Solaris (II)

Buen año, 1968. En él se estrenó 2001: A Space Odyssey, que ya comentamos en otra entrada. Si comparamos la maravilla de Kubrick y Clarke con la versión de Solaris (Солярис, 1968) dirigida por los soviéticos Lidia Ishimbayeva y Borís Nirenburg, la diferencia es abismal. Sin embargo, dicha comparación carece de sentido. Estamos hablando de cosas completamente distintas.

Solaris1968Solaris, 1968 (fuente: en.wikipedia.org)

Solaris  no es una película concebida para proyectarse en un cine. Se trata de una obra en dos partes, de algo más de dos horas en total, destinada a la pequeña pantalla. Sí, la televisión de la época, en blanco y negro. En Internet se puede encontrar la versión original en ruso y, rebuscando un poco, también un archivo .srt con los subtítulos en español, redactado con más entusiasmo que respeto por la ortografía. 🙂

Visionándola, sentí una punzada de nostalgia. Los más viejos de los lectores españoles recordarán los míticos programas de Estudio 1 de las década de 1960 y 1970. Blanco y negro, decorados sencillos y excelentes actores, que convirtieron los platós televisivos en escenarios teatrales. Así fue cómo algunos, de niños, conocimos grandes clásicos de la literatura española y universal: Lope de Vega, Galdós, Chéjov, Wilde, Shakespeare…

actores_Solaris68De izquierda a derecha, los actores Vladímir Etush (Snaut), Víctor Zozulin (Sartorius) y Vasili Lanovoy (Kelvin). Una duda: la calva de Sartorius ¿es natural o postiza? 🙂 (fuente: http://www.divxclasico.com)

En esta versión de Solaris ocurre algo similar. Con la penuria de medios consustancial a estas adaptaciones televisivas, se presentó al público soviético una notable obra literaria. Estudios con decorados de cartón piedra, efectos especiales inexistentes (por ejemplo, el aterrizaje en la estación se resuelve enfocando todo el rato la cámara en el rostro de Kelvin, y ya está)… Tan sólo hay un par de escenas brevísimas en las que se muestra un cohete, y punto. La «tecnología de ciencia ficción» es de los años 1960 (o incluso anterior, a juzgar por la pinta que tiene). Lo que importa es la interpretación de los actores, más propia del teatro que del cine. Por fortuna, el carácter claustrofóbico de la novela de Lem permite que pueda llevarse a la pantalla sin grandes medios técnicos.

actrizSolaris68La perturbadora mirada de la actriz Antonina Pilyus (Harey) (fuente: e-ciencia.com)

Opino que esta adaptación es la más fiel a la novela. Los directores no se empecinan en contar «su» historia al espectador, sino que se limitan a adaptar la obra de Lem a la pequeña pantalla. Creo que logran su objetivo. Uno se hace una idea cabal de Solaris con ella.

Por supuesto, hay cambios. El lenguaje narrativo de la televisión y del libro son distintos. De los tres aspectos destacados de la novela que comentamos en la entrada anterior, (imposibilidad de entendimiento con el océano, ambiente malsano e historia de amor con un fantasma), se resalta la historia de amor, el ambiente desquiciado, el conflicto emocional. La fascinante descripción del océano que hace Lem, y los problemas de entenderlo, brillan por su ausencia o quedan un tanto marginados. Asimismo, algunos diálogos se han cambiado para dar mayor dramatismo a las escenas y resaltar los sentimientos, además de hacer la obra más digerible para el espectador. Teniendo en cuenta todo lo anterior, es razonablemente fiel al original.

