En una entrada anterior comentamos que el cine fue utilizado en determinado momento para menoscabar la figura del científico, pues éste, en muchas ocasiones, suele mostrar un espíritu crítico, hace preguntas incómodas, da respuestas que no agradan a los poderes establecidos, mete el dedo en la llaga… Pero incluso sin ese interés expreso en desprestigiar, el caso es que el cine (y por extensión, la TV, la prensa diaria y los videojuegos) casi nunca da una imagen adecuada de la ciencia y los científicos.
El cliché del científico loco (fuente: es.wikipedia.org)
La ciencia es la herramienta más eficaz que poseemos para obtener respuestas del mundo que nos rodea. Por desgracia (o por suerte), el universo es mucho más complejo de lo que podríamos llegar a imaginar y no funciona según nuestros deseos. Más aún; en ocasiones se comporta en contra del «sentido común»: es contraintuitivo. Por eso, los descubrimientos y conceptos científicos suelen requerir una explicación pausada para ser comprendidos. Asimismo, la labor del científico es, en su mayor parte, lenta, metódica y ordenada.
Tras observar detenidamente un determinado fenómeno, el científico elabora una hipótesis que puede explicarlo, pero para que sea aceptada por los colegas debe ser probada. Así, se diseñan experimentos y los resultados obtenidos pueden confirmar la hipótesis, o bien refutarla. Si la hipótesis resiste los experimentos y explica bien el fenómeno, puede acabar convirtiéndose en ley. Sin embargo, nunca será considerada una verdad absoluta. Quizá, tarde o temprano, algún hecho contradiga esa teoría, la cual tendrá que ser modificada o reemplazada por otra. Así progresa la ciencia.
Más aún: publicar un trabajo científico en una revista de postín tampoco es fácil. Debe pasar por una «revisión entre pares» (muchos de los cuales tienen el colmillo retorcido) y, algo esencial, debe indicar la metodología usada, para que cualquier otro científico pueda repetir el experimento (verificando o refutando así la teoría).
Por lo demás, salvo las excepciones que hay en cualquier otra profesión, los científicos suelen ser gente normal, con las mismas aficiones y preocupaciones que cualquier ciudadano. Un servidor de ustedes es científico (biólogo, concretamente), y puedo asegurarles que cuando nos reunimos varios colegas es más frecuente que hablemos de fútbol, política, cultura o el clima, como cualquier hijo de vecino, que… En fin, la idea que el cine da sobre los científicos suele estar a años luz de la realidad. 😦
Hasta cierto punto, es lógico. El cine, sobre todo el más taquillero, requiere espectacularidad, inmediatez, que el público no se duerma en la butaca o se largue de la sala a mitad de la sesión. Todo lo contrario que la vida cotidiana del científico. Una existencia más o menos tranquila, en muchos casos impartiendo clases en la universidad, o rellenando solicitudes de financiación para poder investigar… ¿Quién pagaría por ver algo así? Por eso, al cine de siempre le ha resultado mucho más atractiva la magia que la ciencia. La magia es algo inmediato; no como la ciencia, que requiere una larga serie de pasos intermedios para obtener fruto (y no siempre). En magia basta con un poco de entrenamiento para empezar a conseguir resultados tangibles. Asimismo, también es más asequible para el espectador. En vez de prolijas explicaciones, recurres a la fuerza, al mana, a poderes místicos, y todos contentos. El espectáculo puede continuar.
Uno de los motivos que hacen tan popular a la serie Star Wars es esa mezcla entre ciencia, tecnología y magia (porque lo de la Fuerza, a pesar del intento de explicación con los midiclorianos esos, es pura magia). Y esta última es la que queda como más importante y espectacular. No importa que para acabar con los enemigos, un drone armado con unos cuantos misiles Hellfire sea mucho más efectivo que una espada láser. Al público le gusta más esta última. La magia genera más simpatías que la tecnología.
La magia es poderosa, y un mago experto puede convertirse en una amenaza terrible. Éste es el argumento de muchos relatos y películas. El problema es que en el fondo todos sabemos que la magia y lo sobrenatural no existen. En cambio, la ciencia sí, y desde el siglo de las Luces ha ido adquiriendo cada vez más prestigio. De hecho, a mucha gente le fascina. No obstante, como puede ser complicada o aburrida para el gran público, los cineastas la han modificado. Dan una imagen falsa de ella, donde la ciencia parece magia y los científicos hechiceros. O, al menos, bichos raros.
