Espiritismo, ciencia y literatura (II)

Sin duda, uno de los personajes que contribuyó a prestigiar el espiritismo fue el escritor Arthur Conan Doyle (1859-1930). El padre de personajes literarios tan famosos (y queridos) como Sherlock Holmes o el profesor Challenger defendió con uñas y dientes las ideas espiritistas, y llegó incluso a publicar algún que otro libro al respecto (destaca The History of Spiritualism, 1926). Resulta chocante, pues asociamos al padre del detective Sherlock Holmes con la racionalidad y la lógica. ¿Por qué se convirtió en una especie de adalid de los médiums?

 640px-ConandoylestatueSir Arthur Ignatius Conan Doyle  (fuente: en.wikipedia.org)

Pocas cosas hay más devastadoras que perder a un hijo. Es ley de vida que los hijos entierren a los padres. Cuando sucede lo contrario, el dolor que se experimenta difícilmente puede ser descrito con palabras. Doyle lo sufrió en carne propia. Su hijo Kingsley murió al final de la I Guerra Mundial, por culpa de una neumonía (ya estaba muy debilitado por las heridas sufridas en el campo de batalla). Y como las desgracias nunca vienen solas, otros familiares cercanos también fallecieron por esas fechas. Doyle se sumió en una terrible depresión, pero su mente halló el modo de evitar el hundimiento definitivo. Así, se empeñó en demostrar que las almas de los muertos no desaparecían; simplemente, pasaban a otro plano de la existencia. Su hijo y demás seres queridos seguían viviendo en algún sitio. Estaban ahí, aguardándolo. No los había perdido.

Doyle abrazó el espiritismo porque la alternativa se le antojaba demasiado horrible para admitirla.

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Cuando leí el libro Sherlock Holmes contra Houdini sentí una mezcla de enfado y de compasión hacia Conan Doyle. Pocas veces se encuentra a alguien tan deseoso de engañarse, tan ciego a las evidencias. A través del intercambio epistolar con su amigo Houdini comprobamos que Doyle rechazaba cualquier argumento que contradijera a los espiritistas. Lo más llamativo del caso es que Doyle pensaba que actuaba racionalmente, siguiendo el método científico, pero las cartas de Houdini nos dicen otra cosa. Doyle creía a pies juntillas todo lo que decían los espiritistas. O sea: si el médium Fulanito afirmaba algo, eso tenía que ser necesariamente cierto, pues ¿acaso podía mentir Fulanito, todo un caballero? La idea de un médium estafador ni se le pasaba por la cabeza.

Conan Doyle era la víctima soñada por cualquier timador sin escrúpulos.

Houdini se dio cuenta, y se lamentaba de la ceguera de su amigo. Houdini, uno de los mejores ilusionistas de todos los tiempos, no apreciaba a los médiums, precisamente. Una vez participó en una sesión donde supuestamente había contactado con su propia madre y Houdini, por decirlo educadamente, salió bastante mosqueado. Un experto como él pilló al vuelo el engaño; al fin y al cabo, conocía todos los trucos del oficio. Lo tuvo claro: los médiums se aprovechaban del dolor ajeno, de la angustia que la gente sufría al perder un ser querido, para hacer negocio. Y dedicó toda su vida a desenmascarar a los impostores. Incluso llegó a ofrecer un premio al que lograra demostrar una genuina comunicación con los muertos. Nadie lo ganó.

Eso le costó su amistad con Doyle. Incluso cuando Houdini le demostraba, sin lugar a dudas, que el espiritista de turno era un timador, Doyle se negaba a admitirlo. Tal vez el médium, por culpa de la actitud hostil de Houdini, se sentía obligado a hacer trampas para quedar bien. Tal vez se debía a la mala atmósfera generada por los escépticos, que perturbaba a los pobres espíritus. Tal vez… En fin, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Doyle creía, incluso, que la habilidad de Houdini como escapista era sobrenatural. Por más que éste lo negaba, no lograba convencer a Doyle. Copio del libro antes citado (pags. 226-227):

Sir Arthur cree que tengo grandes poderes de médium y que algunas de mis hazañas las hago con la ayuda de espíritus. Todo lo que yo hago se logra gracias a medios materiales, humanamente posibles, sin importar lo desconcertante que sea para el profano. Dice que no entro a una sesión con la actitud adecuada, que debería mostrarme más sumiso pero, en todas las sesiones a las que he asistido nunca he tenido un sentimiento de antagonismo. No tengo ningún deseo de desacreditar al espiritismo; no estoy en guerra con sir Arthur; no lidio ninguna batalla contra los espiritistas; pero creo que es mi deber, por la mejora de la humanidad, presentar con franqueza al público los resultados de mi larga investigación sobre el espiritismo. Estoy dispuesto a que se me convenza; mi mente está abierta, pero la prueba no tiene que dejar ningún vestigio de duda de que lo que se afirma que se hace se logra solo a través de, o gracias a, un poder sobrenatural. Hasta el momento, nunca, en ninguna ocasión, en todas las sesiones a las que he asistido, he visto nada que pueda llevarme a atribuir la actuación de un médium a una ayuda sobrenatural, ni he visto nunca nada que me haya convencido de que es posible comunicarse con aquellos que se han ido de esta vida. Por lo tanto, no estoy de acuerdo con sir Arthur.

Un inciso: los médiums siempre han temido a los magos profesionales, pues a éstos no se les engaña con facilidad. En tiempos recientes, James Randi se ha convertido en el azote de videntes, médiums, dobladores de cucharas y similares. Ninguno de ellos ha podido ganar el premio de un millón de dólares que ofrece a quien demuestre alguna habilidad paranormal o sobrenatural. Cuando se les somete a condiciones experimentales controladas, siempre fracasan.

En fin… Doyle no sólo fue engañado por los médiums y otros traficantes del dolor ajeno. Recordemos el caso de las hadas de Cottingley. Unas niñas presentaron unas fotografías en las que aparecen hadas, con sus vestidos de gasa y alas de mariposa.

Cottingley_Fairies_1Conan Doyle creía que esta foto era auténtica  (fuente: en.wikipedia.org)

Las imágenes son un burdo fraude. De acuerdo, en aquella época la fotografía no estaba tan extendida como ahora, y los trucos que hoy nos hacen sonreír podían engañar al público poco informado (por ejemplo, muchas de las fotos de espíritus y fantasmas de sesiones espiritistas que se recogen en el libro Sherlock Holmes contra Houdini son dobles exposiciones, un engaño muy simple), pero no a un experto. Doyle, como cabía esperar, picó el anzuelo, y defendió a capa y espada la veracidad de las hadas. Por más que éstas fueran figuras de papel, recortadas por las hábiles manos de las niñas.

Poca gente hubo tan fácil de engañar como el autor de Sherlock Holmes. Cuando alguien quiere creer algo, pues la alternativa le resulta espantosa, no permitirá que la realidad lo apee del burro, perdonen ustedes la expresión. En cualquier caso, la actitud de Doyle frente al espiritismo nos sirve para reflexionar sobre algunos aspectos de la condición humana y la fuerza del autoengaño.

Y que conste: por muy escépticos que seamos, y por mucho que nos disguste la credulidad de este escritor, seguiremos disfrutando como enanos de las aventuras de Holmes, el profesor Challenger… Al menos, sus ideas no afectaron a la habilidad para contar historias. 🙂