En suma, me ha gustado. Y ahora, a por Tarkovski. 🙂

Solaris (I)

Confieso que, pese a mi afición por la ciencia ficción, no había leído Solaris, la famosa novela de Stanisław Lem. Tampoco había visto la renombrada adaptación al cine de Tarkovski. Es curioso, pues Lem es un autor que me gusta, aunque algunas de sus obras no acaban de engancharme. No sé; el desinterés quizá se debiera a mi rechazo hacia la actitud de algunos intelectuales, que ensalzan Solaris (novela y película), al mismo tiempo que desprecian a muchos grandes clásicos de la ciencia ficción estadounidense.

Es notorio el tradicional antiamericanismo en cierto sector de la intelectualidad española, paralelo a su adoración por las obras provenientes del difunto bloque soviético. ¿Ha sido Solaris sobrevalorada por su origen (polaco, en este caso), en vez de por su calidad intrínseca? Por otro lado, tal vez me equivocara. ¿Y si me estuviera perdiendo una obra en verdad excelente?

Sólo había una forma de salir de dudas. Sin pararme a ojear críticas y reseñas que me influenciaran, decidí leerme la novela de Lem (1961) y, acto seguido, visionar las tres películas que sobre ella se hicieron, dirigidas por Nirenburg e Ishimbayeva (1968), Tarkovski (1972) y Soderbergh (2002). Por supuesto, no de una sentada; el cuerpo humano tiene sus limites… 🙂

A continuación, paso a exponer mis impresiones.

LA NOVELA (1961):

Solaris

He leído el ejemplar de Solaris que tenía olvidado en la biblioteca (¿cuándo lo compraría?), publicado por Minotauro (Argentina, 1977). Lo primero que me llamó la atención fue la traducción, manifiestamente mejorable. Eché un vistazo a los datos que figuran en la página 6, y me encontré con una referencia al «original inglés». ¿Inglés? O sea, se trata de la traducción de una traducción, circunstancia harto frecuente en las obras de autores eslavos. Existe una edición española traducida directamente del polaco pero, puesto que tenía a mano la de Minotauro, preferí ahorrarme unos euros. 🙂

Me ha gustado Solaris. La considero una buena novela de ciencia ficción, o incluso una buena novela, a secas. No obstante, comprendo que pueda haber lectores a quienes les resulte pesada. Y a partir de aquí, habrá spoilers por todos lados. Avisado quedas, amigo internauta.

SolarisEl océano de Solaris y sus dos soles (fuente: es.wikipedia.org; ilustración de Dominique Signoret)

El argumento se resume pronto. En torno a un sistema binario orbita el planeta Solaris. Casi toda su superficie está ocupada por un vasto océano, pero no de agua, sino de una materia que parece orgánica. Más aún: se sospecha que este océano puede ser una entidad inteligente, de dimensiones planetarias. Ríete tú de la hipótesis de Gaia… 🙂

Sobre el océano existe una estación dedicada a su estudio. A ella llega Kelvin, el protagonista (la novela está narrada en primera persona). Seremos testigos de todo lo que sucede a través de sus ojos, con una percepción quizá distorsionada. También constataremos cómo piensa, cuáles son sus miedos.

Yo destacaría tres aspectos de la novela:

1º) ¿Es posible entenderse con una inteligencia alienígena?

El portentoso océano de Solaris genera una disciplina científica consagrada a su estudio: la solariología. A lo largo de la novela, no sólo se nos describe la belleza y complejidad del océano, sino que Lem se explaya acerca de las distintas teorías de los solaristas, escuelas de pensamiento, controversias académicas… A mí, como científico, me encantan esas disquisiciones, pero comprendo que haya lectores que se aburran con ellas. Por decirlo en lenguaje coloquial, cortan el rollo. Qué se le va a hacer; es inevitable. No se puede contentar a todo el mundo todo el tiempo.

