A veces queremos escribir un relato fantástico cuya acción transcurre en un mundo muy diferente al nuestro. Entonces existe el problema del entorno. Ya sea de fantasía o ciencia ficción, el relato transcurre en un tiempo o lugar muy diferente al que conocemos. Nuestra idea puede ser mostrar un solo aspecto, un detalle del mismo que es la esencia del relato. Para darle forma podemos vernos obligados a perdernos en detalles descriptivos sobre lo que diferencia el entorno del relato de nuestro propio mundo. Ese detallismo puede hacer que la idea original, sencilla pero eficaz, se vea alargada, estirando el tiempo narrativo más de lo deseable.
La solución es lo que se suele llamar la marca mínima. La idea es dejar que ese mundo obedezca a las mismas reglas que el nuestro en todo, salvo en lo que la idea le obliga a ser diferente. Así no tenemos que describir una biología, unas costumbres, un idioma diferentes… Basta con dejar el mayor parecido posible para que nos centremos en explicar bien la esencia de nuestra historia, sin perdernos en los detalles.
Se trata pues de una economía de medios. La ciencia ficción ha empleado mucho este recurso en las series de televisión: recordemos a nuestros esforzados exploradores de la galaxia hallando cada semana una nueva civilización… con la cual entablan contacto enseguida pues hablan el mismo idioma, usan los mismos medios de comunicación y sus costumbres son idénticas en todo, salvo en aquello que, expresamente, queremos destacar como diferente. Desde luego esto permite un gran ahorro en tiempo y medios para rodar una serie de televisión. También economiza al espectador, lector en el caso de un relato, todas las largas explicaciones sobre cómo logran descifrar el idioma y todo lo demás.
Caso aparte son los mundos creados precisamente para poder disfrutar de toda una amplia gama de diferencias, de multitud de situaciones y ambientes distintos. Desde El Señor de los Anillos a La guerra de las galaxias, pasando por numerosos autores que han creado magistralmente sociedades diferentes para extasiarnos con sus detalles, como Jack Vance en su serie de La Tierra moribunda.
En estos mundos, completos y maravillosos, sí vale la pena extenderse. Si queremos en cambio centrarnos en una sola idea, economicemos medios, contemos sólo lo imprescindible; Allan Poe nos enseñó que un cuento es mucho mejor si se centra en una idea concisa y bien explicada. No llenemos de paja los relatos y sepamos distinguir cuándo es menester una ambientación extensa y diligente, y cuándo basta con resaltar lo imprescindible.