástico, dio lugar a algo que hizo fruncir el ceño del escocés. Por no cansar al lector, digamos que Scott resaltó de la obra hoffmanniana lo grotesco y ridículo, y no tuvo en cuenta la profundidad psicológica que exhibe.

Eso marcó la imagen de Hoffmann para muchos autores de otros países, sobre todo aquellos que no dominaban la lengua alemana. Scott gozó de gran prestigio en nuestro país, lo que hizo que aquí lo fantástico se redujera a lo caprichoso y grotesco. Por tanto, no tuvo demasiados seguidores. En la segunda mitad del siglo XIX, el autor que más influyó a los escritores españoles que se atrevieron con el fantástico fue Poe, no Hoffmann. Pero ésa ya es otra historia.

Scott finaliza su artículo así:

«Hoffman [sic] murió en Berlín […], dejando la reputación de un hombre notable, cuyo temperamento y salud solamente impidieron que alcanzara una elevada reputación, y cuyas obras tal como ahora existen deberían considerarse menos como modelos a imitar que como una advertencia de que la imaginación más fértil puede agotarse por la copiosa prodigalidad de su poseedor».

¿Por qué esa inquina hacia Hoffmann? El artículo rezuma falsa piedad; da la impresión de que finge lástima mientras se dedica a apalearlo sin piedad. ¿No entendió Scott el fantástico? ¿O tal vez se trató de algo tan humano como los celos hacia otro autor famoso que le hacía sombra?

Don Juan y lo fantástico

El (políticamente incorrecto, en los tiempos que corren) mito de don Juan está muy relacionado con lo fantástico. Precisemos: en un cuento fantástico, la realidad cotidiana se ve alterada por un hecho sobrenatural, lo que provoca el buscado efecto inquietante en el lector. Así, el relato donjuanesco es fantástico. Un joven impío, don Juan (aunque puede recibir otros nombres), se dedica a seducir y deshonrar a toda mujer joven y bella que se cruza en su camino. Es un individuo temerario, blasfemo e inmoral. Su irresponsable comportamiento acaba causando la muerte de quienes osan enfrentársele. Finalmente, y aquí entra lo sobrenatural, los difuntos irrumpirán en nuestro mundo y se cobrarán cumplida venganza.

Son legión las obras inspiradas en el mito de don Juan. Las hay para todos los gustos, desde las escritas por autores de la talla de lord Byron o Molière, hasta compositores como Mozart. Aquí nos ceñiremos a tres versiones literarias españolas, donde podremos constatar que, aunque partan de argumentos similares, no siempre es el efecto fantástico lo que el autor busca o logra.

El burlador de Sevilla o El convidado de piedra, de Tirso de Molina (1630).

Fray Gabriel Téllez, Tirso de MolinaFray Gabriel Téllez, Tirso de Molina (fuente: es.wikipedia.org)

Ambientada en la época del rey Alfonso XI de Castilla, en esta versión don Juan Tenorio es un noble cuyo principal propósito en la vida es el de seducir mujeres, tanto nobles como plebeyas. En uno de estos lances mata a don Gonzalo de Ulloa, padre de una de las damas deshonradas. Más tarde, se mofará de la estatua del difunto, invitándola a cenar. Y el convidado de piedra le tomará la palabra, acudirá a la cita y se llevará al muerto a los infiernos, sin darle tiempo a confesarse para salvar su alma.

Están presentes los elementos fantásticos, sí, pero esta obra se ajusta al esquema de otras piezas de teatro del Siglo de Oro. Hay un noble malvado (don Juan) que abusa de su poder o comete tropelías; nos topamos con personajes arquetípicos, como el criado cobarde y gracioso; surgen los líos, embrollos e incluso acontece una muerte violenta… Al final se hace justicia de forma poco convencional (sobrenatural, más bien) y, como colofón, el rey acaba arreglando las cosas.

Así debía ser en el teatro del Siglo de Oro: la exaltación de la monarquía era importante. El rey personificaba la estabilidad, el buen orden de las cosas. Alfonso XI, al final, manda que las mujeres deshonradas se casen con quien deban, recuperada su honra, y suyas son las últimas palabras de El burlador de Sevilla. Hay efecto fantástico, sin duda, pero dentro de un orden.

El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda (1840).

 José de Espronceda (detalle)José de Espronceda (fuente: es.wikipedia.org)

Esta sí que es una obra fantástica, vive Dios, y romántica por los cuatro costados. En su época fue transgresora, y aún hoy se lee con agrado. Espronceda experimenta con la métrica, convirtiéndola en un protagonista más de la historia, contribuyendo a la ambientación. Por ejemplo, es notable cómo al final, cuando el donjuán de turno (en este caso no se llama Juan Tenorio, sino Félix de Montemar) va muriendo, la métrica de los versos mengua poco a poco, hasta llegar a su mínima expresión. Diríase que agoniza…

El paisaje también es típicamente romántico, gótico incluso. No es un mero marco de la acción, sino que transmite sentimientos. Sombrío, siniestro, sobrenatural… Trata de provocar la inquietud en el lector. Baste el inicio para poner al lector en situación:

Era más de media noche / antiguas historias cuentan, / cuando en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra, / los vivos muertos parecen, / los muertos la tumba dejan.

Todo es excesivo en Félix de Montemar: su valor temerario, su impiedad, su falta de escrúpulos… Por su culpa, una de las muchachas a las que seduce, Elvira, morirá de amor. También acabará matando en duelo al hermano de ésta. Finalmente, seguirá a una misteriosa mujer, cuyos pasos lo conducirán a presenciar su propio entierro y luego a un lugar tétrico, rodeado de espectros: la tumba de Elvira. Allí descubrirá que la dama a la que ha seguido es, en realidad, un esqueleto y que él, sin saberlo estaba muerto desde el duelo con el hermano de Elvira (¿no nos recuerda esto al final de cierta película?). El abrazo final con la difunta es espeluznante. Cómo no, don Félix va al infierno sin arrepentimiento ni salvación posible.

Lo dicho: romántico y fantástico, sin concesiones. 🙂

Don Juan Tenorio, de José Zorrilla (1844).

 Jose zorrillaJosé Zorrilla (fuente: es.wikipedia.org)

Es, sin duda, la versión más popular del mito, al menos en España. De hecho, es la obra teatral más representada en nuestro país. especialmente el Día de Todos los Santos, con sus famosos primeros versos:

¡Cuál gritan esos malditos! / ¡Pero mal rayo me parta / si en concluyendo la carta / no pagan caros sus gritos!

El argumento es similar al de El burlador de Sevilla, aunque con notables diferencias. El final no supone una exaltación de la monarquía, como en el caso de Tirso. Lo que importa es que don Juan se arrepiente de sus pecados y su alma acaba subiendo al Cielo, de la mano del espíritu de doña Inés, la novicia seducida. La impiedad del personaje de la obra de Tirso, y no digamos del desaforado Félix de Montemar, han desaparecido. Lo que realmente importa es la idea del arrepentimiento y la expiación. O sea, se ensalzan los valores cristianos. El propio autor etiquetó su obra como «drama religioso-fantástico».

El mito ha sido domesticado y, a nuestro entender, el efecto fantástico se resiente. Desde el Infierno, el don Juan de Tirso y Félix de Montemar miran por encima del hombro al personaje de Zorrilla, compadeciéndose de él. 🙂

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