 Symmetriad 3Las simetríadas son unas misteriosas formaciones generadas por el océano de Solaris (fuente: es.wikipedia.org; ilustración de Dominique Signoret)

La estación se encarga de estudiar el comportamiento del océano. El problema radica en que éste resulta incomprensible. Unas veces parece obrar con propósito, mientras que otras muestra una aleatoriedad desmoralizante. No hay manera dehallarle algún sentido. Y aquí está lo que más me gusta de la novela. Las descripciones de Lem despiertan nuestro sentido de la maravilla, pero no sólo eso. Solaris es una lúcida reflexión sobre la dificultad (o imposibilidad) de comprensión mutua entre inteligencias que hayan evolucionado en mundos distintos.

Muchos científicos piensan que es posible comunicarse con criaturas alienígenas pensantes mediante un lenguaje que todos comprenderán: el de las matemáticas. Lem, en cambio, no es tan optimista. Tal vez estemos pecando de chovinismo. ¿Y si es imposible entenderse? Más aún: ¿y si somos incapaces de detectar una inteligencia alienígena? Lo que a nosotros nos parece lógico, tal vez no lo sea para otras mentes, sobre todo si son tan distintas como la de Solaris, de escala planetaria. Lem nos da una lección de humildad, y me temo que puede estar en lo cierto.

2º) ¿Por qué el ambiente de la estación es tan desquiciado?

Desde el momento en que Kelvin llega a la estación, el lector se da cuenta de que allí pasa algo raro. Muy raro. La atmósfera es extraña, rayana en lo absurdo, y se va tornando ominosa conforme avanzamos en la novela. Además, los dos sabios que quedan vivos en la estación, Snaut y Sartorius, no actúan con normalidad. Más bien da la impresión de que están como cabras. Responden con evasivas, no hablan claramente… Parecen guardar secretos, estar ofuscados o ambas cosas. Esa actitud se va contagiando a Kelvin, que al principio no sabe muy bien qué ocurre, y poco a poco se va contagiando del humor general. Y para empeorarlo, por los pasillos vagan seres que no deberían estar ahí. A mi entender, esa atmósfera inquietante, esa incertidumbre, está magníficamente lograda.

Y es que no sólo los humanos están experimentando, tratando de averiguar cómo comunicarse con el océano. Puede que éste haga lo mismo, pero de un modo extraño, incluso cruel: enfrentando a los habitantes de la estación con sus propios fantasmas. No es de extrañar que actúen como actúan. O quizá ya tenían problemas antes de llegar a la estación, y Solaris se ha limitado a hacerlos emerger. Desde luego, todos guardaban esqueletos en los armarios.

3º) ¿Qué ocurre si te enamoras de un fantasma, a sabiendas de que lo es?

Desde luego, esto no suele acabar bien, pero es lo que ocurre cuando tomamos decisiones importantes cegados por los sentimientos. Prefiero no entrar en detalles para no revelar el final (la última frase es memorable, por cierto). Simplemente, digamos que la conclusión es una especie de esperanza desesperanzada. O al revés. 🙂

En resumen, se trata de una novela recomendable, aunque puede que no guste a todo el mundo. Obviamente, se trata de la opinión personal de un mero aficionado a la ciencia ficción (y a la literatura, en general), sin mayores pretensiones.

En la próxima entrada hablaremos de las películas, empezando por la de Nirenburg e Ishimbayeva (1968).

Mi primera novela de ciencia ficción

Es interesante volver la vista atrás y preguntarse: «¿Cuál fue el primer libro de ciencia ficción “moderna” que leí?». En mi caso, no lo he olvidado.

Ay, cómo pasa el tiempo. En España corrían los primeros años de la Transición, que coincidían, casualidades de la vida, con mi adolescencia en el instituto. Interesante época para forjarse la personalidad, con los nuevos aires de libertad que soplaban por el país y todo eso. Así salimos más de uno… 🙂

La década de 1970 también fue una excelente época para los partidarios de las pseudociencias. Un servidor de ustedes, como tantos otros jóvenes de mi generación, no se perdía un programa de Jiménez del Oso y devoraba los libros de J. J. Benítez, von Däniken y Kolosimo, compraba la revista Mundo Desconocido… Me creía a pies juntillas lo que tan doctos estudiosos afirmaban sobre ovnis tripulados por extraterrestres, antiguos dioses astronautas…

