De vez en cuando, apetece leer (o releer) relatos de ciencia ficción de hace casi un siglo. Muchos de ellos rebosan de aventura y sentido de la maravilla, aunque hoy se nos antojan un tanto ingenuos. Si en algo suelen fallar es en el aspecto y sobre todo en el comportamiento de los seres alienígenos. Por norma general, éstos sólo solían representar el papel de malos malosos para mayor lucimiento del héroe (varón y de raza blanca, por supuesto), o bien actuaban como parodias de seres humanos. Podían tener escamas, cola, cuernos o algún brazo de más, pero en el caso de las razas inteligentes sus motivaciones eran similares a las nuestras: amor, lealtad, odio, envidia…
Todo eso cambió con la publicación del relato Una odisea marciana, del escritor estadounidense Stanley Grauman Weinbaum (1902-1935). Apareció en el número de julio de 1934 de la revista Wonder Stories. En los meses siguientes, Weinbaum publicó alrededor de una docena de relatos de ciencia ficción, tanto en Wonder Stories como en Astounding Stories. Fue una carrera intensa, pero lamentablemente breve. En diciembre de 1935 el cáncer de pulmón lo mató. Poco tiempo, sí; lo justo para que la ciencia ficción ya no fuera la misma.
He releído la antología de Weinbaum que publicó Martínez Roca en 1977, con prólogo de Isaac Asimov (donde se resalta su importancia como escritor) y epílogo de Robert Bloch (en el que se lamenta la pérdida de un amigo). Por supuesto, se nota el inmisericorde paso del tiempo. El Sistema Solar donde transcurren las aventuras de los personajes de Weinbaum es el que cabía esperar en la década de 1930. Un Marte decrépito y con canales; un Venus que siempre presenta la misma cara al Sol y, por tanto, con un lado ardiente y otro helado; unos satélites de Júpiter y Saturno relativamente cálidos… Entornos habitables, donde los astronautas podían caminar e incluso respirar, pletóricos de extrañas formas de vida.
Ahí radican la originalidad y grandeza de Weinbaum. Imagina mundos ecológicamente coherentes, a diferencia de otros autores coetáneos que describían planetas llenos de depredadores asesinos que no tenían nada de qué alimentarse, salvo algún astronauta despistado. Seres extraños, completamente distintos a los terrícolas, precursores de los maravillosos mundos del maestro Jack Vance.
Y extraterrestres inteligentes que no sólo eran de aspecto raro, pero que muy raro, sino que tampoco pensaban como humanos. Se podía simpatizar con ellos, incluso comunicarse con ellos, pero sus motivaciones resultaban en muchos casos ajenas a nuestra mentalidad. Weinbaum logró, como nadie hasta entonces, que el lector sintiera hacia esos seres una mezcla de empatía y extrañeza. Personajes como el marciano Tweel, el lotófago Óscar o los lunáticos de Ío figuran, sin duda, entre lo más logrado del género. No eran mejores ni peores que los seres humanos; simplemente, distintos.
Sí, después de muchos años fue un placer la relectura de la antología de Weinbaum: con una sonrisa en los labios, y gozando del sentido de la maravilla.
Nos demostró que la «normalidad» es solo discriminación cultural.
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Sobre todo en «Una odisea marciana» y en su continuación, llama la atención lo avanzado de sus planteamientos (habloamos del año 1935). El protagonista terrícola no se siente superior al marciano. Lo ve raro, incluso estrafalario, y es consciente de que nunca llegará a entender del todo cómo piensa, pero eso no impide que surja la amistad entre ellos. En un mundo sombrío como el de los años 30, era todo un canto a la esperanza.
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