Llegados a este punto, nos viene a la mente la tercera ley de Clarke: «Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Sin embargo, no son lo mismo. En la ciencia importa mucho el camino a seguir, las relaciones entre causas y efectos, los pasos intermedios. Al cine, igual que al periodismo sensacionalista, le importa más el resultado, el titular espectacular, captar la atención.
Igual que el mago, el científico de ficción quiere jugar a ser dios. Emplea conocimientos arcanos y prohibidos para salirse con la suya, sin importarle las consecuencias. Carece de empatía; le da igual que la gente sufra, sea desgraciada o muera por culpa de sus investigaciones. Lo peor del caso es que ese cliché ha calado hondo en la sociedad, gracias a la influencia del cine fantástico y de CF. La imagen del sabio loco, carente de empatía, es la que mucha gente tiene en mente. Un ejemplo actual podemos verlo en el videojuego The Evil Within (y sus contenidos descargables). Aunque el encanto principal del juego reside en su atmósfera gore y la habilidad para esquivar a los diversos monstruos que quieren matar de forma horrible al personaje, merece la pena detenerse en algunas de las parrafadas que los «científicos» largan de vez en cuando. Nos muestran a unos individuos inhumanos, carentes de compasión, para los que el fin justifica los medios, cual crueles brujos diabólicos. Véase, por ejemplo, del minuto 5:00 al 7:30.
Qué ironía… Si nos paramos a pensarlo, las desgracias que aquejan al mundo actual no son obra de los científicos, sino en buena medida de políticos y dirigentes que habitualmente no son científicos y usan la ciencia y la tecnología sin comprender sus implicaciones ni pensar a largo plazo. Y así nos va. En muchos casos, los científicos están en el otro bando, denunciando los desastres que se cometen.
Pero volvamos al cine y la TV. Puesto que el trabajo cotidiano del científico puede ser tan tedioso como contemplar el proceso de secado de una pared recién pintada, el cine ha tratado de retocarlo para que el público se divierta. No hay que dejar que la realidad te estropee una buena historia. Eso ha producido unos cuantos clichés, que a todos nos serán familiares:
- Desde niño, el científico es un bicho raro: una criatura inadaptada, incapaz de relacionarse con los demás de modo «normal», inmaduro emocionalmente, excéntrico… En el fondo, su papel queda reducido al de bufón para que, al compararlos con él, los protagonistas caigan más simpáticos al espectador, ya que son guapos, simpáticos, ligan más…
- Ese comportamiento infantil continúa en la edad adulta. Cuando no se convierte en un malvado, el científico puede ser presentado como un excéntrico o como alguien un tanto ridículo. Aparte de El profesor chiflado, hay innumerables ejemplos. Seguro que a ti también te vienen a la mente unos cuantos, amigo internauta.
- Los conocimientos adquiridos por el científico le permiten saber de todo. Más o menos, como los protagonistas de C.S.I., que lo mismo saben hacer una PCR (a velocidad de vértigo; en la vida real, se lleva su tiempo) que una cromatografía de gases, conocen al dedillo la anatomía humana, dominan la Botánica, la Entomología, saben disparar cualquier arma… En suma, alcanzan un nivel de omnisciencia equiparable al de algunos tertulianos radiofónicos. 🙂
- Y podríamos seguir con más clichés y tópicos, pero preferimos dejarlo aquí, para no resultar demasiado prolijos. Por supuesto, hay notables excepciones: excelentes películas donde la ciencia es tratada con rigor (nada de ruidosas explosiones en el vacío, atentados flagrantes contra las leyes de Newton, etc.), pero lo dejaremos para otra ocasión.
Esperamos que estas reflexiones un tanto desordenadas sobre la percepción de la ciencia y su relación con el cine te hayan resultado amenas. Un libro interesante para profundizar en el tema, y sobre todo en el papel de los medios de comunicación en el desprestigio de lo científico, es La razón estrangulada, de Carlos Elías. El autor conoce bien el tema, ya que es químico a la vez que periodista. Un aviso: si eres de letras, este libro podría herir tu sensibilidad. Avisado quedas, amigo internauta. 😉