¿Y la ciencia ficción? Algunos de nosotros la mirábamos por encima del hombro, considerándola poco seria. No era como los libros de von Däniken y compañía, que nos parecían el colmo del rigor, y que la pérfida «ciencia oficial», a saber por qué oscura conspiración, no tomaba en serio. Creíamos que las pseudociencias (nosotros no las llamábamos así, obviamente) debían ganar respetabilidad y ser aceptadas. Que se las asociara con algo tan fantasioso como la ciencia ficción… En fin, era degradante.

Es curioso ese rechazo. Al fin y al cabo, de niño mi autor favorito fue Julio Verne. Leía y releía, mejor dicho, devoraba sus obras, y disfrutaba como un enano. Me transportaba a escenarios maravillosos, exóticos, y despertó en mí el interés por la ciencia, vista como algo positivo. Y a pesar de eso, tenía prejuicios contra la ciencia ficción «moderna». La edad del pavo, supongo. La verdad, si ahora dispusiera de una máquina del tiempo, regresaría para darme unas cuantas collejas a mí mismo (luego viajaría al futuro a enterarme del resultado de la quiniela de este fin de semana, pero no desvariemos). 🙂

Rotsler

Cosas de libreros, la ciencia ficción solía compartir estanterías con los ensayos ufológicos y parapsicológicos. Y cierto fatídico día, el título de una de esas novelas de ciencia ficción me chocó. Hacia el país del ángel eléctrico, de un tal William Rotsler, al cual no conocía de nada (supongo que tampoco les sonará a muchos de los que lean esto). En la portada (colección Edaf ciencia ficción), un demonio gigantesco transportado por tres naves miraba amenazante al lector. No me la compré, por supuesto. Todavía había clases.

Pero el libro seguía ahí, en la estantería, tentándome con ese título y esa portada, el puñetero. Resistí hasta el 10 de agosto de 1977 (en esa época tenía la manía de apuntar la fecha en los libros que compraba). Al final, sintiéndome culpable, claudiqué. 175 pesetas me costó la broma.

Lo leí. Me encantó. Lo releí. Un mundo fascinante se abrió ante mí: aventura, viaje al futuro, luchas religiosas, romance… Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien con un libro.

Estaba condenado. 🙂

Seguí leyendo ciencia ficción. Aprendí que había obras que aburrían a las ostras, pero otras eran simplemente magníficas, y despertaban el sentido de la maravilla. Descubrí a Asimov, Clarke, Niven, Vance, Dick, Lem, Heinlein y tantos otros. También a la revista Nueva Dimensión, a través de la cual conocí a Guillem Sánchez, con quien acabé escribiendo historias de ciencia ficción a dúo. Y aquí estamos…

¿Y mi afición por las pseudociencias? Agonizó y murió algo más tarde, durante mis días en la universidad. Allí descubrí que la ciencia, con su equilibrio entre sano escepticismo y sentido de la maravilla, es igualmente capaz de ilusionarnos y carece de rival a la hora de intentar explicar cómo funciona el universo.

La diferencia radica en la metodología. La ciencia es humilde; de ahí su fuerza. Puesto que somos conscientes de que el universo no funciona de acuerdo con nuestros deseos ni nos va a poner fácil el desentrañar sus secretos, seguimos un método que nos permite sortear trampas y evita que metamos la pata demasiado a menudo. Las pseudociencias carecen de ese método. Algunos de sus defensores se forran a base de vender libros y emitir programas de radio y TV, pero ésa es otra historia.

Hojeo de nuevo el viejo libro de Edaf CF. Hacía décadas que no lo tocaba, salvo para reordenar la biblioteca. Caray, sigue gustándome. Y vuelvo a quedar atrapado. 🙂