Primer contacto (y VI)

En las entradas previas hemos comentado las posibles causas del triunfo de los europeos durante la Conquista de América. Nos hemos basado en el libro Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond (por cierto, National Geographic hizo una serie de tres documentales sobre esta obra; puede hallarse en YouTube). Básicamente, la disponibilidad de cultivos agrícolas generadores de gran cantidad de excedentes, más la abundancia de grandes herbívoros fácilmente domesticables, dio un tremendo impulso a la civilización en Eurasia. Y ello no se debió a una supuesta superioridad racial; sencillamente, fue cuestión de suerte. El entorno proveyó de más y mejores recursos.

Y por si faltaba algo, los nativos americanos tuvieron que enfrentarse a otro escollo en la carrera hacia una sociedad tecnológica: la geografía. Concretamente, la forma de los continentes.

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Observemos el mapa del Viejo Mundo. El principal eje de comunicaciones va, grosso modo, de este a oeste. Eso quiere decir que si algo o alguien viaja a lo largo de él, podrá encontrar regiones de clima parecido. Y no sólo eso: también será similar el fotoperiodo, es decir, la variación de la duración del día y la noche a lo largo del año. En el ecuador y zonas tropicales no suele haber diferencias estacionales. En cambio, mientras más nos acerquemos a los polos, más largos serán los días en verano y más cortos en invierno. Esto último es esencial para las plantas, que suelen sincronizar sus ciclos vitales con las horas de luz y oscuridad. Si nos movemos en una misma banda de latitud, el fotoperiodo será similar.

Así, cuando los recursos naturales del Creciente Fértil se agotaron por culpa de la sobreexplotación y los cambios climáticos, los agricultores (y ganaderos) pudieron llevarse sus plantas (y animales) bien hacia Europa, al oeste, o bien hacia Persia y la India, al este. No tuvieron problemas a la hora de adaptarse a entornos, climas y fotoperiodos similares. Así, al cabo de los siglos, fue posible que plantas originarias de India y China, como los naranjos y los limoneros, crecieran sin problemas a orillas del Mediterráneo.

Más importante aún: no sólo las personas, las plantas y los animales domésticos viajaron de Oriente a Occidente. También lo hicieron las ideas. ¿Una sociedad inventaba el alfabeto? Pues otras captaban la idea y la adoptaban. ¿Otra forjaba armas y herramientas de hierro? Las vecinas la copiaban. Y las vecinas de las vecinas. ¿Un general espabilado hacía la guerra de modo más eficaz? Ojos atentos tomaban nota. Y así, si una sociedad avanzada colapsaba, sus avances no se perdían necesariamente, pues otros los habían asimilado. Sobre todo, si disponían de algo tan poderoso como la escritura, que permitía transmitir el saber a mucha mayor distancia que la comunicación oral. En el siglo II había imperios y reinos civilizados desde las costas atlánticas hasta orillas del Pacífico. E incluso en los siglos más oscuros, el saber se preservaba en algún sitio.

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En cambio, fijémonos en el mapa de las Américas. El eje principal de comunicación va, más o menos, de norte a sur. Para ir de Norteamérica a Sudamérica hay que atravesar zonas con climas y fotoperiodos muy distintos. Un cultivo adaptado a las diferencias estacionales de las zonas templadas no crece bien en los trópicos o el ecuador. Además, el istmo de Panamá supone un cuello de botella tropical que dificulta el tránsito entre las zonas templadas del norte y el sur.

Como consecuencia, el tráfico de cultivos y animales domésticos de unas sociedades a otras se demoró o se detuvo. Mientras que, por ejemplo, en el Viejo Mundo la gente criaba cerdos desde la Península Ibérica hasta Nueva Guinea, la llama no pudo pasar a Norteamérica. Y lo mismo ocurrió con los conocimientos.

Los mayas disponían de un sistema de escritura, pero la idea no pudo llegar hasta los incas, que seguramente la habrían adoptado y desarrollado a su manera. Cuando una cultura caía, en muchos casos también lo hacían sus logros. Las sociedades americanas estaban más aisladas entre sí que las euroasiáticas. El flujo de personas, animales, plantas e ideas era mucho más reducido. Y así les fue.

Para concluir: el fatídico resultado de ese «primer contacto» que fue la Conquista resultó inevitable. Y no se debió a que los europeos fueran más listos o crueles que los americanos. Desechemos de una vez el racismo: los seres humanos somos similares, independientemente del origen o características físicas. Las sociedades americanas estaban menos desarrolladas que las europeas, y eran más sensibles a las enfermedades, por pura y simple mala suerte. El entorno no les proporcionó las mismas facilidades que a los euroasiáticos. En la carrera hacia la civilización, pese a que eran tan buenos atletas como los demás, tuvieron que salir más tarde y con las manos atadas, valga el símil.